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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (13 page)

La columna que avanzaba lentamente por mitad de la calzada ocasionaba —ya fuera de manera intencional o no— un serio atasco en el tránsito de los demás viajeros.

La calzada a Haven estaba muy concurrida ese día. Flint era uno de los muchos comerciantes que viajaban en esa dirección transportando sus mercancías en carretas tiradas por caballos o empujando carros o cargando bultos a la espalda

o en la cabeza. Las carretas no podían pasar a los clérigos, que andaban a paso de funeral. Los que viajaban a pie tenían más suerte o, al menos, es lo que pareció al principio. Empezaban a adelantar por un lateral a la doble hilera de clérigos y recorrían más o menos la mitad de la longitud de las filas cuando, de repente, se detenían, temerosos de seguir adelante, o retrocedían con premura.

Los que iban a caballo e intentaban adelantar al grupo por los laterales, fracasaban cuando las monturas reaccionaban con nerviosismo, espantadas, y se desplazaban de costado hacia la maleza, o se plantaban en el sitio, rehusando acercarse a los clérigos.

—¿Qué es esto? ¿Qué pasa? —rezongó Flint, despertándose de un reparador sueñecito bajo el cálido sol otoñal. Se puso de pie en la carreta y se dirigió hacia el pescante—.

¿Por qué vamos tan despacio? A este paso, llegaremos a Haven a tiempo para el baile de mayo.

—Es por los clérigos que van ahí delante —explicó Tanis—.

No se apartan y nadie puede adelantarlos por los lados.

—A lo mejor no se han dado cuenta de que nos llevan detrás —sugirió el enano—. Alguien debería decírselo.

El conductor de la carreta que iba a la cabeza estaba intentando hacer exactamente eso gritando —con educación— a

los clérigos que se apartaran a un lazo de la calzada, pero los clérigos no hicieron caso, como si todos estuvieran sordos, y siguieron caminando por el centro.

—¡Esto es ridículo! —protestó Kit—. Iré a hablar con ellos.

Echó a andar, con la capa sacudiéndose a su alrededor y la espada tintineando. Tasslehoff corrió en pos de ella.

—¡No, Tas, Kit! ¡Esperad! ¡Maldita sea! —juró suavemente Tanis.

Echando las riendas al estupefacto Raistlin, el semielfo descendió presurosamente de la carreta y corrió en pos de los dos. El joven aprendiz de mago agarró con inseguridad las bridas; jamás había conducido una carreta. Por suerte, Caramon se encaramó al pescante y detuvo el vehículo mientras observaba lo que ocurría más adelante.

Pocas criaturas en Krynn se movían tan velozmente como un kender excitado. Para cuando Tanis alcanzó a Kitiara, Tasslehoff les sacaba mucha ventaja a los dos. El semielfo le gritó a Tas que se parara, pero pocas criaturas en Krynn eran tan sordas como un kender excitado. Antes de que Tanis tupiera tiempo de alcanzarlo, Tas se encontraba ya junto a unos de los clérigos, un hombre calvo, el más alto de la fila, que iba a la cabeza de la hilera de la derecha.

El kender tendió la mano para presentarse y entonces realizó una hazaña realmente notable: saltó más de medio metro en el aire, hacia arriba, y otro metro y medio hacia atrás de manera simultánea, yendo a aterrizar en un revoltijo de bolsas y saquillos en medio del seto que bordeaba el camino.

! Tanis y Kit llegaron junto al kender mientras éste se desprendía a sí mismo y a sus bolsas y saquillos de las ramas del seto que parecían empeñadas en no soltarlo.

—¡Era una serpiente, Tanis! —chilló Tasslehoff al tiempo que se sacudía hojas y ramitas de sus mejores calzas naranjas y verdes—. ¡Todos esos clérigos llevan una serpiente enroscada en el brazo!

—¿Serpientes? —Kit encogió la nariz y miró con asco a los clérigos—. ¿Para qué quieren serpientes?

—¡Fue muy excitante! —informó Tas—. Me acerqué al primer clérigo y me iba a presentar, porque estoy muy bien educado, pero ni me miró ni me habló. Acerqué la mano

para tirarle de la manga, imaginando que no me había visto, y la serpiente alzó la cabeza y siseó —dijo Tas, tan emocionado que casi no podía hablar. Aunque sólo casi.

»Iba a preguntarle si podía acariciarla, porque las serpientes tienen una piel realmente seca, ¿sabéis?, cuando la cabeza del reptil se disparó contra mí y por eso fue que salté hacia atrás. Una vez me mordió una serpiente y, aunque fue una experiencia muy interesante, no es de la clase que a uno le apetece repetir a menudo. Como sueles decir tú, Tanis, no es beneficiosa para la salud. Sobre todo porque creo que esta serpiente era de las venenosas. En la parte superior de la cabeza tenía dibujados una especie de anteojos, y la lengua era bífida y los ojillos como cuentas pequeñas. ¿Podría alguno de vosotros ayudarme a soltar este saquillo? Se ha quedado enganchado en una rama.

Tanis desenredó la cinta atorada. Para entonces, Flint, Raistlin y Sturm se habían reunido con ellos, dejando al descontento Caramon al cuidado de la carreta.

—Por tu descripción, creo que ese reptil es una cobra —observó Raistlin—. Pero nunca había oído que hubiera cobras fuera de las Praderas de Arena.

—Si lo es, entonces tienen que haberle arrancado los colmillos —adujo Sturm— ¡No puedo imaginar que una persona en su sano juicio camine por una calzada llevando encima una serpiente venenosa!

—Entonces tienes una imaginación muy limitada, hermano —dijo un buhonero que había llegado a la altura del grupo—. Aunque no niego que tienes razón en lo tocante a la cordura. Su dios adopta la forma de una cobra, y esos reptiles son su símbolo y una prueba de su fe. Su dios les otorga poder sobre ellos para que no les causen daño.

—En otras palabras, que son encantadores de serpientes —manifestó Raistlin, frunciendo los labios en un gesto desdeñoso.

—Que no te oigan llamarlos eso, hermano —advirtió el buhonero al tiempo que lanzaba una mirada de reojo a los clérigos, inquieto; mantuvo un tono bajo cuando añadió—: No toleran la falta de respeto. En realidad, no toleran casi nada. Este Festival de la Cosecha puede ser un fracaso a poco que se lo propongan.

—¿Por qué? ¿Qué han hecho? —preguntó Kit, sonriendo—.

¿Cerrar las cervecerías?

—¿Qué has dicho? —Flint sólo oía parte de la conversación, que se sostenía por encima de su cabeza, de modo que se acercó más para escucharlos mejor—. ¿Qué ha dicho Kitiara? ¿Qué las cervecerías están cerradas?

—No, en absoluto, aunque los clérigos no prueban la cerveza —contestó el buhonero—. Saben que no se saldrían con la suya en algo tan drástico, aunque podría ocurrir en cualquier momento. Lamento verlos aquí; me sorprendería que alguien aparezca por la feria. Todo el mundo acudirá al templo para presenciar los «milagros». Me parece que voy a dar media vuelta y regresar a casa.

—¿Cómo se llama su dios? —quiso saber Raistlin.

—Belzor o algo por el estilo. En fin, que tengáis un buen día todos, si ello es posible ya. —El buhonero desanduvo el camino con pasos cansinos y aire desalentado, volviendo por donde había venido.

—¡Eh! ¿Qué pasa? —gritó Caramon desde la carreta.

—Belzor —repitió Raistlin, sombrío.

—¿No era ése el nombre del dios del que hablaba la viuda? —preguntó Flint mientras se tiraba de la barba.

—La viuda Judith. Sí, Belzor era el dios del que hablaba.

Además, era oriunda de Haven. Se me había olvidado eso.

—Raistlin estaba pensativo. Nunca habría imaginado que la viuda Judith se borraría de su memoria, pero otros acontecimientos en su vida la habían expulsado de su mente. Ahora el recuerdo volvía, y lo hacía con fuerza—. Me pregunto si la encontraremos aquí.

—No, no lo haremos —adujo firmemente Tanis—, porque no vamos a acercarnos a esos clérigos. Nos dirigiremos a la feria y nos concentraremos en el negocio que tenemos entre manos. No quiero que haya problemas. —Alargó la mano y agarró al kender por el cuello de la camisa.

—¡Oh, Tanis, por favor! Sólo quiero echar otro vistazo a las serpientes.

—¡Caramon! —llamó el semielfo, que sujetaba al escurridizo kender con dificultad—. Saca la carreta de la calzada.

Acamparemos aquí para pasar la noche.

Flint parecía dispuesto a discutir, pero, cuando Tanis ha

Biaba con ese tono, hasta Kitiara contenía la lengua. La mujer sacudió la cabeza, pero no hizo ningún comentario.

—Judith —dijo Kit en tono coloquial, acercándose a Raistlin—. ¿Fue ésa la mujer responsable de la muerte de nuestra madre?

—¿Nuestra madre? —repitió el joven aprendiz de mago, estupefacto. Cuando Kitiara mencionaba a Rosamund, cosa harto infrecuente, se refería a ella como «vuestra» madre, hablando a los gemelos en tono mordaz. Esta era la primera vez que Raistlin oía a Kit admitir su parentesco con la mujer que le había dado la vida—. Sí, Judith es esa mujer —respondió cuando salió de su estupor lo bastante para hablar.

Kit asintió. Echó una ojeada a Tanis y acercó su cabeza a la de Raistlin para susurrar:

—Si sabes estar callado, podríamos tener cierta diversión en este viaje, hermanito.

Sturm y Caramon insistieron en hacer guardia esa noche en el campamento.

—¿Dónde pensáis que estamos? ¿En Sanction? —inquirió Kit, riendo de buena gana.

Hicieron una fogata y extendieron los petates alrededor de la lumbre. Había otras hogueras por las cercanías. Más de un viajero había decidido dejar que los clérigos de Belzor les sacaran una buena ventaja en el camino.

Flint estaba a cargo de las comidas y preparó su famoso guisado, una receta enana que tenía por ingredientes venado seco y bayas, que se cocían a fuego lento en cerveza. Raistlin añadió algunas hierbas aromáticas que encontró en el camino y que el enano miró con desconfianza aunque al final aceptó que las echara. Jamás admitiría que habían mejorado el sabor del guiso; las recetas enanas no necesitaban variaciones.

Empero, se sirvió cuatro veces, aunque sólo para estar seguro.

Mantuvieron la fogata encendida para mitigar el frío nocturno.

Se sentaron alrededor del fuego, pasándose el jarro de cerveza y contando historias hasta que el fuego ardió bajo.

Flint echó un último trago y dio las buenas noches; planeaba dormir en la carreta para proteger sus mercancías de posibles ladrones. Kit y Tanis se alejaron entre las sombras, donde se los oyó reír quedamente y susurrar. Caramon y

Sturm discutieron sobre quién hacía el primer turno de guardia, y lanzaron una moneda para decidir. Ganó Caramon.

Raistlin se metió entre las mantas, dispuesto a pasar su primera noche al raso, tumbado en el suelo, bajo las estrellas.

Dormir en el suelo resultaba todo lo incómodo que había imaginado que sería.

Perfilado contra las moribundas brasas de la hoguera, Caramon silbaba suavemente y llevaba el ritmo con una ramita mientras vigilaba. Lo último que vio el joven aprendiz de mago antes de sumirse en un inquieto sueño fue la corpulenta silueta de Caramon tapándole las estrellas.

10

El kender estuvo ojo avizor al día siguiente esperando localizar a los clérigos de Belzor, pero éstos debían de haber caminado toda la noche o habían dado media vuelta porque los compañeros no toparon con ellos ni ese día ni al otro.

El buhonero habría podido tener una opinión pesimista sobre el éxito del Festival de la Cosecha, pero no coincidía con la de la población de Abanasinia. La calzada se fue llenando de más y más gente, proporcionando asuntos lo bastante interesantes para que Tasslehoff se olvidara enseguida de las serpientes, para alivio de Tanis.

Mercaderes prósperos que habían enviado con antelación a sus criados a cargo de las mercancías viajaban por la calzada en ricas literas acarreadas a hombros de fornidos porteadores. Pasó una familia de la nobleza acompañada por sus sirvientes, el señor a la cabeza, montado en un gran corcel de guerra y seguido por la esposa, la hija, y la dueña de la hija en monturas de alzada más baja. Los caballos iban enjaezados con arreos de fuertes colores, mientras que la yegua de la hija lucía pequeñas campanillas de plata en las riendas y cintas de seda tejidas en las crines.

La hija era una encantadora muchacha de unos dieciséis años que tuvo a bien regalar una sonrisa a Caramon y a Sturm como quien da limosna a los pobres. Sturm se destocó e hizo una cortés reverencia, mientras que Caramon le guiñó un ojo y corrió en pos de su montura con la esperanza de hablar con la jovencita. El noble caballero frunció el ceño y los sirvientes cerraron filas alrededor de la familia. La dueña chasqueó la lengua con desaprobación y echó un pañuelo sobre la cabeza de la muchacha al tiempo que la amonestaba en voz alta advirtiéndole que no prestara atención a la chusma que se veía en los caminos. Sus duras palabras hirieron a Sturm.

—Te comportaste toscamente —le dijo a Caramon—, y nos has hecho quedar en ridículo.

El mocetón, sin embargo, encontró divertido el episodio y, durante los dos siguientes kilómetros, anduvo con pasos medidos, de puntillas, junto a la carreta, con el pañuelo de la nariz cubriéndole la cara y fingiendo que todos ellos le asqueaban mientras chillaba en falsete «chusma».

El viaje continuó sin incidencias hasta mediada la tarde, cuando Flint se incorporó de un brinco de su sitio en la parte trasera de la carreta.

—¡Cuidado! —gritó, a la par que aporreaba a Tanis en el hombro para dar énfasis al peligro que los amenazaba—. ¡Ve más deprisa! ¡Rápido! ¡Se están acercando!

Esperando encontrarse como mínimo con una banda de minotauros persiguiéndolos, el semielfo miró hacia atrás, alarmado.

—¡Demasiado tarde! —gimió Flint mientras la carreta quedaba rodeada instantáneamente por un grupo de unos quince joviales kenders.

Por fortuna para el enano, los kenders estaban mucho más interesados en Tasslehoff que en sus mercancías. Encantado como siempre de encontrar a otros miembros de su raza, Tas saltó de la carreta sobre una maraña de pequeños brazos extendidos.

Existe un ritual establecido en lo tocante al encuentro de kenders que no se conocen. Este ritual tiene lugar cuando se producen tales encuentros, ya sea entre dos o veinte kenders.

Lo primero es estrechar manos y hacer las presentaciones formales. Puesto que entre esta raza se considera una falta de educación el olvidar o confundir el nombre de otro, las presentaciones llevan un tiempo considerable.

—¿Cómo estás? Me llamo Tasslehoff Burrfoot.

—¿ Burro to?

—No, Burrfoot. Burr, igual que esas cositas pequeñas y llenas de pinchos que se te quedan prendidas en la ropa.

Creo que en otros lugares las llaman «cadillos».

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