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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (20 page)

Podían invocarlos, sí, pero conjurarlos con seguridad quedaba fuera de su nivel de habilidades. Y en cuanto a la humanidad se le metiese eso en la cabeza, todos los brujos profesionales podrían quitarse esa espinita y relajarse.

Yo había estudiado durante dos años y tenía suficiente experiencia vital como para obtener la licencia y utilizar encantamientos en mi trabajo. La habilidad no era lo que me impedía obtener la licencia para vender mis encantamientos, sino el capital. Eso podía explicar la incongruencia de que estuviese esperando un autobús con un artefacto que podría dar lugar a una lucha de poder en el inframundo. Con la suerte que tenía, hasta me atracarían de camino a casa.

Suspiré y tiré de mi camiseta, preguntándome si debería quitármela y ponerme la camisola que tenía puesta por debajo en casa. Sería divertido ver al tío que tenía al lado reaccionar cuando empezase a desnudarme. Sonreí para mis adentros. Quizá sería mejor quitarme las zapatillas e ir descalza. Los ladrones solían dejar en paz a la gente sucia y descalza.

El hombre lobo que tenía a mi lado soltó un largo silbido de apreciación y yo levanté la mirada de mis asquerosas zapatillas y parpadeé al ver una limusina Gray Ghost salirse del flujo de tráfico y detenerse en la parada del autobús. Mi primera reacción de sorpresa se mezcló con enfado. Tenía que ser Trent. Y allí estaba yo, esperando el autobús con las rodillas sucias y sudando.
Chachipirulí
.

Miré por encima de las gafas de sol cuando la ventana tintada trasera descendió. Sí, era Trent, el capullo al que tan bien le quedaba aquel traje de lino color crema y la camisa blanca. Su moreno se había intensificado con el verano, lo que me llevaba a pensar que salía a sus galardonados jardines y a sus establos reconocidos a nivel nacional con más frecuencia de lo que decía.

Yo no dije ni una palabra mientras miraba por su ventanilla bajada al asiento delantero y veía a Quen, su jefe de seguridad, que iba conduciendo en lugar de su principal lameculos: Jonathan. Mi pulso se relajó al notar la ausencia de aquel hombre alto y sádico. Me caía bien Quen, aunque de vez en cuando pusiese a prueba mi magia y mis habilidades en artes marciales. Al menos era honesto, no como su jefe.

Me puse una mano en la cadera y pregunté con sarcasmo:

—¿Dónde está Jon? —El lobo que estaba detrás de mí tuvo un ataque de histeria al ver que conocía a Trent lo suficiente como para ser desagradable con él. Los dos hechiceros estaban ocupados sacando fotos con sus móviles, riéndose y susurrando. Quizá debería ser agradable si no quería ver mi horrible escena por todo internet, así que me relajé un pelín.

Trent se inclinó hacia la ventanilla con sus ojos verdes entornados a causa del sol. Su hermoso pelo casi translúcido se movió con la brisa de la calle, estropeando así su perfecto peinado. Por mucho que odiase admitirlo, su pelo despeinado por el viento me pareció atractivo de repente. Aunque sus hazañas empresariales, representadas por su prístina y legal Industrias Kalamack, eran muy valoradas, su cuerpo delgado y bien proporcionado estaría tan bien con un ajustado traje de baño subido a una silla de socorrista que con un traje en una sala de juntas.

—Jonathan está ocupado —dijo él. Me llamó la atención su tono de voz practicado y el toque de irritación que contenía y que, aun así, no le quitaba ni una pizca de su hipnotismo.

—¿Con Ellasbeth? —dije con tono burlón, y el hombre lobo que tenía a mi lado se atragantó.
Como si tuviese que ser agradable con él porque es el suministrador del comercio de azufre de la Costa Este y se ha metido en el bolsillo la mitad de los líderes mundiales mediante sus biomedicamentos ilegales
. Como no había conseguido comprar mis servicios de por vida, había intentado meterme miedo para que aceptase. Conseguí quitármelo de encima con un poco de chantaje, pero él parecía no querer captar el mensaje de que no iba a trabajar para él. Claro, que eso podría ser culpa mía… ya que parecía incapaz de decir que no cuando me enseñaban suficiente dinero.

Trent suspiró, visiblemente molesto por lo que yo misma reconozco que era un comportamiento infantil, pero estaba cabreada, maldita sea, necesitaba dinero y, por lo tanto, era vulnerable a sus sobornos y a su coche con aire acondicionado.

—Sube —dijo y luego, sonriendo y saludando a los dos hechiceros, se apartó de la puerta y se internó en las sombras.

Yo miré al hombre lobo que tenía al lado, suponiendo que Trent quería hablarme del «Se ruega confirmación» de la invitación, al que yo no había contestado.

—¿Cree que debería? —dije, y el hombre asintió como uno de esos muñecos que tienen un muelle en la cabeza.

Trent se acercó a la luz.

—Suba, señorita Morgan. La dejaré donde quiera.

Quiero ir a Las Vegas y ganar un coche
, pensé, pero di un paso adelante.

—¿Tienes el aire encendido en esa cosa? —pregunté, y él arqueó las cejas.
De acuerdo, probablemente era una pregunta estúpida
. Y luego añadí—: Me vendría bien que me acercases a casa.

Trent me llamó con una seña y los dos hechiceros que tenía detrás casi se desmayan cuando escucharon:

—Solo quiero quince minutos —dijo. Su sonrisa políticamente perfecta empezaba a parecer forzada.

Se apartó hacia un lado para que yo pudiese entrar y, en un acto de rebeldía, agarré la manilla de la puerta delantera del acompañante y la abrí. Quen dio un respingo de sorpresa al verme entrar. Yo cerré la puerta y me puse el cinturón.

—Ay, señorita Morgan… —dijo Trent desde el asiento de atrás.

El aire acondicionado estaba encendido, pero demasiado bajo para mi gusto así que, después de poner el bolso a mis pies, empecé a enredar con la salida de aire.

—Yo no voy en el asiento de atrás —dije mientras inclinaba mi mitad de las salidas de aire hacia mí y las abría al máximo—. Dios, Trent. Me siento como una niña ahí atrás.

—Sé lo que quieres decir —murmuró, y Quen sonrió tras el volante.

Que nuestros padres hubiesen sido amigos y trabajasen juntos para resucitar la especie de Trent no significaba una mierda para mí. Después de sus muertes con una semana de diferencia, Trent creció con todos los privilegios y yo aprendí a defenderme de barriobajeros adolescentes que me veían como una presa fácil… criada por una madre tan destrozada por la muerte de su marido que casi se había olvidado de mi hermano y de mí. Quizá estuviese celosa, pero no iba a dejar que creyese que me sentaría junto a él como si fuésemos amigos.

Oímos una bocina de tamaño industrial a nuestras espaldas: era el autobús urbano que intentaba entrar en la parada. Al estar allí estábamos violando la ley pero ¿quién le iba a poner una multa a Trent Kalamack?

Tras el gesto de Trent, Quen aceleró y se adentró en el hueco que dejó el autobús parado. Me sentía como si hubiese ganado unos cuantos puntos, y me quité las gafas antes de acomodarme en el lujoso cuero para disfrutar el aire frío que movía los rizos empapados en sudor que tenía delante de los ojos.
Qué bien se está aquí
.

—La idea —dijo Trent arrastrando las palabras y hablando más alto de lo que, evidentemente, le gustaba— era que hablásemos.

—Quiero hablar con Quen. —Me giré hacia el hombre profundamente marcado de cicatrices y sonreí. Parecía tan viejo como mi padre si siguiese vivo. Su oscura piel estaba marcada por el daño que había infligido la Revelación en algunos inframundanos. Quen también era un elfo, con lo que con él, ya conocía a cuatro. No estaba mal para ser una especie en extinción. Debía de tener una parte de genes humanos, o el virus T4 Ángel, que se había cargado a una importante porción de la humanidad, no le habría afectado en absoluto.

Aunque pequeño, Quen estaba fibroso y era muy poderoso, tanto en magia de línea luminosa como en artes marciales. Una vez lo había visto utilizar un hechizo negro de línea luminosa, aunque probablemente Trent no supiese que era capaz de hacerlos. A veces era mejor no saber cómo hacía su trabajo la gente que te protegía.

Iba vestido de negro. Su vestimenta recordaba a un uniforme, pero su diseño era flexible, para permitirle movimiento y comodidad. Estaba muy bien para tener cuarenta y muchos y, si alguna vez necesitaba un modelo que imitar, Quen podría serlo perfectamente. Si no trabajase para Trent, claro.

—¿Cómo lo llevas? —le pregunté a Quen, y el hombre normalmente estoico dejó entrever una sonrisa. Trent no podía verla desde donde estaba y me pregunté si Quen tenía un sentido del humor del que no me había percatado.

—Estoy bien, señorita Morgan —dijo tranquilamente. Su voz era tan áspera como su piel llena de cicatrices—. Usted está… —Dudó mientras me miraba de arriba abajo al tiempo que reducía la velocidad al unirse al tráfico del puente—. ¿Qué se ha hecho? Parece… radiante de salud.

Se me subieron los colores. Había notado que ya no tenía las pecas ni las imperfecciones que mis casi veinticinco años de vida me habían dado, un beneficio inesperado de cambiar de forma mediante una maldición demoníaca.

—Es una larga historia —dije, sin querer entrar en el tema.

—Me interesaría escucharla —me espetó con un tono ligeramente acusador.

Entonces se oyó el suspiro calculado de Trent procedente del asiento de atrás. Me pareció que lo había presionado suficiente y, como no quería seguir aquella conversación con Quen, levanté una de mis rodillas manchadas de tierra y me giré para poder ver a Trent.

—Mira, Trent —dije con sequedad—. Sé que quieres que trabaje en la seguridad de tu boda y la respuesta es no. Te agradezco que me lleves a casa pero estás loco si crees que eso me va a ablandar lo suficiente como para volverme estúpida. No soy uno de tus serviles debutantes…

—Yo nunca he dicho eso —interrumpió él. Era una protesta leve, como si aquello le gustase.

—Y no voy a ser una maldita dama de honor en tu boda. No tendrías suficiente dinero para pagarme. —Entonces dudé y maldije al destino porque Trent siempre aparecía cuando yo necesitaba grandes cantidades de dinero. ¿
Es suerte o es que espera a que se me acabe el dinero
?—. Ah, y será un trabajo remunerado, ¿no? Me refiero a que, por lo general, los vestidos son horrorosos, pero normalmente a las damas de honor no se les paga por ponérselos.

Trent se reclinó en la parte trasera de la limusina, relajado, seguro de sí mismo y con las piernas cruzadas como si estuviese en la mejor parte del juego.

—Lo sería si tú aceptases.

Me dolía la mandíbula y la moví para liberar tensión mientras se me venía a la cabeza mi iglesia y lo que me costaría volver a consagrarla. Los bolsillos de Trent eran tan profundos que ni siquiera parpadearía ante esa cantidad. No era justo pedirle a Ivy que se ocupase de tanta carga económica cuando había sido culpa mía.

Trent esbozó una sonrisa de presumido tremendamente irritante al darse cuenta de que había algo que deseaba lo suficiente como para sentirme tentada. Esa era una de las razones por las que me había sentado delante. El elfo era un maestro interpretando a la gente y nos parecíamos tanto que me había calado.

—Te estoy pidiendo que te lo pienses —dijo. Luego su rostro perdió todo rastro de fanfarronería y añadió—: Por favor. Me vendría muy bien tu ayuda en esto.

Yo parpadeé y me revolví para ocultar mi estupefacción.
¿Por favor
? ¿
Desde cuándo Trent pide las cosas por favor
? ¿
Desde que he empezado a tratarlo como a una persona
?, pensé, respondiendo así a mi propia pregunta. Y ¿por qué? Entonces me hundí al recordar que, hacía menos de dos meses, le había rogado a un vampiro suicida que se pensase el tomar drogas para aliviar su dolor como alternativa a los medicamentos ilegales a los que solo Trent tenía acceso. ¡Dios! Solo habían pasado veinte minutos desde que le había pedido a Glenn que encubriese cómo habían muerto esas mujeres porque eso me haría la vida más fácil.

Molesta conmigo misma, empecé a ver la razón subyacente a los asesinatos y a los chantajes de Trent. No decía que sus métodos estuviesen justificados, solo que los comprendía. Trent era el colmo de la pereza y siempre elegía el camino fácil, no necesariamente el legal y más difícil. Pero pedirle a Glenn que ocultase información para evitar una lucha de poder en el inframundo estaba al mismo nivel que matar a tu genetista principal para evitar que acudiese a las autoridades y te denunciase. ¿Verdad?

Retrasé mi respuesta y que quité la camiseta. El aire fresco alivió mi rubor mientras metía el suave algodón en el bolso para así esconder mejor el foco.

—¿Por qué? —dije rotundamente—. Quen es tres veces mejor que yo.

Su rostro angular mostró un poco de tensión y me entregó una invitación que alguien había devuelto. La miré y vi el «sí» marcado y una nota escrita a mano debajo que decía que, quienquiera que fuese, estaba deseando ser su testigo.

—Vale, ¿y? —dije devolviéndosela.

—Mira de quién es —dijo mientras me la volvía a dar por encima de los asientos.

Con un nudo en el estómago, miré boquiabierta el inofensivo y escandalosamente caro papel de lino que estaba entre los dedos bronceados de Trent. Me sacudió el ruido al pasar sobre una vía de tren y la cogí, dándole la vuelta para ver la dirección.

—Mierda —susurré.

—Eso es casi lo mismo que yo dije —murmuró Trent mientras miraba los pequeños comercios y casas junto a los que pasábamos.

Con la boca seca, miré a Trent y luego a Quen, pero ambos estaban en silencio, interpretando mi reacción. Le devolví la invitación lentamente. Era de Saladan y tenía fecha de hacía cuatro semanas.

—Lee no puede estar a este lado de las líneas luminosas —dije, y luego apagué el aire acondicionado.

Trent ocultaba muy bien su miedo a los demonios, pero para mí era evidente.

—Al parecer, sí —dijo con sarcasmo.

Yo estaba moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás.

—Es el familiar de Al. No puede estar a este lado de las líneas.

—Es su letra. —Trent tiró la invitación, que cayó emitiendo un sonido sibilante sobre el fabuloso cuero donde yo debería estar sentada.

Las cosas empezaban a encajar y me puse tensa. De acuerdo, ahora sabía por qué Trent no solo quería que estuviese en la boda, sino trabajando en primera fila y de pie junto a él en todo momento.

—Maldita sea, no —dije en alto—. No me presentaré en tu boda si existe la posibilidad de que Al aparezca como invitado de Lee. Yo no trato con demonios, no me gustan los demonios y no me pondré en una situación en la que tenga que defenderme a mí o a otra persona de uno de ellos. No. Rotundamente, no.

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