Punto crítico (26 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Norma se encogió de hombros.

—No lo sé. Pero Marder es el mayor especialista en luchas internas de toda la historia de la compañía. Y sabe cubrir sus huellas. Yo, en tu lugar, tendría mucho cuidado con lo que dijera delante de ese chico. —Se inclinó sobre la mesa y bajó la voz—. Cuando he vuelto de comer —añadió—, no había nadie por aquí. El crío ha dejado el maletín en su despacho. Así que le he echado un vistazo.

—¿Y?

—Richman está haciendo copias de todo lo que pilla. Tiene un duplicado de todos los documentos que hay encima de tu escritorio. Y ha fotocopiado tu agenda telefónica.

—¿Mi agenda telefónica? ¿Para qué la quiere?

—No tengo la más remota idea —dijo Norma—. Y aún hay algo más. He encontrado su pasaporte. En los últimos dos meses ha estado cinco veces en Corea.

—¿En Corea? —preguntó Casey.

—Exacto, nena. En Seúl. Ha ido prácticamente todas las semanas. Viajes cortos; de dos o tres días. Nunca más.

—Pero…

—Espera, todavía no he terminado. Los coreanos registran el número de vuelo junto con el visado de entrada. Pero los números en el pasaporte de Richman no corresponden a vuelos comerciales. Son números de cola.

—¿Quieres decir que viajó en un avión privado?

—Eso parece.

—¿Un avión de la Norton?

Norma sacudió la cabeza.

—No. He hablado con Alice, del departamento de Vuelos. Ningún avión de la compañía ha volado a Corea en el último año. Han viajado muchas veces a Pekín, pero nunca a Corea.

Casey hizo una mueca de disgusto.

—Y hay más —prosiguió Norma—. He hablado con nuestro representante en Seúl. ¿Recuerdas que el mes pasado Marder se tomó una baja de tres días por un supuesto problema dental?

—Sí.

—Él y Richman estuvieron juntos en Seúl. El representante se enteró cuando ya habían vuelto, y se molestó porque lo mantuvieron al margen de sus asuntos. No lo invitaron a ninguna de las reuniones a las que asistieron. El tipo se lo ha tomado como una afrenta personal.

—¿Qué reuniones? —preguntó Casey.

—Nadie lo sabe. —Norma la miró—. Pero ten cuidado con ese crío.

Estaba en su despacho, echando un vistazo a la última pila de faxes, cuando Richman asomó la cabeza.

—¿Alguna novedad? —preguntó con tono alegre.

—Necesito algo —dijo Casey—. Quiero que vayas a la Oficina Regional de Vuelos. Pregunta por Dan Green, y tráeme copias del plan de vuelo y de la lista de tripulación del 545 de TransPacific.

—¿No tenemos ya esos documentos?

—No. Sólo una copia provisional. Pero Dan ya tendrá la versión definitiva. Las necesito a tiempo para la reunión de mañana. La oficina está en El Segundo.

—¿El Segundo? Tardaré todo el día en ir y volver.

—Lo sé, pero es importante.

Richman titubeó.

—Creo que te sería más útil si me quedara…

—Ve —dijo ella—. Y llámame en cuanto tengas los papeles.

16:30 H
VIDEO IMAGING SYSTEMS

La trastienda de Video Imaging Systems, en Glendale, estaba atiborrada de filas y filas de zumbantes ordenadores, las sólidas cajas con rayas púrpura de Silicon Graphics Indigo. Scott Harmon, con la pierna enyesada, cojeó entre los cables que serpenteaban por el suelo.

—De acuerdo —dijo—. La tendremos lista en un minuto.

Condujo a Casey a una de las cabinas de edición. Era una habitación de tamaño mediano, con un cómodo sofá contra la pared del fondo, debajo de unos carteles de cine. La consola de edición se extendía a lo largo de las otras tres paredes; tres monitores, dos osciloscopios y varios teclados. Scott comenzó a aporrear las teclas.

—¿Qué clase de material es?

—Un vídeo doméstico.

—¿Una vulgar cinta en super-8? —Mientras hablaba, miraba el osciloscopio—. Eso parece. Sistema Dolby. Lo corriente.

—Supongo…

—Bien. Según parece, tenemos cuarenta y nueve minutos grabados en una cinta de sesenta.

La pantalla parpadeó, y Casey vio la cima de una montaña envuelta en niebla. La cámara enfocó a un hombre estadounidense, de poco más de treinta años, llevando un bebé sobre su hombro. Al fondo se veía una aldea con techos de color beige. El camino estaba flanqueado por cañas de bambú.

—¿Dónde es? —preguntó Harmon.

Casey se encogió de hombros.

—Parece China. ¿Puede adelantar la cinta?

—Claro.

Las imágenes pasaron rápidamente, cubiertas de rayas. Casey vislumbró una casa pequeña, con la puerta delantera abierta; una cocina con ollas y peroles negros; una maleta abierta sobre una cama; una estación de ferrocarril, donde una mujer subía a un tren; tráfico denso en un sitio que parecía Hong Kong; el mismo hombre de antes sentado en una terminal de aeropuerto por la noche, con el bebé en el regazo, llorando y pataleando. Luego una puerta de embarque, una azafata cogiendo los billetes…

—Pare —dijo.

Harmon pulsó un botón y la cinta volvió a la velocidad normal.

—¿Esto es lo que le interesa?

—Sí.

Miró a la mujer, con el niño en brazos, descendiendo por la rampa hacia el avión. Después de un corte, apareció el pequeño sobre el regazo de su madre. La cámara ascendió y mostró un bostezo teatral de la mujer. Se encontraban en el avión, durante el vuelo. La cabina de pasajeros estaba alumbrada por las luces de noche; al fondo, las ventanillas se veían negras. Se oía el zumbido regular de los motores del reactor.

—Vaya —dijo Casey, reconociendo a la mujer que había entrevistado en el hospital. ¿Cómo se llamaba? Había apuntado su nombre.

Junto a ella, en la consola, Harmon movió la pierna enyesada y lanzó un gruñido de dolor.

—Esto me enseñará —dijo.

—¿Cómo?

—Digo que esto me enseñará a no lanzarme por la pista negra. —Se señaló la pierna.

Casey asintió con la cabeza, sin desviar la vista del monitor. La cámara enfocó nuevamente al niño dormido, la imagen se volvió borrosa y luego negra.

—Este tipo no sabía apagar la cámara —dijo Harmon.

En la imagen siguiente, el sol brillaba en todo su esplendor. El bebé estaba sentado, sonriendo. Una mano cruzó la pantalla, agitándose para llamar la atención del pequeño. La voz del hombre dijo: «Sarah… Sarah… Una sonrisita para papá. Vamos, sonríe».

La niña sonrió y balbució.

En el monitor, la misma voz masculina dijo: «¿Qué se siente al acercarse uno a Estados Unidos, Sarah? ¿Estás preparada para conocer la patria de tus padres?».

La niña balbuceó y agitó las manos en el aire, intentando coger la cámara.

—Qué cría más guapa —comentó Harmon.

La mujer dijo algo así como que todo el mundo le parecería extraño, y la cámara la enfocó.

«¿Y qué opinas tú, mamá? —preguntó el hombre—. ¿Estás contenta de volver a casa?».

«No, Tim —protestó ella, volviendo la cabeza—. Por favor».

«Vamos, Em. ¿Qué piensas?», insistió el marido, y la mujer respondió: «Bueno lo que de verdad quiero, con lo que he estado soñando durante meses, es una hamburguesa con queso».

«¿Con salsa de soja Xu-xiang por encima?», preguntó él, y ella contestó: «No, por Dios. Una hamburguesa con queso, cebolla, tomate, lechuga, pepinillos y mayonesa».

La cámara volvió a enfocar a la niña, que se había metido el pie en la boca y se chupaba los dedos.

«¿Está bueno? —preguntó el hombre, riendo—. ¿Es tu desayuno, Sarah? ¿No piensas esperar a las azafatas?».

De repente la mujer giró la cabeza, dando la espalda a la cámara. «¿Qué ha sido eso?» —preguntó con tono de preocupación. El hombre, sin dejar de reír, respondió: «Tranquila, cariño».

—Pare la cinta —dijo Casey.

Harmon pulsó una tecla. La expresión preocupada de la mujer quedó congelada.

—Rebobínela cinco segundos —dijo Casey.

En la parte inferior de la pantalla apareció el contador de fotogramas. La cinta retrocedió, volviendo a producir rayas.

—Vale —indicó Casey—. Ahora suba el sonido.

El bebé se chupó los dedos, y sus baboseos sonaron tan fuertes que casi parecían una catarata. El zumbido del interior de la cabina de pasajeros se convirtió en un rugido uniforme. «¿Está bueno? —preguntó el padre, riendo a todo volumen, con la voz distorsionada—. ¿Es tu desayuno, Sarah? ¿No piensas esperar a las azafatas?». Casey aguzó el oído para oír algo entre las frases del hombre. Oyó los ruidos de la cabina, el suave murmullo de otras voces, el rumor de una tela, el tintineo ocasional de cuchillos y tenedores en la cocina delantera…

Y de pronto algo más.

¿Otro sonido?

En el monitor, la mujer giró repentinamente la cabeza y preguntó: «¿Qué ha sido eso?».

Se oyó la voz del hombre, su risa estridente: «Tranquila, Em».

El bebé soltó una risita aguda, ensordecedora.

Casey sacudía la cabeza con expresión de impotencia. ¿Había oído un rugido grave o no? Tal vez debería volver atrás, escucharlo otra vez.

—¿Puede pasar la cinta por un filtro de audio?

«Casi hemos llegado, cariño», dijo el marido.

—¡Dios mío! —exclamó Harmon, mirando la cinta.

En el monitor, todo eran ángulos absurdos. La niña se deslizó sobre el regazo de su madre; ella la cogió y la apretó contra su pecho. La cámara giraba y se sacudía. Al fondo, los pasajeros gritaban y se aferraban a los brazos de los asientos mientras el avión descendía en picado.

Luego la cámara giró otra vez, y todo el mundo pareció hundirse en sus asientos; la madre se desplomó bajo la fuerza de gravedad, su pecho se hundió, sus hombros se encorvaron. La niña lloraba. Entonces el hombre gritó: «¿Qué demonios…?». Y la mujer, sujeta sólo por el cinturón de seguridad, dio un salto en el asiento.

Luego la cámara voló por los aires, se oyó un crujido sordo, y la imagen comenzó a girar rápidamente. Cuando la imagen se estabilizó otra vez, apareció algo blanco con líneas. Antes de que Casey pudiera descubrir de qué se trataba, la cámara se movió y vio el brazo de un asiento enfocado desde abajo, con unos dedos agarrados al cojinete. La cámara había caído al pasillo y filmaba hacia arriba. Los gritos continuaban.

—Dios mío —repitió Harmon.

La imagen de vídeo comenzó a deslizarse, cobrando velocidad, pasando rápidamente junto a los asientos. Pero Casey notó que se dirigía a la popa; o sea, que el avión debía de estar ascendiendo otra vez. Antes de que acabara de orientarse, la cámara se elevó en el aire.

Ingrávida, pensó. El avión debía de haber dejado de encabritarse, y caía en picado; un momento de ingravidez antes de que…

La imagen descendió, girando y sacudiéndose rápidamente. Se oyó un ruido seco y Casey vislumbró una borrosa boca abierta y unos dientes. La cámara comenzó a moverse otra vez y, al parecer, aterrizó en un asiento. Un zapato grande se balanceó en dirección al objetivo y lo pateó.

La imagen giró rápidamente y volvió a estabilizarse. La cámara estaba otra vez en el pasillo, enfocando la parte trasera del avión. El breve cuadro estable era aterrador: brazos y piernas proyectándose sobre el pasillo entre las hileras de asientos. La gente gritaba desesperadamente, cogiéndose a lo que tenía más a mano. De inmediato, la cámara comenzó a deslizarse otra vez, ahora hacia adelante.

El avión descendía en picado.

La cámara resbaló más y más rápido, chocó contra un mamparo en el medio de la cabina y giró en redondo, de modo que ahora enfocaba hacia adelante. Se deslizó hacia un cuerpo tendido en el pasillo. Una anciana china levantó la cabeza justo a tiempo para que la cámara la golpeara en la frente; luego la cámara voló por los aires, haciendo extravagantes piruetas, y volvió a bajar.

Se vio un primer plano de algo brillante, como la hebilla de un cinturón, y una vez más, la cámara comenzó a arrastrarse hacia adelante, hacia la proa del avión. Siguió avanzando, chocó con el zapato de una mujer, girando, deslizándose hacia adelante.

Entró en la cocina delantera, donde se detuvo un instante. Una botella de vino rodó por el suelo y chocó con la cámara, que después de girar varias veces en redondo, comenzó a dar tumbos. Mientras el aparato se deslizaba más allá de la cocina, en dirección a la cabina de mando, la imagen se sacudía vertiginosamente.

La puerta de la cabina de mando estaba abierta. Casey vislumbró brevemente el cielo a través de las ventanillas, unos hombros y una gorra azul, y por fin la cámara se detuvo con un estampido, ofreciendo la vista de una uniforme superficie gris.

Después de un momento Casey comprendió que la cámara se había encallado bajo la puerta de la cabina de mando —exactamente donde la había encontrado— y estaba filmando la alfombra. No había nada más que ver. Sólo la imagen borrosa de la alfombra gris. Pero podía oír las alarmas en la cabina de mando, los avisos electrónicos y la grabación, repitiendo una y otra vez:
«Airspeed, Airspeed»
, y
«Stall, Stall»
. «Velocidad, velocidad» y «Entrada en pérdida, entrada en pérdida».

Más alarmas electrónicas, voces histéricas gritando en chino.

—Pare la cinta —dijo Casey.

Harmon la detuvo y exclamó:

—Por todos los santos.

Casey vio la cinta nuevamente, y luego una vez más en cámara lenta. Pero incluso en cámara lenta, la mayor parte de los movimientos eran borrosos e incomprensibles.

Casey no dejaba de decir:

—No termino de entender lo que pasa.

Harmon, que ya se había acostumbrado a la secuencia, dijo:

—Puedo hacer un análisis con fotogramas añadidos —sugirió.

—¿Qué es eso?

—Puedo usar los ordenadores para interpolar fotogramas en las partes en que el movimiento es demasiado rápido.

—¿Interpolar?

—El ordenador analiza el primer fotograma, luego el segundo, y genera un fotograma intermedio. Básicamente, es una decisión basada en la correlación de puntos. Pero hará más lentos…

—No —dijo Casey—. No quiero que el ordenador añada nada. ¿Qué otra cosa puede hacer?

—Puedo duplicar o triplicar los cuadros. En las partes rápidas, producirá alguna sacudida, pero se verá lo que pasa. Mire. —Buscó un segmento donde la cámara daba vueltas en el aire y lo puso en cámara lenta—. Todos estos fotogramas están borrosos, porque lo que se mueve es la cámara y no el sujeto. Pero, ¿ve este fotograma? Es posible conseguir una imagen nítida.

Era una imagen de la parte trasera del avión. Los pasajeros caían sobre los asientos, y sus brazos y piernas no eran más que rayas debido a la rapidez de los movimientos.

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