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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (57 page)

—Entonces he pensado —continuó Simon— en cómo estará tu agua y sobre todo en cómo sabía el agua de Elin. Después del fuego estuve al lado de su pozo, algo me llevó hasta allí, y allí pasaba algo. Entonces no lo comprendí, pero probé el agua y sabía salada. Más salada que la tuya. Luego eso ha permanecido de alguna manera olvidado en mi cabeza y... y hoy lo he visto claramente. —Simon suspiró y miró de reojo hacia la puerta cerrada de la casa de la parroquia—. Aunque creo que no he conseguido convencer a nadie.

—¿Por qué has llegado tan tarde?

Simon se encogió de hombros.

—Me he visto en la necesidad de comprobar el pozo de Karl-Erik y el pozo de Bergwall. Allí pasaba lo mismo. Sal en el agua. Cuando estuvieron serrando debieron de llevarse sus botellas de agua y bebieron de ellas. Yo creo que se trata de alcanzar una especie de punto crítico, y luego... aparece. La otra persona.

Anders apoyó los brazos contra la verja y miró hacia el mar. Faltaba una hora para que el próximo barco de pasajeros surcara el mar. Para que le fuera permitido surcar el mar.

Nadie tiene los dedos tan largos. Nadie tiene los dedos tan fuertes
.

De pronto recordó una cosa. Él tendría unos diez años cuando su padre, para divertirse, colocó una nasa y cogió una sola anguila. Anders estaba en el embarcadero mirando mientras su padre intentaba coger la anguila para sacarla del barco. No hubo manera.

Al final su padre consiguió meter la anguila en una bolsa de plástico. Se salió. La volvió a meter en la bolsa y agarró la abertura con las dos manos y bajó como pudo del barco. Al llegar al embarcadero se paró a mirar la bolsa y soltó una carcajada. A pesar de que él tenía fuerza en las manos y apretaba todo lo que podía, la anguila consiguió empujar contra el fondo de la bolsa y después abrirse camino lenta pero implacablemente a través de los puños apretados y salirse de la bolsa. Cayó en el embarcadero, dio una sacudida con el cuerpo y se deslizó dentro del agua.

—Esa, hijo —afirmó su padre con cierta admiración en la voz—. Esa sí que tenía ganas de vivir.

Luego se habían reído de aquello. Su padre, tan grande y tan fuerte, y la anguila, tan pequeña y correosa: era la anguila la que había ganado.

Nadie tiene los dedos tan largos, ni tan fuertes
.

Con todo, es posible escapar. Solo hay que tener suficientes ganas de vivir.

Entra

A las cinco y media atracó en el muelle de Domarö un barco, y un hombre que ya no quería morir se alejó del grupo de personas alegres que habían tomado tierra. Corría hacia el oeste. Al llegar a la altura del albergue tuvo que aflojar la marcha porque las renovadas ganas de vivir no significaban pulmones nuevos.

Anders fue corriendo hasta el punto donde el camino se bifurcaba. El último trecho tuvo que hacerlo andando porque le pitaban los bronquios y parecía como si respirara a través de una cañita. Pasó delante del pino recto, abrió la puerta de la Chapuza y sin quitarse los zapatos siguió hasta la cocina. Se inclinó sobre el fregadero, abrió el grifo y bebió como alguien que hubiera atravesado el desierto. Jadeó, respiró profundamente y volvió a beber. Se irguió, jadeó y volvió a beber.

Bebió hasta que se le hinchó el estómago y el agua fría amenazaba con salir por la garganta. Entonces se tumbó en el suelo. Al moverse de un lado a otro oía cómo burbujeaba dentro del estómago.

Entra. Yo te llevo
.

Cerró los ojos y escuchó, trató de sentir algo.

Había prometido a Simon y a Anna-Greta que volvería a casa de ella tan pronto como estuviera listo con lo que tenía que hacer en la Chapuza. Sin embargo, siguió tumbado en el suelo esperando mientras el agua poco a poco dejó de ser una masa fría, separada, hasta que se fue calentando a la temperatura del cuerpo y pasó a ser parte de él.

¿Estás ahí?

No obtuvo respuesta y la duda volvió a golpearlo con sus garras. ¿Y si Simon se había equivocado? ¿Y si Simon tenía razón pero eso no significaba que Maja estuviera de su parte? El buzo. ¿Cómo habían conseguido realmente el buzo Henrik y Björn?

Esta era la última posibilidad. Se balanceaba al borde del abismo y solo un roce suave, el roce adecuado, podía salvarlo. Si no llegaba, solo quedaba la caída y después la oscuridad.

Entra. Tócame
.

Dentro de su cuerpo había un vacío que era mucho más grande que el cuerpo. Una brisa marina de verano sopló en el interior de aquel vacío y trajo consigo un único vilano de diente de león que revoloteó con las corrientes de aire hasta que finalmente se posó en el interior de su piel. Cosquilleó un poco y se quedó quieto. Tal era la sensación. Así de suave. Pero él sabía.

Estás aquí
.

Después de ese primer roce microscópico, la presencia se volvió más intensa. Lo que el agua llevaba consigo se extendió a la sangre, dentro de los músculos, y el cosquilleo se convirtió en una suave caricia y en una presencia mayor, como si el vilano realmente hubiera traído consigo semillas que ahora habían echado raíces en su carne, que hacían que florecieran pequeños dientes de león. Él no podía verlos, pero bajo el horizonte iluminaron su mundo y se le llenaron los ojos de lágrimas.

Hola, cariño. Perdona que yo... perdón. Por todo
.

Buscó en los cajones y en los armarios todas las botellas que pudo encontrar y las llenó de agua del grifo. Juntó más de diez litros de agua en botellas de distintos tamaños y las metió en dos bolsas de plástico. También hizo sitio para la botella de ajenjo.

Al final cogió unos cuantos tebeos de Bamse en el dormitorio y se guardó las fotografías de Gåvasten en el bolsillo. Luego salió de casa. Ya de camino hacia la casa de Anna-Greta pilló una botella de agua y dio un par de tragos.

Los recién casados estaban en la cocina y se habían puesto ya ropa de diario. Todo era como de costumbre y todo era distinto. Se habían sellado nuevos pactos sin que se notara nada en la superficie. Simon, al ver las bolsas de plástico, le preguntó:

—¿Eso es... agua?

—Sí.

—¿Puedo ver una botella?

Anders echó mano a una de las botellas y la colocó encima de la mesa delante de Simon. Era una botella de plástico vieja que ya no tenía etiqueta, y el agua ligeramente turbia se veía bien a través del envase. Los tres se juntaron alrededor de la botella como si fuera una reliquia, algo sagrado.

No se podía apreciar nada especial, eso ya lo había constatado Anders al llenar las botellas. El agua de la Chapuza siempre había sido turbia por el metano y las sustancias que llevaba en suspensión, tenía ese aspecto agitado, ligeramente fantasmal y había que dejarla un rato en una jarra abierta para que se aclarara.

Simon cogió un vaso de agua, miró a Anders y le preguntó:

—¿Puedo...?

Un vuelco de instinto protector sacudió a Anders, pero antes de que él abriera la boca Anna-Greta había dicho lo que él pensaba decir:

—¿No pensarás beberla?

—Ya la he bebido antes —dijo Simon—. Pero ahora solo había pensado echarla. ¿Puedo?

Anders asintió aunque la situación era un poco absurda. Simon pidiendo permiso para verter agua de una botella. Pero no era absurdo. Ya no. Anders se sintió incómodo cuando Simon desenroscó el tapón y echó un poco. Maja estaba en esa agua y Simon lo sabía también, por eso le había pedido permiso. Era como manipular las cenizas de alguien. Había que preguntar a los allegados.

Maja no está muerta. Ella no ha desaparecido. Ella
...

A Anders le recordó algo que le había contado Simon hacía tiempo, ¿o había sido solo hacía unos días? El tiempo carecía de sentido cuando los días y las noches, la esperanza y la impotencia llegaban y desparecían por extraños caminos.

Anders estaba a punto de preguntar pero el experimento de Simon atrajo su atención. Simon había sacado la caja de cerillas y había volcado el insecto en su mano izquierda. Ahora estaba acercando la mano derecha hacia el vaso, echó una mirada a Anders y luego introdujo el dedo índice y el dedo corazón en el agua, cerró los ojos.

En la cocina estaban callados como en misa mientras Simon hacía el experimento. Pasó medio minuto. Luego Simon sacó los dedos del vaso y meneó la cabeza.

—No —aseguró—. Hay algo ahí. Especialmente ahora, cuando lo sé. Pero es demasiado débil.

Por un momento parecía que Simon no sabía qué hacer con sus dedos mojados. En un movimiento reflejo iba a secárselos en los pantalones, pero se contuvo y dejó que se secaran solos. Anders se llevó el vaso a la boca y bebió el agua.

—¿De verdad crees que eso es bueno? —le preguntó Anna-Greta.

—Abuela —dijo Anders—. No te imaginas lo bueno que es.

Era inevitable, de tanto beber le entraron unas ganas terribles de hacer pis. Probablemente todo el líquido que salía de su cuerpo: lágrimas, sudor, orina, de alguna manera hacía que lo que había en el agua... saliera de él, pero era inevitable. Lo único que podía hacer era beber más después.

De camino hacia el baño pasó ante la puerta cerrada del cuarto de las cosas viejas y a través de la pared le dijo adiós a la escopeta que estaba allí dentro. Apuntó en su memoria que en cuanto se le presentara la ocasión tenía que sacar el cartucho de la escopeta para evitar que se produjera algún accidente.

Vació la vejiga mientras miraba el cuadro que colgaba sobre el inodoro. Un motivo clásico: una niña pequeña con una cesta del brazo caminando por un pequeño puente tendido sobre un precipicio. A su lado, un ángel con sus grandes alas extendidas para coger a la niña si se caía. La niña, completamente ajena tanto al peligro como a la presencia del ángel, toda ella mejillas sonrosadas y el reflejo del sol en la mirada.

Así es
.
Así es exactamente
.

Anders ni siquiera sabía a qué se refería, qué tenía que ver aquella imagen con su historia, pero una cosa sabía: que los grandes relatos encerraban grandes verdades, que las eternas representaciones de la miseria, la belleza, el peligro y la misericordia tenían un significado.

Todo es posible
.

Cuando volvió a la cocina, Anna-Greta estaba encendiendo la cocina. Simon seguía mirando la botella como si estuviera escrutando el interior de una bola de cristal en la que en cualquier momento pudiera aparecer una señal. Anders se sentó al otro lado de la mesa.

—Simon —le dijo—. ¿Qué pasó con la mujer de Holger, con Sigrid?

Simon apartó la mirada de la botella.

—Lo sé —respondió Simon—. Yo también he pensado en ello.

—¿Qué has pensado?

—¿No recuerdas lo que pasó?

Anders cogió la botella y dio un par de tragos grandes.

—No —reconoció—. Han pasado tantas cosas que yo... que muchas cosas no las recuerdo. Los primeros días aquí en la isla los tengo completamente... borrosos. —Anders sonrió y dio un par de tragos más—. Y, además, yo... no he estado del todo en mis cabales. Por expresarlo de alguna manera.

—¿Cómo te sientes ahora?

Anders se acarició el pecho con la mano.

—Tengo una sensación... acogedora. No me siento tan solo. ¿Qué pasó con Sigrid?

Anna-Greta puso en la mesa una cafetera humeante y se sentó entre ellos.

—Yo tengo que decir una cosa —terció ella mirando a Simon y a Anders—. Teniendo en cuenta lo que sabemos y todo lo que ha pasado, esto puede sonar... duro. Pero lo que quiero decir es que... procuréis no hacer nada. Procurad no... desafiar al mar. Eso es peligroso. Las cosas pueden ponerse feas. Pueden ponerse muy, muy feas. Mucho peor de lo que podéis imaginaros.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Simon.

—Quiero decir solo que... el mar es más grande que nosotros. Infinitamente más grande. Él puede aplastarnos. Para él resulta muy sencillo. Ya ha ocurrido antes. Y no se trata solo de nosotros. Aquí viven también otras personas.

Anders pensó en lo que acababa de decir Anna-Greta y le pareció ciertamente sensato, pero había una cosa que no acababa de entender.

—¿Por qué dices eso ahora? —preguntó.

Anna-Greta estaba sirviéndose café y se alargó para coger un azucarillo.

—He pensado que podía ser el momento de decirlo —aclaró Anna-Greta—. De recordároslo. Anna-Greta se puso el azucarillo en la boca y sorbió unas gotas de café caliente.

—Sigrid no llevaba mucho tiempo en el agua cuando yo la encontré —dijo Simon—. Solo unas horas. Aunque había pasado un año desde que desapareció.

—Pero ¿estaba muerta o no?

—Sí —dijo Simon—.
Entonces
estaba muerta.

Anna-Greta cogió la cafetera para servir a Anders, pero él hizo con la mano un gesto impulsivo de rechazo. Anna-Greta volvió a dejar la cafetera en el salvamanteles, se pasó la mano por la frente y cerró los ojos.

—Pero ¿qué estás diciendo? —inquirió Anders—. Yo creía que Sigrid llevaba... había estado muerta desde hace un año, pero que llevaba en el agua solo unas horas. Que eso era lo extraño.

—No —aclaró Simon—. Sigrid llevaba un año desaparecida. Pero se había ahogado solo unas horas antes de que yo la encontrara.

Anders miró a su abuela, que aún permanecía con los ojos cerrados, el gesto apesadumbrado y con una marcada arruga de preocupación en el entrecejo. Anders sacudió impetuosamente la cabeza y preguntó:

—¿Y dónde estuvo entonces todo ese tiempo?

—Eso yo no lo sé —dijo Simon—. Pero en algún sitio tuvo que estar.

Anders se quedó helado y se le puso carne de gallina por todo el cuerpo. Se estremeció. Se quedó con la mirada fija. Vio la imagen. Se volvió a estremecer.

—Y allí está ahora Maja —musitó—. Sin su buzo.

Nadie dijo nada en un buen rato. Anna-Greta apartó el platillo del café mirando a todas partes menos a Anders. Simon daba vueltas a su caja de cerillas sin saber qué hacer. Fuera y alrededor de ellos el mar respiraba en un sueño fingido. Anders permanecía sentado, estremeciéndose a cada instante, cuando otra imagen terrible le golpeó el pecho como una fría estocada.

En alguna parte, en su interior, ya lo sabía. Quizá, de alguna manera, recordaba en lo más recóndito de su consciencia lo que había ocurrido con Sigrid. O, quizá, solo fuera una intuición. Una parte de Maja estaba dentro de él y otra parte estaba... en algún otro lugar. En algún otro lugar desde el cual ella no podía llegar hasta él y él no podía llegar hasta ella.

Anna-Greta rompió el silencio. Se volvió hacia Anders y le dijo:

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