Perdona si te llamo amor (61 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Todos miran a Andrea Soldini.

—Vale, vale, era sólo una idea.

Y pasa una semana volando, sin resultados.

Y ese día, en la oficina. Alessandro se da cuenta de que su teléfono está sonando. Lo coge y mira la pantalla. Sonríe. Nada. No ha podido resistirlo.

—Hola, Niki.

—Eh… Hola. ¿No me dices nada?

Alessandro se hace el duro por teléfono.

—¿Por qué, qué tendría que decirte? ¿Tenía que recordarte algo…?

—¡El que tenía que acordarse de algo eres tú! ¡Hoy es dieciocho de mayo! Mi cumpleaños.

Alessandro se ríe por lo bajini y, antes de hablar, vuelve a ponerse serio.

—Es verdad, amor, perdona, perdona, ahora mismo paso a buscarte.

—Sí, sí, pero ésta no te la perdono… ¿Cómo no vas a acordarte de este día? Qué mal. Mi primer cumpleaños contigo, juntos, y, sobre todo…, ¡cumplo dieciocho años!

—Tienes razón, perdóname. En un minuto me reúno contigo.

—No sé si… —Niki mira de repente su teléfono. ¿Será posible? Me ha colgado. Alex me ha colgado. Vaya, han cambiado las tornas. Éste se debe de haber vuelto loco.

A los pocos minutos, Alessandro le envía un mensaje.

«Baja, tesoro… estoy a la puerta de tu casa.»

Niki lo lee. Claro, qué fácil. Te olvidas de mi cumpleaños y luego pretendes arreglarlo. Ya veremos si eres capaz de hacerlo.

Niki baja y se monta en el coche. Está de morros, tiene los brazos cruzados y, rápidamente, pone los pies en el salpicadero a propósito.

—¿Qué tienes que decir?

—Cariño, perdóname, perdóname…

Intenta besarla y ella se resiste.

—¡Ni hablar! ¡Ni siquiera habrás pensado en mi regalo!

—Bueno, te lo haré dentro de unos días; a lo mejor algo precioso.

Niki le da un puñetazo en el hombro.

—¡Ay!

—No me importa que sea algo precioso, lo grave es que te hayas olvidado.

—Tienes razón, pero ya sabes, el trabajo, esta publicidad para los japoneses…

—Oye, ya no puedo más con esa historia. ¡Mejor te lías directamente con una japonesa!

—Hummm… lo pensaré; no me disgusta, ya sabes, una hermosa geisha.

Niki le da otro puñetazo.

—¡Ay, sólo estaba bromeando!

—¡Pues yo no!

Alessandro arranca y se van.

—He hecho una reserva en un lugar muy bonito, ¿te apetece?

Niki sigue haciéndose la enfadada.

—No lo sé, vamos y ya veré si se me pasa. Todos menos tú se han acordado hoy de mi cumpleaños.

—¿Quiénes son todos?

—Pues todos. Y son muchos. Por no hablar de los regalos que he recibido en estos días. En especial de los SS…

—¿Y esos quiénes son? —Alessandro la mira preocupado.

—Los Sufrientes Suspirantes. Aunque en estos momentos tienen más posibilidades que tú, porque por lo menos se han acordado.

Alessandro sonríe.

—Cariño, intentaré hacérmelo perdonar; dame al menos otra oportunidad. A todo el mundo se le concede una segunda
chance
.

Niki se vuelve hacia él.

—Ok, te doy una. Veremos lo que haces con ella.

Alessandro sonríe de nuevo.

—Haré buen uso. —Luego mira por la ventana y, al ver un puesto de diarios, se acerca—. ¿Me haces un favor?

—Dime.

Le señala el quiosco que queda enfrente.

—Ve y tráeme
Il Messaggero
, es que hoy no he tenido tiempo de leerlo.

Niki suelta un resoplido.

—Trabajas demasiado.

Se baja, en seguida. Alessandro rebusca dentro de su bolsa. Nada. Todavía nada. Mira hacia fuera, preocupado, no vaya a ser que Niki regrese y lo descubra. Niki acaba de pagar y está a punto de volver al coche. Alessandro abre la ventana.

—Por favor, ¿me traes también
Dove
?

—¡Jo, me lo podrías haber dicho antes!

—¡Tienes razón, disculpa, lo siento!

—Amor significa no tener que decir nunca lo siento… Tú mismo me hiciste ver la película y ahora te olvidas. ¿Quieres algo más?

—No, gracias.

—¿Seguro?

—Sí.

Alessandro le sonríe. Niki da media vuelta de nuevo y vuelve al quiosco. Alessandro se pone a rebuscar otra vez. Mientras lo hace vigila a Niki. La vigila y sigue buscando. Niki acaba de pagar, coge los periódicos y se da la vuelta para regresar al coche. Justo a tiempo. Alessandro sonríe. Lo encontré. Aquí está. Todo en orden. Perfecto. ¡Es perfecto! Niki sube de nuevo al coche.

—Disculpa, pero estaba pensando, ¿de verdad necesitabas ahora todos estos periódicos? Vamos a cenar… es mi cumpleaños… ¿qué necesidad tienes de leer?

—Tienes razón. Son para después. Hay un artículo que me han recomendado.

Niki se encoge de hombros. Alessandro arranca. Pone un CD. Intenta distraerla de alguna manera.

—Bueno, ¡dices que habías recibido muchos regalos! ¿Te han regalado algo bonito?

—Bonito no… ¡Una pasada!

—Venga, dime alguno.

—Veamos, mis padres unos pendientes preciosos de perlas con pequeños diamantes alrededor. El tacaño de mi hermano me ha sacado un abono para el Blockbuster…, yo creo que más para él que para mí. ¡Lo que no sabe es que allí no alquilan pelis porno! Mis tías y mis primos me darán sus regalos en la fiesta que celebraremos la semana que viene. Mi padre quiere hacer algo a lo grande, con una orquesta que toque valses y todo eso, en el hotel de un amigo suyo.

—¡Qué bien! Finalmente conoceré a tu familia.

—¡Pues claro, no faltaba más! Mira, después de olvidarte de mi cumpleaños, será un milagro si vuelves a verme.

—Vaya manera de dar una segunda oportunidad.

—¡Es que tú me pides imposibles! ¡¿Tú crees que es buena idea hacer que conozcas a toda mi familia?! ¡Te será más fácil encontrar una idea para los japoneses!

—Ni me lo recuerdes. ¿Y tus amigas las Olas, qué te han regalado?

—Aún no lo sé. Se están haciendo las misteriosas. No sé cuándo me lo piensan dar.

Alessandro se ríe por lo bajini.

—Ah, ya veo.

Niki mira por la ventana.

—¿Adónde vamos?

—Es un sitio que hay por aquí cerca, donde se come muy bien. Se llama Da Renatone, está en Maccarese.

—No lo conozco.

Alessandro sigue conduciendo. Niki mira la carretera, que de improviso se bifurca. Alessandro continúa recto.

—Pero si querías ir a Maccarese, tenías que haber girado a la derecha… hacia Fregene.

—Tienes razón, me he equivocado, pero puedo seguir por aquí y así me incorporo en la próxima salida. —Alessandro acelera un poco, mientras mira su reloj. Vamos bien de tiempo. Niki está más tranquila ahora. Sube el volumen de la música. Continúa mirando por la ventana. Alessandro se pasa también la segunda salida.

—¡Eh, te has vuelto a equivocar!

Alessandro sonríe.

—¿Sigo teniendo todavía mi segunda oportunidad? Puede que haya hecho bien en equivocarme…

Y toma a toda velocidad la curva a la derecha, que conduce a los bajos de un gran edificio. Donde hay un aparcamiento.

—Aquí estamos. Fiumicino. Y éstos —se saca algo del bolsillo—, son dos billetes para París. ¡Feliz cumpleaños!

Niki se le echa encima.

—¡Entonces no te habías olvidado! —Y lo besa, emocionada.

—No. Los periódicos eran una excusa para ver si llevabas encima el carnet de identidad. Por suerte he visto que sí, de lo contrario hubiese tenido que confesarte todo mi plan.

Niki lo mira extasiada. Justo en ese momento, el CD llega a la pista diez. Suena una canción.
Oh Happy Day
.

Alessandro mira la hora. Enrico y sus
compilation
. Es increíble. Como un reloj suizo. Y a los acordes de esa canción, Niki vuelve a besarlo.

—Así no vale. Tenías sólo una oportunidad. ¡No tenías también que hacer que me enamorase!

Alessandro se aparta y la mira con sorpresa.

—¿Por qué? Creía que ya lo estabas. En ese caso no vamos a ninguna parte. Yo sólo llevo a París a mujeres locamente enamoradas.

Niki hace como si fuese a pegarle. Se detiene.

—Pero hay un problema.

—Es verdad, no había pensado en ello. Tienes que avisar a tus padres. Bueno, invéntate una excusa, de todos modos, volvemos mañana por la noche.

—No, eso es lo de menos —sonríe Niki—. Ya ves… ¡mentira más, mentira menos! Además, ahora que ya tengo dieciocho años, mi madre y yo nos lo podremos decir todo en serio, pero todo. —Entonces se acuerda del último bofetón. A lo mejor sería preferible inventarse algo—. Pero de todos modos ése es un problema menor. Lo que pasa es que no me he traído nada.

Alessandro baja y abre el portaequipajes. Saca dos maletas idénticas, una azul y una burdeos.

—Ésta es la mía —y señala la azul—, y ésta es la tuya. Espero que te guste todo lo que he elegido para ti. Creo que he acertado con las medidas. En lo referente al gusto, a lo mejor he acertado en algo. No pretendo imponerte nada. A mí me gustas siempre, te vistas como te vistas. Y si decides no vestirte, entonces, ¡me gustas aún más!

Niki lo abraza. Luego se baja del coche. Y entran los dos en el aeropuerto con sus flamantes maletas de ruedas que difieren tan sólo en el color. Se ríen, bromean. Viajeros jóvenes sin citas importantes. A no ser con su sonrisa.

—¡Qué fuerte! No veo la hora de abrir la maleta, me muero de curiosidad… ¡A saber lo que me habrás comprado!

—Bueno… —Alessandro sonríe—. Ha sido un atrevimiento. De todos modos, era difícil que te gustase algo, así que he procurado que por lo menos me gustase a mí.

—¡Dios mío! ¡Sólo espero no tener que ir vestida con una bata de colores estilo superhéroe japonés!

—Ya lo verás. De todos modos estaremos lejos, nadie te conocerá.

Niki se detiene.

—Dame un momento para llamar a casa. —Marca rápidamente un número sin ni siquiera buscarlo en la agenda—. ¿Sí? Hola, mamá, soy Niki.

—Ya lo veo. ¿Dónde estás?

—¿Estás preparada? En el aeropuerto. Me acaban de regalar una maleta llena de ropa nueva para mí. Estoy a punto de subirme a un avión —se detiene y tapa el micrófono— ¿A qué hora salimos, Alex?

—A las siete y cuarenta, como en la canción de Battisti. Pero ¡nosotros no vamos a dejarnos, nos vamos juntos…! —Y le explica rápidamente las etapas del viaje.

Niki sonríe y destapa de nuevo el micrófono.

—Salimos a las siete y cuarenta para París. Llegamos al Roissy-Charles de Gaulle. Después alquilamos un coche y nos vamos al hotel a cambiarnos. Más tarde, iremos a tomar algo a la orilla izquierda del Sena, cena en Montparnasse, y mañana excursión a Eurodisney, después de una visita turística por el centro. Regreso por la noche. Por supuesto, estamos solos él y yo. Y cuando digo él, me refiero al falso agente de seguros que conociste.

Silencio del otro lado. Niki aguarda un momento y empieza a hablar de nuevo.

—Mami, no te habrá dado un patatús, ¿eh?

—No.

—Lo sabía. Estoy con mis amigas, que me han preparado una fiesta y después me pensaba quedar a dormir en casa de Olly.

—Vale, así está mucho mejor. No te acuestes muy tarde, no comas ni bebas demasiado. Mándame un mensaje para confirmarme que te quedas en su casa. No apagues el teléfono.

—Ok, mamá.

—Ah, otra cosa…

—Dime.

—Felicidades, cariño mío.

—Gracias, mamá. Oye, si sigues así, pierdo el avión.

—Boba… que te diviertas.

Niki cuelga.

—¡Se lo he dicho!

Alessandro le sonríe.

—¡Corre o vamos a perder el avión de verdad!

Y echan a correr arrastrando sólo sus maletas nuevas. Ligeros. Sin miedo. Sin prisa. Sin tiempo. Con la mano perdida en la del otro. Y nada más. Ninguna cita, ninguna preocupación, ningún empeño. Nada. Más ligeros que una nube.

Noventa y seis

—Ésta es nuestra habitación.

—¡Es preciosa! —Apenas acaba de dejar su maleta encima de la cama y Niki ya la está abriendo llena de curiosidad.

—Me está volviendo loca, te lo juro… ¡Quiero ver!

Y observa divertida todas las cosas elegidas a ciegas para ella. Una camiseta de algodón ligero, color lila. Unos pantalones un poco más claros. Un par de zapatos Geox con algún adorno brillante. Una cazadora negra de piel. Una camisa blanca de cuello grande, largo y en punta y puños rígidos; estilo Robespierre, para que haga juego con París. El resto de la tela es transparente, de una seda ligera y elegante. Y también, oculto debajo del resto, hay un vestido largo, negro. Niki lo coge, lo desdobla. Se lo pone por encima. Es precioso. Con un escote profundo, provocativo. Se abrocha a la espalda, dejando los hombros al descubierto. Y cae suavemente, hasta cubrir unos espléndidos zapatos de raso negro, de tacón alto; elegantes, con pequeñas hebillas laterales. Modernos como ella cuando se los pone. Y más. Ella camina, desfila, se ríe, mientras baila en esa habitación.

Luego baja por una gran escalinata, del brazo de él. Hasta el hall del hotel. Rey y reina de una noche fantástica. Única. Casi imperceptible, tanta es su belleza. Cogen un taxi y cenan junto al Sena. Marisco, champán, pan crujiente, una
baguette
a rebanadas para mojar en la salsa del pescado. Tan especial, tan bueno, tan fuerte, tan caliente. Como la lubina a la sal, fresca, con unas gotas de limón, ligera como el aceite que la baña apenas junto con un poco de perejil finamente picado. Y más champán. Un delicado francés se acerca con una pequeña guitarra. Otro con unos bigotes curiosos, estilo de Dalí, aparece por detrás. Lleva una armónica entre las manos. Y tocan divertidos, a pesar de haberlo hecho mil veces,
La vie en rose
. Y una señora mayor, olvidándose de su edad, ya no tan joven, se levanta de una mesa que hay al fondo del local y empieza a bailar. Y cierra los ojos, y levanta los brazos al cielo, dejándose llevar por la música. Y un hombre que no la conoce, no la deja sola. Se levanta él también. Se le acerca. Ella le sonríe. Abre los ojos y coge esas manos que la buscan. A lo mejor lo estaba esperando. Quién sabe. Y siguen bailando juntos, pequeños héroes que no sienten vergüenza ante esas notas que hablan de amor. Y se miran a los ojos y sonríen sin malicia, sabedores de que algún día alguien los recordará. Y Niki y Alessandro los miran desde lejos. Se toman de las manos y sonríen, cómplices de esa espléndida magia, de esa extraña fórmula, de ese código secreto que empieza y termina sin un porqué, sin reglas, como una marea inesperada en una noche de amor sin luna. Después llega la crema pastelera, un solo cuenco y dos cucharillas. Niki y Alessandro combaten divertidos, en una extraña lucha por el último bocado. Luego se toman un passito de Pantelleria, una sorpresa italiana en medio de esos sabores tan franceses. Niki acaba de tomar un sorbo cuando se apagan las luces. Se queda con la copa suspendida en el aire. A lo lejos, por la ventana del restaurante se ven los reflejos de la luz en el Sena. Antiguos edificios de una belleza sin igual iluminan la noche. En el restaurante empieza a sonar una música suave. Y del fondo de la cocina una puerta doble se abre y, como por arte de magia, aparece un cocinero con su gorro alto y blanco. Lleva una mano delante, ligeramente abierta. Está protegiendo algo. Por detrás de sus dedos aparece una luz. Y, libre en parte, esa llamita baila entre los dedos del hombre. Atraviesa pequeñas corrientes de sabores diferentes por el restaurante. De repente, el cocinero aparta la mano. Y se ilumina por completo la tarta que lleva.

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