Perdona si te llamo amor (60 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

—¡Perdido de qué! Dirás que lo hemos ganado. ¡Hemos sido nosotras quienes la hemos hecho regresar! De haber sido por los jodidos médicos…

Justo en ese momento pasa uno.

—Eh, ¿ése no es el tipo que dijo que Diletta no iba a volver a hablar?

—Sí, parece el mismo.

—¡Es él!

Olly abre el cofre de su ciclomotor y coge algo. Luego se monta en él, lo baja del caballete y sale disparada, dirigiéndose hacia el médico.

—Pero ¿qué vas a hacer? ¡Olly!

—Eh, doctor.

Al oír que lo llaman, el médico se vuelve.

—¿Sí?

Y Olly le acierta en plena cara con una pistola de agua.

—¡Chúpate ésta, gafe, más que gafe!

El médico, totalmente empapado, se seca los ojos con los faldones de su bata blanca, mientras las chicas ganan rápidamente la salida a bordo de sus ciclomotores.

Niki se acerca a Olly.

—¡Qué pasada, le has dado de lleno! ¡Menuda puntería!

Erica asoma por detrás.

—¿Y cómo es que la llevabas en el cofre?

—La tengo desde la lucha de los cien días.

—¡Jo, anda que no ha llovido desde entonces! ¿Y no se te había vaciado?

—Hace un par de días que la voy recargando. Me ayuda Giancarlo, el que vive en mi edificio.

—¿Cómo?

—¡Todas las mañanas lo obligo a mear dentro!

—¡Calla, Olly! ¡Qué asco!

—Desde que el médico dijo esa frase, esperaba este momento. ¡Me gustaría ver si se atreve a mear más frases gilipollas!

Y se van, riéndose a carcajadas, Olas rebeldes, jóvenes Robin Hood de los sentimientos, Don Quijote con minifalda que por primera vez, aunque haya sido con una pistola de agua, han hecho reflexionar a ese estúpido molino de viento.

Noventa y tres

—¡Mamá, mamá, no te lo vas a creer! —Niki entra en casa gritando como una loca—. ¡Mamá! ¡Le estaba leyendo un texto de Kant a Diletta y se ha despertado! Se ha recuperado, ¿te das cuenta?

Simona se levanta de la mesa donde está ayudando a Matteo con los deberes. Se acerca a ella. La mira. La abraza. La estrecha. Levanta los ojos al cielo y luego los cierra, suspirando para sí esa frase.

—Bendito sea Dios.

Después la deja libre de nuevo.

—Niki, estoy muy contenta. Ven, vamos un momento a tu habitación. Matteo, tú sigue con los ejercicios. Si no, no te llevo al campo a jugar al balón.

—Pero mamá…

—Silencio y a lo tuyo, que no sabes nada. Serás un futbolista maravilloso, pero si no estudias no juegas, ¿está claro? Exactamente al contrario de lo que hacen ellos.

Matteo resopla.

—Qué coñazo. —Y hojea rápidamente el libro, intentando comprender algo.

Simona abre la puerta de la habitación de Niki y, en cuanto entra, la cierra de nuevo.

—Bien, Niki, estoy muy feliz por tu amiga. No sabes cuánto.

—Lo sé, mamá, también yo.

—Me lo imagino. Oye, no he querido molestarte hasta hoy porque, comparado con lo que estabas pasando, ciertas cosas se volvían irrelevantes… Insignificantes.

Niki entrecierra los ojos.

—Claro, mamá, es así. Pero tranquila, que yo he seguido estudiando todo este tiempo.

Simona se arregla el cabello.

—De hecho, no es de eso de lo que te quería hablar. Los estudios no me preocupan.

—Ah. ¿Y de qué era, mamá?

—Niki, dime la verdad. ¿Tienes novio?

Niki se queda desconcertada un instante.

—Bueno… sí, ya te dije que salía con una persona.

—Ya, estás saliendo… Nunca se sabe bien qué quiere decir este «salir», pero me parece que indica un panorama bastante general.

—De todos modos, ahora no tengo ganas de hablar de eso, mamá.

Simona se queda en silencio un instante. Niki la mira e intenta plantearle la pregunta del modo más educado posible.

—¿Hemos acabado? ¿Me puedo ir ya?

—No. Te acuerdas de que tú y yo quedamos en que nos lo podíamos decir todo, ¿verdad?

Niki se queda en silencio un instante.

—Sí, ya sé que quedamos en eso. Y yo siempre te lo he contado todo.

Niki intenta no pensar en esas quince o dieciséis cosas que, por alguna extraña razón, se ha olvidado contarle.

—Hay algo que me gustaría saber. Dijiste que el chico con el que te veías era algo mayor que tú.

Niki la mira y esboza una pequeña sonrisa. No hay nada que hacer, a las madres no se les escapa nada. Sobre todo si fingen no saberlo.

—Sí, un poco…

—¿Qué poco?

—¿De verdad lo quieres saber?

—Pues claro. Por eso te lo estoy preguntando.

Niki se lo piensa un momento. Decide lanzarse.

—Bueno, dentro de poco cumplirá treinta y siete años.

Pumba.

Simona no espera un segundo. Le suelta un bofetón en toda la cara.

—¡Ayyy! —Niki se ha quedado sin respiración y sin palabras. Por un momento le entran ganas de reír. Pero le escuece la mejilla—. Ayyy… —Se lo piensa mejor. Se masajea la cara y se mira la mano desconcertada, como si fuese a encontrar algún rastro en ella—. ¡Me has hecho daño!

—¡Pues claro! ¿Creías que iba a acariciarte acaso?

—Pero mamá, dijiste que nos lo podíamos contar todo…

—¡Sí, pero no todo todo! Dime, te lo pido por favor. Dime, qué le digo yo ahora a tu padre.

—¡Pues no se lo cuentes!

—Claro, porque según tú no se dio cuenta de nada cuando se armó el lío del agente de seguros. Pero ¿qué pretendía? ¿Qué vino a hacer aquí?

—Nada, sólo quería conoceros.

Simona mira a Niki con los ojos como platos.

—¿Para decirme qué, Niki, eh? ¿Para hacer qué? ¿Hay alguna otra cosa que deba saber?

—Claro que no, mamá. No vas a ser abuela, por ahora. —Niki se queda pensando un momento—. ¡Al menos eso creo!

Simona se echa las manos a la cabeza.

—¡Niki!

—Estaba bromeando, mamá. Venga, no pasa nada. No hay ningún peligro.

—¿Qué quiere decir eso? —Simona la mira, ahora un poco más tranquila. Sólo un poco.

—Mira, mamá, ahora no tengo ganas de hablar. Vino tan sólo para presentarse, para que os quedaseis más tranquilos.

—¡Pues sí! Después de este notición vamos a estar de un tranquilo que no veas… Treinta y siete años. No te digo; treinta y siete…

—Dentro de poco.

—Claro… Muy bien, sobre todo, no te vayas a olvidar de felicitar al falso agente de seguros. —Y Simona sale de la habitación dando un portazo.

Niki se va al espejo. Se mira la cara. Se la masajea un poco. Sonríe. Bueno, sea como sea, lo importante es que se lo he dicho. Ahora lo sabe. Entonces se saca el Nokia del bolsillo y escribe un mensaje a toda velocidad.

«Amor, estoy muy feliz. ¡Mi amiga está bien, se ha despertado! Después he hablado con mi madre. ¡Se lo he dicho! ¡Un beso espacial!»

El móvil de Alessandro emite un bip. Está en su despacho, buscando desesperadamente la idea para los japoneses. Lee el mensaje. Y responde de inmediato.

«¡Bien! Yo también me siento feliz. Pero ¿qué le has dicho a tu madre? ¿Que tu amiga está bien?»

Lo envía.

Niki sonríe y responde a una velocidad increíble.

«No… ¡Que nosotros estamos bien!»

Alessandro lo lee. Se inquieta.

«Pero ¿le has hablado de nuestra, digamos, pequeña… "diferencia"?»

«Sí.»

«¿Y qué te ha dicho?»

«Nada. Ha dejado que un bofetón hablase por ella. Ah no. Espera… ¡También ha dicho que te felicitará por tu cumpleaños!»

Noventa y cuatro

Varios días después. Diletta sigue mejorando.

—¿Te das cuenta? —Olly camina como loca por la pequeña habitación del hospital. Diletta la mira divertida—. No. Yo creo que no te das cuenta… ¿Y vosotras? O sea, ¿al menos vosotras os dais cuenta o no? ¡Ésta se ha vuelto loca!

Niki está sentada en la silla vuelta de revés. Erica está apoyada en la pared.

—¿De qué?

—Dilo y acaba de una vez.

Olly se detiene de improviso.

—¿En serio no sabéis de qué estoy hablando? Ésta ha estado a punto de irse sin más, pafff… —Olly chasquea los dedos—, por culpa de un imbécil que conducía a toda velocidad. Y no había probado la cosa más buena del mundo. Más que la pizza del Gianfornaio. Más que el helado del Alaska, San Crispino y Settimocielo juntos, más que la nieve y el mar, que la lluvia y el sol…

Erica la mira.

—¿Y qué es, la droga?

—No, mucho mejor… ¡El sexo! —Olly se acerca a Diletta y le coge las manos—. No puedes correr estos riesgos. Ya no. Te lo pido por favor, confía en mí. Déjate ir, coge esa deliciosa manzana.

Niki se echa a reír.

—Pues claro. Una manzana. Piensa que se jugaron el paraíso por esa fruta.

Olly extiende los brazos.

—Eso mismo. Diletta, puedes estar tranquila, no puede ocurrirte nada peor. Y de todos modos me he equivocado de fruta. Me refería a una banana.

Diletta patalea bajo las sábanas.

—¡Olly! ¿Por qué siempre tienes que ser tan grosera?

—Perdona, pero creo que no te entiendo… ¿Grosero es quien dice la palabra adecuada en el momento oportuno? ¿El que dice la verdad? ¡Entonces soy grosera de remate! Pero no me avergüenzo de ello. Porque también soy tu amiga.

Olly se aparta de la cama de Diletta y se dirige a la puerta de la habitación. La abre. Se asoma al pasillo.

—Ven.

Vuelve a entrar con una gran sonrisa. Todas la miran con curiosidad.

—¿Y ahora? ¿A quién habrá llamado?

Niki no sabe qué pensar. Erica aún menos. Diletta la mira curiosa. Aunque tiene sus sospechas.

—Aquí está, ¿te acuerdas de él?

Efectivamente. Justo lo que sospechaba.

Filippo, ese chico tan encantador de quinto A, está en la puerta, con un ramo de magníficas rosas rojas en la mano.

—Hola, Diletta… Pregunté a tus amigas cómo estabas y Olly me dijo que podía venir a verte, de modo que… aquí estoy.

Olly se acerca a Diletta.

—Bueno, adiós, nosotras nos vamos. Estaremos aquí fuera, estudiando por si necesitas algo.

Diletta se sonroja. Luego le dice en voz baja:

—¿Y no podías avisarme? ¡Mira qué pinta tengo! No llevo ni una gota de maquillaje, estoy hecha polvo, con la cabeza vendada…

—Chissst. —Olly le da un beso—. Tranquila. Así se excita aún más. Y si quieres meterte ya en «faena», no te preocupes, estaremos aquí fuera vigilando. Tómate tu tiempo.

Diletta intenta darle un golpe.

—Pero ¡qué dices! —Y con el gesto casi se arranca el catéter del brazo.

Olly se aparta a tiempo y evita el golpe riéndose. Luego coge a Erica y a Niki del brazo y las escolta hasta la salida.

—Adiós, nosotras nos vamos. —Al salir le guiña un ojo a Filippo—. ¿Entendido?

Él sonríe mientras Olly sale de la habitación. Luego ve un jarrón con unas margaritas marchitas junto a la ventana.

—¿Puedo?

—Claro, claro. —Diletta se arregla un poco, se echa hacia atrás irguiendo la espalda.

Filippo coge las flores viejas y las tira en la papelera que hay debajo de la mesa. Luego enjuaga el jarrón en el lavamanos, lo vuelve a llenar con agua fresca y pone dentro sus espléndidas rosas. Las coloca con mimo.

—Ya está, así tienen espacio y se abrirán… En un par de días estarán preciosas.

Diletta sonríe.

—Yo, en cambio, necesitaré un poco más.

—No es verdad —Filippo la mira—. Estás tan guapa como lo estabas en el instituto. En realidad, el año pasado suspendí a propósito para poder seguir viéndote…

—Sí, y yo voy y me lo creo.

Filippo se echa a reír.

—Digamos que era algo inevitable y entonces me dije, por lo menos podré seguir viéndola.

Luego la mira fijamente a los ojos. Diletta, un poco azorada, golpea la sábana con la mano, como para arreglarla.

—Ufff, que calor, ¿eh…?

—Sí. —Filippo sonríe y coge una silla—. ¿Puedo?

—Claro.

—Gracias. —Y se sienta—. Es que está llegando el verano. Pero nosotros no tenemos prisa.

Fuera de la habitación. Olly tiene pegada la oreja a la puerta e intenta escuchar lo que dicen. Niki le tira de un brazo.

—Venga, déjala tranquila… ¿Qué más te da?

—Cómo que qué más me da, ¿estás de broma? Ha sido idea mía, hasta le he obligado a traer flores.

Erica le da un empujón.

—Está bien, pero ¿no irás a decirme que también elegiste tú esas magníficas rosas?

—No, eso no. Pero la idea ha sido mía. Diletta siempre quiso ir… a ver la Gran Manzana… Pero ¡como por el momento está aquí atrapada, por lo menos que vea la Gran Banana!

—Contigo es imposible, Olly. Eres una borde total.

Empiezan a empujarse y a reír, a correr por el pasillo, bajo la mirada molesta de alguna enfermera. Luego ven pasar a una monja y empiezan a jugar en broma.

—¡Tuya! —empieza Olly, al tiempo que le da un manotazo a Niki.

—¡Tuya! —Niki le da a Erica al vuelo, que, veloz como un rayo se vuelve y toca de nuevo a Olly.

—¡Tuya! ¡Y no vale devolverla!

—Jo, así no se puede jugar.

Erica mira al fondo del pasillo.

Se da cuenta de que los padres de Diletta están a punto de entrar en la habitación.

—¡Oh no, chicas! Se supone que teníamos que montar guardia.

—¡No te preocupes! —Olly se pone la mano abierta cerca de la boca, más borde que de costumbre a propósito—. ¡Filippo lo tiene todo pensado!

Luego toca a la monja, se echa a reír y sale corriendo del hospital, seguida por sus amigas.

Y llegan otros días. Ahora más tranquilos.

—¿Estáis todas en casa? Pero esta noche salimos, ¿no? Venga, que hay una fiesta en el Goa, una pasada, con el DJ Coko. Y otros ingleses además, que se van alternando en las consolas.

—Olly, no falta nada para la Selectividad, tenemos que estudiar, y tú también deberías.

—Pero, Niki, estamos perdiendo los mejores años de nuestra vida.

—Espera, ¿quién dijo eso?

—Zero.

—¿Seguro?

—No. Renato…

—Sí, vete a cantárselo a mis padres y ya veremos qué te responden.

Noventa y cinco

Brainstorming.
Reunión en la oficina. Intuiciones. Fantasías. Hipótesis.

—No, eso no sirve. Está muy visto.

—¡Demasiado irreal!

—Quieren algo natural.

—¿Qué os parece una ciudad donde todos trabajen como camellos y se pasen el caramelo como si fuese una droga?

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