Perdona si te llamo amor (65 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Alessandro sonríe.

—Ponte ahí, al lado de la escultura. Quiero estrenarla ahora mismo.

Niki se esconde detrás y se asoma con timidez, cubriendo su desnudez.

—Lo hago sólo por ti. Yo soy muy vergonzosa. Venga, hazla ya, antes de que cambie de idea.

Alessandro la encuadra. Está hermosísima en esa penumbra del salón, abrazada a aquella blanca escultura.

—Ya está. Mira. —Alessandro se acerca a Niki y le muestra la foto—. Podría ser un cuadro. Ya tengo el título.
El mar, el arrecife… y el amor
. —Se dan un beso.

—¿A qué hora tienes que volver a casa?

—No tengo que volver. Les dije a mis padres que me iba a estudiar a casa de Olly y que después me quedaría a dormir allí.

Alessandro le sonríe.

—¿Lo ves…? A veces estudiar sirve de algo.

Ciento uno

Más tarde. Noche. Noche profunda. Luces apagadas. Un viento suave que viene de lejos, del mar. La luna llena ilumina la terraza. Las cortinas bailan levemente. En la penumbra de la habitación, Alessandro está despierto. Mira a Niki mientras duerme. Lleva puesta su camisa azul celeste. Qué extraña es la vida… Aquí estoy, he celebrado mis treinta y siete años con una chica que acaba de cumplir dieciocho. Estaba a punto de casarme. Y, de repente, sin ni siquiera un porqué, me quedé solo. Elena ni siquiera se ha acordado hoy de felicitarme, ni un mensaje, ni una llamada. Puede que haya optado precisamente por no felicitarme. Pero ¿por qué? ¿Por qué quiero justificarla? Tengo la impresión de que mi vida resulta incierta, caótica, con el riesgo, ¿qué digo?, la certeza casi, de pifiarla en el trabajo e ir a parar a Lugano. Y sin embargo, en este momento soy feliz.

Alessandro la mira mejor. Y mi felicidad depende de ella. De ti… Pero ¿quién eres tú? ¿Podemos ser de verdad un cuento de hadas? ¿No es más fácil que tú te acabes cansando de esto? Te quedan todavía tantas cosas por hacer que yo ya he hecho… A lo mejor te encuentras a alguien más divertido que yo. Más joven. Más simplemente estúpido. Alguien que te pueda hacer sentir de tu edad, uno que todavía tenga ganas de ir a la discoteca y bailar hasta las cuatro de la mañana, y hablar de cosas inútiles, idiotas pero livianas, hermosas, cosas que carecen de final, que no sirven para nada, que no tienen que significar algo por fuerza, pero que hacen reír tanto… Y hacen sentir tan bien. Cómo echo de menos las cosas estúpidas.

De repente, Niki se agita. Como si estuviese oyendo esos pensamientos. Se pone boca abajo y, a pesar de que sigue durmiendo, sube las piernas y las dobla. Una posición cómica, extraña, imperfecta. Y justo en ese momento, Alessandro la ve. Nítida. Clara. Perfecta. Se le acaba de ocurrir la idea. Se baja de inmediato de la cama, coge la cámara digital que le acaba de regalar Niki. Sube despacio las persianas. E, iluminada por la luna, se apodera de esa imagen. Clic. Y espera. Niki se vuelve un poco. Y otra vez clic, otra foto. Y más espera. Y silencio. Y noche. Y otro clic, y clic. Y al cabo de media hora, de nuevo clic. Foto. Una tras otra, roba esas imágenes. Las rapta. Las hace suyas. Las aprisiona en esa máquina encantada. Luego se dirige a su ordenador, las descarga, las salva. Poco después, clica sobre esas imágenes acabadas de salir, frescas todavía de creatividad. Y trabaja en ellas con el Photoshop. Y las aclara, las colorea, modifica cosas. También el cielo real de la ventana empieza a aclararse. Está rayando el alba. Alessandro continúa trabajando. Va a la cocina y se prepara un café. Después regresa a su ordenador y sigue trabajando. Son casi las nueve cuando acaba.

—Cariño, despierta.

Niki se da la vuelta en la cama. Alessandro está a su lado. Le sonríe cuando ella abre los ojos.

—Pero ¿qué hora es?

—Las nueve. Te he traído el desayuno.

Apoyado en la mesita de al lado hay un café con leche todavía humeante, un yogur, un zumo de naranja y cruasanes.

—¡Hasta cruasanes! Eso quiere decir que tú has salido ya… ¿Cuánto hace que estás despierto?

—¡No he dormido!

—¿Qué? —Niki se incorpora—. ¿Y por qué, te sentías mal? ¿No estaba bueno el sashimi?

—No, todo estaba buenísimo, y tú eres hermosísima. Y, sobre todo, has estado perfecta.

Niki muerde un cruasán.

—Tú también…

—No, tú más…

—Bueno —toma un poco de zumo de naranja—, digamos que la
geisha
tiene el dominio de la situación en esos casos… Y te aseguro que no pretendo ser vulgar…

—Lo sé. Has estado perfecta mientras dormías.

—¿Por qué? ¿Qué he hecho?

—Me has inspirado. Ven.

Niki termina de beber su zumo y baja de la cama. Sigue a Alessandro al salón. Y al llegar no se lo puede creer. Colgadas de la pared hay tres grandes fotos suyas, dormida en las posturas más extrañas.

—Eh…, pero ¿qué ha pasado?

Alessandro sonríe.

—Nada, eres tú mientras duermes…

—Ya lo veo, pero debía de tener una pesadilla. Me debió de sentar mal el sushi o el sashimi… Mira ésa… Estoy totalmente contorsionada. A saber lo que estaría soñando.

—No lo sé. Pero me has hecho soñar a mí. Se me ha ocurrido la idea.

Alessandro se acerca a la primera foto, en la que aparece Niki con las piernas encogidas.

—Mira, aquí tenemos a una chica que duerme de un modo extraño, que tiene malos sueños… —Alessandro se desplaza hacia la segunda foto. En ésta, Niki está torcida, un brazo le cae de la cama y toca el suelo—. Tiene pesadillas. —Alessandro pasa a la tercera foto. Niki está boca abajo, con las nalgas levantadas, las sábanas tensas—. Mejor dicho, tiene unas pesadillas espantosas…

—¡Madre mía, aquí estaba mal en serio!

Entonces Alessandro se detiene ante la cuarta y última foto. Está vuelta contra la pared.

—¡Y aquí está la idea! —Le da la vuelta. Niki duerme tranquila. Tiene una expresión serena, beatífica, con las manos alrededor de la almohada y una leve sonrisa, casi un pequeño gesto de satisfacción. Está preciosa. Y encima, aparece el paquete de caramelos con un enorme eslogan: «Sueñas… con LaLuna».

Alessandro la mira feliz.

—¿Qué? ¿Te gusta? ¡Para mí es preciosa, tú eres preciosa, mejor dicho, tú y LaLuna resultáis preciosas!

Niki observa de nuevo la sucesión de fotos.

—Sí, ¡es muy fuerte! ¡Bravo, mi amor!

Alessandro no cabe en sí de gozo. Abraza a Niki y la levanta, la cubre de besos.

—Qué feliz soy… Por favor, dime que serás mi modelo… La chica de los jazmines se convierte en la chica de los caramelos. Por favor, dime que la que estará en los carteles serás tú.

—Pero quizá no me quieran a mí, Alex…

—¿Qué dices? ¡Tú eres perfecta, eres la nueva Venus de los caramelos, eres la Gioconda dulce! Estarás en todas las vallas del mundo, todos te verán, serás conocida en las tierras más lejanas, serás famosa en los lugares más dispersos. Vaya, ¡que si algún día volvemos a Eurodisney, serán Mickey y los demás los que vendrán a pedirte un autógrafo!

—Pero Alex…

—Por favor, dime que sí.

—Sí.

—Ok. Gracias. —Alessandro va corriendo hacia las fotos, las descuelga una tras otra, las recoge, las deja sobre la mesa para ponerlas en orden y las mete dentro de una carpeta.

—¿Nos vamos? ¿Estás lista? Te acompaño y luego me voy directo a la oficina.

—No te preocupes, tengo mi ciclomotor.

—¿Estás segura? Entonces, ¿puedo irme?

—Venga, vete. Yo me arreglo con calma y después me voy.

—¿Tranquilamente? Pues claro. Tú aquí puedes hacer lo que te parezca, quédate el tiempo que quieras, vuelve a la cama si te apetece, acaba de desayunar, date un baño, una ducha, mira la tele… Pero yo me tengo que ir… —Alessandro coge la carpeta, se pone la chaqueta y se dirige hacia la puerta. Entonces se detiene y vuelve atrás.

Niki se ha quedado quieta en medio del salón.

Le da un beso larguísimo en los labios.

—Perdona, amor, no sé dónde tengo la cabeza. —Se aparta y deja escapar un largo suspiro—. Gracias, Niki. Has vuelto a salvarme por segunda vez. —Y sale corriendo del salón.

Ciento dos

—¿Está Leonardo?

—Está en su despacho, hablando por teléfono…

Alessandro no espera un segundo y entra en el despacho de Leonardo sin ni siquiera llamar a la puerta.

—¿Estás listo? La encontré. La tengo. Está aquí dentro. —Alessandro señala la carpeta.

Leonardo contempla incrédulo a Alessandro y su entusiasmo.

—Perdona, amor, pero ha entrado un loco y te tengo que dejar… te llamo más tarde. —Leonardo cuelga el teléfono—. ¿Qué ocurre? ¿Qué llevas ahí dentro?

—Esto. —Alessandro abre la carpeta y apoya sobre la mesa una tras otra, en secuencia, las tres fotos. Niki durmiendo de las maneras más extrañas. Boca abajo pero encogida, con un brazo por el suelo, con el culo en pompa. Se detiene. Espera un segundo. Capta de este modo aún más la atención de Leonardo, que ahora lo está mirando con curiosidad, atento, con los sentidos alerta. Como un sabueso que acecha a su presa.

—¿Estás listo? ¡Ta-chán! —Y deja sobre la mesa la última foto. Niki durmiendo beatíficamente bajo los caramelos y con el eslogan encima: «Sueñas… con LaLuna».

Leonardo la mira. Se queda en silencio. Luego toca la foto con delicadeza. Casi preocupado por si la estropea. Se levanta, da la vuelta a la mesa, se dirige hacia Alessandro. Lo abraza.

—Lo sabía, lo sabía… Sólo tú podías conseguirlo. Eres el más grande, el mejor.

Alessandro se escabulle del abrazo.

—Espera, Leonardo, espera a celebrarlo. ¿Cuál es la fecha límite para la entrega?

—Mañana.

—Pues enviémoslas ahora mismo. Probemos, venga, veamos qué dicen.

Leonardo se detiene un momento a pensarlo, luego se decide y sonríe.

—Sí, tienes razón, es inútil esperar. Venga, vamos.

Se van corriendo los dos a la sala donde están los ordenadores del equipo gráfico y rápidamente le dan un lápiz de memoria a una ayudante.

—¡Giulia, recupere las fotos que hay aquí dentro!

La chica se pone de inmediato a hacer el trabajo que le piden.

—Así, muy bien. Ahora prepare un mail para los japoneses, añada las cuatro fotos como adjunto y apártese, por favor. —Alessandro se sienta en el lugar de Giulia y empieza a escribir a toda prisa en inglés. Lo envía.

Leonardo lo mira un poco perplejo.

—Alex, ¿no será un poco atrevido escribirle una cosa así a su director de marketing?

—Me pareció un tipo con sentido del humor… Y en el fondo no está tan mal escribir que en Italia ya hemos empezado a soñar. De todos modos, Leo, el único problema de verdad es si les gusta o no.

Se quedan ambos frente al ordenador, esperando una respuesta. Alessandro se levanta y se coloca de pie, al lado de Leo.

—Me lo estoy imaginando. —Alessandro cierra los ojos—. Acaba de descargar su correo. Está abriendo los adjuntos… Bien, ahora está imprimiendo las fotos… Las deja secar. —Alessandro abre los ojos y mira a Leonardo. Luego mira hacia lo alto y sigue imaginando—. Ahora se las está llevando a la sala de reuniones, las cuelga en los paneles, ahora coge el teléfono, convoca a toda la comisión…

Leonardo mira su reloj.

—Bien, acaban de entrar. Algunos toman asiento. Las miran. Otro se levanta, quiere verlas de cerca. Llega el director. Las quiere ver de muy cerca. Da la vuelta a la mesa, se dirige al panel, mira la primera, la segunda, la tercera, se detiene ante la última. Un buen rato. Un poco más aún. Luego se vuelve hacia los demás… ha llegado el momento decisivo. Ahora o sonríe o niega con la cabeza. Ya han tomado una decisión. En este momento, el director le está encargando a alguien que responda a nuestro mail… La respuesta tendría que estar entrando ahora.

Alessandro y Leonardo se acercan de nuevo al ordenador. No hay ningún mensaje todavía. Nada.

—El director está indeciso. Aún lo está pensando —Leonardo interviene.

—Puede ser que alguien haya dicho algo. A lo mejor quieren un eslogan diferente.

—Puede ser. Pero no es buena señal que nos hagan esperar tanto.

—Depende.
No news, good news
… —Y justo en ese instante, aparece escrito en la pantalla: «Tiene un nuevo mensaje de correo.»

Alessandro se sienta de nuevo frente al ordenador. Clica encima y hace desaparecer el aviso. Un icono abajo a la derecha indica que el servidor está descargando el correo. Alessandro espera. Lo abre. En la lista de correos recibidos aparece en primer lugar la dirección electrónica de los japoneses. Alessandro se vuelve hacia Leonardo. Lo mira. Éste le hace una señal con la cabeza.

—¿A qué esperas? Venga, ábrelo.

Alessandro selecciona el correo con el ratón. Lo abre.

«
Incredible. We're dreaming too
…»
[6]
.

Alessandro no puede creer lo que están viendo sus ojos. Da un grito de alegría. Se levanta del ordenador, empieza a dar saltos de felicidad, luego se abraza a Leonardo. Se ponen a bailar juntos, arrastrando también a Giulia, que baila con ellos, feliz, aunque sólo sea por solidaridad y por un natural sentido del deber. Y justo en ese momento pasan Giorgia, Michela, Dario y Andrea Soldini. Los ven que están saltando como locos, dando gritos de felicidad, bailando… Leonardo y Alessandro parecen haberse vuelto locos. Giulia, agotada, se ha dejado caer en su silla. Todos entran en la sala. Pero Andrea Soldini es más rápido y corre junto a Alessandro.

—¿Es lo que estoy pensando? Dime que es lo que estoy pensando.

Alessandro afirma con los ojos, con la cabeza, con todo.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!

—¡¡¡No me digas!!! —Y todos se ponen a bailar juntos. Andrea da saltos sobre sí mismo, practica una extraña danza mexicana, una vaga imitación del baile final de Bruce Willis en
El último Boy Scout
. Luego baila al lado de Alessandro.

—Dime una sola cosa… no te enfadarías por la botella de champán, ¿verdad?

—¿Enfadado? ¡Fue precisamente tu regalo el que nos ha hecho ganar!

Y siguen bailando así, alegres, bulliciosos, cansados, desenfrenados, relajados al fin, abandonando toda la tensión acumulada en días y más días de trabajo.

Marcello, Alessia, el resto de las personas de su equipo están asomados a la puerta. Los han oído gritar. Alessia sonríe. Lo ha entendido todo. Alessandro la ve desde lejos y le guiña el ojo. Luego levanta el brazo con el puño cerrado, en señal de victoria. Alessia mira a Marcello y, sin preguntarle siquiera, entra en la habitación y se acerca a Alessandro:

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