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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Qualinost (15 page)

El enano se había sentado y miraba la lujosa habitación con expresión preocupada.

—Busco el cubo —repuso Flint.

—¿El cubo? —repitió Miral. De repente, el mago se echó a reír—. No, no vaciamos el agua con cubos.

Se incorporó y se acercó a los pies de la bañera.

—¿Entonces con qué lo hacéis? ¿Con magia? Sabes muy bien lo que opino de esas artes —dijo Flint, adoptando una expresión preocupada—. ¿Este baño es mágico? —En semejante creación era de esperar que interviniera la hechicería de un modo u otro, pensó con una súbita tristeza. Los Enanos de las Colinas sentían una desconfianza innata hacia la magia. Miral sacudió la cabeza.

—Olvidaba que no habías estado aquí desde que se instalaron estos artilugios. Los diseñaron los gnomos.

—¿Los gnomos? —repitió incrédulo el enano—. ¡Por Reorx!
—Nunca
funcionaba nada fabricado por gnomos. De hecho, el que siguiera vivo se debía probablemente a un golpe de suerte. Pasando por alto la risita contenida del mago, Flint salió a toda prisa de la bañera y se envolvió en una gruesa toalla amarilla que un sirviente había dejado sobre una repisa de piedra.

Miral, sonriente y sin dejar de sacudir la cabeza, se arremangó hasta el codo la manga, metió el brazo en el agua y tras tantear un momento, dio un suave tirón. Se escuchó un ruido sordo, como un eructo, y el agua empezó a bajar de nivel. Miral sostenía en la mano un tapón sujeto a una cadena.

—Desagua por el suelo —explicó.

Flint miraba con expresión dubitativa.

—Con todos mis respetos, eso no me parece muy práctico —aventuró—. Dañará los cimientos del edificio. Aunque no sé por qué me sorprende, siendo un invento de los gnomos. Pero confieso que tenía mejor opinión de los elfos y su sentido común.

Miral se bajó la manga de la túnica y tendió al enano una camisa limpia.

—Modificamos el diseño original. Los gnomos habían situado el drenaje, el agujero donde encaja este tapón, en la parte superior del recipiente. Nunca se vaciaba, claro está. Tenías que esperar a que se evaporara el agua.

—Aun así... —protestó el enano mientras se ponía las polainas.

—El agua baja por un artilugio circular, en forma de tubo, que está instalado bajo el suelo —explicó Miral, ilustrando sus palabras con gestos como si realizara un dibujo en el aire.

Flint se agachó y echó una ojeada bajo la bañera.

—¿Cómo lo llenáis? —preguntó.

—Con cubos.

* * *

Más tarde, Flint recogió a
Pies Ligeros,
ahora limpia, cepillada, reluciente y —el toque final de un caballerizo elfo con sentido del humor— con la crin trenzada y enjaezada con cintas rosas. El enano la llevó a un establo improvisado, adosado a un edificio cercano a su taller; Flint tuvo que hacer dos veces el recorrido entre su casa y la cuadra, ya que
Pies Ligeros
rompía a mordiscos la correa que cerraba la puerta del establo y llegaba al taller poco después de hacerlo el enano.

Por último encerró al animal en la cuadra y atrancó la puerta con un tablón apoyado contra un pequeño peral. Casi había terminado de deshacer el equipaje, empapado de cerveza, cuando apareció una figura en el umbral del taller.

No reconoció en un primer momento al recién llegado, ya que quedaba perfilado contra la luz del ocaso, pero la silueta de un recipiente que llevaba en la mano era lo bastante reveladora.

Vino de frutas —comentó Flint—. Sólo Tanis Semielfo se atrevería a traerme eso sin temor a recibir el justo castigo por su osadía.

La sonrisa de Tanis se ensanchó, y colocó la botella sobre la mesa.

—Pensé que tal vez quisieras utilizarlo para prender el fuego de la forja. Es más rápido e inflamable que la leña menuda —dijo.

Los dos estaban de pie, frente a frente; el semielfo con los brazos cruzados sobre el musculoso pecho, y Flint sosteniendo en las manos las túnicas, marrón y verde esmeralda, dobladas. Las prendas tenían un maravilloso olor a cerveza, en opinión del enano, pero supuso que no tendría más remedio que lavarlas para poder ser recibido en la corte. Fue Flint quien rompió el silencio, con su voz áspera.

—Supongo que ahora que te has convertido en un joven alto como un álamo y lo bastante fuerte para levantarme a pulso, eres demasiado importante para perder el tiempo en la forja de un enano maduro y gruñón.

—Y yo supongo que después de haber viajado por todo el continente de Ansalon y haber luchado con un violento tylor, no te apetecerá que te dé la lata un joven inexperto.

Se observaron en silencio el uno al otro durante varios segundos. Después, satisfechos al parecer de lo que veían, se saludaron con una inclinación de cabeza. Tanis se acomodó en un banco de granito, con una pierna sobre la dura superficie y un brazo apoyado en la rodilla. Su ascendencia humana resultaba evidente por lo fornido de su complexión, pensó Flint.

El enano se puso a preparar la forja que había estado en desuso toda una temporada, y se felicitó a sí mismo por el trabajo de limpieza que había llevado a cabo en el local antes de partir cinco meses atrás, a finales de otoño.

La forja, que semejaba un hogar construido en alto, ocupaba la mayor parte de la parte trasera del reducido edificio. Una chimenea de piedra y argamasa subía por la pared como el tronco grueso de un árbol, con una abertura en la parte posterior lo bastante amplia para que se acomodara en ella un kender (aunque Flint habría preferido condenarse al Abismo antes de permitir que una de aquellas insufribles criaturas se acercara a su adorada forja). La repisa frontal de la forja, diseñada por alguien con la talla de un elfo, le llegaba al enano mas arriba de la cintura, una altura incómoda que a menudo provocaba una sarta de maldiciones y gruñidos por parte de Flint.

—¿Y bien? ¿Qué me he perdido durante estos últimos meses? —preguntó el enano mientras colocaba astillas y trozos de corteza seca en el hueco de la forja. Dirigió una mirada vacilante a la botella de vino, después la destapó y roció la leña con un generoso chorro del líquido—. Espero que la explosión no nos mande hasta Xak Tsaroth —musitó mientras tanteaba en el bolsillo para buscar el yesquero, y entonces cayó en la cuenta de que probablemente lo había perdido en el acceso al sla-mori—. ¿Tienes un yesquero, muchacho?

Tanis buscó en su bolsillo y le lanzó al enano lo que le había pedido. Tras murmurar un «gracias», Flint frotó el pedernal hasta que saltaron chispas. La leña se prendió con un siseante estallido que obligó al enano a recular de manera apresurada. Cuando el flameante fuego perdió intensidad, Flint se acercó con cautela y echó unos carbones sobre las astillas para que se prendieran. Se volvió hacia Tanis, esperando escuchar las noticias locales.

—Lord Xenoth sigue siendo el primer consejero, aunque Litanas ha sido nombrado su ayudante, a requerimiento de Porthios —explicó Tanis mientras el enano echaba otra palada de carbón a la lumbre—. El Orador no quería herir los sentimientos de lord Xenoth. Después de todo, ha sido el consejero del Orador de los Soles desde que el padre de Solostaran ocupaba ese puesto, y el Orador temía que el anciano pensara que ya era incapaz de llevar a cabo sus deberes sin ayuda de otro. Aunque, la verdad, es lo que parece ocurrir. —Las últimas palabras las pronunció con aspereza.

—Échame una mano con el fuelle, ¿quieres, muchacho? —pidió Flint. Tanis se acercó al instrumento y avivó el fuego. El enano, entretanto, amontonó carbón a ambos lados de la lumbre—. Así que a Xenoth no le sentó bien, ¿verdad? —preguntó.

—No le hizo gracia, desde luego. —La concisa respuesta decía mucho sobre lo explícito que había sido Xenoth acerca de lo que opinaba del cambio.

Flint sacudió la cabeza y pensó compadecido en Litanas, aunque el amigo de Porthios nunca había mostrado simpatía por él mismo ni por el semielfo. Hacía tiempo que el enano sospechaba que la pandilla de Porthios se había dedicado por costumbre a convertir la vida de Tanis en algo amargo, aunque el propio Porthios se había mantenido al margen. Sin embargo, Flint no solía preguntar al semielfo sobre ese aspecto de su vida, y el muchacho tampoco había hecho más comentarios que los imprescindibles sobre aquel asunto.

El pasado otoño, antes de que Flint se marchara para pasar el invierno en Solace, Litanas y Ulthen parecían rivalizar por obtener la mano de la acaudalada lady Selena. La damisela se mostraba encantada con sus atenciones, por supuesto, pero la situación había dado al traste con la amistad entre Litanas y Ulthen.

Mientras Tanis manejaba el fuelle, Flint alimentó el fuego con carbón, a la vez que se preguntaba si los últimos acontecimientos tendrían alguna influencia en las preferencias de lady Selena por uno de sus dos pretendientes. Litanas poseía fortuna, noble linaje y su nuevo puesto junto a lord Xenoth. Pero el anciano consejero podría desbaratar con facilidad la posición en la corte de un ayudante, a poco que se lo propusiera.

Por otro lado, Ulthen se jactaba de pertenecer a una de las familias nobles con más raigambre de Qualinost, pero tanto el joven como su familia estaban en perpetua bancarrota; años atrás, los apuros financieros habían obligado al joven elfo a aceptar el trabajo de instructor de Gilthanas, el hermano menor de Porthios.

En cualquier caso, a Flint no le habría gustado encontrarse en la posición de Litanas, y ser blanco de la ojeriza del irascible anciano; aunque, pensándolo bien, así era precisamente como había estado siempre él, razonó el enano. Lord Xenoth, quien a tenor de su edad y posición podía permitirse criticar ciertas decisiones políticas del Orador, expresaba sin reparo su oposición a admitir la presencia de cualquier forastero en la corte.

Las reflexiones del enano tomaron otro rumbo mientras cogía uno de sus martillos favoritos entre los varios que tenía sobre el banco de trabajo.

—¿Has oído hablar de la Gema Gris? —inquirió. Tanis lo miró, sorprendido por el giro de la conversación.

—¿La Gema Gris de Gargath? Desde luego. Todos los niños elfos deben aprenderse de memoria ese episodio.

—Miral me habló hoy de ella. —La voz del enano sonaba distraída, pues tenía puesta su atención en la forja—. Cuéntame la historia como la conocen los elfos —pidió.

Tanis miró a su amigo con curiosidad, pero se lanzó a contar el relato que Miral le había obligado a memorizar al pie de la letra, aunque sin descuidar su labor con el fuelle.

—Antes de que el dios neutral, Reorx, forjara el mundo, los dioses se disputaron la posesión de los espíritus que después darían lugar a las distintas razas, espíritus que, por entonces, todavía se movían entre las estrellas. —El semielfo cambió de posición las manos en los mangos de madera del fuelle.

Flint asintió en silencio, como si esa parte de la historia coincidiera con la conocida por los enanos. De un montón apilado sobre la mesa cercana a la forja, entresacó una barra de hierro de un palmo de largo y un dedo de grosor, y la metió en los ardientes carbones.

—Los dioses del Bien —continuó Tanis— querían que las razas tuvieran poder sobre el mundo físico. Los dioses del Mal deseaban hacerlas sus esclavas. Y los dioses de la Neutralidad querían que tuvieran no sólo dominio sobre el mundo físico, sino también
libertad
de elegir entre el Bien y el Mal, que fue la opción por la que se decidieron al final.

—¡Que el martillo de Reorx caiga sobre ti, muchacho! ¡Sigue moviendo ese fuelle! —ordenó el enano.

Tanis cogió de nuevo el ritmo y observó cómo retiraba Flint la barra de hierro con las tenazas y la convertía en un rectángulo a fuerza de golpes de martillo, mientras él proseguía la narración.

—Nacieron tres razas: los elfos, los ogros y los humanos; en ese orden, según los elfos. —Alzo la vista al techo como diciendo: «¡Cómo no!». El cabello, que le llegaba a los hombros, se mecía al ritmo imprimido al fuelle—. Y así, Reorx forjó el mundo con la ayuda de algunos humanos que se ofrecieron voluntarios. Pero, unos cuatro mil años antes del Cataclismo, los humanos despertaron la ira de Reorx por mostrarse demasiado orgullosos de unas habilidades que habían aprendido del dios, y hacer uso de ellas para su propio provecho. Reorx los privó de la maestría adquirida, pero no del deseo de manipular y crear, y así fue como surgió la raza de los gnomos.

El semielfo aspiró aire casi con tanta fuerza como el fuelle que soplaba la fragua.

—Con el tiempo, Reorx forjó una gema con la que asegurar la Neutralidad al mundo de Krynn. Guardaría e irradiaría la esencia de Lunitari, la luna roja neutral. Y en ella puso Reorx la Gema Gris. —Hizo un alto en su relato—. ¿Coincide hasta ahora con lo que sabes tú?

Flint asintió en silencio, concentrado en colocar el rectángulo contra el borde del yunque y, por medio de martillazos, alargar una pequeña porción a un extremo del metal. Con destreza, golpeó el trozo saliente para devolverle la anterior forma cilíndrica. Después lo fue girando mientras le daba la forma de un aro al final del rectángulo. Como era habitual, Flint se dejó llevar por el ritmo del proceso: cuatro golpes sobre el metal, uno sobre el yunque, cuatro sobre el metal, uno sobre el yunque...

—¿Por qué haces eso? —se interesó Tanis.

—¿El qué?

—Golpear el yunque con el martillo —dijo el semielfo, que dejo de mover el fuelle para mirar más de cerca—. Parece que lo haces a propósito, no que falles el golpe fuera del metal.

—¡Sigue moviendo el fuelle! ¡Reorx misericordioso! ¿Es que voy a tener que contratar a un gully para que haga tu trabajo, muchacho? —protestó el enano—. Claro que doy en el yunque a propósito. La cabeza del martillo absorbe el calor cuando golpeo este pestillo que estoy haciendo para la puerta del establo de Pies
Ligeros.
Dar en el yunque de manera regular enfría el martillo. ¿Lo ves? —Hizo una demostración—. Y, ahora, continúa con tu historia.

Tanis sonrió a su amigo.

—Los gnomos construyeron una escalera mecánica que llegaba hasta la luna roja, y se apoderaron de la Gema Gris.

Flint martilleó el otro extremo de la barra hasta hacerla puntiaguda, y la dobló en perpendicular al resto de la pieza.

—Pero la gema escapó y se alejó volando. —La voz monótona de Tanis cobró un tono más animado—. Causó estragos en Krynn. A su paso, surgieron
nuevas
especies de animales y plantas, y su presencia alteró las formas de los que ya existían.

Flint metió de nuevo en el fuego la pieza metálica, que ahora ya era identificable como un pestillo, con un aro en un extremo y un gancho en el otro.

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