Punto crítico (27 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

—Este fotograma es aprovechable —dijo Harmon. Casey comprendió lo que quería decir. Incluso cuando los movimientos eran rápidos, cada diez o doce fotogramas, la cámara permanecía lo bastante estable para ofrecer una imagen inteligible.

—De acuerdo —dijo—. Hágalo.

—Podemos hacer algo más —sugirió Harmon—. Podemos enviarla fuera y…

Casey negó con la cabeza.

—La cinta no puede salir de este edificio bajo ninguna circunstancia —exigió.

—De acuerdo.

—Necesito dos copias de la cinta —pidió—. Y asegúrese de copiarla completa.

17:25 H
AIA / HANGAR 4

En el hangar 5, el equipo de mantenimiento seguía pululando alrededor del reactor de TransPacific. Casey siguió de largo hasta el hangar siguiente y entró. En aquel espacio similar a una cueva, casi en un silencio absoluto, el equipo de Mary Ringer realizaba un análisis del interior del aparato.

Sobre el suelo de cemento, tiras de cinta adhesiva naranja de casi cien metros de largo, marcaban las paredes interiores del N-22 de TransPacific. Bandas transversales indicaban los tabiques principales, y otras, dispuestas en paralelo, las filas de asientos. Aquí y allí había banderas blancas sobre bloques de madera, señalando diversos puntos críticos.

A unos dos metros de altura, habían colocado más tiras, tensadas en el aire, para delimitar el techo y los compartimientos de equipaje del avión. El resultado final era un espectral croquis anaranjado de las dimensiones de la cabina de pasajeros.

Dentro de este croquis, cinco mujeres, todas psicólogas y técnicas, se movían despacio y con cautela. Las mujeres colocaban en el suelo prendas de vestir, bolsos de mano, cámaras, juguetes y demás objetos personales. En algunos casos, una tira más fina de cinta adhesiva unía un objeto con otro punto del croquis, indicando cómo se había movido durante el accidente.

De todas las paredes del hangar colgaban fotografías ampliadas del interior del avión, tomadas el lunes. El equipo de análisis trabajaba prácticamente en silencio, meticulosamente, consultando notas y fotografías.

Pocas veces se hacía un análisis del interior del aparato. Era un procedimiento desesperado, que rara vez arrojaba información útil. En el caso del 545 de TransPacific, el equipo de Ringer había comenzado a trabajar desde el principio, pues el alto número de heridos podía inducir a demandas judiciales. En realidad, los pasajeros no podían saber qué había pasado, y en muchos casos sus declaraciones eran absurdas. Este análisis tenía la finalidad de explicar los movimientos de las personas y los objetos dentro de la cabina de pasajeros. Pero era una tarea ardua y lenta.

Casey vio a Mary Ringer, una mujer de cabello cano que rondaba los cincuenta, en la sección trasera del avión.

—Mary —dijo—, ¿cuántas cámaras tenemos?

—Sabía que me lo preguntarías. —Mary consultó sus notas—. Encontramos diecinueve cámaras. Trece fotográficas y seis de vídeo. De las trece cámaras fotográficas, cinco estaban rotas, con la película velada. Otras dos no tenían carrete. Revelamos los carretes de las demás, y sólo tres tenían fotografías, todas tomadas antes del incidente. Pero estamos usando las fotografías para intentar situar a los pasajeros, dado que TransPacific aún no ha enviado datos sobre los números de sus asientos.

—¿Y las cámaras de vídeo?

—Veamos… —Consultó sus notas y suspiró—. Seis videocámaras, dos con filmaciones del interior del avión, pero ninguna hecha durante el incidente. He oído que emitieron una cinta por televisión. No sé de dónde habrá salido. El pasajero debe de haberla bajado en el aeropuerto de Los Ángeles.

—Es probable.

—¿Qué hay del registrador de datos de vuelo? Lo necesito para…

—Todos lo necesitamos —atajó Casey—. Estoy en ello. —Miró alrededor de la sección posterior del avión, señalada por la cinta adhesiva. Vio la gorra del piloto en el suelo, en un rincón.

—¿La gorra no tenía nombre?

—Sí. En el interior —respondió Mary—. Algo así como Zen Ching. Hicimos traducir la etiqueta.

—¿Quién la tradujo?

—Eileen Han, de la oficina de Marder. Sabe leer y escribir chino mandarín y nos ha ayudado. ¿Por qué lo preguntas?

—Sólo era una duda. Nada importante.

Casey se dirigió a la puerta.

—Casey —dijo Mary—. De verdad necesitamos el registrador de datos.

—Lo sé —respondió Casey—. Lo sé.

Llamó a Norma.

—¿Quién puede traducirme algo del chino?

—¿Aparte de Eileen?

—Sí. Aparte de Eileen. —No quería que interviniera nadie de la oficina de Marder.

—Déjame pensar —dijo Norma—. ¿Qué tal Ellen Fong, de Contabilidad?

—¿Su marido no trabaja en Estructura, con Doherty?

—Sí. Pero Ellen es muy discreta.

—¿Estás segura?

—Completamente —afirmó Norma con un tono cargado de intención.

17.50 H
EDIFICIO 102 / CONTABILIDAD

Poco antes de la seis de la tarde, Casey entró en el Departamento de Contabilidad, situado en el sótano del edificio 102. Encontró a Ellen Fong preparándose para marcharse.

—Ellen —dijo—. Necesito que me hagas un favor.

—Claro. —Ellen era una mujer de unos cuarenta años, madre de tres hijos, y siempre estaba de buen humor.

—¿Verdad que trabajaste como traductora para la FAA?

—De eso hace mucho tiempo —respondió Ellen.

—Necesito que me traduzcas algo.

—Casey, puedes encontrar un traductor mucho más competente…

—Prefiero que lo hagas tú —dijo—. Es confidencial.

Le entregó la cinta de vídeo a Ellen.

—Necesito las voces de los últimos nueve minutos.

—De acuerdo.

—Y preferiría que no comentaras esto con nadie.

—¿Ni siquiera con Bill? —Bill era su marido.

Casey asintió con un gesto.

—¿Algún problema?

—En absoluto. —Miró la cinta que tenía en la mano—. ¿Para cuándo la quieres?

—¿Puede ser para mañana? Para el viernes como máximo.

—Hecho —dijo Ellen Fong.

17:55 H
LABORATORIO DE INTERPRETACIÓN DE AUDIO DE LA NORTON

Casey llevó la segunda copia del vídeo al Laboratorio de Interpretación de Audio de la Norton, situado en la parte posterior del edificio 24. El encargado era un antiguo agente de la CIA procedente de Omaha, un paranoico y genio de la electrónica llamado Jay Ziegler que había construido sus propios filtros de sonido y equipos de
playback
, ya que, según decía, no se fiaba de nadie.

Norton había montado el laboratorio para ayudar a las agencias del gobierno a interpretar las voces de los registradores de voz. Después de un accidente, el gobierno se llevaba las grabaciones y las hacía analizar en Washington. Era el procedimiento habitual para evitar que los datos se filtraran a la prensa antes de que se completara la investigación. Pero, aunque la administración contaba con expertos en la transcripción de cintas, éstos eran incapaces de analizar los sonidos en el interior de la cabina de mando: las alarmas y los avisos electrónicos que a menudo se disparaban. Estos sonidos pertenecían a los sistemas Norton, así que Norton había creado un laboratorio para interpretarlos.

Como de costumbre, la pesada puerta insonorizada estaba cerrada. Casey golpeó con fuerza, y después de un minuto, una voz respondió por el interfono.

—Contraseña.

—Soy Casey Singleton, Jay.

—La contraseña.

—Jay, por el amor de Dios. Abre la puerta.

Se oyó un chasquido, seguido de un silencio. Casey esperó. La pesada puerta se abrió apenas una rendija, y Casey vio a Jay Ziegler, con el pelo largo hasta los hombros y gafas de sol.

—Ah, vale. Entra —dijo—. Tú tienes libre acceso a esta sección.

Abrió la puerta sólo un poco más, y Casey entró en la habitación. Ziegler cerró la puerta de inmediato y la aseguró con tres cerrojos.

—Deberías llamar antes de venir, Singleton. Tenemos una línea de seguridad. Con un dispositivo para mantener la comunicación en secreto.

—Lo lamento, Jay. Pero ha surgido algo a último momento.

—La seguridad es responsabilidad de todos.

Casey le entregó la cinta.

—Ésta es una cinta magnética de una pulgada, Singleton. Casi nunca vemos esto por aquí.

—¿Puedes leerla?

Ziegler asintió.

—Yo puedo leer cualquier cosa, Singleton. Lo que me des. —Puso la cinta en un tambor horizontal y la enroscó. Luego miró por encima de su hombro—. ¿Tienes autorización para oír el contenido?

—La cinta es mía, Jay.

—Sólo preguntaba.

—Debería informarte de que esta cinta es…

—No me digas nada, Singleton —la interrumpió Ziegler—. Mejor así.

Cuando la cinta comenzó a girar, en todos los monitores de la habitación aparecieron ondas osciloscópicas, líneas verdes saltando sobre un fondo negro.

—Vale —dijo Ziegler—. Tenemos una cinta de super-8, sistema Dolby, tiene que ser de un vídeo doméstico…

En el altavoz comenzó a sonar una especie de crujido rítmico.

Ziegler miraba fijamente los monitores. Algunos de ellos generaban datos extraños, construyendo modelos tridimensionales del sonido que parecían cuentas multicolores enhebradas en un hilo. Los programas también producían impulsos de diversas frecuencias.

—Pasos —anunció Ziegler—. Suelas de goma sobre césped o tierra. Estamos en el campo; no hay ningún sonido urbano. Los pasos seguramente corresponden a un hombre. Y no son totalmente rítmicos, de modo que es probable que el tipo en cuestión esté cargando algo. No es un objeto demasiado pesado, pero el peso no está equilibrado.

Casey recordó la primera imagen de la cinta de vídeo: un hombre subiendo por un sendero, alejándose de una aldea china, con la niña sobre un hombro.

—Estás en lo cierto —dijo, impresionada.

A continuación se oyó una especie de gorjeo, el piar de un pájaro.

—Un momento, un momento. —Ziegler empezó a pulsar botones. Reprodujo el sonido una y otra vez, y el hilo con cuentas de colores se onduló en el monitor. Por fin dijo—: Vaya, no lo tengo en la base de datos. ¿Estamos en el extranjero?

—En China.

—Bueno. No puedo saberlo todo.

Los pasos continuaron. Se oyó el zumbido del viento. En la cinta, una voz masculina dijo: «Se ha quedado dormida».

—Estadounidense, 1,79 a 1,82 de estatura, aproximadamente treinta y cinco años —dedujo Ziegler.

Casey asintió, nuevamente impresionada.

Ziegler apretó un botón y uno de los monitores emitió la imagen del vídeo, con el hombre subiendo por el sendero. La imagen se congeló.

—Muy bien —dijo Ziegler—. ¿Qué tengo que buscar?

—Los últimos nueve minutos de la cinta se filmaron en el vuelo 545 de TransPacific —informó Casey—. La cámara grabó todo el incidente.

—Vaya —dijo Ziegler restregándose las manos—. Suena interesante.

—Quiero saber si puedes detectar algún sonido extraño en el momento inmediatamente anterior al incidente. Tengo una duda sobre…

—No me lo digas —atajó él, levantando una mano—. No quiero saberlo. Debo hacer una lectura imparcial.

—¿Cuánto tardarás?

—Unas veinte horas. —Ziegler consultó el reloj—. Lo tendrás mañana por la tarde.

—De acuerdo. Ah, Jay. Te agradecería que no enseñaras la cinta a nadie.

Ziegler la miró con expresión de asombro y preguntó:

—¿Qué cinta?

18:10 H
CONTROL DE CALIDAD

Poco después de las seis de la tarde, Casey volvió a sentarse ante su escritorio. La esperaban varios faxes más.

DE: S. NIETO, REP VANC

A: C. SINGLETON, CC/CEI

PRIMER OFICIAL ZAN PING EN EL HOSPITAL GENERAL DE VANC A CONSECUENCIA DE COMPLICACIONES DE LA INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA. EN ESTADO INCONSCIENTE PERO ESTABLE. REP MIKE LEE ESTUVO HOY EN EL HOSPITAL. INTENTARÉ VER AL PRIMER OFICIAL MAÑANA PARA CONFIRMAR SU ESTADO Y ENTREVISTARLO SI ES POSIBLE.

—Norma —llamó Casey—. Recuérdame que telefonee a Vancouver mañana por la mañana.

—Tomo nota —dijo—. A propósito, ha llegado esto para ti. —Le pasó un fax.

Parecía una copia de una revista de a bordo. En la parte superior se leía: «Empleado del mes», y debajo aparecía una fotografía confusa, demasiado cargada de tinta.

El pie de foto rezaba: «El capitán John Zhen Chang, piloto de TransPacific Airlines, es nuestro empleado del mes. El padre del capitán Chang también era piloto, y John tiene veinte años de vuelo, siete de ellos con TransPacific. Cuando no está pilotando aviones, el capitán Chang se dedica a sus aficiones favoritas: el ciclismo y el golf. Aquí descansa en la playa de la isla de Lantan, en compañía de su esposa, Soon, y sus hijos, Erica y Tom».

—¿Qué es esto? —preguntó Casey frunciendo el entrecejo.

—Ni idea —dijo Norma.

—¿De dónde ha salido? —Había un número de teléfono en la parte superior de la página, pero ningún nombre.

—De una tienda de fotocopias de La Tijera —respondió Norma.

—Cerca del aeropuerto —dijo Casey.

—Sí. Es un sitio muy concurrido. No saben quién lo envió.

Casey miró fijamente la foto.

—¿Es de una revista de a bordo?

—De la TransPacific. Pero no de este mes. Vaciaron los bolsillos de los asientos y enviaron el contenido. Había anuncios a los pasajeros, pases de seguridad, bolsas para vomitar, la revista mensual. Pero esa página no está en el último ejemplar de la revista.

—¿Podemos conseguir números atrasados?

—Estoy en ello —respondió Norma.

—Me gustaría ver mejor esta fotografía —dijo Casey.

—Me lo figuraba.

Casey miró el resto de los papeles que estaban sobre su mesa.

DE: T. Korman, dep. de Apoyo al Producto

A: C. Singleton, CC/CEI

Hemos concluido el diseño del presentador virtual de datos del N-22, para uso del personal de tierra en las zonas de reparación nacionales y extranjeras. En la nueva versión, la unidad de CD-ROM se engancha al cinturón y se ha reducido el peso de las gafas. El presentador virtual de datos permite al personal de mantenimiento consultar los manuales 12A/102-12A/406, incluyendo diagramas y vistas recortadas de las piezas. Los primeros ejemplares serán distribuidos mañana, a modo de prueba. La producción comenzará el primero de mayo.

La Norton hacía constantes esfuerzos para perfeccionar el presentador virtual de datos, o
Virtual Head-Up Display
, con el fin de facilitar a sus clientes el mantenimiento de las aeronaves. Hacía tiempo que los fabricantes habían descubierto que la mayoría de los fallos mecánicos se debían a problemas de mantenimiento. Con un buen mantenimiento, un avión comercial podía seguir volando durante décadas; algunos de los N-5 de Norton tenían sesenta años de antigüedad y permanecían en servicio activo. Por otra parte, un mal mantenimiento, podía provocar dificultades —o accidentes— en cuestión de minutos.

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