Rama Revelada (20 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Kepler volvió a la carrera hasta donde estaban los demás. Max masticó la hortaliza con lentitud.

—Siempre brindé excelente cuidado a mis cerdos y pollos —te contó a Patrick—. Tenían buena comida y maravillosas condiciones de vida. —Con la mano derecha hizo un gesto abarcador de la cúpula y de la mesa repleta de comida—. Pero también sacaba los animales, unos pocos por vez, cuando estaba listo para sacrificarlos o para venderlos en el mercado.

La conexión Arco Iris
1

Nicole estaba acostada boca arriba, despierta otra vez en mitad de la noche. En la mortecina luz de su dormitorio podía ver a Richard durmiendo a su lado sin emitir un solo sonido. Finalmente, se levantó en silencio y cruzó la habitación, saliendo hacia la cámara grande del hogar temporal que ocupaban.

La inteligencia que controlaba la iluminación facilitaba el sueño a los seres humanos al reducir la luz que brillaba a través de la cúpula arco iris siempre, y con toda puntualidad, durante ocho horas, aproximadamente, en cada período de veinticuatro horas. Durante esos intervalos “nocturnos”, la cámara principal que estaba debajo de la cúpula quedaba nada más que con una iluminación suave, y los dormitorios individuales, excavados en las paredes y carentes de luces propias, tenían la suficiente oscuridad como para permitir un sueño reparador.

Durante varias noches consecutivas, Nicole durmió en forma irregular, despertándose con frecuencia de sueños inquietantes que no podía recordar del todo. Esa noche en particular, mientras luchaba infructuosamente por traer a la memoria las imágenes que habían perturbado su reposo, caminó con lentitud por el perímetro del gran aposento circular en el que su familia y sus amigos pasaban la mayor parte del tiempo. En el extremo opuesto de la cámara, cerca del andén vacío del subterráneo, se detuvo y quedó con la mirada clavada en el oscuro túnel que conducía a través del Mar Cilíndrico.

¿Qué está pasando aquí realmente?
, se preguntó.
¿Qué poder o inteligencia nos está proveyendo ahora?

Habían transcurrido cuatro semanas desde que el pequeño contingente de seres humanos llegó por primera vez a esa suntuosa caverna, edificada debajo del hemicilindro austral de Rama. A las nuevas viviendas evidentemente se las había diseñado específicamente, con considerable esfuerzo, para los seres humanos. Los dormitorios y los baños que había en las alcobas eran indistinguibles de los de Nuevo Edén. El primer subterráneo que volvió, después que el grupo arribara a la cúpula, había traído más alimentos y agua, además de otomanas, sillas y mesas para amueblar las viviendas. A los seres humanos hasta se les habían suministrado platos, vasos y cubiertos. ¿Quién, o qué, sabía lo suficiente sobre las actividades humanas cotidianas, como para suministrar implementos tan detallados?

Es evidente que se trata de alguien que nos ha observado con sumo cuidado
, pensaba Nicole. Su mente evocó una imagen de El Águila, y Nicole se dio cuenta de que se estaba concentrando en añoranzas.
Pero, ¿quién más podría ser? únicamente los ramanos y la Inteligencia Nodal tienen suficiente información…

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ruido que se produjo detrás de ella. Se dio la vuelta y vio a Max Puckett aproximándose desde el otro lado de la cámara.

—¿Tampoco tú puedes dormir? —preguntó él, cuando estuvo cerca.

Nicole meneó la cabeza.

—Estas últimas noches estuve teniendo pesadillas.

—Sigo preocupándome por Eponine —confesó Max—. Todavía puedo ver el terror en sus ojos, cuando la arrastraban lejos de mí. —Se volvió en silencio y quedó mirando el túnel del subterráneo.

¿Y qué pasa contigo, Ellie?
, se preguntó Nicole, experimentando una intensa punzada de angustia.
¿Estás a salvo con las octoarañas… o Max tiene razón en lo que piensa sobre ellas? ¿Estamos Richard y yo engañándonos a nosotros mismos, al creer que las
octos
no tienen la intención de hacemos daño?

—Ya no puedo quedarme aquí tranquilamente sentado —dijo Max en tono calmo—. Tengo que hacer algo para ayudar a Eponine… o, por lo menos, para convencerme de que estoy tratando de hacerlo.

—Pero, ¿qué puedes hacer, Max? —apuntó Nicole después de un breve silencio.

—Nuestro único contacto con el mundo exterior es ese maldito subterráneo —dijo Max—. La próxima vez que venga para traemos alimentos y agua, lo que debe de ser o esta noche o mañana, pienso subir a bordo y quedarme ahí. Cuando parta, yo viajaré en él hasta que se detenga. Después trataré de encontrar una octoaraña y haré que me capturen.

Nicole reconoció la desesperación en el semblante de su amigo.

—Te estás agarrando de un clavo ardiente, Max —le advirtió con suavidad—; no hallarás una octoaraña a menos que ellas lo quieran… Además, te necesitamos…

—Pamplinas, Nicole, aquí no se me necesita —Max alzó la voz—, y no existe la menor cosa para
hacer
, excepto hablar unos con otros y jugar con los chicos. En nuestra madriguera, al menos, siempre existía la opción de dar un paseo en la oscuridad de Nueva York… Mientras tanto, Eponine y Ellie pueden estar muertas, o deseando estarlo. Es hora de que
hagamos
algo…

Mientras conversaban, vieron luces que parpadeaban en los distantes confines del túnel del subterráneo.

—Aquí viene otra vez —dijo Max—. Te ayudaré a descargar después de empacar mis cosas. —Y se fue corriendo hacia su dormitorio.

Nicole se quedó para mirar el tren que se acercaba. Como siempre, en su parte delantera se encendían luces mientras avanzaba con celeridad por el túnel. Minutos después, el subterráneo se detuvo en su ranura, una incisión practicada en el piso circular de la sala, y lo hizo en forma abrupta. Cuando las puertas se abrieron, Nicole fue a examinar el interior del tren.

Además de cuatro jarras grandes con agua, contenía la colección normal de productos frescos de huerta que los seres humanos habían aprendido a comer y disfrutar, así como un gran tubo, como de pasta dentífrica, lleno de una sustancia pegajosa cuyo sabor no era diferente del de una mezcla de naranjas y miel.

Pero, ¿dónde se cultivan todos estos alimentos?
, se preguntó Nicole por centésima vez, mientras empezaba a descargarlos. Rememoró las muchas discusiones que la familia sostenía al respecto. La conclusión que gozaba de consenso era que debía de haber grandes granjas en alguna parte del hemicilindro austral.

En cuanto a
quién
los estaba alimentando había menos acuerdo. Richard estaba seguro de que eran las octoarañas mismas las que lo hacían, basándose, primordialmente, sobre el hecho de que todos los víveres pasaban por territorio al que consideraba como dominios de esos seres. Resultaba difícil contradecir su razonamiento. Max coincidía en que lo que el grupo comía era ciertamente provisto por las octoarañas, pero atribuía motivos siniestros a todos los actos de ellas. Si las octoarañas alimentaban a los seres humanos, aseveraba, no era por motivos humanitarios precisamente.

¿Por qué las octoarañas habrían de ser nuestras benefactoras?
, se preguntaba Nicole.
Coincido con Max en que alimentarnos no va de acuerdo con secuestrarlas a Eponine y Ellie… ¿No será posible que intervenga alguna otra especie, una que haya decidido interceder por nosotros?
A pesar de la mofa cortés de Richard en la privacidad del dormitorio de la pareja, parte de Nicole se aferraba tozudamente a la esperanza de que en verdad hubiera un “pueblo del arco iris”, situado en un nivel de la jerarquía evolutiva más elevado que el de las octoarañas, que, de algún modo, se interesaba por la conservación de los vulnerables seres humanos y les ordenaba a las octoarañas que los alimentaran.

En el contenido del subterráneo siempre figuraba una sorpresa. En la parte trasera del coche había, esta vez, seis pelotas de diversos tamaños, cada una de un diferente y vivo color.

—Mira, Max —dijo Nicole. Su amigo había regresado con la mochila y la ayudaba a descargar—. Hasta mandaron pelotas para que jueguen los niños.

Maravilloso —repuso Max con sarcasmo—, ahora todos podremos escuchar a los chicos reñir respecto de qué pelota le pertenece a quién.

Cuando terminaron de vaciar el subterráneo, Max subió al coche y se sentó en el piso.

—¿Cuánto tiempo vas a esperar? —preguntó Nicole.

—Tanto como se precise —respondió Max con tono sombrío.

—¿Hablaste sobre lo que vas a hacer con alguien más? —averiguó Nicole.

—¡Diablos, no! —contestó Max, vehemente—. ¿Por qué habría de hacerlo…? Aquí no estamos operando en una democracia. —Max se inclinó hacia adelante—. Lo siento, Nicole, pero en general ando con un carácter de mierda en este mismo momento. Eponine falta desde hace un mes, me quedé sin cigarrillos y me fastidio con facilidad. —Forzó una sonrisa—. Clyde y Winona solían decirme, cuando me comportaba así, que tenía un erizo metido en el culo.

—No importa, Max —dijo Nicole un momento después. Lo abrazó brevemente con fuerza, antes de abandonar el coche—. Tan sólo espero que estés sano y salvo, dondequiera que vayas.

El subterráneo no partió. Con obstinación, Max se rehusaba a salir del tren, ni siquiera para ir al baño. Sus amigos le trajeron comida, agua y los materiales necesarios para que mantuviera el tren limpio. Hacia el final del tercer día, la provisión de alimentos estaba escaseando con rapidez.

—Alguien debe hablar con Max pronto —señaló Richard a los demás adultos, después que los niños se durmieron—. Está claro que el subterráneo no se va a mover en tanto él esté a bordo.

—Pienso discutir la situación con él por la mañana —aclaró Nicole.

—¡Pero nos estamos quedando sin alimentos
ahora
—protestó Robert—, y no sabemos cuánto tiempo tarda…!

—Podemos racionar lo que nos queda —interrumpió Richard—, y hacerlo durar dos días más por lo menos… Mira, Robert, todos estamos tensos y cansados… Será mejor hablar con Max después de una buena noche de sueño.

—¿Qué hacemos si Max no está dispuesto a salir del subterráneo? —le preguntó Richard a Nicole, una vez que estuvieron a solas.

—No lo sé. Patrick me hizo la misma pregunta hoy a la tarde. Teme lo que pueda ocurrir si tratamos de forzarlo para que salga del tren… Dice que Max está cansado y muy enojado.

Richard pronto estuvo profundamente dormido mucho antes de que Nicole hubiera dejado de pensar en la mejor manera de acercarse a Max.

Debernos evitar una confrontación a cualquier costo
, pensó,
eso significa que debo hablarle a solas, sin que los demás puedan oírnos siquiera… Pero, ¿qué es, exactamente, lo que debo decirle? ¿Y cómo respondo si reacciona en forma negativa?

Cuando Nicole finalmente se durmió, estaba agotada. Una vez más, sus sueños eran angustiantes. En el primero, la villa de Beauvois se estaba incendiando y ella no podía encontrar a Geneviève. Después, el sitio del sueño cambió de modo brusco y Nicole otra vez tenía siete años y estaba en la Costa de Marfil, participando de la ceremonia de los poro. Estaba nadando semidesnuda en el estanque en el centro del oasis. En las márgenes del estanque, la leona estaba al acecho, buscando a la niña humana que había perturbado a su cachorro. Nicole se sumergió para evitar la penetrante mirada de la leona. Cuando emergió para respirar, la leona se había ido, pero ahora tres octoarañas estaban patrullando el estanque.

—Madre, madre —oyó que decía la voz de Ellie.

Con la cabeza fuera del agua y agitando los brazos para mantenerse a flote, la mirada de Nicole recorrió velozmente el perímetro del estanque.

—Estamos bien, madre —continuó la voz de Ellie con toda claridad—. No te preocupes por nosotras.

Pero, ¿dónde estaba Ellie en esta escena? En sueños, Nicole vio la silueta de un ser humano en el bosque, detrás de las tres octoarañas, y gritó:

—Ellie, ¿eres tú, Ellie?

La figura oscura dijo «Sí» con la voz de Ellie y, después, salió a donde se la pudiera ver bajo la luz de la Luna. Nicole reconoció de inmediato los dientes blancos y brillantes.

—¡Omeh! —gritó, sintiendo que una oleada de terror le corría por la columna vertebral—. Omeh…

La despertaron empujones suaves, pero persistentes. Richard estaba sentado al lado de ella en la cama.

—¿Estás bien, querida? —se inquietó—. Estabas gritando el nombre de Ellie… y después el de Omeh.

—Tuve otro de mis sueños vívidos —contestó, levantándose y poniéndose la ropa—. Se me dijo que Eponine y Ellie están a salvo, dondequiera que estén.

Terminó de vestirse.

—¿Adónde vas a esta hora? —preguntó Richard.

—A hablar con Max.

Salió de la habitación aprisa y entró en la cámara principal, por debajo de la cúpula. Por algún motivo levantó la vista hacia el techo, en el preciso instante que entraba en la cámara. Vio algo que nunca antes había advertido. Parecía haber un rellano o plataforma tallado varios metros por debajo de la cúpula.
¿Por qué nunca vi ese rellano antes?
, se preguntó, mientras avanzaba rápidamente hacia el subterráneo,
¿porque las sombras son tan diferentes durante el día… o porque ese rellano se construyó hace poco?

Max estaba dormido, acurrucado como un feto, en el rincón del subterráneo. Nicole entró en forma muy silenciosa. Pocos segundos antes que lo tocara, Max murmuró dos veces el nombre de Eponine. Después, la cabeza se sacudió violentamente.

—Sí, querida —dijo con mucha claridad.

—Max —le susurró Nicole en el oído—. Despierta, Max.

Cuando Max despertó, parecía como si hubiera visto un fantasma.

—Tuve el sueño más asombroso, Max —anunció Nicole—. Ahora sé que Ellie y Eponine están bien… Vine para pedirte que salgas del subterráneo, de modo que nos pueda traer más alimentos. Sé lo mucho que quieres hacer algo…

Nicole calló. Max se había puesto de pie y se preparaba para descender del coche. Todavía conservaba en el rostro la expresión de completo azoramiento.

—Vamos —dijo.

—¿Así, nada más? —preguntó Nicole, asombrada por haber encontrado tan poca resistencia.

—Sí —contestó Max, bajando del tren. Nada más que unos instantes después de que Nicole hubo bajado a su vez, las puertas se cerraron y el vehículo aceleró con rapidez, alejándose de ellos.

—Cuando me despertaste —le contó Max, mientras miraban cómo desaparecía el subterráneo— estaba en medio de un sueño. Hablaba con Eponine. El instante antes que yo oyera tu voz, ella me dijo que tú me ibas a traer un importante mensaje.

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