Perdona si te llamo amor (69 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

—¡Cambio!

Poco después están todas fuera. Elena se acerca a la nueva pareja de amigas.

—¿Conocíais este restaurante? ¿Habéis visto lo bien que se come?

—Uy, sí, la verdad. —Y empiezan a conversar entre ellas. Un poco más allá, Cristina se acerca a Susanna, y las mira—. Bueno, Elena me parece feliz y contenta, de manera que tengo razón: él no le ha contado absolutamente nada.

—O quizá sí y, aunque ella no esté bien, no lo demuestra.

Susanna niega con la cabeza.

—No sería capaz. Elena habla mucho, se comporta de esa manera, se hace la dura, pero en realidad es muy sensible.

—Lo siento, pero no habéis entendido nada. —Camilla se acerca y las mira como si fuesen unas ingenuas. Sonríe—. Elena y yo tenemos amigos comunes. Os aseguro que es la mejor actriz que yo me haya echado a la cara jamás. —Y mientras lo dice, mueve la cabeza y tira su cigarrillo al suelo—. Bueno, yo entro, no vaya a ser que ya hayan llegado los segundos.

Y después de los segundos llegan los postres. Y luego la fruta y el café, y una grappa y un licor. Todo parece recuperar el mismo paso de siempre. Tum. El mismo ritmo. Tum. Tum. Las mismas charlas. Tum. Tum. Tum. Y, de repente, todo aminora el paso. Y parece tremendamente inútil. Alessandro los mira, mira a su alrededor. Los ve a todos que hablan, gente que se ríe, camareros que se mueven. Tanto ruido pero ningún ruido verdadero. Silencio. Es como si flotase, como si le faltase algo. Todo. Y Alessandro se da cuenta. Ya no está. No está aquel motor, el verdadero, el que hace que todo avance hacia delante, el que te hace ver las gilipolleces de la gente, la estupidez, la maldad, y tantas otras cosas y muchas más pero en su justa medida. Ese motor que te da fuerza, rabia, determinación. Ese motor que te da un motivo para volver a casa, para buscar otro gran éxito, para trabajar, cansarte, esforzarte, para alcanzar la meta final. Ese motor que, después, decide hacerte descansar justo entre sus brazos. Fácil. Mágico. Perfecto. Ese motor amor.

Ciento trece

Los días pasan lentos, uno tras otro, sin que sean diferentes. Esos días extraños de los que uno no se acuerda ni de la fecha. Cuando por un instante te das cuenta de que no estás viviendo. Te está ocurriendo lo peor que te podía pasar. Estás sobreviviendo. Y a lo mejor todavía no es demasiado tarde.

Luego, una noche. La noche aquella. De repente. Vivir de nuevo.

—Ufff, qué calor… ¿tú no sientes el calor que hace, Alex?

Elena se vuelve hacia él. Alessandro conduce tranquilo, pero a diferencia de ella, tiene la ventanilla abierta.

—Sí, sí hace calor, pero así me entra un poco de aire…

—Ya, claro, pero podrías cerrarla, a mí me molesta. Esta tarde he ido a la peluquería y me estoy despeinando. ¿No tienes aire acondicionado? Pues ¡úsalo!

Alessandro prefiere no discutir. Cierra la ventanilla y enciende el aire. Regula el termostato a 23.

—Pero ¿cuánto falta para la casa de los Bettaroli?

—Ya casi hemos llegado.

Elena mira por la ventanilla y ve un florista.

—Mira, párate allí, así cogemos unas flores, algo, no podemos presentarnos con las manos vacías.

Alessandro se detiene. Elena se baja del Mercedes y habla con un joven marroquí. Le señala las flores y le pregunta los precios. Luego, indecisa todavía, opta por otro ramo. Alessandro apaga el aire. Abre la ventanilla y enciende la radio. Y, como por arte de magia, se está acabando una canción. Y comienza otra. Ésa.
She's The One
… Alessandro se queda allí, apoyado en el respaldo. Y una sonrisa nostálgica se apodera repentinamente de él.
«When you said what you wanna say…

»And you know the way you wanna say it…

»You'll be so high you'll be flying…»
Robbie Williams sigue cantando. Pero qué quiero yo… y se acuerda del primer encuentro. Ella caída en el suelo. Él que se baja preocupado… Luego ella abre los ojos. Lo mira. Sonríe. Y la música que continúa…
«I was her she was me…

»We were one… we were free.»
Ese momento. La magia de una noche de verano. Calor. Frío. Lentamente, el cristal se empaña. Y en la parte de abajo, aparece de repente un corazón… Aquel corazón. Y, por un instante, es como si Niki lo estuviese dibujando de nuevo. Con sus manos, con su sonrisa. Como aquella vez. Como hizo aquel día cuando acababan de hacer el amor. Después de poner los pies en el salpicadero. Después de resoplar. Entonces.

—¡Venga! No me hagas dibujos en el cristal, que después se quedan ahí para siempre…

—¡Jo, mira que llegas a ser pesado! Lo pienso hacer igual… ¡Feo!

Y se echó a reír. Después lo tapó con la mano para que él no lo viese. Y lo que había dibujado en el cristal era ese corazón. Y había escrito algo en su interior. Ahí está. También puede leerse. «Alex y Niki…
4ever
.» Porque hay cosas que no se borran nunca. Y regresan otra vez. Como la marea.

Niki y su sonrisa. Niki y su alegría. Su felicidad. Sus ganas de vivir. Niki mujer, niña. Niki. Sólo Niki. La chica de los jazmines. Niki motor amor.

Justo en ese momento, Elena vuelve a meterse en el coche.

—Mira, he cogido éstas… me han parecido bonitas. Eran las más caras, pero al menos quedamos bien.

Alessandro la mira, pero parece no verla. Ya no.

—Yo no voy a la fiesta.

—¿Qué? ¿Cómo que no vas? ¿Qué te pasa, te sientes mal? ¿Ha pasado algo? ¿Se te ha olvidado algo en casa?

—No. Ya no te amo.

Silencio. Y la voz.

—¿Qué significa eso? O sea, que ahora me sales con que ya no me amas… pero ¿te das cuenta de lo que me estás diciendo?

—Sí, me doy perfecta cuenta. Lo malo es haber esperado hasta ahora. Te lo tenía que haber dicho en seguida.

Y Elena empieza a hablar, y sigue hablando y hablando. Pero Alessandro no la escucha. Enciende el motor. Abre la ventanilla. Y sonríe. Decide que quiere ser feliz hasta el fondo. ¿Por qué no tendría que ser así… quién se lo impide? Se vuelve hacia Elena y le sonríe. ¿Qué problema hay? Es así de fácil. Así de claro.

—Amo a otra.

En ese momento, Elena empieza a dar gritos, Alessandro sube el volumen de la música para no oírla. Elena se da cuenta y la apaga de golpe. Continúa con sus gritos, sus palabras, sus insultos. Mientras tanto, Alessandro conduce tranquilo, mira hacia delante y por fin logra ver el camino. Y no presta atención ni escucha sus palabras. Ni siquiera oye sus gritos. Por fin escucha tan sólo la música de su corazón. Entonces se detiene de improviso. Elena lo mira. No entiende.

—Hemos llegado a casa de los Bettaroli.

Elena se baja del coche furiosa. Da un portazo. Con rabia. Con una violencia inaudita. Con maldad, como si quisiera arrancarla del Mercedes. Y Alessandro se va. Tiene tantas cosas que hacer ahora… Llega a su casa, se sirve un vaso de vino, pone un poco de música. Luego enciende el ordenador. Quiero encontrar un hotel aquí cerca, para estar tranquilo los próximos días. Después, cuando Elena haya acabado de recoger sus cosas, ya volveré aquí. Entonces siente curiosidad por saber si alguien le habrá escrito. Ella a lo mejor. Abre su correo electrónico. Tres mails. Dos son ofertas de Cialis y Viagra y uno normal. Pero no conoce la dirección,
[email protected].
Alessandro lo abre con curiosidad. No es una oferta. Es una carta de verdad. De un desconocido.

«Querido Alessandro, sé que a veces uno no debería meterse en la vida de los demás, debería limitarse a ser un simple espectador, sobre todo si no hay confianza, pero me gustaría ser tu amigo en serio, tu "amigo verdadero" y estoy convencido de que eres una buena persona y que tu bondad podría condicionarte a la hora de tomar las decisiones apropiadas. En ocasiones pensamos en nuestra vida como si fuese la respuesta que tranquiliza a los demás. Tomamos decisiones para complacerles, para calmar nuestros sentimientos de culpa, para buscar la aprobación de alguien. Sin darnos cuenta de que la única manera de hacer felices a los demás es elegir lo mejor para nosotros.»

Alessandro sigue leyendo el mail, curioso y preocupado por esta incursión repentina en su vida.

«De modo que, antes de que renuncies a algo por no herir a alguien, me gustaría que leyeses la carta que te adjunto.»

Alessandro continúa leyendo. Otra carta más. Y no es de un amigo verdadero. Es de una persona a la que conoce de verdad. Y bien. O que al menos creía conocer bien. Pero de la que nunca hubiese sospechado aquello. Y poco a poco no puede creer lo que están viendo sus ojos. Pero palabra tras palabra empieza a entenderlo todo, a explicarse por fin el porqué de tantas pequeñas cosas que antes le parecían absurdas.

Ciento catorce

Noche. Noche profunda. Noche de sorpresas. Noche absurda. Noche de dulce venganza.

Alessandro está sentado en el salón. Oye el ruido de las llaves en la cerradura. Coge el champán de la cubitera y se sirve un poco más. Se queda sentado mirándola entrar. Elena deja el bolso sobre la mesa. Alessandro enciende la luz. Elena se asusta.

—Ah, estás despierto… Creía que te habrías ido, o que estarías dormido.

Alessandro deja que hable. Elena se detiene y lo mira a los ojos. Con determinación.

—¿Tienes algo que decirme?

Alessandro sigue tomándose su champán tranquilamente.

—Bueno, en vista de que no dices nada, hablaré yo. Eres un gilipollas. Porque me has hecho… —Y Elena continúa soltando insultos, rabia, absurdidades y maldades.

Alessandro sonríe y la deja hablar. De repente, coge de la mesa que tiene a su lado un folio doblado. Y lo abre. Elena se detiene.

—¿Qué es eso?

—Un mail. Me llegó hace unos días. Pero por desgracia no lo había visto hasta esta noche.

—¿Y a mí qué me importa?

—A ti puede que no, porque ya lo sabes. A mí, en cambio, mucho, porque no lo sabía. En realidad, nunca me lo hubiese imaginado. En el mail hay una carta tuya.

—¿Mía?

Elena se queda blanca como el yeso.

—Sí, tuya. Te la leo, ¿eh? Por si acaso se te ha olvidado. Bien. «Amor mío. Esta mañana me he despertado y he soñado contigo. Estaba muy excitada todavía, pensando en lo que habíamos hecho. Sobre todo, me excita a morir pensar que estarás reunido con él. ¿Podrás pasar a mediodía? Tengo ganas de…» —Alessandro para de leer un momento. Y baja el folio—. Lo que sigue me lo salto, porque son una serie de obscenidades tuyas. Sigo aquí: «Espero que ganes, porque así te quedarás en Roma y podremos seguir juntos… Porque como estoy contigo, Marcello…» —Alessandro deja el folio sobre la mesa—. Pero Marcello, ese joven deficiente que se suponía que iba a ocupar mi lugar, ha perdido. Ha ido a parar a Lugano y, mira por dónde, de improviso, plaf, qué extraño, justo después de su marcha, precisamente reapareces tú en mi vida… Por lo que sea, te lo has pensado mejor y, mira por dónde, después de su derrota has decidido casarte conmigo.

Elena está como petrificada. Alessandro sonríe, se toma otro sorbo de champán.

—Y yo preocupado porque no sabía cómo decirte que ya no te amo.

Se levanta y pasa junto a ella, después se dirige al cuarto de baño y coge de allí dos maletas ya listas. Abre la puerta de la casa y las deja en el rellano.

—He metido todo lo que era tuyo, incluso algún regalo y alguna que otra cosa, libros, plumas, perfumes, jabones, tazas, todo lo que me pudiese recordar a ti. Me gustaría que fueses como las hadas de las películas. Mejor que ellas. Que desaparecieras para siempre.

Alessandro cierra la puerta tras ella. Gira la llave dos veces, y la deja puesta en la cerradura, luego corre el cerrojo. A continuación, coge la botella de champán, sube la música a tope y se va a su habitación. Feliz como nunca. Ni siquiera tengo que buscarme un hotel. Ahora sólo me queda saber quién es este «amigo verdadero» y, sobre todo, si todavía estoy a tiempo de recuperar mis jazmines.

Ciento quince

Delante del Alaska. Olly abraza a Niki.

—¡Joder! ¡Lo conseguí, lo conseguí! ¡Sé que lo he conseguido! ¡He aprobado la Selectividad!

—Pero si las notas no salen hasta dentro de un mes.

—¡Sí, pero yo estoy convencida y así os traigo suerte a vosotras también!

—¡Tú estás loca, así sólo nos traerás mal fario!

—Chicas, dentro de poco nos vamos… —Erica se acerca a ellas con un mapa. Lo abre—. Vamos a verlo. Saldremos de Roma temprano, en tren.

—¿A qué hora?

—A las seis.

—Pero si había uno que salía más tarde…

—Qué más da, en el tren puedes dormir lo que quieras.

—Y luego tienes todas las vacaciones para recuperarte.

—Bueno, a mí me gustaría hacer otra cosa en vacaciones.

—¡Olly, ya basta!

—Echemos un vistazo. Desde Patrás, cogemos un autobús de línea y seguimos toda la costa hasta Atenas. Hay un montón de lugares preciosos. En Rodas está la playa de Lindos, dicen que es maravillosa, llena de rincones hermosos, hay un tal Sócrates que es la hostia… Después Mikonos, playas y vida nocturna. Santorini, con su volcán, tras el que se ven los atardeceres más bellos del mundo. Íos, conocida como la isla del amor pero también por la noche desenfrenada de Chora, alias «el pueblo». Y no me gustaría perderme por nada del mundo. Amorgós, donde Luc Besson rodó la película
El gran azul
.

Diletta mira soñadora su teléfono. Niki se da cuenta.

—¿Qué haces?

—Filippo me ha mandado un mensaje. Qué romántico.

—¿Y qué te dice? Déjame ver. —Olly intenta quitarle el móvil de las manos, pero Diletta es más rápida y se vuelve hacia el otro lado.

Pero Olly la coge del brazo e insiste.

—¡Suéltalo!

Niki interviene.

—¡Ya vale, déjala! Diletta, lo hemos comprendido… pero al menos déjanos saber qué clase de tipo es, ¿no? Perdona, pero nosotras llevamos toda una vida preocupándonos por ti y ahora, cuando viene lo mejor, tú vas y nos dejas fuera.

Diletta coge el teléfono y lee con voz soñadora.

—Me gustaría ser yo todas tus Olas y partir contigo.

—¡Qué imbécil!

—¡Qué pelota!

—Sí. ¡Las Olas somos nosotras y nadie más!

Justo en ese momento, se oye una voz desde atrás.

—¡Pues claro! Las Olas son perfectas, únicas… y, sobre todo, fieles.

Al borde de la carretera, apoyado en un poste medio torcido, está Fabio acompañado de uno de sus habituales amigos colgados. Tejanos rotos, cazadora Industrie ecologiche rota, zapatillas de tela rotas, incluso la camiseta está rota.

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