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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Qualinost (29 page)

—Dejarlo —replicó Tyresian, cuyos azules ojos tenían una mirada dura—. Encontrará el modo de dar un rodeo.

Porthios se removió inquieto, abrió la boca para decir algo, pero la cerró sin pronunciar una palabra.

—¿Dar un rodeo? —bramó Tanis—. ¡Este barranco se extiende en ambas direcciones hasta perderse de vista!

—Nadie le pidió al enano que viniera —contestó Tyresian—. Que regrese a la ciudad.

—¿Solo? ¿Con un tylor merodeando por el bosque?

Tanis estaba fuera de sí. Las atractivas facciones del noble se tensaron.

—Estoy al mando de esta expedición —susurró—. Tú tampoco eres un buen espadachín ni un buen arquero, semielfo. No estás a la altura de este grupo.

—Lord Tyresian —intervino Porthios con tono admonitorio.

El comandante se volvió hacia los nobles.

—Al parecer nos encontramos en un atolladero —dijo en voz alta—. Tenemos dos opciones: cruzar este barranco y perseguir al tylor que ha estado matando a elfos y diezmando el ganado de esta zona de Qualinesti, o volver grupas y regresar a la ciudad cubiertos de oprobio. —Hizo una larga pausa durante la cual su mirada se detuvo en cada faz de los nobles reunidos, estudiando sus reacciones—. ¿Quién está a favor de seguir adelante?

El grupo guardó silencio. Entonces Gilthanas azuzó a su ruano y pasó a galope entre Tyresian y Porthios, sin mirar a uno u otro lado. Con un impetuoso salto, jinete y caballo salvaron la grieta del barranco trazando un grácil arco en el aire, y aterrizaron al otro lado en medio de una rociada de barro y gravilla. Gilthanas dio media vuelta y saludó al grupo.

Ulthen, Litanas, Miral, Porthios y la mayoría de los demás nobles siguieron de inmediato el ejemplo de Gilthanas y aguardaron en círculo en la otra orilla del barranco. Pronto, sólo quedaban Tyresian, Tanis, Flint y Xenoth. El comandante de la tropa sujetó con mano firme a su brioso corcel mientras dirigía una mirada arrogante a los otros tres.

—¿Y bien? —inquirió.

—Tyresian, no estarás pensando en serio abandonarnos aquí... —farfulló el consejero.

—Si no queréis quedaros atrás, seguidnos. —La voz del noble era implacable—. Recuerdo que querías montar a Pacto, Xenoth. Sin duda eres lo bastante buen jinete para saltar este barranco.

—Pero esta jaca no puede...

—¡Inténtalo!

Tyresian propino a
Efigie
un golpe en las ancas con la parte plana de la espada.

La yegua, sobresaltada, dio un brinco y salió al galope. Xenoth soltó las riendas y agarró al animal por la crin.
Efigie
llegó a unos palmos del barranco y, frenándose en seco, desmontó sin la menor consideración al anciano consejero del Orador, que dio con sus huesos en tierra. Xenoth, con los amplios vuelos de sus largos ropajes en completo desorden, se esforzó por levantarse mientras Tyresian pasaba a su lado como una exhalación y salvaba sin problemas la grieta, creando un revuelo entre los jinetes arremolinados en la otra orilla. Acto seguido reanudó la marcha sendero adelante, seguido por todos los elfos salvo uno.

Porthios remoloneó junto al barranco, indeciso. Después, poniendo las manos en torno a la boca a guisa de bocina, gritó:

—¡Muy bien, regresad a palacio! —y fue en pos del grupo de voluntarios.

—Tanis, ve con ellos —sugirió Flint—. Lord Xenoth y yo regresaremos, como ha dicho Porthios.

—¿Qué? —graznó el viejo consejero, que ya había montado de nuevo en la yegua—. ¿Y dejarme de escolta a un enano?

—¿Escoltarte? ¿Yo? —replicó con un resoplido desdeñoso Flint—. Antes protegería a
Pies Ligeros
que a ti. —Dio a la mula unas afectuosas palmadas en el cuello—. Adelante, Tanis.
Belthar
puede saltar con facilidad el barranco.

El semielfo estrechó los ojos y observó con atención al enano.

—No nos separaremos. Incluso Xenoth podría ser de utilidad si aparece el tylor.

—Ni lo sueñes —respondió Flint sin volverse a mirar a Xenoth—. A menos que planees utilizarlo de cebo. Y, aun así... —dijo, mirando mora de arriba abajo al enjuto consejero.

Xenoth hizo que su montura diera media vuelta, la azuzó en los ijares, y salió al trote sendero adelante, en dirección a Qualinost. Flint y Tanis lo contemplaron en silencio. Por fin, cuando el consejero estaba a punto de desaparecer tras un recodo, Flint gritó:

—¡No te alejes mucho! ¡Tal vez te salga al paso el tylor!

Xenoth frenó en seco, en tanto la yegua pinta sacudía la cabeza y cabrioleaba con gran agitación. Tanis frunció el entrecejo.

—Algo ocurre —dijo—. Fíjate en la yegua.
Efigie
es muy tranquila por lo general.

El día había empezado a oscurecer y un ominoso y prematuro ocaso se cernía sobre el bosque. La espesura en los alrededores era tan densa que resultaba impenetrable a la vista. Ni el más leve soplo de brisa agitaba las hojas de los álamos. Las ardillas habían desaparecido, aunque apenas hacía unos instantes deambulaban ruidosas entre los matorrales y se perseguían juguetonas por las veredas que bordeaban el barranco.

—Flint... —susurró Tanis.

El enano ya tenía el hacha en la mano.

—Lo sé, muchacho. Ni pájaros, ni ruido de animales.

—Como si... —Flint escudriñó los alrededores e hizo un ademán a Xenoth para que regresara junto a ellos.

—Como si se los hubiera tragado la tierra —acabó la frase Tanis.

Un golpe fuerte y sordo retumbó en el aire. Flint y Tanis intercambiaron una mirada.

—¿Un trueno? —sugirió el semielfo.

—Eso espero —contestó Flint.

La tormenta descargó cuando Xenoth se encontraba a medio camino, a treinta o cuarenta pasos de distancia de los dos amigos.

Pero fue una tormenta en forma de tylor.

—¡Por Reorx! —exclamó el enano.

Los matorrales a la izquierda del consejero se agitaron, y entonces, con una violencia que lanzó una lluvia de hojas y ramas quebradas por el aire, una forma gris verdosa irrumpió de entre la maleza. Xenoth chilló,
y Efigie se
desplomó a los pies de la feroz bestia, con el cuello roto de una certera dentellada. El consejero, que había salido despedido de la silla, cayó al suelo de espaldas. Rodó despacio sobre sí mismo, con el rostro contraído en un gesto de dolor, mientras el monstruo se dedicaba a despedazar a la infeliz yegua. La faz de Xenoth se quedó petrificada con una mueca de horror al ver lo que el tylor estaba haciendo con el animal. Se incorporó de un brinco e inició una frenética carrera que lo alejaba de Tanis y Flint, y se metió entre la maleza.

—¡Xenoth! —gritó el semielfo. Desmontó de un salto de
Belthar, y
otro tanto hizo Flint con Pies Ligeros. Las dos monturas salieron a galope por una trocha; la mula a la cabeza, con varios cuerpos de ventaja.

—Xenoth estará más seguro en la espesura, muchacho —gritó Flint, mientras arrastraba a Tanis tras el tronco carcomido de un roble caído. Apenas dos metros de distancia separaban el tronco del borde del barranco.

El tylor sacó todo su corpachón al claro, levantó la blindada cabeza puntiaguda, y lanzó un rugido desafiante. A continuación adoptó una postura erguida, abrió las fauces, y empezó a articular unas palabras mágicas. Entre los indescifrables vocablos se repetía con claridad el nombre «Xenoth».

—¡Por los dioses! —barbotó Tanis—. ¿Qué está haciendo?

—Es una criatura inteligente —se limitó a musitar Flint.

—¿Podríamos... razonar con ella?

—En este momento no te lo recomiendo, muchacho —repuso el enano, a la vez que sujetaba al semielfo por el brazo.

La bestia lanzó un nuevo rugido y prosiguió con la salmodia.

—Xenothi tibi, Xenothi duodonem, Xenothi viviarandi, toth —
repitió una y otra vez.

—Flint, tenemos que alertar a los demás —dijo el semielfo.

—Creo que la bestia ya se ha encargado de ello —comentó el enano mientras señalaba al otro lado del barranco.

Tyresian, Miral y Litanas se arremolinaban al borde de la grieta, al parecer sin saber qué hacer. Saltar la hondonada supondría que jinete y montura aterrizarían a menos de tres metros del monstruo, al alcance de su mortífera cola restallante. De hecho, los nerviosos coletazos de la bestia ya habían barrido la maleza en un amplio semicírculo a espaldas del monstruo.

Los cuernos de casi un metro de longitud que sobresalían de la testa de la criatura eran afilados y tenían un aspecto maligno. Los párpados, entrecerrados, dejaban ver unos ojos amarillos.

—Xenothi morandibi, Xenothi darme a te vide, toth —
pronunció, mientras las patas delanteras golpeaban el rocoso suelo con tanta fuerza que saltaron chinarros por el aire.

—¡Por Reorx! —exclamó de nuevo el enano.

Xenoth salió de la espesura al claro, con una expresión aterrada y vidriosa en los ojos. Se acercó al monstruo, al parecer incapaz de resistirse a la llamada de la bestia. La salmodia se intensificó. Uno de los nobles que estaba al otro lado del barranco chilló horrorizado.

—¡Xenoth! —gritó Tanis a la vez que se ponía en pie.

—¡Quédate donde estás, semielfo! —ordeno a voces Tyresian desde la orilla opuesta de la hondonada. Pero Tanis saltó por encima del tronco caído y encajó una flecha en el arco mientras corría. Flint fue en pos de su amigo, blandiendo el hacha de guerra.

El tylor, desde el ahusado hocico hasta la punta de la cola, medía más de dieciocho metros; dieciocho metros de un blindaje escamoso. Tanis puso rodilla en tierra en medio de la curva que formaba el inmenso cuerpo de la bestia, y apuntó a la cabeza, que estaba a su derecha. Disparó la flecha justo en el momento en que la cola de nueve metros hendía el aire con un latigazo, a la izquierda del semielfo. El afilado apéndice sesgó un joven álamo y después alcanzó al consejero. El grito de Xenoth se ahogó en un gorgoteo.

—¡Tanis, no te muevas! —se oyó gritar desde el otro lado del barranco.

El semielfo permaneció en el mismo lugar, pero disparó una segunda flecha al tylor.

De pronto, el estruendo de los cascos de un caballo retumbo en el terreno pedregoso, cerca de Tanis. Miral, cuya túnica carmesí resaltaba en contraste con el pelaje blanco y gris de su montura, arremetía contra el tylor, a la vez que pronunciaba unas palabras mágicas. Unos dardos de fuego salieron disparados de sus dedos y se estrellaron contra el animal en tanto que la bestia iniciaba una nueva salmodia.

La explosión que siguió sacudió el claro y arrojó a Tanis y a Flint al suelo. Aturdidos, los dos amigos presenciaron cómo el resto de los cazadores salvaban el barranco en tropel y galopaban hasta el claro.

Los alaridos del tylor hendieron el aire en tanto que sus garras abrían surcos en el terreno rocoso. Se debatió para regresar al abrigo de la maleza, lejos de las flechas que ahora le llovían desde todas partes, disparadas por los nobles elfos. Tanis y Flint no pudieron hacer otra cosa que quedarse sentados y presenciar la lucha.

Por fin, el tylor murió; uno de sus costados estaba achicharrado, y la piel perforada por infinidad de flechas. El astil de otra flecha sobresalía de uno de los ojos. Yacía de lado. A tres metros de distancia, Miral se empezaba a incorporar, apoyándose en los codos; tenía el rostro ennegrecido con ceniza, y una mano le sangraba.

Xenoth estaba muerto, tumbado boca abajo sobre el enfangado suelo pedregoso del claro; una mancha carmesí empapaba la túnica gris y se filtraba en la tierra. La cola del tylor lo había alcanzado de lleno en el pecho. Litanas, el asistente del consejero, se arrodilló a su lado mientras gritaba algo incoherente.

De repente todos los elfos volvieron la vista hacia Tanis. Incluso Flint lo miraba con expresión incrédula.

—¿Qué ocurre? —preguntó el semielfo.

Litanas se apartó a un lado y entonces Tanis lo vio. En el pecho de Xenoth, a la altura del corazón, estaba clavada la flecha del semielfo.

18

La flecha

Tanis miró los rostros de los presentes, uno tras otro, y en todos ellos vio la misma expresión acusadora. Sólo Flint mostraba no estar convencido de que el semielfo hubiera matado al consejero.

—¡Lo visteis! —gritó Tanis—. ¡Todos vosotros lo visteis! Disparé hacia la derecha, al cuerpo de la bestia. Xenoth estaba a mi izquierda cuando la cola del tylor lo alcanzó. ¿Cómo pudo acertarle mi flecha?

—Y sin embargo lo hizo, Tanis —repuso Porthios con voz queda.

Tyresian gesticuló y varios elfos se adelantaron con el propósito de detener al semielfo.

De un salto, Flint, que todavía blandía su hacha, se interpuso entre Tanis y los hombres que se acercaban a él. Enarboló el arma y dirigió una fiera mirada a los elfos.

—¡Deteneos! —gritó.

Algo atemorizados ante la estampa de un enano bien pertrechado para la batalla y evidentemente dispuesto a luchar, los nobles se detuvieron.

—Nos ofrecimos voluntarios para esta expedición sabiendo que corríamos el peligro de perder la vida —dijo furioso Flint—. ¿No es verdad?

Ulthen, que estaba arrodillado con Litanas al lado del cuerpo de Xenoth, se incorporó. Tenía la capa manchada de sangre.

—Pero esperábamos que la muerte nos llegara de las fauces de un tylor, maestro Fireforge, no a manos de uno de nuestros compañeros —respondió el noble.

Los elfos murmuraron y fruncieron el entrecejo. El consejero no había contado con la simpatía de muchos cortesanos, por lo que no parecía que su muerte fuera causa de un gran duelo; lo que los había conmocionado era el hecho de que lo hubiera matado otro elfo.

—¿Y quien afirma que fue Tanis quien lo mató? —inquirió el enano.

Tyresian dejó escapar un sonoro suspiro antes de responderle.

—Es la flecha de Tanis, maestro Fireforge. Y ahora, procedamos...

—Lord Xenoth ya estaba muerto cuando la flecha le acertó —insistió Flint.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con sorna Tyresian. Detrás del comandante, Litanas había extraído la flecha de plumas amarillas y escarlatas del pecho de Xenoth y cubría con la capa el cadáver del que había sido su superior. Unos cuantos elfos se mantenían aparte, empujando con la punta de la bota el cuerpo del tylor, mirando de soslayo a Tanis y a Tyresian, y comentando en voz baja.

—Porque lo vi. —Flint se cruzó de brazos, aunque sin soltar el hacha.

—No seas ridícu...

Flint no lo dejó terminar; su voz se alzó hasta retumbar en el claro del bosque:

—Yo estaba aquí, lord Tyresian. Tú y los demás os encontrabais en la orilla opuesta del barranco. Tenía buena perspectiva. Tú, no.

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