Por unos demonios más (52 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Trent miró a Quen con el rostro inexpresivo. El elfo moreno parpadeó una vez, lo que parecía significar algo.

—Te escucho —dijo con tono de desconfianza.

Ahí era donde la situación se ponía delicada.

—Voy a intentar cerrar un trato con Piscary…

—Ten cuidado —dijo burlándose de mí—. Alguien podría pensar que en lugar de ver las cosas blancas o negras ahora también las ves grises.

—¡Cállate! —le grité al millonario; aquello me había dolido—. No voy a violar la ley. Tengo algo que podría querer y, una vez en su poder, yo debería ser capaz de librarme de Al con seguridad y liberar a Lee. Pero quiero que me des tu palabra de que nos dejarás en paz tanto a mí como a la gente que me importa. —Respiré hondo sintiendo que me estaba convirtiendo en uno de ellos—. Y yo te dejaré en paz a ti y a tus negocios.

Quería sobrevivir. Quería vivir. Había estado codeándome con asesinos y homicidas eventuales con inocencia y arrogancia. La AFI no podía protegerme. La SI tampoco. Trent podría matarme y tenía que respetar eso, aunque no lo respetase a él.
Dios
, ¿
en qué me estoy convirtiendo
?

—¿Podrías dejar de ponerme etiquetas? —dijo Trent con suavidad, y luego se puso a pensar para sí mismo. Separó los labios y miró a Quen asombrado—. Ella tiene el foco —le dijo, y luego me miró a mí con aire divertido—. Eso es lo que le vas a dar a Piscary. Tú tienes el foco —dijo riéndose—. ¡Debería haberme dado cuenta de que eras tú!

Se me heló la cara y se me hizo un nudo en el estómago.
Oh, mierda
.

Me puse recta cuando Quen se puso de pie entre nosotros dos… maniobrando.

—¡No te muevas! —dije con el brazo estirado, y él obedeció. Con el corazón a mil, lo mantuve alejado con los dedos extendidos, intentando pensar. ¿
Trent era el que estaba matando a los hombres lobo
?

—¿Tú mataste a Brett? —dije al verlo sonrojarse—. ¡Fuiste tú! —exclamé mientras dejaba caer la mano y enrojecía con un ataque de cólera. Maldita sea, ¿qué había estado a punto de hacer? ¿Qué demonios me pasaba? ¡Eso no podía estar ocurriendo!

—Yo no lo maté. Se suicidó —dijo Trent apretando los dientes—, antes de poder decirme que lo tenías tú —terminó, y se puso las manos a la espalda.

Quen mantenía el equilibrio con los dedos de los pies y tenía los brazos sueltos paralelos al torso. Como si se tratase de un sueño, le dije:

—Mataste a Brett. Y a la secretaria del señor Ray. Y al ayudante de la señora Sarong.

El rostro de Quen se cubrió con una sombra de culpabilidad y sus músculos se tensaron.

—Malditos hijos de puta —susurré. No me lo quería creer porque en el fondo deseaba que fuesen algo mejor que asesinos y homicidas—. Pensé que tenías más honor que este, Quen.

El elfo más viejo apretó la mandíbula.

—Nosotros no los matamos —dijo Trent defendiéndose, y yo resoplé con ironía—. Se suicidaron —insistió, encarnando al demonio con su traje perfecto y su perfecto pelo—. Todos y cada uno de ellos. Ninguno tenía que morir. Podrían habérmelo dicho.

Como si aquello cambiase algo.

—¡Ellos no sabían que lo tenía yo!

Trent dio un paso hacia delante señalándome con el dedo y Quen lo agarró.

—Esto es una guerra, Rachel —dijo el elfo más joven con tirantez, librándose de Quen—. Habrá víctimas.

Yo lo miré con descrédito.

—Esto no es una guerra. Eres tú en busca de más poder. Dios, Trent, ¿cuánto poder más necesitas? ¿Eres tan inseguro que necesitas ser el rey del puto mundo para sentirte bien?

Pensé en mi iglesia y en mis amigos y levanté la barbilla. Sí, ellos habían matado a personas, pero Ivy estaba intentando dejarlo y Jenks tenía que hacerlo para asegurar su supervivencia y la de sus hijos. Y en vista de que prácticamente yo había sacrificado a Lee para salvar mi vida, tampoco podía proclamar que era prístina y pura. Pero nunca había matado a nadie por dinero ni por poder, ni tampoco ninguno de mis amigos.

Mis palabras impactaron a Trent y enrojeció, no sé si de ira o de culpa.

—¿Cuánto quieres por él? —dijo suavemente.

Estupefacta, lo miré con la boca abierta.

—¿Quieres… quieres comprarlo? —dije tartamudeando.

Trent se humedeció los labios.

—Soy un hombre de negocios.

—¿Y asesino aficionado? —dije con tono acusador—. ¿O crees que el delicado estado de tu especie te da derecho a asesinar?

Con un rostro airado y culpable, Trent se enderezó el abrigo. Si llega a sacar un talonario de cheques me habría puesto a gritar.

—Lo que quieras, Rachel. Lo que necesites para sentirte segura. Tú, tu madre, Jenks e incluso Ivy. Suficiente para que puedas tener cualquier cosa que desees.

Sonaba tan fácil… Pero no quería volver a hacer tratos con él. Piscary mataba gente, pero no sentía ni pena ni remordimientos. Sería como decirle a un tiburón que era un pez malo y que dejase de comerse a la gente. Pero ¿Trent? Él sabía que estaba haciendo algo malo y aun así seguía.

Trent no apartó la mirada de míen ningún momento, a la espera. Lo odiaba. Lo odiaba con toda mi alma. Era atractivo y poderoso y había estado a punto de dejar que eso nublase mi percepción de lo bueno y lo malo. Podía matarme. ¿Y qué? ¿Acaso era una excusa para negociar con él y salvar el pellejo? ¿Por qué carajo iba a confiar en que cumpliría su palabra? Era como hacer un trato con un demonio o utilizar una maldición demoníaca. Ambas eran el camino más fácil hacia una solución, el camino más perezoso.

No iba a utilizar maldiciones demoníacas. No iba a hacer tratos con demonios. No iba a confiar en que Trent cumpliese su palabra. Era un asesino ocasional que ponía a su especie por encima de las demás. Que le den.

Quen sabía lo que estaba pensando y vi que se iba poniendo tenso. Trent, sin embargo, no eran tan perspicaz. Era un hombre de negocios, no un guerrero. Un hombrecillo de negocios baboso.

—Te daré un cuarto de millón por él —dijo Trent. Sentí asco.

Yo retorcí la cara.

—No te lo pienso dar, gusano —dije—. Si saliese a la luz, se iniciaría una guerra. Se lo voy a dar a Piscary para que lo vuelva a esconder.

—Te matará en cuanto lo tenga —se apresuró a decir Trent. Su hermosa voz rebosaba sinceridad—. No hagas una tontería esta vez. Dámelo a mí. Te mantendré a salvo. No voy a empezar una guerra. Voy a poner todo en equilibrio.

—¿Equilibrio? —dije avanzando, pero me detuve cuando Quen hizo lo mismo—. Quizá al resto del inframundo le guste cómo están equilibradas las cosas ahora mismo. Quizá haya llegado la hora de que se extingan los elfos. Pero si todos son como tú y Ellasbeth, peleándose por dinero y poder, quizá os hayáis alejado demasiado de vuestras raíces y estéis tan lejos de la gracia y la moral que ya estéis muertos como especie. Muertos y enterrados, por suerte —dije mofándome de él mientras Trent se ponía colorado—. Si tú eres el modelo de aquello con lo que vas a construir tu especie, entonces no queremos que volváis.

—¡No fuimos nosotros quienes abandonaron siempre jamás dejándolo en manos de los demonios! —gritó Trent. Irradiaba una furia sincera y pura y aquello que lo alentaba flotaba como una oleada de frustración—. ¡Fuisteis vosotros! ¡Nos dejasteis luchando solos! ¡Nosotros nos sacrificamos mientras vosotros poníais pies en polvorosa y huíais! ¡Y si soy cruel es porque vosotros me habéis hecho así!

Será hijo de puta

—¡No puedes culparme por algo que hicieron mis ancestros!

Trent hizo una mueca.

—El diez por ciento de mi cartera de acciones —dijo furioso.

Cabrón enfermo
.

—No está en venta. Márchate.

—El quince por ciento. Es un tercio de mil millones.

—¡Lárgate de mi iglesia!

Trent recobró la compostura como si fuese a decir algo y luego miró su reloj.

—Siento que pienses así —dijo pisando fuerte mientras volvía de nuevo hacia el piano. Se guardó en el bolsillo el regalo para Ceri y preguntó—: ¿Está en el edificio? —fingiendo que no era más que una pregunta trivial.

Mierda
. Me puse en tensión.

—¡Jenks! —grité una vez encontré mi equilibrio—. ¡Jahn, ve a buscar a tu padre! —Pero se había ido a buscar arrendajos azules, tal y como le había pedido.
Mierda y más mierda
.

Quen estaba esperando órdenes y empecé a sudar. Trent levantó la cabeza con lo que esperaba que fuese arrepentimiento en la mirada.

—Quen —dijo en voz baja—. Ata a la señorita Morgan. Hablaremos con Ceri más adelante. Al parecer hoy no va a venir. ¿Tienes una poción de memoria?

Oh, Dios
.

—En el coche, Sa'han.

Lo dijo con voz triste y miré a Quen, consciente de lo que iba a ocurrir.

—Bien. —Trent parecía tan inflexible como el hierro—. Si no hay recuerdos, no hay cabos sueltos. La dejaremos durmiendo y se despertará cuando alguien la recoja para ir a la morgue.

—Hijo de puta —susurré, y luego miré las vigas vacías. Maldita sea, ¿por qué les habría dicho que se marchasen?—. ¡Jenks! —grité, pero no escuché ningún aleteo. Quen sacó una pistola de bolas de la espalda y yo solté tacos por lo bajo.

—¿Qué es? —pregunté pensando en la mía, que estaba en el cubo junto a la puerta trasera. Si me movía, me dispararía.

—Cómo cambian las cosas cuando estás al otro extremo de la pistola, ¿verdad? —se burló Trent, y yo intenté con todas mis fuerzas no gritarle.

—Trent… —dije retrocediendo un paso con las manos en alto en señal de paz.

Quen le entregó la pistola a Trent y dijo:

—Si quieres hacerlo tendrás que hacerlo tú mismo —dijo.

Trent levantó la pistola y me miró a través del cañón.

—No hay problema —dijo, y luego apretó el gatillo.

—¡Eh! —grité cuando sentí el impacto, doloroso y punzante.
Maldita sea, dos veces en un día
. Pero no me desplomé. No era un hechizo para dormir. Trent no pareció sorprendido al ver que no me caía, sino que me tambaleaba hacia atrás. Mi impulso de huir había llegado demasiado tarde.

Trent le devolvió la pistola a Quen.

—El honor es caro, Quen. No te pago lo suficiente.

Quen no estaba contento y yo los miré, asustada por lo que podría ocurrir a continuación. Con una voz fría, Trent enunció claramente.

—Rachel. Dime dónde está el foco.

—Vete al infierno.

Trent abrió de par en par sus ojos verdes. Quen me miró de arriba abajo conmocionado y luego se relajó, casi riéndose.

—Está cubierta en agua salada —dijo—. Dijo que había tirado al suelo a Ceri de un empujón. Es evidente que la mujer le lanzó un hechizo y Rachel sigue húmeda por haber roto el encantamiento.

En realidad eso no era lo que había ocurrido realmente, pero no sería yo quien se lo aclarase. Empecé a enfadarme. Por cómo había formulado la pregunta, me daba la impresión de que Trent había cargado la pistola con hechizos de sometimiento. Era ilegal. Gris, ya que no necesitabas matar a nadie para hacerlo, pero era muy, muy ilegal.

Trent resopló y se estiró las mangas.

—Bien. Sométela a tu manera. Intenta no dejarle cardenales. Si no hay marcas, no hay ninguna razón para desenterrar recuerdos perdidos.

Vale, esto todavía no se ha acabado
… Con el pulso a mil, me puse en posición de lucha mientras seguía buscando el sonido de alas de pixie. Quen avanzó. Al parecer, su anterior indecisión solo tenía que ver con no utilizar la magia, no la fuerza, para afirmar su derecho a dominar. Daba la impresión de que, si no conseguía vencerlo físicamente, merecía ser utilizada y desechada como un pañuelo de papel.

—Quen, no quiero tener que hacer esto —le advertí, recordando nuestra última pelea. Me habría aplastado si mis compañeros de piso no hubiesen interferido—. Lárgate o…

—¿O qué? —dijo Trent de pie junto al piano blandiendo una sonrisa indignante—. ¿O nos convertirás en mariposas? Tú no utilizas magia negra.

Me puse firme y cerré los puños.

—Ella no —dijo la voz de Ceri procedente del pasillo, y la mirada de Trent pasó por encima de mi hombro—. Pero yo sí.

27.

—Maldita sea —dijo Trent en voz baja mirando a Ceri mientras Quen se detenía.

El aire pareció crujir, pero luego me di cuenta de que eran las alas de Jenks. El pixie revoloteó hasta ponerse a mi lado, esperando órdenes. Sentí que Ceri se ponía detrás de mí, pero no podía apartar la mirada de Quen, allí de pie, con los labios separados, los brazos pegados al cuerpo y su uniforme negro.

Lentamente, me puse recta. Ceri avanzó. Olía a jabón y llevaba puesto un vestido fresco de color violeta y dorado que le tapó sus pies descalzos cuando se detuvo a mi lado. Tenía el crucifijo pegado al cuerpo. Su confianza en sí misma era absoluta, al igual que su ira.

—Ah, Ceri —dije, sin saber qué otra cosa hacer—, ese hombre del traje es Trenton Aloysius Kalamack, capo de la droga, asesino y miembro de la lista de las treinta mayores fortunas. Ese que está delante de él es Quen, su jefe de seguridad. Trent, Quen, esta es Ceridwen Merriam Dulcíate, originaria de las edades Oscuras de Europa. —¡
Que empiece la fiesta
!

Trent se quedó pálido.

—¿Cuánto tiempo lleva escuchando…?

—Lo suficiente.

Me quedé pálida al darme cuenta de que el zumbido que emitía Ceri y la niebla blanca que rodeaba sus dedos con sus pequeñas vendas de mariposas era magia esperando ser dirigida.
Oh, mierda
.

—Mmm… Rachel —dijo Jenks en voz alta.

Sentí un escalofrío al ver el enfado orgulloso de Ceri.

—Echémonos para atrás, Jenks. Esto puede ponerse feo.

El ángulo de advertencia que formaban las cejas de Trent me decía que quería hacer como si no hubiese pasado nada para poder conocer a Ceri sin que se inmiscuyese entre ambos la fea realidad de su vida.
Sí, ya

El sol multicolor que entraba por las vidrieras añadía un aire surrealista al punto muerto en que nos encontrábamos. Quen estaba junto al piano y, cuando el elfo más viejo caminó para reunirse con Trent, Ceri lo miró con tranquilidad. Quen se detuvo. Al ver su acatamiento, el halo negro que le rodeaba los dedos desapareció.

Yo relajé los hombros cuando sentí que soltaba la línea luminosa. Sabía que probablemente ya tenía suficiente siempre jamás acumulado en si cabeza como para hacer volar por los aires el tejado de la iglesia, pero Trent y Quen no lo sabían.

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