Por unos demonios más (49 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Ceri dio un grito ahogado y se cayó de culo con los ojos como platos de la sorpresa mientras me miraba con el pelo delante de los ojos. Se me puso la cara colorada de la vergüenza.

—Lo siento Ceri —dije—. Ivy es mi amiga y Piscary la va a joder. No me importa si es una trampa; me necesita. —La elfa se quedó boquiabierta mirándome, olvidando todas sus habilidades y su magia en medio de la confusión y ofendida porque la hubiese tirado al suelo—. Keasley… —dije girándome para mirarle—. Volveré…

Mis palabras se pararon en seco cuando lo vi con mi pistola de bolas color rojo cereza en la mano. Sentí una oleada de adrenalina por todo el cuerpo y me quedé helada.

—No puedo permitirte que me derribes —dijo apuntándome al pecho con la pistola con pulso firme—. Podría romperme algo —dijo, y luego apretó el gatillo, con suavidad y sin prisa, como si bailase un vals.

Yo tensé los músculos para echar a correr, pero sentí como me quedaba sin aliento.

—¡Ay! —chillé cuando la sensación punzante me alcanzó el pecho, y miré hacia abajo y vi los trocitos de plástico rojo.

—Maldita sea, Keasley —dije, y luego me desplomé, ya inconsciente antes de que mi cabeza tocase el suelo blando del jardín.

25.

—¿Normalmente lleva tanto tiempo? —oí decir a Jenks, como si su voz resonase dentro de mi cabeza. Me dolía el hombro. Moví el brazo y levanté la mano para tocarlo. Estaba empapada y la sorpresa me despertó del todo.

Respiré hasta llenarme los pulmones, me incorporé y abrí los ojos de repente.

—Eh, ha despertado —dijo Keasley con sus ojos marrones empapados de preocupación mientras retrocedía y se erguía. Su rostro correoso estaba lleno de arrugas y parecía tener frío incluso con su abrigo desteñido puesto. El sol de la mañana le daba un brillo nebuloso y Jenks estaba revoloteando junto a él. Los dos me estaban mirando con preocupación cuando me apoyé sobre una lápida. Estábamos rodeados de pixies y sus risas sonaban como repiques de campana en el viento.

—¡Me has lanzado un hechizo! —grité, y los hijos de Jenks se dispersaron chillando. Miré hacia abajo y me di cuenta de que tenía empapados de agua salada el pelo, la nariz, los dedos y la ropa interior.
Estoy hecha un desastre
.

La expresión endurecida por los años de Keasley se relajó.

—Te he salvado la vida. —Dejó caer el cubo de plástico de dieciocho litros sobre la hierba y me ofreció una mano para ayudarme a levantarme.

La rechacé y me puse de pie antes de que el agua me calase más.

—Maldita sea, Keasley —dije, sacudiéndome las manos empapadas y enfadada conmigo misma—. Muchísimas gracias.

Él resopló y Jenks se posó sobre un monumento cercano. El sol le atravesaba sus hermosas alas.

—Muchísimas gracias —repitió con tono burlón—. ¿Qué te he dicho? Inconsciente, negada y con mala leche. Deberías haberla dejado ahí hasta mediodía.

Intenté escurrirme el agua salada del pelo, cabreada. Hacía casi ocho años que alguien no me pillaba de esa manera. Se me congelaron los dedos y de repente me fijé en el resto del cementerio, lleno de niebla y de color dorado por la salida del sol.

—¿Dónde está Ceri?

Keasley se inclinó dolorido y se sacó una silla plegable de debajo del brazo.

—En casa. Llorando.

Me sentí culpable y miré el muro del cementerio como si pudiese vera través de él la casa que estaba al otro lado.

—Lo siento —dije al recordar su mirada de conmoción cuando la había tirado al suelo.
Oh, Dios, Ivy
.

Me puse tensa como para echar a correr y Jenks se me puso delante, haciéndome retroceder.

—¡No, Rachel! —gritó—. Esto no es una película de acción. ¡Si vas tras Piscary, te matará! Si haces un solo movimiento te provocaré picores y luego te haré una lobotomía. Debería hacerlo de todas formas, ¡bruja estúpida! ¿Qué demonios te pasa?

Se me pasaron las prisas por ir corriendo a mi coche. Tenía razón. Keasley me miraba con la mano escondida, sospechosamente, en el bolsillo grande de su chaqueta. Miré el bolsillo y luego lo miré a él a la cara, arrugada por la sabiduría que le concedían los años. Una vez Ceri se había referido a él como un guerrero retirado. Yo no la había creído. Anoche había apretado el gatillo con demasiada facilidad. Si quería arrancar a Ivy de las garras de Piscary tendría que planearlo.

Triste, me crucé de brazos y me apoyé en la lápida. A lo lejos vi a un grupo de unas diez personas saltando el muro de piedra para salir de la propiedad. Me ericé y luego me relajé. Era suelo sagrado y yo no era la única que estaba asustada.

—Siento lo de ayer por la noche —dije—. En ese momento no pensaba. Solo… —Me acordé del año pasado, entumecida y temblando bajo las mantas mientras me contaba que Piscary la había forzado en cuerpo y mente en un intento por convencerla de que me matase. Se me quedó la cara helada y me tragué el miedo—. ¿Ceri está bien? —conseguí decir. Tenía que apartar a Ivy de él.

Mirándome fijamente con sus ojos oscuros, Keasley carraspeó, como si supiese que yo todavía vacilaba.

—Sí —dijo desde su posición inclinada, y cambió de postura para agarrar con más firmeza la silla—. Está bien. Pero nunca la había visto así. Está avergonzada por intentar detenerte utilizando su magia.

—No debería haberla empujado. —Rígida, recogí la radio y la almohada, húmedas a causa del rocío.

—En realidad hiciste bien.

La radio cayó en el cubo haciendo ruido.

—¿Cómo?

Sonriendo, Jenks alzó el vuelo y se elevó unos doce metros en menos de lo que canta un gallo. Estaba haciendo un reconocimiento, aburrido con la conversación.

Keasley metió los termos manchados de café en el cubo, gruñendo mientras estiraba la espalda.

—La derribaste porque iba a utilizar la magia para detenerte. ¿Y si tú hubieses reaccionado también con tu magia? Eso habría dado miedo. Pero no lo hiciste y demostraste un control que ella había olvidado mantener. Ahora está superavergonzada, pobrecita.

Lo miré perpleja; no me había dado cuenta.

—Me alegro de que la empujases —dijo con aire meditabundo—. Estas últimas semanas se le habían subido un poco los humos.

Me metí detrás de la oreja un mechón de pelo empapado, helado.

—Aun así estuvo mal —dije. Él me dio una palmadita en el hombro y sentí el aroma del café caliente. Miré mi camisa roja nueva. El algodón chupaba el agua salada como una esponja. Mierda. Si no la había estropeado tendría mucha suerte.

Cogí mi edredón de la lápida donde estaba colgado y lo sacudí. Soltó tierra y hierba cortada de la semana pasada. Todavía mantenía el calor de mi cuerpo y, tras ponérmelo encima a modo de capa, torcí la vista con el brillo de la bruma e intenté recordar a qué hora salía el sol en julio. A esa hora yo solía estar dormida, pero llevaba inconsciente desde medianoche. Iba a ser un día muy largo.

Keasley bostezó y se dispuso a marcharse con su silla.

—He llamado a tu madre —dijo metiendo la mano en un bolsillo y dándome mi teléfono—. Está bien. Las cosas deberían calmarse. La radio dijo que Piscary capturó a Al en un círculo y que lo desterró, liberando al señor Saladan. El maldito vampiro es el héroe de la ciudad.

Sacudió su pelo grisáceo y yo asentí. ¿
Que liberó a Lee de Al? No lo creo
. Metí el teléfono en un bolsillo con torpeza a causa de la tela mojada.

—Gracias —dije, y luego me fijé en su expresión de duda—. Están trabajando juntos, ¿verdad? Me refiero a Piscary y a Al —dije mientras lo cogía todo y me ponía justo detrás de Keasley.

Su cabello plateado brilló bajo el sol cuando asintió.

—Parece una suposición plausible.

Solté un gran suspiro. Su relación venía de lejos y ambos sabían que los negocios eran los negocios y parecía no importarles que el testimonio de Al fuese el que había encerrado a Piscary. Entonces, ahora Piscary estaba fuera de la cárcel. La ciudad estaba segura pero yo tenía problemas. Era lo más probable.

Llevaba la almohada bajo el brazo, la manta sobre los hombros y, en la mano, dentro del cubo, la radio y los termos. Entonces, mientras intentaba mantener el equilibrio, dije suavemente:

—Gracias por pararme los pies anoche. —Él no dijo nada, y entonces yo añadí—: Tengo que salir de aquí.

Keasley puso una mano artrítica sobre una piedra junto a la que pasamos y se detuvo.

—Si haces otro movimiento en dirección a Piscary te enchufaré otro hechizo.

Yo fruncí el ceño y, enseñando los dientes, Keasley sonrió y me devolvió la pistola de bolas.

—Ivy es un vampiro, Rachel —dijo el anciano perdiendo la alegría—. A menos que empieces a aceptar algo de responsabilidad, deberías asumir que ella está en el lugar que le corresponde y abandonar.

Me puse rígida y tiré hacia arriba de la manta cuando se me escurrió.

—¿Qué demonios significa eso? —le espeté, dejando caer la pistola con la radio.

Pero Keasley sonrió y movió su estrecho pecho mientras recobraba el aliento.

—O haces oficial vuestra relación o la dejas marchar.

Sorprendida, lo miré fijamente, entrecerrando los ojos con el fuerte sol de la mañana.

—¿Perdona?

—Los vampiros tienen una disposición inquebrantable —dijo poniéndome un brazo sobre el hombro y conduciéndonos a ambos hacia la verja—. Aparte de los señores vampiros, necesitan contar físicamente con alguien más fuerte que ellos. Es algo que llevan en la sangre, como los hombres lobo y los alfas. Ivy parece poderosa porque hay muy pocas personas más fuertes que ella. Piscary es una y tú eres la otra.

Caminé más despacio para seguirle el paso.

—Yo no puedo vencerlo. A pesar de lo que quería hacer anoche. —Dios, era vergonzoso. Me merecía haber sido abatida con mi propio hechizo.

—Nunca he dicho que pudieses vencer a Piscary —dijo el viejo brujo mientras nos ayudábamos mutuamente a caminar sobre el inestable suelo del cementerio—. He dicho que eres más fuerte que él. Puedes ayudar a Ivy a ser lo que ella quiera, pero si consigue dejar atrás su miedo y hace las paces con sus necesidades, volverá con Piscary. No creo que se haya decidido todavía.

Me sentí extraña.

—¿Por qué crees eso?

Sus arrugas se hicieron más profundas.

—Porque anoche no intentó matarte.

Se me encogió el estómago. ¿
Cómo es que él puede ver las cosas con tanta claridad y yo soy más espesa que una pared de cemento
?
Debe ser algo que viene incluido en su imagen de viejo sabio
.

—Lo intentamos una vez —dije en voz baja, deseando tocarme el cuello—, y casi me mata. Dice que la única forma en que podría controlar su sed de sangre es si lo mezclamos con sexo. De lo contrario, pierde el control y yo tendría que hacerle daño para contenerla. No puedo, Keasley. No voy a mezclar el éxtasis de dar sangre con hacerle daño. Está mal y es enfermizo.

Se me había acelerado el pulso al pensar que eso fue lo que había hecho Piscary… y mira en qué la había convertido. Sabía que tenía la cara roja, pero Keasley no pareció sorprendido cuando me miró. Frunció la frente y me miró con pena.

—Estás en un aprieto, ¿verdad?

Sobrepasamos el muro de treinta centímetros que separaba el cementerio del patio trasero. Había pixies por todas partes y la luz del sol iluminaba sus alas. Eso era muy incómodo pero ¿con quién iba a hablar de ello? ¿Con mi madre?

—Entonces —dije suavemente, dirigiéndonos a la gran verja que daba a la calle—, ¿crees que es culpa mía que se marchase corriendo con Piscary? ¿Porque no soy capaz de hacerle daño si pierde el control y no quiero acostarme con ella?

Keasley gruñó.

—Ivy piensa como un vampiro. Tú deberías empezar a pensar como una bruja.

—¿Te refieres a un hechizo? —le dije, recordando la aversión de Ivy hacia ellos y luego enrojecí por el ansia que mostró mi voz—. ¿Quizá uno para aplacar su hambre o calmarla sin hacerle daño?

Él afirmó con la cabeza y yo caminé más despacio al ver que le empezaba a costar caminar.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó él poniéndome una mano en el hombro—. Me refiero a qué vas a hacer hoy.

—Planear algo e ir a buscarla —admití. Ya no sabía qué pensar.

Él se mantuvo en silencio y luego dijo:

—Si lo intentas, él la agarrará aún más fuerte.

Iba a protestar, pero él me hizo detenerme, poniéndose delante de mí. Sus ojos oscuros estaban repletos de advertencia.

—Si te metes en medio, Piscary la obligará a matarte. Confía en que ella podrá escapar por sí misma. Piscary es su maestro, pero tú eres su amiga y ella sigue teniendo alma.

—¿Confiar en ella? —pregunté perpleja por que pensase que yo no debía hacer nada—. No puedo dejarla allí. La última vez que se negó a matarme, tal y como él le había ordenado, la violó.

Keasley me puso una mano en el hombro y nos hizo avanzar a ambos.

—Confía en ella —dijo sin más—. Ella confía en ti. —Expandió el pecho y soltó un suspiro—. Rachel, si se marcha del lado de Piscary sin nadie que asuma su protección, el primar vampiro no muerto con el que se encuentre la utilizará y abusará de ella.

—¿Igual que está haciendo Piscary con ella? —dije con tono burlón.

—Ella necesita tanta protección como tú —me reprochó—. Y si no se la puedes dar, no deberías condenarla por acercarse a la única persona que puede protegerla.

Visto así, tenía sentido. Pero no me gustaba. Sobre todo cuando, visto de esa forma, Piscary me estaba protegiendo a través de ella.
Vaya, estupendo

—Dale una razón para que lo abandone y se quede a tu lado —dijo Keasley mientras alcanzábamos la puerta de madera—. ¿Sabes qué le haría eso?

—No —dije, pensando que eso me convertía en una cobarde.

Él sonrió al ver mi expresión amarga y luego sacó los termos del cubo.

—La convertiría en una persona a la que nadie podría manipular. Eso es lo que ella quiere ser.

—Esto es una mierda —dije mientras él levantaba el pestillo y se abría la puerta—. ¡Necesita mi ayuda!

Keasley resopló, puso la silla plegable contra la pared y atravesó el umbral. Detrás de él, la calle estaba en silencio y húmeda por el rocío.

—Ya la has ayudado. Le has dado otra opción además de Piscary.

Yo bajé la mirada. No era suficiente. No lo era. Yo no podía protegerla contra los no muertos. No podía protegerme a mí misma, cuánto más a ella, era ridículo pensarlo siquiera.

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