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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

Petirrojo (52 page)

—Siéntate, Harry —lo invitó el doctor Aune—. ¿Prefieres la silla o el diván?

Siempre lo recibía con las mismas palabras, y Harry respondió alzando la comisura del labio izquierdo con la misma sonrisa de siempre, una sonrisa de es-gracioso-pero-ya-lo-hemos-oído-antes. Cuando Harry lo llamó desde el aeropuerto de Gardermoen, Aune le respondió que podía recibirlo, aunque tenía poco tiempo, pues debía asistir a un seminario que se celebraba en Hamar y en el que el debía pronunciar la conferencia inaugural.

—La he titulado «Problemas relacionados con el diagnóstico del alcoholismo» —explicó Aune—. Pero no mencionaré tu nombre.

—¿Por eso vas tan elegante? —quiso saber Harry.

—La ropa es uno de los aspectos externos que más nos identifican —respondió Aune pasándose la mano por la solapa de la chaqueta—. El
tweed
indica masculinidad y seguridad en uno mismo.

—¿Y la pajarita? —preguntó Harry mientras sacaba el bolígrafo y el bloc de notas.

—Saber intelectual y arrogancia. Seriedad mezclada con algo de ironía respecto a uno mismo, si quieres. Más que suficiente para impresionar a mis colegas de segunda categoría, según he visto.

Aune se repantigó satisfecho en la silla y se pasó las manos por el prominente estómago.

—Bueno, háblame del desdoblamiento de personalidad. De la esquizofrenia, vamos.

Aune lanzó un gruñido:

—¿En cinco minutos?

—A ver, hazme una síntesis.

—Para empezar, identificas desdoblamiento de personalidad con esquizofrenia, lo que constituye una de las confusiones más frecuentes arraigadas en la creencia popular. La esquizofrenia es la denominación de todo un grupo de patologías mentales distintas y no tiene nada que ver con la personalidad múltiple. Cierto que
schizo
es la raíz griega de división, pero lo que el doctor Eugen Bleuler quería decir es que las funciones psicológicas del cerebro de un esquizofrénico están divididas. Y si…

Harry señaló el reloj.

—Sí, eso es —recordó Aune—. Bien, el desdoblamiento de personalidad del que hablas es lo que los norteamericanos llaman MPD. Se trata de un trastorno de personalidad múltiple que se determina cuando se detectan dos o más personalidades en un individuo, las cuales se muestran dominantes de forma alternativa. Como ocurría con el doctor Jekyll y Mr. Hyde.

—Es decir, ¿existe?

—Claro que sí. Pero es rara; mucho más rara de lo que las películas de Hollywood quieren hacernos pensar. En mis veinticinco años de ejercicio como psicólogo, jamás he tenido la suerte de encontrarme con un solo caso de MPD. Aunque sé algo sobre ese trastorno.

—¿Como qué?

—Como por ejemplo, que siempre va asociado a pérdidas de memoria. Es decir, en los pacientes aquejados de MPD, una de las personalidades puede despertarse con resaca sin saber que existe otra personalidad que es alcohólica. Vamos, que una de las personalidades puede ser alcohólica y la otra abstemia.

—Me figuro que eso no es así al pie de la letra, ¿verdad?

—Pues sí.

—Pero el alcoholismo también es una enfermedad física.

—Cierto. Y ésos son los aspectos que hacen del trastorno de personalidad múltiple una enfermedad tan fascinante. Tengo un informe de un paciente, una de cuyas personalidades fumaba sin cesar, mientras que la otra jamás tocó un cigarrillo. Y, si se tomaba la tensión cuando la personalidad activa era la del fumador, siempre estaba un veinte por ciento más alta. Por otro lado, las mujeres con trastorno de personalidad múltiple han declarado tener la menstruación varias veces al mes, porque cada personalidad tiene su propio ciclo.

—¿Quieres decir que estas personas pueden modificar su propio físico?

—Hasta cierto punto, sí. De hecho, la historia sobre el doctor Jekyll y Mr. Hyde no está tan alejada de la verdad como podría creerse. En un caso célebre, descrito por el doctor Osherson, una de las personalidades era heterosexual, mientras que la otra era homosexual.

—¿Pueden tener también distintas voces?

—Sí; de hecho, es uno de los modos en que mejor podemos observar los cambios entre las distintas personalidades.

—¿Tan distintas que una persona que conozca bien al individuo en cuestión no sea capaz de identificar sus otras voces al teléfono, por ejemplo?

—Si la persona en cuestión no conoce la existencia de la otra personalidad, sí, hasta ese punto. En el caso de personas que sólo conocen al enfermo de trastorno de personalidad múltiple de forma superficial, los cambios de mímica y lenguaje corporal pueden ser suficientes como para que, aun estando sentados en la misma habitación, no la reconozcan.

—¿Puede una persona con ese tipo de trastorno ocultarlo a sus allegados?

—Sí, es posible. La frecuencia con que se muestra una u otra personalidad es algo individual, y hay quien puede controlar dichos cambios en cierta medida.

—Pero, en ese caso, cada personalidad debe de conocer la existencia de las otras, ¿no?

—Claro, eso tampoco es infrecuente. Y, al igual que en la novela sobre el doctor Jekyll y Mr. Hyde, pueden producirse duros enfrentamientos entre las diversas personalidades, si tienen distintos objetivos, diversas concepciones morales, personas a su alrededor que la una aprecia y la otra no, etcétera.

—¿Y qué me dices de la caligrafía? ¿Pueden hacer trampas con ella también?

—No se trata de hacer trampas, Harry. Tú tampoco eres exactamente la misma persona todo el tiempo. Cuando llegas a casa del trabajo, se producen en tu persona un sinfín de cambios imperceptibles en el tono de voz, en los movimientos de tu cuerpo y demás. Y es curioso que menciones la caligrafía, porque precisamente tengo por aquí, en algún sitio, un libro con fotografías de una carta escrita por un paciente con trastorno de personalidad múltiple con hasta diecisiete caligrafías totalmente distintas e identificables. A ver si lo encuentro un día que tenga tiempo de buscarlo.

Harry anotó alguna que otra palabra en su bloc.

—Distintos ciclos menstruales, distintas caligrafías…, eso es una locura —murmuró para sí.

—Tú mismo lo has dicho, Harry. Espero haberte sido de ayuda, porque ahora tengo que marcharme.

Aune pidió un taxi y salieron juntos a la calle. Mientras aguardaban en la acera, Aune le preguntó a Harry si tenía planes para el Diecisiete de Mayo.

—Mi mujer y yo vamos a invitar a desayunar a unos amigos. Sería un placer que vinieras.

—Muy amable, pero los neonazis están planeando «incordiar» a los musulmanes que celebran el
Eid
el diecisiete, y tengo que coordinar la vigilancia de la mezquita de Grønlandsleiret —explicó Harry, tan contento como turbado por la inesperada invitación—. A los solteros nos ponen a trabajar todos los festivos, ya sabes.

—¿Y no podrías pasarte un rato simplemente? La mayoría de los invitados también tienen otras cosas que hacer después.

—Gracias. Veré si puedo y te llamo. ¿Qué clase de amigos tienes tú, si puede saberse?

Aune comprobó que el lazo de la pajarita estaba en su sitio.

—Yo sólo tengo amigos como tú —respondió—. Pero mi mujer conoce a gente más decente.

En ese mismo momento, el taxi se detuvo junto al bordillo de la acera. Harry le abrió la puerta mientras Aune se metía en el coche pero, cuando estaba a punto de cerrarla, cayó en la cuenta de que tenía otra pregunta:

—¿A qué se debe el trastorno de personalidad múltiple?

Aune se inclinó hacia delante en el asiento y alzó la mirada hacia Harry.

—¿A qué viene todo esto, Harry?

—No estoy completamente seguro, pero puede ser importante.

—Bien. La mayoría de las veces, los pacientes con ese tipo de trastorno han sido víctimas de abusos en su niñez. Pero también puede deberse a experiencias muy traumáticas sufridas a edad más avanzada. Crean otra persona para huir de los problemas.

—¿De qué tipo de experiencias traumáticas puede tratarse, en el caso de un hombre adulto?

—Cualquier cosa que puedas imaginar. Una catástrofe natural, la pérdida de un ser querido, haber sido víctima de actos violentos o haber vivido con miedo durante un largo periodo de tiempo.

—Como por ejemplo, ¿un soldado en la guerra?

—Sí, claro, la guerra puede ser un factor desencadenante.

—O en una guerrilla.

Harry dijo las últimas palabras para sí mismo, pues el taxi en el que viajaba Aune ya bajaba por la calle Therese.

—Scotsman —declaró Halvorsen.

—¿Piensas pasarte el Diecisiete de Mayo en el pub Scotsman? —preguntó Harry con una mueca al tiempo que dejaba la bolsa detrás del perchero.

Halvorsen se encogió de hombros:

—¿Tienes una propuesta mejor?

—Si tiene que ser un pub, los hay con algo más de estilo que el Scotsman, precisamente. O mejor aún, hazles un favor a los compañeros que son padres de familia y quédate con una de las guardias durante el desfile infantil. Un buen extra por trabajar en día de fiesta y cero resaca.

—Lo pensaré.

Harry se dejó caer en la silla.

—¿No deberías arreglarla? Suena como si estuviera enferma.

—No tiene arreglo —aseguró Harry en tono arisco.

—Vaya, perdona. ¿Has encontrado algo en Viena?

—Ya te lo contaré. Tú primero.

—Intenté comprobar la coartada de Even Juul en el momento de la desaparición de su esposa. Según él, anduvo paseando por el centro y fue a la cafetería de Ullevålsveien, pero no se encontró con ningún conocido que pueda confirmarlo. Los camareros de la cafetería dicen que tienen demasiados clientes como para poder asegurar lo uno o lo otro.

—La cafetería está enfrente del Schrøder —dijo Harry.

—¿Y qué?

—Es sólo una afirmación. ¿Qué dice Weber?

—Tampoco encuentran nada. Weber me dijo que si Signe Juul fue trasladada a la fortaleza en el coche que dijo el vigilante, deberían haber encontrado algún rastro en sus ropas, fibra del asiento trasero, tierra o aceite del maletero, algo.

—Bueno, habían puesto bolsas de basura en el coche —comentó Harry.

—Sí, eso dijo Weber.

—¿Comprobaste la briznas secas de césped que encontraron en su abrigo?

—Sí. Podrían proceder de los establos de Mosken. Y de un millón de sitios más.

—Heno. No briznas.

—Esas briznas de césped no tienen nada especial, Harry, son simplemente eso…, briznas.

—¡Joder!

Harry miró a su alrededor, malhumorado.

—¿Y Viena?

—Más briznas. ¿Tú sabes algo de café, Halvorsen?

—¿Qué?

—Ellen solía hacer café de verdad. Lo compraba en alguna tienda de aquí, en Grønland. Tal vez tú…

—¡No! —gritó Halvorsen—. No pienso hacerte café.

—Bueno, por si colaba —dijo Harry volviendo a levantarse—. Estaré fuera un par de horas.

—¿Eso era todo lo que tenías que contar sobre Viena? ¿Briznas de césped? ¿Ni siquiera briznas de paja?

Harry negó con la cabeza.

—Mala suerte, también eso era una falsa pista. Terminarás acostumbrándote.

Algo había sucedido. Harry caminaba por Grønlandsleiret al tiempo que intentaba dar con lo que era. Era algo relacionado con las personas que andaban por las calles, algo les había sucedido mientras él estaba en Viena. Estaba ya casi al final de la calle Karl Johan cuando cayó en la cuenta de qué era. Había llegado el verano. Por primera vez este año, sentía el olor del asfalto, de la gente que pasaba a su lado y de las floristerías de Prensen. Y mientras cruzaba Slottsparken, el aroma a césped recién cortado era tan intenso que no pudo por menos de sonreír. Un hombre y una chica con los monos de la Dirección Municipal de Parques Públicos estaban mirando la copa de un árbol y, discutiendo, movían la cabeza de un lado a otro. La chica se había quitado la parte superior del mono y la tenía enrollada a la cintura y Harry se dio cuenta de que, mientras ella miraba y señalaba la copa del árbol, su colega estudiaba furtivamente su ajustada camiseta.

En la calle Hegdehaugsveien, las tiendas de moda
fashion
y las no tan
fashion
hacían sus últimos intentos de vestir a la gente para la fiesta del Diecisiete de Mayo. Los quioscos vendían lazos y banderitas y, a lo lejos, se oía el eco de una banda que se entregaba al ensayo final de la marcha de Gammel Jæger. Habían anunciado lluvia, pero haría calor.

Harry estaba sudoroso cuando llamó a la puerta de Sindre Fauke.

A Fauke no le producía especial satisfacción la fiesta del Día Nacional:

—Jaleo. Y demasiadas banderas. No es extraño que Hitler se sintiese emparentado con el pueblo noruego, nuestro espíritu es extremadamente nacionalista. Sólo que no nos atrevemos a reconocerlo.

Fauke sirvió el café.

—Gudbrand Johansen fue a parar a un hospital de Viena —explicó Harry—. La noche anterior a su partida a Noruega, mató a un médico. Desde entonces, nadie lo ha visto.

—Vaya, vaya —comentó Fauke, y empezó a tomarse el café hirviendo a sorbos ruidosos—. Ya sabía yo que ese muchacho tenía algo raro.

—¿Qué puedes decirme de Even Juul?

—Mucho. Si es que tengo que hablar.

—Tienes que hablar.

Fauke alzó una de sus pobladas cejas.

—¿Estás seguro de que no andas tras una falsa pista, Hole?

—No estoy seguro de nada en absoluto.

Fauke sopló en la taza, con gesto reflexivo.

—De acuerdo. Si no hay otro remedio, lo haré. Juul y yo manteníamos una relación que, en muchos aspectos, se asemeja a la que existía entre Gudbrand Johansen y Daniel Gudeson. Yo era un padre sustituto para Even. Supongo que, entre otras cosas, porque él era huérfano.

La taza de Harry se detuvo bruscamente a medio camino hacia sus labios.

—No había mucha gente que lo supiese, porque Even solía inventar a placer. Su supuesta infancia contenía más personas, detalles, ciudades y fechas que las que la mayoría de la gente recuerda de una infancia auténtica. La versión oficial era que había crecido en el seno de la familia Juul, en una granja cercana a Grini. Pero lo cierto es que creció en las casas de diversas familias de acogida y en varias instituciones de toda Noruega, hasta que, a la edad de doce años, fue a parar a la casa de la familia Juul, que no tenía hijos.

—¿Cómo sabes tú que mentía sobre ese asunto?

—Verás, es una historia un tanto curiosa pero, una noche en que a Even y a mí nos tocó hacer guardia juntos ante un campamento que habíamos establecido en el bosque del norte de Harestua, fue como si de pronto le ocurriese algo. Even y yo no éramos lo que se dice muy amigos por aquel entonces, y me sorprendió mucho que, de repente, empezase a contarme cómo lo habían maltratado de pequeño y que nadie lo había querido en su casa. Me reveló detalles muy personales de su vida, algunos de los cuales casi me dio vergüenza oír. A alguno de los adultos con los que había vivido habría que… —Fauke se contuvo.

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