Read Por unos demonios más Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por unos demonios más (74 page)

Cuando bebí un sorbo de la bebida, el hielo se movió y me golpeó la nariz. No iba a llorar. Otra vez no. Edden quería que fuese a hablar con Ford sobre mi recuerdo. «Por tu propio bien, no por el caso», había dicho. Pero no iba a hacerlo. Puede que alguien me hubiese obligado a perder la memoria, pero ahora que la había perdido, bien podía no volver. Solo me causaría más dolor. La AFI se estaba rebelando contra el sistema para intentar averiguar quién había matado a Kisten a través de quien hubiera hecho el trato entre Piscary y Al para sacarlo de la cárcel, pero era un callejón sin salida.

El sonido del timbre interrumpió mis lúgubres pensamientos.

—Iré yo —dije apartándome de la mesa y dirigiéndome a la puerta. Tenía que hacer algo o acabaría llorando.

—Seguramente es Ceri —dijo Jenks desde mi hombro—. Deberías darte prisa. Las tartas y la lluvia no se llevan muy bien.

No pude evitar sonreír, pero la sonrisa se me quedó helada en la cara y luego desapareció al abrir la puerta y ver a Quen de pie allí, con su Beemer encendido junto a la acera. Me invadió la cólera al recordar a los hombres lobo asesinados. En la morgue había demasiada gente a la que conocía. No quería vivir mi vida de esa manera. Trent era un cabrón asesino y zalamero. Quen debería avergonzarse de trabajar para él.

—Hola Quen —dije levantando un brazo para bloquearle el paso—. ¿Quién te ha invitado?

Quen dio un paso atrás, claramente sorprendido de verme. Miró detrás de mí, a la fiesta, y luego de nuevo a mí. Se aclaró la voz y le dio un golpecito al sobre de tamaño legal que llevaba en la mano. La lluvia parecía relucir en sus hombros, pero no le afectaba en absoluto.

—No sabía que ibais a hacer una reunión. Si puedo hablar con Jenks un momento, luego me iré —dijo. Mantuvo la mirada sobre mi cabeza y, cuando sonrió, me quité el gorro de Ceri.

—¿No te vas a quedar para tomar la tarta? —le espeté agarrando el sobre. Aceptaría su dinero. Luego contrataría a un abogado para meterlo en la cárcel con Trent, que ahora mismo había salido bajo fianza.

Quen apartó el sobre y arrugó la cara.

—Esto no es tuyo.

Los hijos de Jenks se estaban empezando a reunir en torno a la puerta y Jenks soltó un chirrido muy penetrante.

—Hola, Quen, ¿eso es mío? —dijo mientras sus niños se dispersaban entre risas.

El elfo asintió y yo me puse en jarras. No me podía creer aquello.

—¿Me vas a dejar sin propina otra vez? —exclamé.

—El señor Kalamack no te va a pagar por arrestarlo —dijo Quen rígidamente.

—Lo mantuve con vida, ¿no?

Ante aquello, Quen dejó atrás su ira y soltó una risilla mientras se tocaba la mejilla y se mecía sobre los talones.

—Tienes mucho valor, Morgan.

—Es lo que me mantiene con vida —dije amargamente, y me sobresalté al ver a Rex a los pies de las escaleras del campanario, mirándome fijamente. ¡
Dios
!
Este gato da miedo
.

—Y que lo digas. —Vaciló mientras miraba lo que sucedía a mis espaldas y volvió a atenderme a mí—. Jenks, tengo tu papeleo. —Iba a darle el sobre y luego volvió a dudar. Entonces entendí por qué. Con que pesase treinta gramos, ya era el triple del peso de Jenks.

—Dáselo a Rache —dijo mientras se posaba en mi hombro y, con aire de suficiencia, extendí la mano para que me lo diese—. Ivy tiene una caja de seguridad, podemos meterlo allí.

Quen me lo dio a regañadientes y, curiosa, lo abrí. No era dinero. Era una escritura. Tenía escrita nuestra dirección. Y el nombre de Jenks.

—¿Has comprado la iglesia? —dije tartamudeando, y el pixie salió volando de mi hombro, brillando literalmente—. Jenks, ¿has comprado la iglesia?

Jenks sonrió y empezó a despedir polvo plateado.

—Sí —dijo con orgullo—. Después de que Piscary intentase desahuciarnos no me podía arriesgar a que cualquiera de vosotras la perdiese en una partida de póquer o algo así.

Yo miré el papel. ¿
Jenks era el propietario de la iglesia
?

—¿De dónde has sacado el dinero?

Ivy se puso a mi lado como un relámpago trayendo consigo olor a incienso vampírico. Me quitó el papel de las manos y abrió los ojos de par en par.

Quen cambió de postura y sus zapatos rozaron el suelo.

—Buenas noches, Jenks —dijo Quen con un nuevo toque de respeto en su voz—. Trabajar contigo ha sido muy instructivo.

—Eh, espera —le dije—. ¿De dónde has sacado el dinero para esto?

Jenks sonrió.

—El alquiler hay que pagarlo el día uno, Rache. Ni el dos ni el tres ni el primer viernes de mes. Y espero que pagues para que la vuelvan a consagrar.

Quen bajó los escalones sin apenas hacer ruido. Ceri venía por el camino y los dos se cruzaron intercambiando palabras cuidadosas y recelosas. Ella llevaba un plato tapado en la mano; supuestamente la tarta. Cuando subió las escaleras, miró atrás y yo me moví para que pudiese entrar. Ivy, sin embargo, estaba demasiado pasmada para moverse.

—¿Pujaste más alto que yo? —gritó Ivy, y Ceri pasó entre nosotras y entró en el santuario. Rex se apresuró a enredarse entre sus pies—. ¿Eras tú contra quien pujaba? ¡Pensaba que era mi madre!

El ruido de la puerta del coche de Quen al abrirse se perdió entre el susurro de la lluvia y Jenks todavía no me había contestado. Quen me miró por encima del coche antes de entrar y marcharse.

—¡Maldito pixie! —grité—. ¡Será mejor que empieces a hablar! ¿De dónde has sacado el dinero?

—Er… hice una misión con Quen —dijo dubitativo.

El murmullo de las voces masculinas de Keasley y de David se hizo más fuerte y cerré la puerta a la noche oscura. Jenks dijo una «misión», no un «trabajo». Había una diferencia.

—¿Qué tipo de misión? —pregunté con cautela.

Si había un pixie que pudiese revolotear con culpabilidad, ese era Jenks.

—Poca cosa —dijo, pasando como una flecha entre Ivy y yo para entrar al santuario—. Nada que no hubiese ocurrido de todas formas.

Yo entrecerré los ojos y lo seguí a la fiesta, dejando entretanto el sombrero de Ceri sobre el piano. Ivy venía detrás de mí.

—¿Qué has hecho, Jenks?

—Nada que no hubiese pasado naturalmente —dijo lloriqueando, despidiendo chispas verdes sobre la mesa de billar—. Me gusta donde vivo —dijo mientras se posaba detrás del bolsillo lateral con su mejor pose de Peter Pan—. Vosotras dos sois demasiado raras para poner a mi familia en vuestras manos. Preguntadle a cualquiera de los que están aquí. ¡Estarían de acuerdo conmigo!

Ivy resopló y le dio la espalda murmurando algo para sí, pero sabía que en el fondo estaba aliviada de que su nuevo casero no fuese su madre.

—¿Qué has hecho, Jenks? —pregunté.

Ivy entrecerró los ojos al venirle algo de repente a la cabeza. Más rápido de lo que nunca pensé que fuese posible, cogió un taco de billar y golpeó con él la mesa a pocos centímetros de Jenks. El pixie salió despedido hacia arriba y casi se da contra el techo.

—¡Sabandija! —exclamó, y Ceri agarró a Keasley y el pastel y se dirigió a la cocina—. El periódico dice que han liberado a Trent.

—¿Qué? —Consternada, miré a Jenks, que estaba cerca del techo. Keasley se detuvo momentáneamente en el pasillo y luego continuó andando. David había apoyado la cabeza en las manos, pero creo que estaba intentando no reírse.

—Las huellas que sacaron de Brett y todo el papeleo se ha perdido —dijo Ivy golpeando una viga con el taco para hacer que Jenks se moviese a la siguiente—. Han levantado los cargos. ¡Estúpido pixie! Asesinó a Brett. Rachel lo había pillado, ¿y tú has ayudado a Quen a sacarlo?

—¡Eh! —se quejó él posándose en mi hombro en busca de protección—. Tenía que hacer algo para salvar tu precioso culito, Rache. Trent estuvo a esto de acabar contigo —dijo con un tono alto y una voz exagerada—. Arrestarlo en su propia boda fue una estupidez, ¡y lo sabes!

Mi ira se evaporó al recordar la expresión de Trent cuando se cerraron las esposas. Dios, qué bien me había sentido.

—Vale, te daré la razón en eso —dije intentando mirarlo sobre mi hombro—. Pero fue divertido. ¿Viste la cara de Ellasbeth?

Jenks se rio y se inclinó de repente por la risa.

—Deberías haber visto la de su padre —dijo él—. Vaya, vaya, ese hombre estaba más cabreado que un papá pixie con ocho pares de hijas.

Ivy dejó el taco de billar sobre la mesa y se relajó.

—No lo recuerdo —dijo suavemente.

Su falta de memoria era perturbadora, e intentando ignorar que a mí me faltaban trozos de mi semana también, levanté la mirada cuando Ceri y Keasley volvieron a entrar con el pastel casi en llamas de tantas velas como le habían puesto.

No pude seguir enfadada cuando empezaron a cantar
Cumpleaños feliz
, y sentí que me volvían las lágrimas a los ojos por tener gente en mi vida a la que le importase tanto como para pasar por la tortura de fingir que todo era normal cuando no lo era. Ceri dejó el pastel en la mesa de café y yo dudé solo un poco al pedir mi deseo. Siempre era el mismo desde que mi padre había muerto. Cerré los ojos para que no me entrase el humo al soplar las velas. Los demás aplaudían y bromeaban intentando averiguar qué había pedido como deseo.

Cogí el cuchillo grande y empecé a partir el pastel, colocando los trozos perfectamente triangulares sobre platos de papel decorados con flores primaverales. La conversación se volvió excesivamente fuerte y forzada y, con los niños de Jenks por todas partes, aquello parecía una casa de locos. Ivy no me miró cuando cogió su plato y, al ver que era la última, me puse enfrente de ella.

David siguió a Ceri y al gato al piano, donde empezó a tocar una melodía complicada que probablemente fuese más antigua que la constitución. Keasley estaba intentando mantener a los pixies ocupados y lejos del glaseado del pastel, entreteniéndolos con cómo desaparecían sus arrugas cuando hinchaba los mofletes. Y yo estaba sentada con un plato de pastel en mi regazo, totalmente desolada y sin motivo para ello. O casi sin motivo.

El horrible sentimiento de pérdida que había notado en la sala de conferencias de la AFI surgió de la nada, empujado por el recordatorio de la muerte de Kisten. Había pensado que Ivy y Jenks estaban muertos. Había pensado que me habían arrancado todo aquello que me importaba. Y el hecho de haberme rendido y aceptado el daño de una maldición demoníaca cuando pensaba que ya no tenía nada que perder, me había abierto los ojos realmente rápido. O bien era una enclenque emocional y había aprendido a manejar la pérdida potencial de todos a los que quería sin ahondar en ello o, y esta era la opción que más me asustaba, había luchado y aceptado que mi perspectiva en blanco y negro de las maldiciones demoníacas ya no era blanca y negra.

Y tenía la horrible sensación de que había sido la última. No estaba bien. La atracción de la magia demoníaca y el poder era demasiado para vencer. Pero, maldita sea, cuando una chica lucha con demonios y con elfos asquerosos que tienen la fuerza de la economía mundial de su lado, tiene que volverse un poco sucia.

Miré mi tarta de chocolate y me obligué a abrir la boca. No iba a angustiarme por la carbonilla de mi alma. No podía hacerlo y seguir viviendo conmigo misma. Ceri estaba cubierta de ella y era una buena persona. Joder, la pobre mujer casi había llorado por haber olvidado mi tarta de cumpleaños. Iba a tener que manejar la magia demoníaca del mismo modo que hacía con la magia terrenal y con la de líneas luminosas. Si lo que iba dentro del hechizo o de la maldición no le hacía daño a nadie, la creación del hechizo o maldición no le hacía daño a nadie y el resultado del hechizo o maldición solo me dañaba a mí, entonces iba a invocar la estúpida maldición y considerarme una buena persona. Me importaba un pepino lo que pensasen los demás. Jenks me avisaría si me descarriaba, ¿no?

Tenedor en mano, corté un trozo y volví a dejarlo sobre el plato sin probarlo. Vi la expresión desdichada de Ivy y las lágrimas en sus ojos. Kisten estaba muerto. Sentarme allí y comer un pastel me parecía una hipocresía. Y algo muy visto. Pero quería algo normal. Necesitaba algo que me dijese que iba a superar aquello, que tenía buenos amigos. Y como no ahogaba mis penas en cerveza, lo haría en chocolate.

—¿Te vas a comer eso o a llorar encima? —dijo Jenks viniendo desde el piano.

—Cállate, Jenks —dije con aire cansado, y él sonrió tontamente enviando una estela de chispas sobre la mesa antes de que la brisa que entraba por la ventana superior las lanzase al infinito.

—Cállate tú —dijo él cogiendo un trozo de glaseado con unos palillos—. Cómete tu tarta. La hicimos para tu puto cumpleaños.

Con los ojos calientes a causa de las lágrimas no derramadas, me metí el tenedor en la boca para no tener que decir nada más. Al contacto con mi lengua, el chocolate me supo a ceniza, así que hice un esfuerzo por tragármelo y cogí otro trozo como si fuese una tarea rutinaria. Ivy estaba haciendo lo mismo enfrente. Era mi tarta de cumpleaños e íbamos a comérnosla.

Los pixies jugaban en las vigas, seguros en su jardín y en su iglesia hasta que los dos mundos colisionasen. La muerte de Kisten oscurecería mis próximos meses hasta que encontrase un nuevo patrón de vida, pero había cosas buenas para compensar el dolor. David parecía estar manejando la maldición (en realidad parecía gustarle) y como tenía una manada de verdad, su jefe dejaría de ir detrás de mí. Al estaba encerrado en una cárcel de siempre jamás, probablemente. Los hombres lobo estaban fuera de mis asuntos. Piscary no solo no era ya mi casero, sino que estaba muerto. Muerto de verdad. Lee entraría en el vacío de protección y de juego que había dejado atrás y, al averiguar que yo había tenido algo que ver con su liberación, probablemente cejaría en su empeño de acabar conmigo. Tener a Lee de vuelta también calmaría a Trent, aunque me jodía sobremanera que hubiese salido de la cárcel. ¡Dios! Ese hombre era tan resistente como el teflón.

¿E Ivy? Ivy no se iba a ninguna parte. Al final arreglaríamos esto y nadie moriría en el intento. Al no estar ya ligada a Piscary, sería quien quería ser. Junto con Jenks, los tres podíamos hacer cualquier cosa.

¿Verdad?

Other books

Dry Bones by Peter May
Just a Couple of Days by Tony Vigorito
Wolf Line by Vivian Arend
El Maquiavelo de León by José García Abad
Moons of Jupiter by Alice Munro
Steele by Sherri L King