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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (49 page)

La sala estaba tal como la recordaba, nada había cambiado. Los grandes ventanales y la luz reflejada en los espejos del reflector hacían que la sala pareciera más luminosa que el exterior. Anders se colocó en el sitio donde Maja le había preguntado «¿Qué es eso?», y miró sobre la superficie del mar hacia el este, escudriñándola.

Al principio no observó nada.

Tenía los ojos más sensibles a la luz de lo normal y, pese a que el cielo estaba cubierto de nubes, tenía que entornarlos para poder ver sobre la superficie del mar, ligeramente encrespado. Miró hacia abajo, los afilados bordes de las rocas, el pulular de las aves, y notó el veneno del ajeno fluyendo a través de su cuerpo como un hilo verde de neón.

Nada
.

Después llegó. Débilmente al principio, como la percepción de la respiración de otra persona en una sala oscura. Luego más fuerte. Una certeza difícil de describir. Anders jadeó y se tambaleó, buscó apoyo contra la linterna de cristal del reflector.

La profundidad.

La profundidad. ¿Cuánto mide
...
?

No tenía nada bajo los pies. Todo era profundidad.

Dicen que solo asoma a la superficie el diez por ciento de un iceberg. Durante un instante frío y ardiente a la vez, Anders sintió algo parecido a través de todo el cuerpo, solo que más, mucho más grande: lo que emergía, lo que pisaba no era ni siquiera el uno por ciento. No era casi nada. Un hilo encima de un abismo.

Le fallaron las piernas y se derrumbó, cayó hacia atrás hasta que su cabeza dio contra las baldosas del suelo.

Somos tan pequeños. Pobres hombres con nuestras titilantes luces
.

Él había creído, en su inocencia, que
el faro
tenía algo que ver en el asunto. El pestañeo fantasmal y nocturno de su ojo sobre el mar le había engañado. Pero ¿qué era un faro? Un invento humano hecho de piedra y madera. Un edificio con una bombilla, nada más. La bombilla se puede apagar y el edificio venirse abajo por la erosión, pero la profundidad...

La profundidad permanece.

Aquella intuición lo abandonó como se retira una ola de la playa, y él quedó tirado en el suelo únicamente con el conocimiento teórico. Los hilillos del veneno fueron debilitándose en la sangre y él inspiraba y espiraba profundamente una y otra vez.

Se volvió de lado y pasó la vista por las pintadas que había sobre las paredes encaladas del interior del faro.

FRIDA ESTUVO AQUÍ 21/6-98

J ♥ M

Cuando tengas problemas, cuando tengas dudas,

corre en círculos, chilla y grita

«LOS CHICOS DE NÅTEN = IDIOTAS»

Una de las pintadas estaba mejor escrita y con las letras más grandes que las otras. Anders creía recordar que ya la había visto la otra vez, pero entonces no le había prestado mayor atención. Ahora, sí.

Escrito con letras mayúsculas bajo la fecha 28/1-89 ponía:

«CAMINOS EXTRAÑOS, YA LLEGAMOS»

Henrik y Björn habían desaparecido por esas fechas más o menos. «Strangeways, Here We Come» era el título del último álbum de The Smiths.

Habían estado aquí escribiendo, casi grabando este último mensaje en la pared con rotulador y luego... se habían largado. Por los extraños caminos.

Ellos sabían. Ellos sabían lo que hacían
.

Anders se puso de pie y bajó corriendo las escaleras.

—¡Os voy a coger, cabrones! ¡Sé dónde os escondéis y voy a ir a por vosotros! ¡No sé cómo, pero juro por Dios que voy a buscar a mi niña!

Anders estaba encima de las rocas de la cara este gritando al mar y al viento, gritaba haciendo la competencia a los pájaros que se deslizaban delante de su cara como un telón gigante, que sus brazos, demasiado cortos, y su conocimiento, demasiado pequeño, no podían abrir. Pero lo haría. De una u otra manera, lo haría.

Seguía gritando y amenazando al mar hasta que se quedó sin voz y amainó la ira.

Cuando volvió a su ser vio que las aves se habían acercado. Casi todos los porrones, patos y cisnes se habían reunido en el agua en la cara este de Gåvasten. Estaban delante de él columpiándose en las olas. Miles de pájaros tan apretados que parecía posible caminar cien metros mar adentro sobre sus lomos. Las gaviotas habían dejado de volar alrededor de la isla y ahora batían sus alas delante de él formando una gran nube blanca que parecía elevarse del mar y dirigirse hacia el sitio donde estaba él.

En cualquier momento iban a recibir una orden sonora o sorda y él moriría asfixiado bajo los picotazos y arañazos de un hervidero de picos.

Los pájaros entienden. Tengo que salir de aquí
.

Despacio, paso a paso, fue caminando hacia atrás en dirección al barco sin perder de vista los pájaros. Si hacían la más mínima señal de atacarle, cabía la posibilidad de que tuviera tiempo de entrar en el faro antes de que lo descuartizaran, lo importante era no perderlos de vista.

Los líquenes hacían que las rocas estuvieran muy resbaladizas por esta cara y resbaló una vez. No obstante, no apartó la mirada de los pájaros, se dio un golpe en la cadera antes de conseguir parar la caída.

El montón de gaviotas se había acercado más a él y se movía sobre las rocas del este mientras él, sin mirar lo que hacía, soltó el nudo del amarre y con la espalda empujó el barco dentro del agua. El griterío exasperado de las gaviotas hacía jirones el espacio y llenaba su cabeza impidiéndole pensar con sensatez. Su único pensamiento era: sacar el barco. Salir de allí.

El barco salió a flote desde las rocas y él caminó hacia atrás dentro del agua, cogió impulso dando una patada en el fondo que le ayudó a subir a bordo. El barco se distanció unos metros de la isla. Ahora ya no había posibilidad de llegar hasta el faro. No se atrevía a volver la espalda a las gaviotas para arrancar el motor, así que cogió un remo y fue remando hacia atrás como si fuera un gondolero, una vez a cada lado.

Cuando se había alejado unos cien metros de Gåvasten, las aves empezaron a tranquilizarse. La bandada de gaviotas se deshizo y se dispersó en una nube con muchos claros que abarcaba toda la isla. Anders soltó el remo, se sentó en el asiento de popa y suspiró aliviado, con jadeos entrecortados. Apoyó la cabeza entre las manos y vio la botella de plástico, que estaba rodando por el suelo.

Lo había olvidado, había olvidado que su contenido podía haberle protegido en su retirada frente a la amenaza de los pájaros. Puede que lo hubiera hecho igualmente. La botella se dio media vuelta cuando una ola alcanzó el barco. La etiqueta con la letra infantil de su padre quedó a la vista: AJENJO.

Entonces lo comprendió. Por fin comprendía lo que le había pasado a su padre. Aquel día y todos los demás días.

Ajenjo

La verdad es que debería volver a casa y dejar el dinero en la hucha, pero Anders quería andar por ahí un rato con la sensación de ser
rico
. Con los bolsillos llenos de dinero. Como el chico de los pantalones de oro, podía sacar, haciendo crujir el papel, un billete de diez coronas, otro más y todos los que quisiera.

Subió hacia la tienda sin más plan que ese: dar unas vueltas por allí y sentirse, en ese momento, el chico más rico de Domarö.

Los barcos todavía estaban fuera buscando a Torgny Ek, pero había menos gente en el muelle. Anders dudó. Si bajaba hasta el muelle, un montón de personas mayores querrían hacerle preguntas y no sabía si quería exponerse a eso.

—Hola.

Cecilia frenó la bici a su lado. Anders alzó la mano para saludar. Cuando la mano llegó cerca de su nariz, notó que le olía a pescado. Se metió las dos manos en los bolsillos de atrás y adoptó una actitud relajada.

—¿Qué haces? —le preguntó Cecilia.

—Nada en especial.

—¿Qué pasa en el muelle?

Anders respiró hondo y le preguntó distraídamente:

—¿Quieres un helado?

Cecilia lo miró como si él le estuviera tomando el pelo y sonrió algo insegura.

—No tengo dinero.

—Yo tengo.

—¿Me invitas?

—Sí.

Anders sabía muy bien que aquella era una pregunta rara, pero no había gente cerca y tenía los bolsillos llenos. Solo le había dado por preguntar.

Cecilia llevó la bicicleta hasta la tienda y él fue caminando a su lado, todavía con las manos en los bolsillos. Ella llevaba el cabello recogido en dos trenzas, tenía pecas en la nariz y a él le dieron ganas de tocar aquellas trenzas. Parecían tan... suaves.

Por suerte llevaba las manos hundidas en los bolsillos de atrás y eso evitó que le
diera por
hacer una cosa más.

Cecilia apoyó la bici contra la pared y le preguntó:

—Has vendido mucho arenque, ¿a que sí?

—Sí, esta mañana. Muchísimo.

—Yo suelo vender tebeos en la campaña de Navidad.

—¿Va bien?

—Regular.

Anders empezó a relajarse de verdad. Este verano le había dado por pensar, por primera vez, que él no era como sus amigos, que solo eran veraneantes. Que igual no quedaba muy bien lo de que estuviera fuera de la tienda vendiendo pescado y que le olieran las manos. Que él era... de pueblo. Pero por lo visto Cecilia también vendía cosas. Aunque, claro, los tebeos no huelen.

Entraron en la tienda y examinaron el contenido de la cámara de los helados.

—¿A cuál me invitas, entonces? —preguntó Cecilia.

—Al que quieras.

—¿Al que quiera? —Cecilia lo miró con desconfianza—. ¿Un cucurucho grande, Storstrut?

—Sí.

—¿
Dos
cucuruchos grandes?

—Sí.

—¿Tres cucuruchos grandes?

Anders se encogió de hombros y Cecilia abrió la tapa.

—Tú, ¿qué quieres?

—Storstrut.

Cecilia sacó dos Storstrut y cuando Anders se inclinó para sacar uno para él, Cecilia le dio un golpecito en el hombro y le dijo:

—Solo era una broma, claro. —Y le dio a Anders uno de los helados que tenía en la mano.

En la caja, Anders extrajo del bolsillo un billete de diez coronas sin conseguir hacer ese ruido especial que siempre se oía cuando el chico de los pantalones de oro sacaba uno de sus billetes.

Se sentaron en el banco fuera de la tienda a comerse los helados. Anders le contó lo que había pasado por la mañana y a Cecilia le impresionó mucho que él hubiera visto a una persona que
se había ahogado de verdad
.

Mientras se comían los helados, mientras Anders se lo contaba y mientras los dos, después, se quedaron mirando al mar, en la cabeza de Anders se repetía una pequeña oración:
haz que no venga nadie, haz que no venga nadie
. Se preguntaba si Cecilia estaría pensando lo mismo, o si aquello sería algo absolutamente normal para las chicas.

Vale, no era algo tan terriblemente embarazoso que Cecilia y él estuvieran allí sentados comiéndose un helado al que él la había invitado, pero tampoco quería que se rompiera el encanto de aquel momento. Aunque se sentía cohibido y no sabía muy bien cómo comportarse, pese a todo, estaba en la gloria. Era simplemente lo
mejor
, estar ahí sentado con Cecilia.

Cuando se terminaron los helados y después de mirar un rato al mar, Anders vio confirmada su sospecha de que aquello era algo normal para las chicas porque Cecilia se levantó, se limpió las manos en los pantalones cortos y le preguntó:

—¿Vamos a tu casa?

Anders no pudo hacer otra cosa que asentir. Cecilia cogió su bicicleta y le señaló el sillín.

—Sube. Te llevo. —Él se sentó a horcajadas en el sillín y Cecilia empezó a pedalear, deslizándose cuesta abajo desde la tienda.

No había que darle más vueltas. Aquello era completamente normal. Primero intentó mantener el equilibrio agarrándose atrás, en el borde del sillín, pero el camino estaba lleno de baches y él se movía, de manera que la bici estuvo a punto de caer de lado. Así que puso las manos en las caderas de ella.

Sentía el calor de su piel en las palmas de las manos, el sol brillaba en el cielo y la brisa le acariciaba la frente. Cruzaron el pueblo y él la llevaba entre sus manos. Los minutos que tardaron en llegar a su casa fueron los más felices de su vida, hasta entonces. Fueron... perfectos.

Cecilia aparcó la bicicleta junto a la leñara y señaló con la cabeza el humo que aún salía débilmente.

—¿Qué estáis haciendo?

—Íbamos a ahumar, pero ya no lo vamos a hacer.

—¿Ahumar Böckling?

—Mm.

Anders no se molestó en corregirla. Böckling era arenque ahumado. Decir «Böckling ahumado» era como decir «curva curvada» o «helado frío», pero probablemente era un conocimiento de pueblo del que no se podía presumir.

Con Cecilia a su lado lo vio con claridad: que su terreno no tenía el mismo aspecto que el terreno de los otros. Aquí había un aserradero para la leña, ahumadero y trastos viejos que su padre había ido guardando porque «podían valer para algo». Nada de césped bien cortado ni arbustos decorativos perfectamente alineados. Nada de canchas de bádminton ni de hamacas. Él no solía percibirlo. Ahora lo notaba.

Cecilia avanzó hacia la casa y Anders pensó que por lo menos su
habitación
tenía el mismo aspecto que las de los demás, afortunadamente.

¿Qué vamos a hacer en mi habitación? ¿Qué les gusta a las chicas?

Tenía muchos tebeos. No sabía si Cecilia leía tebeos. Tenía libros. ¿Tal vez podían hacer algo en el horno? Él sabía hacer panecillos y bizcocho de chocolate. ¿Le gustaría a ella cocinar?

No llegó más allá en sus reflexiones porque Cecilia se había parado y estaba mirando algo en el suelo. Él se apresuró a llegar hasta donde ella se encontraba y cuando vio lo que ella estaba mirando, se le cayó el alma a los pies.

Junto al arbusto sin podar de grosella espinosa al lado de la casa, estaba tirado su padre boca abajo con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo y la cara directamente contra el suelo. Cecilia iba a acercarse a él, pero Anders le cogió del hombro.

—No —le dijo—. Ven. Vámonos.

Cecilia se soltó.

—Pero no puede estar tirado así, como tú comprenderás. Se puede asfixiar.

Aunque Anders nunca había visto a su padre tan borracho como para echarse a dormir de aquella manera a plena luz del día, el problema de la bebida no era nada nuevo para él. A veces, cuando él volvía por la noche, podía encontrarse a su padre sentado con los ojos vidriosos y diciendo tonterías, y Anders procuraba estar fuera de casa en la medida de lo posible. Ahora sentía tanta vergüenza que no sabía dónde meterse.

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