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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (23 page)

Hacía ya diez años que era dueño del Spiritus. Le había dado saliva todas las mañanas y le había cambiado la caja cuando la que tenía parecía demasiado vieja. A pesar de ello, nunca había hecho lo que se disponía a hacer ahora: dio la vuelta a la caja y volcó el insecto en la mano.

Había ocurrido algo aquella noche. Después de haber mirado durante tantos años al Spiritus con una mezcla de respeto y repulsión, sus sentimientos cambiaron al verlo maltrecho, moribundo. Compasión no era la palabra adecuada, sino más bien una especie de comunión de destino. Ellos dos estaban sometidos a las mismas condiciones.

La piel de la larva rozó la suya y él se mordió ligeramente la lengua. Tener un insecto en la mano siempre da un poco de repelús. La débil agitación, la minúscula vida que existe con independencia de la nuestra.

Aunque no en este caso
.

No pasó nada y Simon se relajó. Estaba sentado con la larva en la palma de la mano y aquella desprendía calor. Más calor que él puesto que podía percibirlo. Solo unos grados o así, pero lo suficiente como para que sintiera algo parecido a un punto de calor en la mano.

Con cuidado la rodeó con los dedos y cerró los ojos. La larva se movía despacio, muy despacio, dentro de su mano cerrada y el hormigueo de la mano se propagó a lo largo del brazo, pasó por el corazón y continuó hasta llegar a la cabeza, donde dio unas vueltas como si fuera una corriente de electricidad suave, y sintió un cosquilleo en la raíz del pelo.

Simon miró a través de la ventana. El rocío de la mañana brillaba en la hierba y le pareció ver todas y cada una de las gotas, podía tocar cada una de las gotas con el pensamiento. En los troncos de los árboles vio conductos ocultos, el agua que, absorbida por la capilaridad, llegaba hasta los finos nervios de las hojas. Simon se dirigió como en trance hasta la puerta de la calle y salió al porche con la mano cerrada alrededor de la larva.

Aquello fue un choque.

Toda el agua... toda el agua
.

Veía toda el agua. La humedad de la tierra y su composición. El recipiente donde se recogía el agua de lluvia era como un cuerpo vivo plegado alrededor de insectos muertos y hojas secas. A través del césped veía los veneros subterráneos que discurrían por el subsuelo. Y vio que todo, todo lo que tenía vida y era verde o rojo o amarillo... era prácticamente solo agua.

Bajó hacia el muelle y contempló el mar.

Destrozado
.

Era un conocimiento mudo, un pensamiento no formulado: que el mar estaba destrozado. Que se había roto. Subió al muelle y caminó sobre el agua. Sobre el agua destrozada.

Haciendo un esfuerzo consiguió sobreponer sus propios pensamientos a aquel conocimiento increíblemente amplio que se había adueñado de él. La vieja soga de algodón de la parte posterior del barco se había roto y la embarcación se encontraba bastante perpendicular al muelle.

Anteriormente había tenido que entrar en contacto con el agua para hacer las cosas. Ahora solo tuvo que pedir una ola que pudiera empujar el barco para que llegara hasta el muelle. Llegó la ola y el barco giró sobre su propio eje hasta que la popa golpeó contra un poste.

Simon se agachó pero no llegaba a coger el extremo de la cuerda que colgaba detrás del barco, así que le pidió al agua que se lo lanzara. Una ola de fondo irrumpió en la superficie y una cascada de agua lanzó la cuerda sobre el muelle. Simon quedó empapado y el extremo de la cuerda se deslizó de nuevo antes de que él consiguiera atraparla.

Simon se quitó el agua de la cara y miró cómo se hundía la cuerda en el fondo y vio cómo absorbía el agua en sus fibras, así que ahora le pidió al agua que había en la cuerda que viniera hacia él. Obediente, como una serpiente en una cesta, la cuerda se irguió sobre la superficie y se posó en la mano que tenía extendida. Él hizo un nudo sencillo con la poca cuerda que quedaba y el barco quedó amarrado de nuevo.

Sentía frío con la bata empapada y se dirigió de nuevo a casa, mientras le pedía al agua que había en el tejido que se calentara un poco, y el agua le obedeció. No quiso pedirle que desapareciera porque seguramente habría parecido un poco raro, si alguien le veía. Volver del muelle envuelto en una nube de vapor.

El temblor del Spiritus le recorría aún el cuerpo como si hubiera empezado a hervirle la sangre y aún veía toda el agua a su alrededor con una nitidez abrumadora. Era parecido a la fiebre y empezaba a asentirse agotado. Era demasiado y no apto para personas.

Cuando entró en casa y colocó el Spiritus en su caja, intentó completar su último pensamiento.

No apto para personas
.

Eso era. Él era dueño de algo que no era apto para personas. Quizá fuera esa la razón de que él lo hubiera mantenido en secreto: porque no tenía sentido que él lo tuviera. Pertenecía a algún otro. A algo otro.

Finalmente se puso la ropa y salió. Con el Spiritus de nuevo en el bolsillo la percepción de la presencia del agua había vuelto a la situación anterior: como una conciencia, una idea, no más. Se sentó en el banco del porche y trató de disfrutar de aquel hermoso día de otoño sin sensaciones agudizadas de forma artificial.

Pero no lo consiguió del todo. Un par de arrendajos revoloteaban entre las bayas rojas del serbal y Simon no veía más que pájaros. La luz de la mañana se filtraba a través de las hojas del arce, con mil tonalidades entre el amarillo y el rojo, pero él solo veía un árbol. Las nubes del cielo eran nubes y el cielo tras ellas un vacío inmenso.

Cada cosa estaba en su sitio, pero sin relación entre sí. Veía todo lo que veían sus ojos, pero se le escapaba la visión de conjunto. De ser la temblorosa aguja de un sismógrafo había pasado a convertirse en un palo tieso. Meneó la cabeza y se dio unos golpecitos encima del bolsillo.

Eres peligroso, tú. Uno se puede volver dependiente, creo yo
.

Liberado de su don de vidente pasó la mirada sobre lo que era su pequeño reino en la tierra: el césped, el huerto, el muelle, la playa de guijarros, los cañaverales de la bahía. Todo estaba en calma e inexpresivo. Pero había algo entre las cañas. Entornó los ojos contra los destellos de la superficie del agua y se levantó para ver mejor.

Parecía un tronco. Quizá se hubiera roto algún muelle durante la noche y se había esparcido por todo el archipiélago. En ese caso era probable que hubiera más madera flotando en la bahía. Se levantó renegando y siguió la orilla de la playa. Al acercarse vio que no era un madero, a no ser que a alguien le hubiera dado por vestir un tronco con falda y chaqueta.

Es una persona. Una mujer
.

Su forma de caminar cambió. Entró en el agua con paso expectante, respetuoso. Se acercaba a una persona muerta y además creyó reconocer aquellas ropas.

Sigrid. La mujer de Holger
.

El agua le llegaba al borde de la caña de las botas cuando aún le faltaba un metro para llegar hasta Sigrid, ahora ya estaba seguro de que era ella. Estaba flotando boca abajo, pero no cabía duda de que era ella. Aquella chaqueta gris y aquella falda marrón de tejido grueso eran las mismas que ella llevaba siempre en el pueblo y en el mar, los días de diario y los festivos.

Sigrid. Simon se detuvo. Sus cabellos grises, cortados en media melena, flotaban alrededor del cráneo como una gran medusa que se deslizara sobre su cabeza. El cuerpo se encontraba un par de metros dentro del cañaveral y había roto o doblado unas cuantas cañas en su desplazamiento hacia el interior. Simon no quería ver qué aspecto presentaba su cara. Con la ayuda del Spiritus, él habría podido darle la vuelta fácilmente, incluso subirla hasta la playa, pero no valía la pena. Ella ya estaba muerta, eso era seguro, pues había permanecido completamente inmóvil flotando en las aguas tranquilas todo el tiempo mientras él se acercaba hasta ella.

¿Cuánto tiempo llevará aquí?

Debía de haber ocurrido aquella noche. Llevaba desaparecida casi un año y las corrientes la habrían sacado a la superficie y la habrían arrastrado hasta la playa.

¿Un año?

Sigrid tenía uno de los brazos estirados y pudo ver una mano blanca. Simon observó los dedos y se estremeció cuando tuvo la sensación de que se movían. Pero solo era un ligero movimiento del agua, la reverberación de la luz del sol. No obstante, dio un paso hacia atrás y se pasó la mano por la cara.

¿No debería ser... un esqueleto a estas alturas?

Él no sabía con exactitud cómo iban esas cosas, pero no creía que una persona que ha permanecido en el agua durante casi un año pudiera conservar todos los dedos. Hay muchos seres hambrientos en el fondo.

Justo entonces fue consciente de que estaba allí parado con el agua casi hasta las rodillas mirando el cadáver de una persona. Era como si una burbuja los envolviera a los dos, un desagradable embeleso difícil de romper. Podría quedarse allí de pie mucho tiempo.

Göran
.

Eso era lo que tenía que hacer. Tenía que volver a la playa y avisar a Göran. Eso era. Con cuidado empezó a retroceder alejándose del cuerpo flotante. No quería darle la espalda. Cuando llegó a la playa, finalmente se atrevió a darse la vuelta y corrió hacia su casa lo más deprisa que pudo. Un par de veces echó una ojeada por encima del hombro para controlar.

Que ella no me sigue
.

Por suerte, Göran estaba en casa y sabía lo que había que hacer. Él fue quien llamó a las autoridades oportunas y una hora después Salvamento Marítimo había levantado a Sigrid y la había trasladado a Nåten. Un agente de policía joven hizo algunas preguntas a Simon sobre los detalles referentes a su hallazgo. Cuando acabó de preguntar, el policía cerró su bloc de notas y preguntó:

—Hay un marido, ¿no es así?

—Sí —respondió Simon mirando a Göran, que estaba con las manos en los bolsillos del pantalón mirando fijamente al suelo.

—¿Dónde vive?

Simon señaló en dirección a Kattudden, y estaba a punto de indicarle cómo se llegaba cuando Göran dijo:

—Yo puedo encargarme de eso. Yo puedo contárselo.

—¿Cree que será mejor?

Göran sonrió.

—Es lo menos malo. Creo que Holger te parecería una persona de trato algo... difícil.

El policía miró su reloj. Evidentemente tenía mejores cosas que hacer que hablar con personas de trato difícil.

—Pues entonces haremos eso —concluyó el policía—. Pero tendrás que informarle de que quizá después tengamos que hacerle algunas preguntas. Cuando ella haya sido examinada.

—Él no se fugará a ningún sitio.

—¿Qué quieres decir?

—Lo mismo que tú, supongo.

Se miraron a los ojos y asintieron después como muestra de su gremial entendimiento.

El policía señaló con el dedo hacia la bahía y dijo:

—No puede haber permanecido en el agua un año, ¿no?

—No —respondió Göran—. Difícilmente.

Cuando el joven policía volvió al barco de Salvamento Marítimo, Göran y Simon se quedaron en el muelle con la mirada puesta en la superficie del mar, que estaba casi completamente en calma. Salvo el surco que el barco de la policía iba abriendo próximo a la orilla, el agua era un espejo gigante que reflejaba el cielo y ocultaba sus propios secretos.

—Está pasando algo —sentenció Simon.

—¿A qué te refieres?

—Algo con el mar. Va a pasar algo en el mar.

Simon vio con el rabillo del ojo que Göran volvió la cabeza hacia él, pero él continuó contemplando la superficie clara y fría del mar.

—¿En qué sentido? —preguntó Göran.

No había palabras para expresar lo que Simon sabía. A lo más que había llegado era al presentimiento de que el mar se había roto, pero eso no podía decirlo, lo que afirmó fue:

—Está cambiando. Está... empeorando.

Un incidente muy pequeño

Quizá todo habría sido diferente y esta historia habría tenido un desenlace totalmente distinto si no hubiera caído una hoja. La hoja en cuestión estaba en el arce que había a unos veinte metros del embarcadero de Simon. Ya por la mañana él se había fijado precisamente en aquella hoja mientras estaba en el porche de su casa recién liberado de la clarividencia ocasionada por el Spiritus.

Como se encontraban a mediados de octubre, el arce había perdido buena parte sus hojas durante la tormenta y las que quedaban estaban débilmente sujetas a las ramas, con tonalidades mortecinas variables. Parecía, no obstante, que la mayoría de ellas podría permanecer en el árbol al menos un día más. Por la tarde el viento estaba totalmente en calma y solo, de tanto en tanto, cayeron algunas pocas hojas secas para unirse a los montones que ya había en el suelo.

¿Quién puede decir realmente cómo se toman las decisiones, cómo cambian los sentimientos y surgen las ideas? Se puede hablar de inspiración, de rayos que caen de cielos despejados, pero quizá sea todo tan sencillo y tan infinitamente complicado como los procesos que hacen que una hoja determinada caiga en un momento determinado. Uno llega a ese punto, así de sencillo. Tiene que suceder, y sucede.

La hoja de la que aquí hablamos no precisa una descripción pormenorizada. Era una hoja de arce normal y corriente en otoño. Del tamaño de un platito de café, con algunas manchas negras y rojas sobre el fondo amarillo y anaranjado. Preciosa y completamente normal. Los hilos de celulosa que sujetaban el peciolo a una rama hacia la mitad del árbol se habían secado, la fuerza de la gravedad pudo con ella. La hoja se soltó y cayó al suelo.

Después de que Göran se hubiera marchado para hablar con Holger, Simon se quedó un buen rato en el embarcadero escudriñando la superficie del agua. Estaba buscando algo que no se podía ver mejor de lo que se podía divisar tierra en un día de niebla espesa, pero era aún peor: él ni siquiera sabía qué estaba buscando.

Se dio por vencido y volvió hasta la orilla para regresar a casa a tomar un café. Al alejarse del embarcadero balanceando los brazos y ensimismado vislumbró un movimiento y al instante sintió una caricia en la mano. Se detuvo.

Tenía una hoja de arce como pegada en la palma de la mano. Simon alzó la vista y miró hacia la copa del árbol. No caían más hojas. La hoja que él tenía involuntariamente en la mano era precisamente la única que se había desprendido del árbol, había caído lentamente y tropezado con su mano justo en el instante en que él pasaba junto al árbol.

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