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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (18 page)

El foco estacaba ahora en mi bolso, silencioso e inactivo al estar tan lejos de la luna llena. Todavía mantenía el frío de la nevera de David y me estaba destemplando una parte del cuerpo. La experiencia me decía que el próximo lunes habría cambiado de ser una estatua de hueso que representaba el rostro de una mujer, al hocico plateado y brillante de un lobo, transpirando saliva y lanzando un chillido o agudo que solo los pixies podían oír.
Tengo que deshacerme de esta cosa
. Quizá podría cambiarla por una de mis marcas demoníacas. Pero si Newt o Al se la vendían a su vez a otra persona y comenzaba una lucha por el poder, me sentiría responsable.

Llegamos al final de las escaleras y, con los dos hombres siguiéndome, me giré con elegancia hacia la derecha y seguí las flechas hasta las puertas dobles.

—Hola, Iceman —dije abriendo de un golpe el lado izquierdo de la puerta batiente y entrando como si aquello fuese mío.

El joven se levantó y sacó los pies de la mesa.

—Señorita Morgan —dijo—. ¡Dios mío! Me ha pegado un susto.

Kisten entró detrás de mí mirando a todas partes.

—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó cuando el chico de detrás de la mesa dejó sobre ella su videoconsola portátil y se puso de pie.

—Todo el rato —le dije con sarcasmo mientras extendía la mano para dársela a Iceman—. ¿Tú no?

—No.

Iceman me miró a mí, luego a Kisten y finalmente a David, que estaba de pie con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. Su entusiasmo por verme se evaporó al darse cuenta de que habíamos venido a identificar a alguien.

—Bueno… vaya —dijo él mientras me soltaba la mano—. Me alegro de verla pero no puedo dejarla entrar a menos que traiga consigo a alguien de la SI o de la AFI. —Hizo una mueca—. Lo siento.

—El detective Glenn está de camino —dije, sintiéndome inquieta por alguna razón. Claro, estaba allí para identificar un cadáver, o tres, pero conocía a alguien a quien Kisten no conocía y eso no ocurría a menudo.

Entonces volvió a sentirse aliviado, como un chiquillo que debería estar sirviendo batidos en el centro comercial, no cuidando de la morgue.

—Bien —dijo—. Pueden sentarse en una camilla mientras esperan.

Miré la camilla vacía que estaba contra la pared.

—Mmm, creo que me quedaré de pie —dije—. Este es Kisten Felps —añadí, y luego me giré hacia David—. Y David Hue.

David se serenó y, adoptando una actitud profesional, se adelantó con la mano extendida.

—Un placer conocerle —dijo, retirándose de nuevo a su lugar en cuanto le hubo dado la mano.

—¿Cuántas… cuántas mujeres lobo sin identificar recibe de media en un mes?

Su voz tenía cierto tinte de pánico e Iceman se cerró y se sentó de nuevo tras la mesa.

—Lo siento, señor Hue. En realidad no debería…

David levantó una mano y se giró, con la cabeza inclinada de preocupación. Mi buen humor se esfumó. La cadencia aguda de unos zapatos con grandes suelas en el pasillo exterior llamó la atención de todos los presentes y yo resoplé de alivio cuando el poderoso cuerpo de Glenn entró por la puerta, sujetando con su gruesa mano con facilidad el pesado metal, su piel oscura y sus uñas rosas contrastaban con el blanco de la pintura escarchada. Iba con su abrigo y su corbata de rigor y por la chaqueta le asomaba la culata de una pistola. Se inclinó y se puso de lado para no tener que abrir la puerta por completo.

—Rachel —dijo cuando se cerró la puerta. Luego miró a David y a Kisten y frunció el ceño con un toque de oficialidad de la AFI. La confianza de David se había degradado hasta convertirse en depresión y Kisten estaba nervioso. Yo estaba teniendo la sensación de que no le gustaba que yo estuviese allí.

—Hola, Glenn —dije, consciente de mi aspecto tan poco profesional: unas zapatillas, una camiseta verde descolorida y unos vaqueros manchados de tierra—. Gracias por dejarme arrancarte de tu mesa de despacho.

—Dijiste que se trataba de las mujeres lobo sin identificar. ¿Cómo iba a negarme?

David apretó la mandíbula. Glenn se dio cuenta de su reacción y suavizó la mirada al entender por qué estaba David allí. Noté la presencia de Kisten detrás de mí y me di la vuelta.

—Glenn, este es Kisten Felps —dije, pero Kisten ya se había adelantado y sonreía con los labios cerrados.

—Ya nos conocemos —dijo Kisten agarrando la mino y dándole un apretón firme—. Bueno, es una forma de hablar. Tú fuiste el que abatió a los camareros de Piscary el año pasado.

—Con la pistola de bolas de Rachel —dijo Glenn, efe repente nervioso—. Yo no…

Kisten le soltó la mano y se apartó.

—No, no me diste. Pero te vi durante el resumen de las noticias. Buen disparo. Es difícil tener precisión cuando tu vida pende de un hilo.

Glenn sonrió y mostró sus dientes planos y uniformes. Era el único tío de la AF1 que conocía, además de su padre, que podía hablar con un vampiro sin miedo y que sabía traer el desayuno cuando llamaba a la puerta de una bruja a mediodía.

—¿Sin remordimientos? —preguntó Glenn.

No estás de broma
, pensé yo, preguntándome en qué lío se iba a meter Kisten si Piscary salía de prisión. Yo no era la única con la que tenía asuntos pendientes el señor de los vampiros. Y aunque Piscary podía hacerle daño a Kisten aun estando en prisión, tenía la sensación de que el vampiro no muerto disfrutaba alargando el miedo a lo desconocido. Puede que perdonase a Kisten por darme embalsamador egipcio para incapacitarlo y que viese la traición como el acto de un niño rebelde y desobediente. Quizá. Conmigo solo estaba cabreado.

David se acercó arrastrando los pies.

—David. David Hue —dijo con los ojos cerrados—. ¿Podemos acabar con esto?

Glenn le apretó la mano y su cara inexpresiva se convirtió en el distanciamiento profesional que yo sabía que utilizaba para poder dormir por las noches.

—Por supuesto, señor Hue —dijo. El detective de la AFI miró a Iceman y el universitario le lanzó la Betty Mordiscos con la llave. Él la cogió patas arriba y las orejas del meticuloso oficial de la AFI se sonrojaron de vergüenza.

—¿Rachel? —murmuró Kisten mientras todos íbamos hacia allí—. Si te puede llevar David a casa, necesito largarme de aquí.

Yo me paré. Glenn se giró mientras me sostenía abierta la puerta. Al otro lado pude ver la distribución de cómodos asientos y el compañero de trabajo de Iceman rondando con una carpeta en la mano, mirándonos por encima de las gafas. ¿
Kisten tiene miedo a la muerte
?

—Kisten —dije para intentar persuadirle, sin creérmelo. Me habría gustado parar en la Gran Cereza de camino a casa para comprar la dosis de tomate de Glenn, en una tienda de hechizos para el vino de lilas, y en cualquier parte para comprar una caja de velas de cumpleaños con la esperanza de tener un pastel en el futuro. Pero Kisten dio un paso atrás.

—De verdad —dijo—. Tengo que irme. Hoy llega un queso poco común y si no estoy allí para firmar tendré que ir a la oficina de correos a recogerlo.

Un queso poco común, y una mierda. Y odio no tener mi propio coche
. Con la cadera ladeada, tomé aire para quejarme, pero David me interrumpió y dijo:

—Yo te llevaré a casa, Rachel.

Los ojos de Kisten me suplicaban. Cedí y murmuré:

—Venga, vete. Te llamaré luego.

Él sacudió los pies y su elegancia habitual desapareció, haciéndolo parecer encantadoramente vulnerable. Se inclinó y me dio un beso rápido en el cuello.

—Gracias, amor —susurró. Me dio un apretón en el hombro y me enseñó la punta de los dientes. Aquello me hizo sentir un escalofrío de deseo que me llegó hasta los huesos.

—Deja de hacer eso —le susurré mientras lo empujaba suavemente para separarlo de mí y me ponía colorada.

Él se apartó sonriendo. Hizo un gesto con la cabeza que indicaba seguridad para despedirse del resto de los hombres, metió las manos en los bolsillos y se marchó con paso despreocupado.

Que Dios me ayude
, pensé mientras me pasaba la mano por el cuello. Tenía la sensación de que me acababa de utilizar para recuperar su confianza. Claro, tenía miedo de la muerte, pero yo era su novia y, al parecer, demostrarlo delante de otros tres tíos había reforzado su masculinidad. En fin.

Todavía tenía la cara caliente cuando Glenn carraspeó.

—¿Qué? —murmuré yo al entrar delante de él—. Es mi novio.

—Mmm —murmuró él como respuesta sacudiendo a Betty Mordiscos para hacer sonar la llave. El interno que comprobaba las etiquetas, un vampiro vivo, se marchó en cuanto Glenn lo miró. Solo estábamos nosotros y los vampiros recién muertos que estaban refrescándose hasta que oscureciese.

David se estaba haciendo crujir los nudillos cuando Glenn se detuvo delante de un cajón y miró al hombre lobo.

—¿Cree que conoce a estas mujeres? —preguntó, y yo me enfurecí. En su voz había un toque de desconfianza. Su necesidad de tener alguien a quien culpar de las muertes pasó a un primer plano.

—Sí —dije yo interponiéndome antes de que David pudiese abrir la boca—. Tiene un par de novias con las que no consigue ponerse en contacto y, dado que me estaba guardando algo que la persona adecuada mataría por conseguir, pensamos que sería mejor comprobarlo para poder dormir por la noche.

David parecía aliviado con mi explicación, pero Glenn no estaba contento.

—Rachel —dijo mientras manejaba la llave con sus dedos cortos, pero no abrió el cajón—. Son mujeres lobo. Técnicamente esto no es un asunto de la AFI. Si alguien me pilla podría meterme en un buen problema.

Podía sentir la anticipación y el miedo creciendo dentro de David y me pregunté si esa sería la razón por la que Kisten se había ido. Aunque no fuese dirigido directamente a él, era algo que lo habría desesperado.

—Tú abre el cajón —dije, empezando a enfadarme—. ¿De verdad crees que debería meter a Denon en esto? Metería a David en la torre y lo pondría debajo de un foco. Y además —dije, rezando para estar equivocada—, si tengo razón entonces esto es un caso para la AFI.

Glenn entrecerró sus ojos marrones y, con David frunciendo el ceño, el detective de la AFI abrió el cajón. Bajé la vista al oír el escabroso ruido de la bolsa al abrirse y vi a la hermosa mujer desde una nueva perspectiva, imaginándome el miedo y el dolor que debió de sufrir al convertirse en un lobo sin tener ni idea de lo que estaba pasando. Dios, debió de pensar que se estaba muriendo.

—Esa es Elaine —dijo David tomando aire, y yo lo agarré del brazo cuando casi pierde el equilibrio. Glenn pasó al modo detective: los ojos brillantes y una actitud más dura, más amenazante. Le dije con la mirada que se callase. Sus preguntas podían esperar. Todavía teníamos dos cajas de Pandora más que abrir.

—Dios, lo siento, David —dije con un tono suave y deseando que Glenn cerrase el cajón.

Como si hubiese oído mi petición silenciosa, volvió a meter a Elaine dentro.

David tenía la cara pálida y tuve que recordarme a mí misma que, aunque sabía cuidar de sí mismo y no le faltaba confianza, estas eran mujeres a las que había conocido íntimamente.

—Muéstrame la siguiente —dijo. El aire olía cada vez más a almizcle.

Glenn arrancó una nota escrita a mano de su agenda y la metió detrás de la tarjeta identificativa antes de ir a la siguiente. Yo tenía un nudo en el estómago. Esto no pintaba bien. Que David estuviese involucrado en las muertes accidentales de estas tres mujeres no era el único problema, sino que ahora yo iba a tener que explicarle a la AFI por qué tenían certificados de nacimiento humanos.

Mierda. ¿Cómo carajo iba a manejar esto? Todos los señores vampiros del país y todos los alfas con delirios de grandeza iban a venir detrás de mí, los primeros para destruir el foco y los segundos para hacerse con él. Fingir haberlo tirado por el puente Mackinac no volvería a funcionar. Quizá… quizá había sido una casualidad. Quizá Elaine era una mujer lobo y le había dicho a David que era humana porque sabía que si no, no saldría con ella.

Glenn abrió con llave el segundo cajón y, cuando todos estuvimos preparados, abrió la cremallera de la bolsa. Yo miré a David en lugar de a Glenn. Supe la respuesta en cuanto cerró los ojos y le empezaron a temblar las manos.

—Felicia —susurró—. Felicia Borden. —Estiró el brazo para tocarla y sus dedos temblorosos recorrieron su cabello—. Lo siento, Felicia. No lo sabía. Lo siento mucho. ¿Qué… qué te has hecho?

Se le quebró la voz y yo le lancé una mirada a Glenn. El oficial de la AFI asintió. David estaba a punto de romper. Sería mejor pasar la parte más dura rápido.

—Vamos, David —dije intentando tranquilizarlo mientras le agarraba el brazo y le hacía retroceder un paso—. Una más.

David dejó de mirarla y Glenn cerró rápidamente el cajón, que emitió un sonido metálico. La única que quedaba era la mujer que había sido arrollada por un tren. Probablemente no había sido un suicidio. Lo más seguro es que hubiese sufrido una crisis nerviosa con el estrés de una primera transformación, sin encontrar alivio al dolor y sin comprenderlo, y huyera a ciegas en busca de una respuesta. O quizá había perdido la cabeza con el regocijo de su recién descubierta libertad y había juzgado mal sus nuevas capacidades. Casi esperaba que fuese la última posibilidad, por muy trágica que fuese. No me gustaba la idea de que se hubiese vuelto loca. Eso solo implicaría mucho más sentimiento de culpabilidad para David.

Me puse con David a la derecha del último cajón. Al darme cuenta de que estaba conteniendo el aliento, le agarré la mano. La tenía fría y seca. Creo que estaba empezando a sufrir un ataque de nervios.

Glenn abrió el último cajón a disgusto. No estaba ansioso por enseñarle a David a qué había quedado reducido el cuerpo de la mujer.

—¡Dios mío! —gimió David dándose la vuelta.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y me sentí impotente. Lo rodeé con un brazo y lo llevé a la zona en la que los familiares esperaban a que los suyos despertasen para sentarse. Tenía la espalda encorvada y se movía sin pensar. Se agarró al respaldo de una silla antes de dejarse caer en ella.

Se separó de mí y yo me quedé de pie a su lado mientras apoyaba los codos en las rodillas y dejaba caer la cabeza entre las manos.

—Yo no quería que ocurriese —dijo con una voz muerta—. Esto no tenía que pasar. ¡Esto no tenía que pasar!

Glenn había cerrado el último cajón y se dirigía a nosotros con el típico contoneo agresivo de agente de la AFI.

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