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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (24 page)

Moví la cabeza y volví a estornudar. Ivy se había pillado un resfriado la primavera pasada al volver de Michigan. Se pasó tres días vagando por la iglesia como alma en pena, tosiendo y sonándose la nariz, gruñéndome cada vez que le sugería hacerle un hechizo. Se había tomado sus pastillas y su zumo de naranja todas las tardes.

Me costaba respirar y tenía cosquillas en la nariz. Mierda. Mientras me dirigía al vestíbulo dando tumbos, volví a estornudar.

—Que no soy alérgica a los gatos —dije mientras buscaba a tientas el interruptor de la luz para encenderla. El espejo me devolvió una imagen horrible. Estaba totalmente despeinada y tenía la nariz hecha polvo. Abrí el armario. No me sentía cómoda revolviendo sus cosas.

—¡Este! —dijo Jenks mientras cogía un frasco fino de color ámbar.

Yo estornudé tres veces más mientras intentaba abrir aquella maldita cosa y leer que tenía que tomar dos pastillas cada cuatro horas. ¿Por qué demonios habría intentado utilizar magia de líneas luminosas? Debería habérmelo pensado mejor antes de administrarme a mí misma un hechizo medicinal. Las auxiliares de urgencias se iban a partir el culo de risa si tenía que ir a que me hiciesen un contrahechizo.

Miré a Jenks. Entonces volví a abrir mucho los ojos; ahí venía otro estornudo y parecía que iba a ser grande. Me tomé las pastillas sin agua, miré al techo e intenté tragármelas.

—¡Con agua, Rachel! —dijo Jenks sobrevolando el grifo—. ¡Tienes que tomártelas con agua!

Moví las manos para apartarlo de en medio y me las tragué en seco retorciendo la cara. Y, como por arte de magia, las ganas de estornudar desaparecieron.

No me lo podía creer. Tomé aire una vez y luego otra. Jenks sobrevolaba enfadado sobre los vasos de papel, así que cogí uno y, obedientemente, me bebí el agua tibia y sentí cómo me bajaban las pastillas.

—¡Maldita sea! —dije maravillada—. Son geniales. Me pararon el estornudo a la mitad. —Dejé el vaso, cogí el frasco y le di la vuelta para leer la etiqueta—. Por cierto, ¿cuánto cuestan?

Jenks batió las alas. Tanto él como su reflejo bajaron lentamente.

—No hacen efecto tan rápido.

Yo lo miré y dije:

—¿De verdad?

Parecía preocupado. Sus pies tocaron ligeramente la barra y sus alas se detuvieron. Tomó aire para decir algo, pero un ligero estallido hizo que ambos levantásemos la vista. El pulso se me disparó y sentí que alguien estaba volviendo a invocar la línea. Aquello me asustó y, jadeando, choqué contra el váter de porcelana de Ivy y resbalé. Caí soltando un grito y me di con el culo en los azulejos.

—Ay —dije agarrándome el codo. Me había golpeado con algo.

—¡Bruja! —dijo una voz retumbante. Yo me aparté el pelo y entonces vi la figura de la túnica en el umbral.

—Por las gónadas de Cormel, ¿por qué sabe mi café a diente de león?

Mierda, era Minias.

12.

—¡Vete, Jenks! —grité poniéndome de pie.

Minias entró en el baño de Ivy con la cara arrugada de enfado. Yo entré en pánico y me acurruqué contra una toalla negra esponjosa que colgaba entre el inodoro y la bañera.

—¡No me toques! —grité mientras le tiraba el contenido del frasco de pastillas de Ivy.

Sentí que establecía un círculo con un tañido. Jenks estaba en el techo gritando algo y las pequeñas pastillas rebotaron contra la capa negra de siempre jamás de Minias, sin causarle daño alguno.

¡Tenía que salir de allí! Allí dentro había demasiadas tuberías y cables para establecer un círculo a prueba de demonios.

—¿Qué rayos ocurre? —dijo Minias. Me miró confundido con sus ojos de cabra mientras cogía una pastilla y la miraba. Para hacerlo había roto su círculo. Me puse de pie y agarré el espray para el pelo de Ivy.

—¡Sal de mi iglesia! —grité mientras lo rociaba con él.

El producto para desenredar el pelo con olor a naranja le cayó en los ojos. Minias gritó de dolor y caminó marcha atrás dando tumbos hacia el vestíbulo, donde chocó contra las paredes oscuras. Ladeó las manos y las piernas y se deslizó por la pared hasta el suelo. No esperé para ver si se había caído. Ya había visto muchas películas y sabía lo que ocurría.

Con el pulso a cien por hora, me lancé sobre él. Toqué algo con el pie y él soltó un gruñido. Me quedé sin aliento cuando se convirtió en niebla y mi pie lo atravesó y dio contra el suelo. Apoyé las manos en la pared para impulsarme y corrí hacia la cocina. Allí tenía un círculo que todavía tenía sal. Jenks se había convertido en un remolino de polvo dorado que corría delante de mí.

—¡Cuidado! —gritó, y yo me agaché como si me hubiesen agarrado por los pies.

Me vinieron a la cabeza recuerdos de Al. No podía volver allí. No podía ser el juguete de nadie. Luché en silencio, golpeándolo todo, olvidando todos mis conocimientos de artes marciales.

—¿¡Qué es lo que te ocurre!? —dijo Minias y luego gruñó cuando mi sandalia golpeó algo blando. Volvió a desvanecerse y me soltó.

Me impulsé hacia delante, prácticamente arrastrándome por la cocina, hasta que mi círculo estuvo entre ambos. Minias estaba al otro lado, muy cerca.

—¡
Rhombus
! —grité para activar la línea mientras tocaba con la mano el dibujo en el linóleo.

Entonces fluyó siempre jamás. El miedo me hizo perder el control y me atravesó más poder del que me hubiese gustado. Dolía. El círculo se elevó y Minias chocó contra la pared interior del mismo.

—¡Ay! —exclamó el demonio. Su túnica púrpura formó un remolino al caer de espaldas contra la isla de la cocina. Se llevó la mano a la nariz y miró la carbonilla que reptaba por mi burbuja. Se le había caído el sombrero y me estaba mirando por debajo de sus rizos. Casi se vuelve loco al darse cuenta de que le estaba sangrando la nariz.

—¡Me has roto la nariz! —exclamó. De ella le fluía sangre de demonio de color rojo brillante.

—Pues pégatela —dije, temblando. Estaba en un círculo, en mi círculo. Tomé aire una vez y luego otra. Me impulsé lentamente con las piernas y me levanté. Estaba helada a pesar del calor que hacía esa noche.

—¿Qué demonios te pasa? —volvió a preguntar, claramente furioso cuando una capa de siempre jamás se le cayó por encima. Se sacó la mano de la nariz y vi que la sangre había desaparecido.

—¿A mí? —dije para liberar un poco de mi angustia—. ¡Dijiste que llamarías antes de venir, que no vendrías sin que te invitasen!

—¡He llamado! —dijo mientras se ajustaba bruscamente la túnica—. No contestabas, y entonces —gritó y metió un dedo debajo de mi carísima pizarra y la tiró al suelo—, en lugar de enviarme un sencillo mensaje tipo «En estos momentos estoy ocupada, ¿puedes llamar más tarde?», ¡me diste con la puerta en las narices! Quiero arreglar esto de la marca. Eres grosera, maleducada y una ignorante como la copa de un pino.

—¡Eh! —dije, y sentí el calor que me subía a la cara. Me incliné para mirar al otro lado de la isla y vi que mi tabla estaba agrietada—. ¡Me has roto la pizarra! —Luego dudé y recogí los brazos poniéndolos de nuevo sobre mi pecho—. ¿Tú eras el que me hacías estornudar? —dije, y él asintió—. ¿No soy alérgica a los gatos? —Miré a Jenks, eufórica—. ¡Jenks! ¡No soy alérgica a los gatos!

Minias se cruzó de brazos y se apoyó en la isla.

—Ignorante como la copa de un pino. Grosera como un invitado no deseado. Al es un santo por soportarte, por no hablar de lo novedoso de tu sangre.

Jenks estaba haciendo callar a sus hijos desde la ventana, asegurándoles que estábamos todos bien y pidiéndoles que no se lo dijesen a su madre.

—¿Yo… grosera? —tartamudeé mientras le daba un tirón a mi camisa para ponerla de nuevo en su sitio. Minias me miró el estómago—. ¡Yo no soy la que acaba de aparecer sin más!

—Dije que llamaría primero —dijo entrecerrando sus ojos de demonio—. No lo prometí. Y eres tú la que me está lanzando pastillas y gas de defensa personal —añadió mientras cogía el sombrero y se lo ponía de nuevo. Tenía los rizos despeinados y ¡maldita sea si no le quedaban genial! Me puse seria de inmediato.
No, no Rachel. Chica mala
. Y recordando lo que Ivy me había dicho esta primavera sobre mi necesidad de sentir la amenaza de la muerte para demostrarme a mí misma que estaba viva, descarté rápidamente la idea de que Minias me parecía atractivo. Pero lo era.

Minias notó que se apagaba mi ira y, claramente acostumbrado a tratar con mujeres volátiles, bajó la mirada. Cuando volvió a mirarme estaba visiblemente más calmado, aunque no menos enfadado.

—Perdona por haberte asustado —dijo con una voz ceremoniosa—. Es evidente que pensaste que estabas en peligro y probablemente agarrarte no fuese una buena idea.

—Por supuesto que no —dije, y di un respingo cuando Jenks se posó sobre mi hombro—. Y no intentes venderme el cuento del demonio bondadoso. Ahora conozco a tres de vosotros y todos sois malos, estáis locos o simplemente sois desagradables.

Minias sonrió, pero aquello no me hizo sentir mejor. Sus ojos recorrieron el interior de mi burbuja.

—No soy bondadoso y, si pudiese salirme con la mía, te arrastraría a siempre jamás y te mataría… pero Newt se vería implicada. —Movió los ojos y se centró en mí—. Ahora mismo no se acuerda de ti y me gustaría que eso siguiese así.

—Por el tanga rojo de campanilla —susurró Jenks mientras me agarraba la oreja para mantener el equilibrio. Se me hizo un nudo el estómago y retrocedí hasta topar con el frigorífico. El frío del acero inoxidable traspasó la fina camiseta que llevaba.

—Con esta deuda pendiente entre ambos sin ni siquiera una marca para mantener limpias las cosas, llevarte sería de mal gusto. —Minias se tiró de las mangas para taparse las muñecas—. Una vez te conceda tu estúpido deseo ya no tendré que contenerme pero, hasta entonces, estás relativamente a salvo.

Levanté la barbilla. Cabrón. Me había asustado a propósito. Ahora no me sentía mal por haberle quemado los ojos, por haberle pateado sus partes o porque hubiese entrado en mi burbuja. Y no iba a confiar en él hasta tener claro que era inmune a él.

—Jenks —dije en voz baja mientras Minias examinaba mi cocina—, ¿puedes enviar a uno de tus hijos a buscar a Ceri? —Probablemente ya se le habría pasado el cabreo por mi pésimo manejo de las líneas luminosas. Y no quería hacer esto sin ella.

—Iré yo —dijo él—. No les dejamos salir del jardín. —Me enfrió el cuello con la brisa que provocó al alzar el vuelo y se marchó con un gesto de preocupación—. ¿Estarás bien?

Observé a Minias tocar las hierbas que se estaban secando sobre el estante colgante y me entraron ganas de decirle que les quitase los dedos de encima.

—Sí —dije—. Está dentro de un buen círculo.

Los ojos de Minias siguieron a Jenks mientras se iba con especial interés. Parecía ligeramente molesto. Frotó sus pies descalzos contra el suelo de linóleo y entonces aparecieron revestidos de un par de zapatillas bordadas. Lentamente, fue relajando la frente cubierta por sus rizos marrones. Me fijé en aquellos ojos tan extraños que tenía e intenté ver la pupila horizontal junto al iris oscuro. Él apoyó la espalda contra la isla, cruzó los tobillos y esperó. Detrás de él estaba mi hechizo para dejar de estornudar y no me gustaba la mirada condescendiente que me había echado después de echarle un vistazo al pentáculo.

—Se te da muy mal el protocolo de líneas —dijo con sequedad—, pero he de admitir que esto es mejor que los sótanos mohosos de los que siempre oigo hablar.

—No sabía que eras tú quien me hacía estornudar —dije de mal humor—. Uno no puede saber lo que no le han dicho.

Minias dejó de mirar el jardín a oscuras y levantó una ceja.

—Sí puede. —Se dio la vuelta y empezó a revolver los restos de mi hechizo de línea luminosa—. ¿Qué va a ser? —dijo sujetando el crisol con una mano y pasando un dedo de la otra por la carbonilla—. ¿Vida eterna? ¿Riqueza inimaginable? ¿Conocimiento ilimitado?

No me gustaba la forma en que frotaba el índice y el pulgar y olía la ceniza como si aquello tuviese algún significado.

—Deja de hacer eso —dije.

Me miró a través de sus rizos castaños y dejó el crisol donde estaba.

Se me hacía raro ver su elegante figura envuelta en una túnica haciendo algo tan mundano como arrancar un trozo de rollo de papel y limpiarse los dedos. Fruncí el ceño y me puse tensa cuando se agachó para ver mi libro de hechizos.

—Deja eso —murmuré. Ojalá que Ceri se diese prisa.

Minias sacó los dedos de mis libros mientras juraba en latín. Cuando se levantó, tenía mi juego de cacerolas de cobre para hechizos, con mi pistola de bolas dentro de la más pequeña. Por un momento me preocupó que los encantamientos que había dentro pudiesen tener suficiente cantidad de mi aura para romper el círculo, aunque estuviesen caducados. Sin embargo, Minias solo les lanzó una mirada rápida y centró su atención en la cacerola más grande. Era la que había abollado contra la cabeza de Ivy y no me gustó cuando la levantó y la sostuvo mirándola con desdén y asco.

—No utilizas esto, ¿verdad? —preguntó.

—¿Por qué no dejas de fastidiar? —protesté. Dios, ¿de qué iba? Era todavía más curioso que Jenks. Minias dejó la cazuela para hechizos haciendo un gesto de diversión con las cejas y cogió uno de los libros de hechizos que estaban abiertos sobre la isla. Yo apreté los dientes, pero esta vez no dije nada. Sus labios formaron una sonrisa. Minias sostenía el libro abierto con una sola mano y, tras colocarse bien el sombrero, se sentó sobre la isla junto a mi hechizo de línea luminosa. Su cabellera rizada estaba casi entre las cacerolas y las hierbas.

Exhalé lentamente y di un paso hacia delante.

—Mira —dije mientras me miraba con aquellos ojos de extraterrestre—. Lo siento, no sabía que estabas intentando contactar conmigo. ¿Podemos arreglar este tema de la marca para poder seguir con nuestras vidas?

Minias volvió a mirar el libro, se quitó el sombrero y murmuró:

—A eso he venido. Has tenido tiempo de sobra para pensar un deseo. Hace casi quinientos años que no trato con no eternos y no quiero volver a meterme en esto, así que cuéntame.

Bajé la cabeza y, de repente nerviosa, me subí a la encimera que había junto al fregadero.

No eternos
, ¿
eh
? Me rodeé las rodillas con los brazos y apoyé la barbilla en ellas. Pensé en la vida más corta que ahora tenía Jenks y en que los deseos siempre se vuelven contra uno. Claro, el que había formulado para salir de la SI había funcionado, pero todavía estaba intentando liberarme de las marcas de demonio que había tenido como resultado. Si deseaba que Jenks tuviese una vida más larga quizá podría acabar en un estado en el que no podría hacer nada. O quizá sería el primer pixie vampiro o algo igual de desagradable.

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