Se trasmitió una videograbación desde El Nodo a la Tierra, anunciando el inminente regreso de la espacionave Rama. Esta videograbación explicaba que una especie extraterrestre evolucionada deseaba observar y estudiar la actividad humana durante un período prolongado, y solicitaba que se te enviaran dos mil representantes humanos para encontrarse con Rama III en órbita alrededor de Marte.
Rama III hizo el viaje de regreso desde Sirio hasta el sistema solar, a una velocidad que era más que la mitad de la velocidad de la luz. Dentro del vehículo, durmiendo en literas especiales, estaba la mayor parte de la familia humana que había estado en El Nodo. En órbita marciana, la familia dio la bienvenida a los demás seres humanos provenientes de la Tierra, y el hábitat originario dentro de Rama se estableció con prontitud. La colonia resultante, a la que se llamó Nuevo Edén, estaba completamente encerrada y separada del resto de la espacionave alienígena por gruesas murallas.
Casi de inmediato, Rama III aceleró otra vez hasta alcanzar velocidades relativistas, disparándose fuera del sistema solar, en dirección de la estrella amarilla Tau Ceti. Transcurrieron tres años sin interferencia externa alguna en los asuntos humanos. Los ciudadanos de Nuevo Edén se concentraron tanto en su vida cotidiana, que le prestaban escasa atención al universo que existía fuera de su colonia.
Cuando una serie de crisis puso en problemas la joven democracia imperante en el paraíso que los ramanos habían creado para los seres humanos, un magnate oportunista arrebató el gobierno de la colonia y empezó a suprimir despiadadamente toda la oposición. En esos momentos, uno de los exploradores originales de Rama II huyó de Nuevo Edén, para finalmente hacer contacto con un par simbiótico de especies alienígenas que vivían en el hábitat cercado adyacente. La esposa de ese explorador se quedó en la colonia humana y trató, infructuosamente, de convertirse en conciencia de la comunidad. Fue a prisión al cabo de unos meses, condenada por traición, y, finalmente, se le fijó la fecha de ejecución.
Como las condiciones ambientales y de vida dentro de Nuevo Edén seguían deteriorándose, tropas humanas invadieron la zona adyacente, habitada por otra forma de vida, que estaba en el Hemicilindro Boreal de Rama, y se dedicaron a librar una guerra de exterminio contra el par simbiótico de especies alienígenas. Mientras tanto, los misteriosos ramanos, únicamente conocidos a través de la genialidad de sus creaciones de ingeniería, proseguían desde lejos sus detalladas observaciones, conscientes de que no era más que una cuestión de tiempo el que los seres humanos se pusieran en contacto con la evolucionada especie que habitaba la región situada al sur del Mar Cilíndrico…
—Nicole.
Al principio, la voz suave, mecánica, parecía ser parte de su sueño. Pero cuando oyó que repetían su nombre, en tono levemente más alto, Nicole despertó sobresaltada.
Una oleada de intenso frío la invadió.
Vinieron por mí
, pensó de inmediato.
Ya es de mañana. Voy a morir dentro de algunas horas
.
Hizo una inhalación lenta, profunda, y trató de sofocar el creciente pánico que sentía. Pocos segundos después, abrió los ojos. Su celda estaba completamente a oscuras. Perpleja, miró en tomo de ella, buscando a la persona que la había llamado.
—Estamos aquí, sobre tu camastro, al lado de tu oreja derecha —dijo la voz en tono suave—. Richard nos envió para que te ayudemos a escapar… pero tenemos que movernos deprisa.
Durante un instante, Nicole pensó que, quizá, todavía estaba soñando. Fue entonces cuando oyó una segunda voz, muy similar a la primera pero, de todas maneras, diferente.
—Vuélvete sobre el costado derecho y nos iluminaremos.
Nicole se volvió. Paradas sobre el camastro, junto a su cabeza, vio dos diminutas figuras, de no más de ocho o diez centímetros de alto, cada una de las cuales tenía forma de mujer. Brillaban momentáneamente con luz proveniente de alguna fuente interna. Una tenía cabello corto y estaba vestida con la armadura de un caballero europeo del siglo XV, la segunda figura llevaba una corona sobre la cabeza, así como el ropaje de gala, lleno de frunces, de una reina medieval.
—Soy Juana de Arco —dijo la primera figura.
—Y yo soy Eleonora de Aquitania.
Nicole rió con nerviosidad y contempló, atónita, las dos figuras. Varios segundos después, cuando las luces internas de los robots se extinguieron, Nicole finalmente se había calmado lo suficiente como para hablar.
—¿Así que Richard las envió para ayudarme a escapar? —susurró—. ¿Y cómo proponen hacerlo?
—Ya hemos saboteado el sistema de vigilancia —dijo con orgullo la diminuta Juana— y reprogramado un biot García… que debería estar acá dentro de pocos minutos, para dejarte salir.
—Tenemos un plan principal de escape, junto con varios otros para contingencias —agregó Eleonora—. Richard estuvo trabajando en esto durante varios meses… desde el preciso momento en que terminó de crearnos.
Nicole volvió a reír. Todavía estaba absolutamente atónita.
—¿De veras? —preguntó—. ¿Y puedo saber dónde se halla en estos momentos mi genial marido?
—Richard está en la antigua guarida de ustedes, debajo de Nueva York —contestó Juana—. Dijo que se te informe que nada cambió allá. Está siguiendo nuestro avance con una baliza de navegación… A propósito, Richard te manda su amor. No se olvidó de…
—Cállate un instante, por favor —interrumpió Eleonora, mientras Nicole, de modo automático, se rascaba ante la sensación de picazón que experimentó detrás de la oreja derecha—. En este preciso instante estoy colocando tu baliza personal, y es muy pesada para mí.
Instantes después, Nicole tocó el diminuto conjunto de instrumentos que tenía junto a la oreja derecha, y sacudió la cabeza en gesto de incredulidad.
—¿Y también puede
oírnos
? —preguntó.
—Richard decidió que no podíamos correr el riesgo de hacer trasmisiones verbales —repuso Eleonora—, podrían ser fácilmente interceptadas por Nakamura… No obstante, Richard hará el seguimiento de nuestra ubicación física.
—Puedes levantarte ahora —anunció Juana— y ponerte la ropa, queremos que estés lista para cuando llegue el García.
¿Nunca se acabarán los milagros?
, pensó Nicole mientras se lavaba la cara a oscuras, en la primitiva palangana. Durante unos escasísimos segundos imaginó que los dos robots podrían ser parte de un astuto ardid de Nakamura, y que iban a matarla cuando tratara de escapar.
Imposible
, se dijo unos instantes después.
Aun si uno de los esbirros de Nakamura pudiera crear robots como estos, únicamente Richard sabría lo suficiente de mí como para hacer una Juana de Arco y una Eleonora de Aquitania… Sea como fuere, ¿qué diferencia hay en que me maten mientras trato de escapar? Mi electrocución está fijada para las ocho de la mañana de hoy
.
Desde afuera de la celda se oyó el sonido de un biot que se acercaba. Nicole se puso tensa, no del todo convencida de que sus dos diminutos amigos realmente le decían la verdad.
—Vuelve a sentarte en el camastro —oyó a Juana decirle desde atrás—, de modo que Eleonora y yo podamos subirnos a tus bolsillos.
Nicole sintió los dos robots trepándosele por la pechera de la camisa. Sonrió.
Eres sorprendente, Richard
, pensó,
y estoy embelesada por el hecho de que todavía estés vivo
.
El biot García llevaba una linterna. Entró a zancadas en la celda de Nicole, con aire de autoridad.
—Venga conmigo, señora Wakefield —dijo en voz alta—. Tengo órdenes de mudarla a la sala de preparación.
Una vez más, Nicole sintió miedo. El biot ciertamente no actuaba de modo amistoso.
Qué tal si…
, pero tuvo muy poco tiempo para pensar. El García la guió por el corredor de afuera de la celda a paso vivo. Veinte metros después pasaron ante el conjunto regular de guardianes biot, así como ante un ser humano con el rango de comandante en jefe, un joven al que Nicole nunca había visto antes.
—¡Esperen! —aulló el hombre detrás de ellos, justo cuando Nicole y el García estaban a punto de subir la escalera. Nicole quedó paralizada.
—Olvidó firmar los papeles de transferencia —dijo el hombre, alcanzándole un documento al García.
—Con mucho gusto —repuso el biot, al tiempo que ingresaba su número de identificación con jactancia.
Menos de un minuto después, Nicole estuvo fuera de la casona en la que había estado prisionera durante meses. Inhaló una profunda bocanada del aire fresco y empezó a seguir al García por un sendero que iba hacia Ciudad Central.
—No —oyó que Eleonora le gritaba desde el bolsillo—. No vamos con el biot. Ve hacia el oeste. Hacia ese molino de viento que tiene la luz en la parte de arriba. Y debes correr. Tenemos que llegar a lo de Max Puckett antes del amanecer.
La prisión estaba a casi cinco kilómetros de la granja de Max. Nicole trotó por el camino manteniendo un ritmo continuo de marcha, periódicamente estimulada por uno de los dos robots, que llevaban cuidadosa cuenta de la hora. No faltaba mucho para el amanecer. A diferencia de la Tierra, donde la transición de la noche al día era gradual, en Nuevo Edén era un suceso repentino, discontinuo, en un momento había oscuridad y después, en el instante siguiente, el sol artificial se encendía y comenzaba a describir su miniarco de un extremo al otro del techo del hábitat de la colonia.
—Doce minutos más hasta la aparición de la luz —dijo Juana, mientras Nicole llegaba al sendero para bicicletas que recorría los doscientos metros finales hasta la granja de Puckett. Nicole estaba casi exhausta, pero siguió corriendo. En dos ocasiones aisladas, en el transcurso de su carrera a través de campo labrado, sintió un dolor sordo en el pecho.
Es indudable que no estoy en forma
, pensó, castigándose a sí misma por no haber hecho gimnasia en la celda en forma regular.
…así como sí estoy con casi sesenta años de edad
.
El casco de la granja estaba a oscuras. Nicole se detuvo en el porche para recuperar el aliento, y la puerta se abrió unos segundos más tarde.
—Te estuve esperando —dijo Max, y su grave expresión subrayaba lo serio de la situación. Le dio a Nicole un rápido abrazo.
—Sígueme —indicó, desplazándose con rapidez hacia el cobertizo—. Todavía no hay patrulleros en los caminos —continuó, una vez que estuvieron en el interior del cobertizo—. Es probable que todavía no hayan descubierto que te fuiste. Pero ahora sólo es cuestión de minutos.
A todas las gallinas se las conservaba en el extremo opuesto del cobertizo. Los pollos tenían un recinto separado, aislado de los gallos y del resto de la construcción. Cuando Max y Nicole entraron en el gallinero se produjo una tremenda conmoción. Había animales que corrían precipitadamente en todas direcciones, cloqueando, graznando y agitando las alas. El hedor que había en el gallinero casi abrumó a Nicole.
Max sonrió.
—Supongo que me olvido del mal olor que la mierda de gallina tiene para el resto de la gente —declaró—. Tanto me acostumbré… —Palmeó levemente a Nicole en la espalda—. De todos modos es otro nivel de protección para ti, y no creo que puedas oler la mierda desde tu escondite.
Fue hacia un rincón del gallinero, ahuyentó varios pollos que se le pusieron en el camino y se puso de rodillas.
—Cuando esos fantasmagóricos robotitos de Richard aparecieron por primera vez —explicó, haciendo a un lado paja y alimento para gallinas—, no pude decidir dónde debía construir tu escondite. Entonces, pensé en este sitio. —Levantó un par de tablas para dejar expuesto un agujero rectangular en el piso del cobertizo—. Deseo con toda mi alma haber hecho la elección correcta.
Le hizo un gesto a Nicole para que lo siguiera y, después, penetró arrastrándose en el agujero. Ambos se desplazaban por la tierra, apoyados sobre manos y rodillas. El pasadizo, que iba paralelamente al piso durante algunos metros y, después, doblaba hacia abajo según una pendiente muy abrupta, era extremadamente angosto. Nicole se golpeaba contra Max, que avanzaba delante de ella, y contra las paredes y el techo de tierra que tenía alrededor. La única luz era la pequeña linterna que Max llevaba en la mano derecha. Después de quince metros, el estrecho túnel desembocó en una cámara oscura. Max descendió con cuidado por la escala de cuerda y, después, se dio vuelta para ayudarla a bajar a su vez. Segundos después, ambos estaban en el centro de la habitación, donde Max alzó el brazo y encendió una solitaria lámpara.
—No es un palacio —dijo, cuando Nicole echó un vistazo en derredor—, pero sospecho que es un panorama malditamente mejor que el de esa prisión tuya.
La habitación tenía una cama, una silla, dos estantes llenos con comida, otro con librodiscos electrónicos, alguna ropa que colgaba en un armario empotrado abierto, elementos básicos de higiene, un gran tambor de agua que a duras penas debió de haber entrado por el pasadizo, y una letrina cuadrada y profunda en la esquina opuesta.
—¿Tú hiciste todo esto solo? —preguntó Nicole.
—Sip —repuso Max—. Durante la noche… en el transcurso de estas últimas semanas. No me atreví a pedirle ayuda a nadie.
Nicole estaba conmovida.
—¿Cómo podré agradecértelo alguna vez? —dijo.
—No te dejes atrapar —contestó Max con una amplia sonrisa—. Tengo tan poco interés en morir como tú… Oh, a propósito —añadió, entregándole una lectora electrónica en la que podía colocar los librodiscos—, espero que el material de lectura esté bien, los manuales sobre la crianza de cerdos y gallinas no son lo mismo que las novelas de tu padre, pero no quise llamar mucho la atención yendo a la librería.
Nicole cruzó la habitación y lo besó en la mejilla.
—Max —dijo alegremente—, ¡eres un amigo tan querido! No puedo imaginar cómo tú…
—Afuera es el amanecer ahora —interrumpió Juana de Arco desde el bolsillo de Nicole—. Según nuestro cronograma estamos atrasados. Señor Puckett, debemos inspeccionar nuestra ruta de salida antes que usted nos deje.
—¡Maldición! —exclamó Max—. Aquí estoy de nuevo, recibiendo órdenes de un robot que no es más largo que un cigarrillo. —Extrajo a Juana y Eleonora de los bolsillos de Nicole y los puso sobre la mesa, detrás de una lata de arvejas—. ¿Ven esa puerta? —preguntó—. Hay un caño del otro lado… Sale justamente más allá del comedero de los cerdos… ¿Por qué no lo revisan?