Perdona si te llamo amor (32 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Se quedan así un momento, en silencio. Después Marcello sonríe y extiende la mano.

—Bien, buena suerte, vamos a trabajar y que gane el mejor.

Alessandro le estrecha la mano. Le gustaría decirle: «A propósito de tu edad y de la dulzura de la vida, bueno, yo anoche lo pasé fantásticamente bien con una chica de diecisiete años.» Pero no está tan seguro de que en realidad eso sea un punto a su favor. Entonces sonríe, se da la vuelta y se dirige a su despacho. Pero después de haber dado unos cuantos pasos, se mete la mano derecha en el bolsillo del pantalón. No busca las llaves. Busca un poco de suerte. Justo la que necesita. En la vida no resulta tan fácil encontrar bolsitas de azúcar que la hagan menos amarga. Precisamente en ese momento pasa el director.

—Ah, hola, Alex, buenos días. ¿Todo bien?

Alessandro sonríe, saca la mano rápidamente del bolsillo y le hace una señal juntando el pulgar y el índice.

—¡Sí, todo ok!

—Bien, te veo en forma. Así me gusta. Entonces quedamos a las cuatro en mi despacho.

—¡Desde luego! A las cuatro.

En cuanto se va, Alessandro mira el reloj de la pared. Las diez y pocos minutos. Dispongo de apenas seis horas para dar con la idea. Una gran idea. Y, sobre todo, nueva y sorprendente. Y, lo más importante de todo, que me permita quedarme en Roma. Alessandro entra en el despacho. Andrea Soldini y los demás están alrededor de la mesa.

—Buenos días a todos, ¿cómo va eso?

—Tirando, jefe.

Andrea se le acerca con unos folios. Le muestra algunos. Viejos anuncios de caramelos con las situaciones y los personajes más diversos. Indios y vaqueros, niños de color, deportistas, incluso un mundo galáctico.

—Ejem, jefe. Éstos son los ejemplos más significativos de todos los anuncios de caramelos que se han hecho en todos los tiempos. Mira, éste está muy bien. Funcionó estupendamente en el mercado coreano.

—¿Coreano?

—Sí. Se vendieron muchísimo.

Alessandro coge el folio y lo mira.

—Pero ¿de qué tipo eran?

—Bueno, eran caramelos de frutas.

—Ya, pero ¿no lo habéis leído? ¿No sabéis que el producto LaLuna, además de los de fruta, tiene un montón de sabores nuevos? Menta, canela, regaliz, café, chocolate, lima…

Dario mira a Andrea Soldini y enarca las cejas. Como diciendo: «Ya lo decía yo que este tipo es un negado.» Andrea se da cuenta, pero intenta arreglarlo de algún modo.

—Bueno, podríamos colgarlos de las nubes.

—Sí, la luna colgada de las nubes.

Giorgia sonríe.

—Bueno, no está tan mal. Tipo: «Cuélgate del…», y después el nombre del gusto. Un montón de lunas colgadas de las nubes.

—Si por lo menos tuviesen algún gusto innovador, qué se yo, de berenjena, de champiñón, de col, de berza…

Alessandro se sienta a la mesa.

—Sí, y todos los sabores colgados de las nubes. Y a esperar que no llueva. A ver, dejadme ver algún diseño del eslogan.

Michela le alarga una cartulina con la palabra «LaLuna» escrita con los tipos de letra más diversos. Andrea le acerca una carpeta amarilla en la que está escrito «Top-Secret» y, entre paréntesis, «el atajo». Alessandro lo mira. Andrea se encoge de hombros.

—Me lo pediste, ¿no?

—Sí, pero con un poco de discreción. Sólo le falta luz incorporada, ¿cómo si no, van a leerlo en Japón?

—¡Con un satélite! —Pero Andrea comprende al instante que el chiste no viene a cuento. Intenta arreglarlo—. Jefe, Michael Connelly dijo que la mejor manera de pasar desapercibido es llamar la atención.

A Alessandro le gustaría decirle: «A lo mejor por eso te ignoran siempre.» Pero prefiere dejarlo correr.

—Veamos qué es lo que han hecho…

Andrea se inclina despacio y, con una mano ante la boca, le dice:

—El director no está muy satisfecho. Vaya, que le parece demasiado clásico. O sea, que no es nada de lo que…

Alessandro levanta la tapa de la cartulina. En el centro, aparece un paisaje con ríos, lagos y montañas. Todo con forma de luna y perfectamente dibujado. Y debajo, en rojo, con un tipo de letra parecido al de
Jurassic Park
, un título: «LaLuna: una tierra a descubrir.» Andrea pasa el primer folio. Debajo hay otro. El mismo diseño con otro título: «LaLuna. Sin fronteras.»

—Venga ya, para tener veinticuatro años no ha inventado mucho, ¿eh? La letra de
Jurassic Park
es vieja y «sin fronteras» recuerda aquel Programa… ¿Cómo era? ¡Anda ya! ¿Y una tierra a descubrir? ¿Qué es esto, el caramelo de Colón? ¡Así pues es el anuncio de un huevo!, no de una luna. A estos los ganamos con la gorra, ¿verdad, Alex?

Alessandro lo mira. Después cierra la carpeta.

—Al menos ellos han presentado un trabajo.

—Sí, pero muy manido. —Andrea lo mira—. ¿Y a ti, jefe? ¿Se te ha ocurrido alguna idea buena?

Michela y Giorgia se acercan curiosas. Dario coge una silla y se sienta, preparado para la revelación. Alessandro repiquetea un poco con los dedos sobre la carpeta amarilla. Los mira uno a uno. Tiempo. Tiempo. Se necesita tiempo. Y, sobre todo, tranquilidad y serenidad. Primera ley de Scott. Sólo así conservarás el control de la situación.

—Sí. Alguna… Alguna idea buena, curiosa… Pero todavía estoy trabajando sobre ello…

Dario mira el reloj.

—Pero son las diez y media, y la reunión es a las cuatro, ¿no?

—Así es. —Alessandro sonríe, aparentando seguridad—. Y cuando llegue la hora, estoy seguro de que habremos dado con la adecuada. Venga, vamos a hacer un poco de
brainstorming
. —Después coge la carpeta amarilla y se la muestra a todos—. Esto lo superamos fácilmente, ¿no es así? —De ese modo busca dar más confianza al grupo—. ¿No es cierto? —O al menos lo intenta…

Un sí general, aunque algo débil, hace que, por un momento, todo el entusiasmo de Alessandro se tambalee. Michela, Giorgia y Dario se van hacia sus ordenadores. Andrea se queda allí, sentado a su lado.

—¿Alex?

—¿Sí?

—Lo de las nubes no te ha gustado mucho, ¿eh?

—No. No es ni nuevo ni sorprendente.

—Ya, pero es mejor que el atajo.

—Sí, pero no es suficiente, Andrea. Para quedarse en Roma no es suficiente.

Alessandro recoge los folios con los anuncios antiguos. Los hojea lentamente uno a uno, buscando desesperadamente un vislumbre de inspiración, cualquier cosa, una pequeña chispa, una llamita que pueda encender su pasión creativa. Nada. Oscuridad absoluta. De improviso en su mente aparece un resplandor lejano, una lucecita, una débil esperanza. ¿Y si ella tuviese la idea adecuada? La chica del surf, la chica de los pies en el salpicadero, la chica de los jazmines… Niki. Y justo en ese mismo instante Alessandro lo comprende. Sí, así es. Su única solución se halla en manos de una chica de diecisiete años. Y de repente le parece que Lugano está a la vuelta de la esquina.

Cuarenta y dos

Tercera hora. Matemáticas. Para Niki es un paseo. En el sentido de que no entiende nada y, por lo tanto, da igual que se vaya a dar una vuelta mentalmente. No vale la pena cansarse. De todos modos, los deberes siempre se los pasa Diletta y la profe nunca saca a nadie a la pizarra. ¿Y por qué cambiar las cosas cuando hasta ahora han ido tan bien? Niki acaba de escribir algo. Coge la hoja cuadriculada y, para no apartarse tanto del tema, la dobla con cuidado. Una, dos, tres veces, después la punta, luego saca dos alas y les hace un pequeño desgarro a cada una en la parte inferior. Son los timones. Mantiene uno arriba y otro abajo, hace hasta piruetas. Lo mira. Bien. Así, a buen seguro que resulta más preciso. Y más veloz. Después mira a la profe, que está ante la pizarra.

—Bien, ¿lo habéis entendido? En este caso, sólo tenéis que tomar en consideración los últimos números.

En cuanto la profe se pone a escribir de nuevo, Niki se incorpora y deja de ocultarse, es decir, sale de su pequeña trinchera, que no es otra que la empollona de Leonori, que se le sienta delante, y lanza con fuerza el avión que acaba de fabricar en dirección a Olly.

—¡Ay!

Acierta de lleno en la sien de Guidi, compañera de pupitre de Olly. El avión aterriza en el pupitre y Olly, veloz como una serpiente, lo recoge tras su catastrófica toma de tierra y lo esconde en lugar seguro, en su hangar, debajo de la libreta de apuntes. La profe se da la vuelta hacia la clase.

—¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¿No lo habéis entendido?

Niki levanta la mano y se justifica.

—Disculpe, he sido yo. He dicho: «Ah, claro». Es que antes no lo acababa de entender.

—¿Y ahora ya está? Si no, lo vuelvo a explicar.

—¡No, no, está clarísimo!

Diletta se echa a reír pero se tapa rápidamente la boca con la mano. Ella sabe lo poco claro que resulta todo eso para Niki. No lo entiende en absoluto desde hace por lo menos cinco años, cuando empezaron a ir a la misma clase y, sobre todo, cuando empezó a pasarle los deberes.

—Entonces prosigamos. En este punto, tenéis que coger la suma obtenida y empezar de nuevo con los diferentes paréntesis.

La profe vuelve a escribir y a explicar en la pizarra; mientras, Olly saca el avión de debajo de su libreta. Lo abre, lo alisa con ambas manos, curiosa por leer el contenido superviviente de aquel vuelo tan azaroso.

«Olly, tú que eres buena y tienes un ocho en plástica, ¿me podrías diseñar estas dos ideas? Te explico. En el primer caso se trata de…». Y sigue toda la explicación de las dos ideas, que a Olly le parece que no pegan para nada, pero resultan originales. Ambas tienen como protagonista a una chica, y la hacen reír. El mensaje acaba con una promesa. «Así pues, ¿me lo haces para… ahora? ¿Te acuerdas? Las Olas prometimos ayudarnos siempre, a pesar de todo, ante cualquier momento de dificultad. Y por si eso no te basta, oportunista y tramposa como eres, estoy dispuesta a recompensar tu miserable esfuerzo con: A) cena en el restaurante del corso Francia. Caro pero bueno, como bien sabes; B) semana de helados gratis en el Alaska, incluso la copa o el cono más grande y, en cualquier caso, helados de 2,50 euros como mínimo; C) lo que quieras, a condición de que no me resulte imposible. Por ejemplo, organizarte una cita con mi padre, que sé que te gusta mucho… Eso, ni siquiera te atrevas a pedírmelo.»

Olly coge una hoja, la arranca de la libreta y empieza a escribir a toda velocidad. Después, hace una pelota, mira a la profe, que sigue de cara a la pizarra y la lanza como el mejor
playmaker
. Acierta sin problema en el centro del pupitre de Niki, que abre el papel de inmediato.

«¿Qué? ¿Yo me tengo que comer el coco después de que tú no hayas compartido siquiera de palabra tus sucias y obscenas aventuras nocturnas…? Ni hablar… O mejor dicho: ¡habla, pelandusca!»

Niki acaba de leer la nota y se apoya en el respaldo de la silla mirándola y poniendo cara de pena.

—Va —le dice en voz baja desde lejos, casi sólo articulando. Después junta las manos como si estuviese rezando—.
Please

Olly niega con la cabeza.

—Ni hablar… Quiero saberlo todo… O lo cuentas todo o no dibujo nada.

Niki arranca otra hoja, escribe a toda velocidad algo y luego, en vista de que la profe sigue escribiendo, hace una pelota y se la lanza. Bomba directa al lugar del avión. Esta vez, Guidi la ve llegar y se agacha para esquivarla. Olly la pilla al vuelo con la mano derecha. Justo a tiempo. La profe se da la vuelta y mira a Niki.

—Cavalli, ¿esta parte le ha quedado clara?

Niki sonríe.

—¡Esto sí! Clarísimo.

—¿Y a vosotras, chicas?

Algunas alumnas asienten, más o menos convencidas. La profe se queda más tranquila. Se está explicando de una manera comprensible.

—Bien, entonces continúo. —Y sigue escribiendo, sin saber a ciencia cierta si alguno de esos cálculos resulta verdaderamente claro para la mayor parte de sus alumnas, o siquiera para dos. De todos modos, todas saben ya que las matemáticas no saldrán en Selectividad.

Divertida, Olly abre el mensaje que acaba de llegar.

«Es menos de la mitad de lo que has hecho tú… De todas maneras te lo explicaré todo después, hasta con mímica.
Scripta manent
.
¡Disegnam pure!
Ahora, ¿podrías diseñar mis dos ideas, por favor?»

Olly la mira seria. Después, en voz baja, desde lejos, le dice pronunciando con claridad para que lo lea bien en sus labios:

—Si no me lo cuentas todo, cojo lo que haya dibujado y —levanta la hoja arrugada que le acaba de llegar y la mueve—, te lo rompo. ¡¿Está claro?!

Desde su sitio, Niki levanta la mano izquierda, después la derecha, luego cruza los dedos y se los besa jurando, como ha hecho antes Olly. Además, le dice con claridad:

—¡Prometido!

Olly la mira una última vez. Niki le sonríe. Y ella, conquistada por su divertida amiga, abre el estuche lleno de lápices de colores, saca de debajo del pupitre el álbum de dibujo y coge una hoja en blanco. Y, como el más grande de los pintores, le quita el tapón al rotulador negro y mira la hoja de las ideas de Niki. A continuación se detiene, busca la inspiración en el vacío. La encuentra. Se concentra en la hoja y, con trazos seguros y precisos, empieza a dar cuerpo a las fantasías cómicas, extrañas, divertidas y, por qué no, también curiosas, de su amiga Niki. Mientras tanto, la profe continúa con la que sin duda es la exposición más clara que haya hecho jamás.

Cuarenta y tres

Alessandro mira el reloj que está sobre la mesa. Las dos y cuarenta. Falta poco más de una hora para la reunión. Y ellos todavía no están listos.

—Bien, chicos, ¿cómo vamos?

Michela llega corriendo a la mesa y le enseña un nuevo boceto. Alessandro lo mira. Una muchacha sostiene la luna como si fuese una pelota. No funciona en absoluto. Es todo menos nuevo. Y nada sorprendente. Alessandro está destrozado. Deprimido. Pero no debe demostrarlo. Se muestra seguro y tranquilo, para que no se le escape la situación de las manos. Sonríe a Michela.

—Es bueno. —Michela sonríe también—. Pero no se puede dar todavía por bueno.

Michela se queda abatida. De inmediato le desaparece la sonrisa. Rápidamente. Demasiado rápidamente. Es posible que también ella, en el fondo de su corazón, supiese que todavía no era el definitivo.

—Es necesario algo más, algo más… algo más… —Ni siquiera es capaz de encontrar la palabra más adecuada para expresar lo que querría.

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