Rama Revelada (24 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Cuando llegó al sendero, los brazos se replegaron con rapidez. Entonces avanzó seis hileras a lo largo de la línea y entró en el campo, yendo en la dirección opuesta. Se cosechaba de sur a norte, de modo que cuando Richard y Nicole empezaron a caminar otra vez, pasaron por la parte del campo que las gigantescas cosas-parecidas-a-hormigas ya habían terminado. Allí vieron pequeños seres veloces, semejantes a roedores, pero ligeramente más grandes, que recogían las pilas esparcidas y las llevaban corriendo hacia el oeste.

Richard y Nicole llegaron a varias intersecciones y, cada vez, la luz que se cernía sobre ellos les indicaba qué curso debían tomar. Los campos se extendían muchos kilómetros. Lo que se cultivaba cambió varias veces, pero ellos, que sentían hambre y se estaban cansando, ya no se detenían para examinar cada nueva hortaliza.

Por fin llegaron a una zona llana y despejada, cubierta con un polvo suave. La luz, que seguía por encima de ellos, describió tres giros y, después, quedó suspensa sobre el centro de la zona.

—Barrunto que aquí es donde se espera que pasemos la noche —comentó Richard.

—Con gusto —dijo Nicole, aceptando su ayuda para quitarse la mochila—. No creo que vaya a tener el menor problema para dormir, aun en este suelo duro.

Consumieron la cena y hallaron un sitio confortable en el que podían dormir acurrucados uno en el otro. Cuando los dos estaban en la zona crepuscular entre la vigilia y el sueño, la luz que tenían por encima empezó a amortiguarse y, después, a perder altura.

—Mira —susurró Richard—, va a descender.

Nicole abrió los ojos y observó cómo la luz, que seguía disminuyendo de intensidad, describía un grácil arco y descendía sobre el lado opuesto de la zona despejada. Todavía seguía refulgiendo levemente, aun después de tocar el suelo. Aunque no podían ver muy bien al ser, distinguieron que era largo y flacucho y que tenía alas cuyo tamaño era más del doble del cuerpo.

—¡Es una luciérnaga gigante! Richard, cuando ya no pudieron verle el contorno.

4

—Biología para las luces, biología para el equipo de labranza y construcción… ¿no tienes la impresión de que nuestras amigas, las octoarañas, o, quizá, lo que fuere que está por encima de ellas en alguna asombrosa jerarquía simbiótica, son los grandes biólogos de la galaxia?

—No lo sé, Richard —respondió Nicole, cuando terminó su desayuno—. Pero por cierto que parece como si su evolución tecnológica hubiera seguido una trayectoria netamente diferente de la nuestra.

Ambos habían observado, admirados, cuando la gigantesca luciérnaga, al oír los primeros movimientos de la pareja después de dormir, se autoencendió y tomó su acostumbrada posición de revoloteo por encima de ellos. Minutos después, un segundo ser, similar al primero, se les acercó desde el sur. Entonces las dos luces se combinaron para brindar una iluminación local equivalente a la luz del día en Nuevo Edén.

Tanto Richard como Nicole habían dormido bien y estaban muy descansados. Sus dos guías los llevaron por senderos que cruzaban varios kilómetros más de campos, entre ellos uno que se caracterizaba por la presencia de hierbas de más de tres metros de alto. Cien metros después de hacer una cerrada curva hacia la izquierda entre las hierbas altas, se encontraron en el borde de un vasto ordenamiento de tanques de agua poco profundos, que se extendía por delante hasta donde podía alcanzar la vista.

Caminaron hacia la izquierda durante varios minutos, hasta que llegaron a lo que Richard identificó correctamente como el ángulo nordeste del ordenamiento. El sistema consistía en una serie de tanques rectangulares largos y estrechos, fabricados con una aleación metálica gris. Cada uno de los tanques individuales del ordenamiento tenía alrededor de veinte metros de ancho, en la dirección este-oeste, y varios centenares de metros de largo. Los tanques tenían un metro de alto y en sus tres cuartas partes estaban llenos con un líquido que parecía ser agua. En los cuatro vértices de cada rectángulo estrecho había cilindros rojos gruesos y brillantes, de dos metros de alto quizá, rematados con esferas blancas.

Richard y Nicole recorrieron por completo los ciento sesenta metros que había de este a oeste, examinando cada tanque y los ocho postes cilíndricos gruesos que señalaban el sitio en el que tanques adyacentes compartían lados comunes. Nada vieron en los tanques, salvo agua.

—¿Así que ésta es una especie de planta de purificación? —conjeturó Nicole.

—Lo dudo —contestó Richard. Se detuvieron en el borde occidental—. Mira esa masa de piezas pequeñas, elaboradas con mucho detalle, fijada en la pared interior de este tanque, justo adelante del cilindro… Yo supondría que ésos son una especie de complicados componentes electrónicos, no habría necesidad de todo eso en un simple sistema de purificación de agua.

Nicole miró a su marido con desconfianza.

—Oh, vamos, Richard, ése es todo un salto gigantesco de fe en ti mismo. ¿Cómo te animas a afirmar que conoces el funcionamiento de un montón de garabatos tridimensionales puestos en el interior de un tanque alienígeno de agua?

—Dije que estaba suponiendo —respondió Richard con una carcajada—. Sólo estaba tratando de insistir en el hecho de que éste parece ser un lugar demasiado complejo como para purificar agua.

Las luces de guía instaban a seguir hacia el sur. La segunda fila de tanques estrechos tampoco contenía otra cosa más que agua. Sin embargo, cuando llegaron al tercer conjunto de tanques rectangulares y postes cilíndricos, descubrieron que el agua tenía diminutas esferas de muchos colores cubiertas de pelusa. Richard se subió una manga y metió la mano en el agua, extrayendo varios centenares de esos objetos.

—Estos son huevos —afirmó Nicole—. Lo sé con la misma certeza con la que tú supiste que esos aparatitos que había en la cara interior de las paredes de los tanques eran componentes electrónicos.

Richard volvió a reír.

—Mira —dijo, poniendo su montículo de pequeños objetos ante los ojos de Nicole—. Realmente hay sólo cinco clases diferentes, si los estudias de cerca.

—¿Cinco clases diferentes de
qué
?

Las cosas parecidas a huevos llenaban toda la longitud del tercer conjunto de tanques. Cuando Richard y Nicole se aproximaban a la cuarta hilera de cilindros y a otro conjunto de tanques, que estaban varios centenares de metros hacia el sur, ambos se sentían cansados.

—Si no vemos algo nuevo aquí —propuso Nicole—, ¿qué te parece si almorzamos?

—Trato hecho.

Pero ya pudieron discernir algo nuevo cuando todavía estaban a cincuenta metros de la cuarta hilera de tanques. Un vehículo robot cuadrado, quizá de treinta centímetros de longitud y de ancho, y diez centímetros de alto, se desplazaba raudamente de un lado a otro entre los postes cilíndricos.

—Ya
sabía
yo que esos carriles eran para alguna clase de vehículo —apuntó Nicole, tomándole el pelo a Richard.

Éste estaba demasiado fascinado como para responder. Además del robot corredor, que cada tres minutos, más o menos, describía un ciclo completo de este a oeste a través del ordenamiento, había varias maravillas más para contemplar. Cada uno de los tanques individuales estaba subdividido en dos partes largas, mediante un cerco de alambre tejido paralelo a las paredes, que era nada más que un poco más alto que el nivel del agua. De un lado del cerco había un enjambre de diminutos seres nadadores de cinco colores diferentes. Del otro lado, círculos centelleantes, parecidos a erizos de mar aplanados, estaban esparcidos por toda la longitud del tanque. El cerco estaba colocado de modo tal que los tres cuartos del volumen del tanque estuvieran a disposición de los círculos centelleantes, dándoles mucho más lugar para maniobrar que a los densamente amontonados nadadores.

Richard y Nicole se inclinaron para estudiar la actividad. Los erizos se desplazaban en todas direcciones. Como el agua estaba atestada con tantos seres y con mucha actividad, tardaron varios minutos en percibir el patrón común. A intervalos irregulares, cada uno de los erizos se autopropulsaba por encima del cerco usando las cilias en forma de látigos que tenían debajo y, mientras se sujetaban del cerco, empleaban otro par de cilias para capturar un diminuto nadador y hacerlo pasar por uno de los agujeros del cerco. Mientras el erizo estaba aferrado, su luz se amortiguaba; si permanecía ahí el tiempo suficiente y capturaba varios nadadores para comerlos, entonces su destello se desvanecía por completo.

—Observa lo que ocurre ahora, cuando deja el cerco —le hizo notar Richard a Nicole, señalando un erizo en particular, que se encontraba justo debajo de ellos—. Mientras nada junto con los compañeros, su luz se regenera lentamente.

Richard se apresuró a volver al poste cilíndrico más próximo, se puso de rodillas y cavó en el suelo con una de las herramientas que llevaba en la mochila.

—Hay mucho más de este sistema debajo —dijo, entusiasmado—. Apuesto a que todo este ordenamiento es parte de un gigantesco generador de electricidad.

Dio tres zancadas, medidas, hacia el sur, registró su posición con todo cuidado y se inclinó sobre el tanque para contar los erizos aplanados que había en la región existente entre el polo cilíndrico y él mismo. Era un cómputo difícil, debido al constante movimiento de los centelleantes círculos.

—A grosso modo, trescientos en tres metros de longitud de tanque, lo que hace un total aproximado de veinticinco mil por tanque completo o bien, doscientos mil en una hilera completa —calculó.

—¿Supones que estos postes cilíndricos son una especie de sistema de almacenamiento? ¿Como pilas secas?

—Probablemente. ¡Qué idea fabulosa! Hallar un ser vivo que genere electricidad internamente. Forzarlo a que entregue la carga que tiene acumulada para poder comer. ¿Qué podría ser mejor?

—Y ese vehículo robot que va de acá para allá entre los postes, ¿cuál es su propósito?

—Yo diría que es una especie de monitor.

Almorzaron y después terminaron la inspección de la supuesta planta de electricidad. En total había ocho columnas y ocho filas en el ordenamiento, lo que daba una cantidad de sesenta y cuatro tanques. Sólo veinte estaban activos en ese momento.

—Mucha capacidad en exceso —comentó Richard—. Sus ingenieros entienden con claridad los conceptos de crecimiento y margen.

Las luciérnagas gigantescas enfilaron hacia el este, siguiendo lo que aparentaba ser una especie de carretera principal. Dos veces Richard y Nicole se encontraron con pequeños rebaños de los grandes seres parecidos a hormigas, que iban en dirección opuesta, pero no hubo interacciones.

—¿Esos seres tendrán la inteligencia suficiente como para operar sin supervisión? —preguntó Nicole—, ¿o simplemente no se nos permite ver a los seres, quienesquiera que sean, que les dan órdenes?

—Esa es una pregunta interesante —consideró Richard—. ¿Recuerdas lo rápido que la octoaraña se acercó a la cosa-parecida-a-una-hormiga, cuando la golpeó la pelota? A lo mejor tienen alguna forma limitada de inteligencia, pero no pueden funcionar bien en ambientes nuevos o desconocidos.

—¿Como alguna gente que conocemos? —rió Nicole.

La larga marcha hacia el este terminó cuando las dos luces de guía revolotearon sobre un campo grande de polvo, situado justo al salir de la carretera. Estaba vacío, salvo por lo que, a la distancia, parecía ser cuarenta postes de meta de rugby cubiertos con hiedra, dispuestos en cinco filas de ocho postes cada una.

—¿Podrías buscar información en la guía de turismo, por favor? —bromeó Richard—. Resulta más fácil entender lo que estamos viendo si primero leemos sobre eso.

Nicole sonrió.

—Realmente están haciéndonos dar una especie de paseo, ¿no? ¿Por qué supones que nuestros anfitriones quieren que veamos todo esto?

Richard permaneció en silencio un instante.

—Estoy absolutamente seguro de que las octoarañas son las dueñas y señoras de todo este territorio —dijo por fin—, o, por lo menos, que son la especie dominante de una complicada jerarquía. Quienquiera que fuese que nos eligió personalmente para esta excursión, debe de creer que informarnos sobre su capacidad hará más fáciles las futuras interacciones.

—Pero si en realidad se trata de las octoarañas —objetó Nicole—, ¿por qué sencillamente no nos secuestran a todos, como hicieron con Ellie y Eponine?

—No lo sé. A lo mejor su sentido de la moralidad es mucho más complicado de lo que imaginamos.

Ambas luciérnagas gigantes estaban danzando en el aire, sobre la colección de postes de meta cubiertos por hiedra.

—Creo que nuestras guías turísticas se están poniendo impacientes —dedujo Nicole.

Si no hubieran estado tan fatigados por los dos días de ardua caminata, y si aún no hubieran visto tantos lugares interesantes en ese mundo alienígena del hemicilindro austral de Rama, habrían quedado tan cautivados como abrumados por la compleja simbiosis que descubrieron en las siguientes horas.

Lo que recubría por completo los postes de meta no era hiedra. Lo que desde cierta distancia parecía ser hojas eran, en realidad, pequeños nidos en forma de cono, hechos por miles de diminutos seres semejantes a áfidos, que se adherían entre sí para formar el nido mediante la sustancia dulce, pegajosa, parecida a la miel, que los seres humanos se habían deleitado comiendo debajo de la cúpula. Los áfidos extraterrestres la fabricaban en grandes cantidades, como parte de su actividad diurna normal.

Durante el tiempo en que Richard y Nicole estuvieron mirando, convoyes de gorgojos, que vivían en montículos de varios metros de alto alrededor de todo el enclave, salían abruptamente de sus hogares cada cuarenta minutos, más o menos, y se arrastraban por encima de toda la superficie de los postes, recogiendo el exceso de sustancia pegajosa que caía de los nidos. Los seres gorgojo, que tenían unos diez centímetros de largo cuando estaban vacíos, se hinchaban hasta alcanzar el triple o el cuádruple de su tamaño normal, antes de completar su ciclo de recolección y de regurgitar el contenido de sus expandidos cuerpos en tinas hundidas al pie de los postes.

No hablaron mucho mientras observaban la actividad. Todo el sistema biológico que se exhibía ante ellos era, al mismo tiempo, intrincado y maravilloso, otro ejemplo de los asombrosos avances en simbiosis que habían logrado sus anfitriones.

—Apuesto —dijo un agotado Richard, mientras él y Nicole se preparaban para dormir no lejos de uno de los montículos de los gorgojos— a que si esperamos el tiempo suficiente, alguna bestia de carga hará su aparición para extraer del suelo las tinas de esta miel, o lo que sea, para, después, transportarlas a otro sitio.

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