Rama Revelada (25 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Mientras yacían lado a lado en el polvo, observaron que las dos luciérnagas descendían a lo lejos. Entonces, todo se puso súbitamente oscuro.

—No puedo creer que todo esto haya ocurrido —dijo Nicole—, no en otro planeta. No en alguna parte. La evolución natural simplemente no produce la clase de armonía interespecífica que hemos presenciado estos dos últimos días.

—¿Qué estás sugiriendo, querida? ¿Que a todos estos seres de alguna manera se los diseñó, como máquinas, para desempeñar sus funciones?

—Es la única explicación que puedo aceptar. Las octoarañas, o alguien, deben de haber alcanzado el nivel en el que pueden manipular los genes para producir una planta o un animal que haga exactamente lo que quieren. ¿
Por qué
esas cosas-como-gorgojos depositan la sustancia melosa en las tinas? ¿Cuál es su rédito biológico por ese acto?

—Se los debe de recompensar en alguna otra forma que todavía no hemos descubierto.

—Por supuesto. Y detrás de esa compensación hay algún increíble arquitecto o ingeniero en sistemas biológicos que está sintonizando todas las interrelaciones, no sólo de modo que cada especie esté feliz, no importa cómo elijamos definir esa palabra, sino, también, de modo que los arquitectos extraigan algún provecho como, por citar algo, alimento, en forma de un exceso de miel… Ahora bien, ¿crees que sería posible que esa clase de ascenso a niveles óptimos pueda tener lugar sin que intervenga una ingeniería genética muy compleja?

Richard permaneció en silencio durante casi un minuto.

—Imagina —comenzó al fin— un ingeniero en biología muy experto sentado ante un teclado, diseñando un organismo vivo que satisfaga ciertas especificaciones sistémicas… Es un concepto que a uno lo deja pasmado.

Una vez más, los gorgojos salieron en masa de sus montículos, esquivando a duras penas a los seres humanos acostados mientras corrían hacia los postes de meta y hacia su tarea de recolección. Nicole los observó hasta que desaparecieron en la oscuridad. Después bostezó y se acurrucó sobre un costado. Antes de dormirse, pensó:

Nosotros, los seres humanos, ingresamos en una nueva era: en lo futuro, toda la historia se va a registrar como
aC
, 'antes del Contacto', y
dC
, 'después del Contacto', pues a partir de ese primer instante en el que supimos, inequívocamente, que algunas sustancias químicas simples habían ascendido hasta el nivel de adquisición de conciencia e inteligencia en alguna otra parte de la vastedad de nuestro universo, la historia pasada de nuestra especie se convirtió nada más que en un paradigma aislado, un fragmento pequeño y relativamente insignificante del tapiz infinito que describe la asombrosa variedad de vida sensible
.

Después del desayuno, a la mañana siguiente, Richard y Nicole discurrieron brevemente sobre su cada vez más escasa provisión de alimentos y, entonces, decidieron tomar un poco de la sustancia melosa de una de las tinas.

—Imagino que si no se espera que hagamos esto —dijo Nicole, echando un vistazo en derredor mientras llenaba un pequeño recipiente—, algún policía alienígena vendrá a impedirlo.

Sus luces de guía al principio se desplazaron directamente hacia el sur, guiándolos hacia un bosque espeso de árboles muy altos, que se extendía en dirección este-oeste hasta tan lejos como llegaba la vista. Las luciérnagas doblaron hacia la derecha y volaron en forma paralela a la línea hasta la que llegaban los árboles. El bosque que los dos seres humanos tenían a su izquierda era oscuro y amenazador. De vez en cuando oían sonidos extraños, fuertes, que provenían del interior de esa parte del bosque.

Una vez, Richard se detuvo y fue hasta donde empezaba la espesa vegetación. Entre los árboles había muchas plantas más chicas, con hojas grandes en colores verde, rojo y marrón, así como varias clases diferentes de enredaderas que enlazaban entre sí las ramas medias y superiores de los árboles. Richard dio un salto hacia atrás, cuando oyó un aullido agudo que sonó como si hubiera estado a no más que unos metros de distancia. Los ojos de Richard escudriñaron el bosque, pero no pudieron hallar el origen del aullido.

—Hay algo misterioso en relación con este bosque —señaló, volviendo junto a Nicole—; da la sensación de estar fuera de lugar, como si no perteneciera a este sitio.

Durante más de una hora, las luciérnagas siguieron volando hacia el oeste. Los rarísimos sonidos se hacían más frecuentes a medida que Richard y Nicole caminaban trabajosamente, en silencio.

Richard tiene razón
, pensó Nicole, fatigada, en un momento dado. Contempló la estructura y el orden de los campos que tenía a la derecha y los comparó con el crecimiento indisciplinado de los que tenía a la izquierda.
Hay algo diferente e inquietante en este bosque
.

Tomaron un breve descanso en mitad de la mañana. Richard calculó que, desde que despertaron, ya habían caminado más de cinco kilómetros. Nicole quiso un poco de la miel fresca que Richard llevaba en la mochila.

—Me duelen los pies —declaró, una vez que comió y tomó un largo trago de agua—, y las piernas no dejaron de dolerme durante toda la noche. Espero que lleguemos a donde estamos yendo antes que pase mucho más tiempo.

—Yo también estoy cansado, pero no lo estamos haciendo mal, si se tiene en cuenta que somos una pareja que está en los comienzos de los sesenta.

—En estos momentos me siento mucho más vieja que eso —dijo Nicole. Se puso de pie y se desperezó—. ¿Sabes?, nuestro corazón debe de tener casi noventa años. Puede no haber trabajado mucho durante todo ese tiempo que pasamos dormidos, pero, de todos modos, tenía que seguir bombeando.

Mientras hablaban, un extraño animalito esférico que tenía un único ojo, pelambre blanca y enrulada, y una docena de patas larguiruchas salió como una flecha del bosque próximo y arrebató el recipiente con miel. Él y el alimento desaparecieron en un santiamén.

—¿Qué fue eso? —preguntó Nicole, todavía sobresaltada.

—Algo que tiene debilidad por los dulces —contestó Richard. Se quedó con la mirada fija en el bosque, donde el animal había desaparecido—. No hay la menor duda de que por ahí hay otro mundo.

Media hora más tarde, el par de luciérnagas viró hacia la izquierda y revoloteó sobre un sendero que llevaba hacia el interior del bosque. El sendero tenía cinco metros de ancho y corría rodeado por densa vegetación. La intuición le decía a Nicole que no siguiera a las luciérnagas, pero no dijo nada. Su recelo aumentó cuando, después que Richard y ella dieron un par de pasos adentrándose en el bosque, de todos los árboles que los rodeaban surgió una erupción de ruidos. La pareja humana se detuvo, se tomó de las manos y escuchó.

—Parece como pájaros, monos y ranas —dijo Richard.

—Deben de estar señalando nuestra presencia —añadió Nicole. Se dio vuelta y miró hacia atrás—. ¿Estás seguro de que estamos haciendo lo debido?

Richard señaló las luces que tenían al frente.

—Estuvimos siguiendo a esos bichos durante dos días y medio; no tiene mucha lógica perder la confianza en ellos ahora.

Reanudaron la marcha por el sendero. Los graznidos, aullidos y cantos de ranas los acompañaron. De vez en cuando, la clase de follaje que tenían a ambos lados cambiaba un poco, pero siempre permanecía denso y oscuro.

—Debe de haber un grupo de jardineros alienígenas —dijo Richard en un momento dado— que trabaja varias veces por semana en el sector que rodea este sendero. Mira lo perfectamente podados que están todos los arbustos y árboles… No sobresalen un ápice hacia el espacio aéreo que hay sobre nuestra cabeza.

—Richard —dijo Nicole un rato después—, si los sonidos que estamos oyendo provienen de animales alienígenas, ¿por qué nunca vemos alguno? Ni uno solo cruzó por el sendero. —Se agachó y examinó la tierra que tenía a sus pies—. Y aquí no hay evidencias de forma alguna de vida animal, ni ahora ni nunca… Ni siquiera una hormiga…

—Debemos, de estar caminando por un sendero mágico —apuntó Richard con una sonrisa—. A lo mejor conduce a una casa de mazapán en la que vive una bruja vieja y malvada… Cantemos, Gretel, y quizá nos sentiremos mejor.

El sendero, que había sido absolutamente recto durante algo así como el primer kilómetro, empezó a serpentear. Debido a su tortuosidad, los sonidos de los seres del bosque rodearon a Richard y Nicole. Richard cantaba canciones populares de sus años de adolescencia en Gran Bretaña; Nicole se le unía parte del tiempo, cuando conocía la canción pero, fundamentalmente, para liberar la energía tratando de contener su angustia cada vez mayor. Se ordenó a sí misma no pensar en qué blanco fácil serían para cualquier animal alienígena grande que pudiera estar acechando en el bosque.

De repente, Richard se detuvo. Hizo dos aspiraciones profundas de aire por la nariz, llenándose los pulmones.

—¿Hueles eso? —preguntó.

Ella olfateó el aire.

—Sí, lo huelo… Se parece un poco al aroma de gardenias.

—Sólo que mucho mejor —dijo Richard—. Es absolutamente divino.

Delante de ellos el sendero doblaba bruscamente hacia la derecha. En el recodo había un gran matorral cubierto con enormes flores amarillas, las primeras que Richard y Nicole veían desde que entraron en el bosque. Cada flor tenía el tamaño de una pelota de baloncesto. A medida que la pareja humana se acercaba al arbusto, el seductor aroma se intensificaba.

Richard no pudo contenerse. Antes que Nicole pudiera decir algo, salió unos metros del sendero, hundió la cara en una de las enormes flores e inhaló profundamente. El aroma era magnífico. Mientras tanto, una de las luciérnagas desandó el camino y empezó a zigzaguear en el cielo sobre ellos.

—No creo que nuestras guías aprueben tu intempestiva salida —dijo Nicole.

—Probablemente no —contestó Richard—, pero valió la pena.

Más flores, de todos los tamaños, formas y colores, empezaron a aparecer en ambos lados del sendero. Ninguno de los dos había visto jamás tal profusión de color. Al mismo tiempo, los sonidos disminuyeron de intensidad; poco más tarde, cuando estaban en medio de la región de las flores, los ruidos desaparecieron por completo.

El sendero se estrechó hasta quedar en un par de metros, apenas el ancho suficiente como para que la pareja caminara lado a lado sin rozar las plantas en las que crecían las flores. Richard salió varias veces del camino para inspeccionar u oler alguna, o para hacer ambas cosas a la vez. Cada excursión hacía que las luciérnagas regresaran en picada hacia la pareja. A pesar del entusiasmo de Richard por sus viajes hacia el interior del bosque, Nicole hacía caso de las guías y se mantenía en el sendero.

Richard estaba a unos ocho metros hacia la izquierda, tratando de hacer una observación más detallada de una flor gigantesca que parecía una alfombra oriental, cuando desapareció de la vista.

—¡Auch! —le oyó gritar Nicole, cuando cayó al suelo.

—¿Estás bien? —preguntó ella de inmediato.

—Sí. Acabo de tropezar con unas enredaderas y caí sobre un montón de espinas… El arbusto que me rodea tiene hojas rojas, así como flores diminutas, rarísimas, que parecen balas… A propósito, tienen olor a canela.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Nicole.

—No… Voy a levantarme de aquí en un abrir y cerrar de ojos.

Nicole echó un vistazo hacia lo alto y observó que una de las luciérnagas se alejaba volando con suma celeridad.
¿Qué pasa ahora?
, se estaba preguntando, cuando oyó a Richard otra vez.

—Puede que necesite algo de ayuda, después de todo. Parece que estoy trabado.

Nicole dio un cauteloso paso fuera del sendero. La luciérnaga que quedaba se volvió loca, lanzándose en picada hasta casi tocarle la cara. Nicole quedó temporalmente cegada.

—¡No vengas para acá, Nicole! —exclamó Richard bruscamente segundos después—. A menos que esté perdiendo la razón, creo que esta planta se está preparando para comerme.


¿¡Qué!?
—chilló Nicole, ahora asustada—. ¿Hablas en serio? —Aguardó con impaciencia a que sus ojos se recuperaran del exceso de luz.

—Sí, hablo en serio —contestó Richard—. Vuelve al sendero… Este extraño arbusto enrolló zarcillos amarillos en torno de mis brazos y piernas… algunos bichos que se arrastran ya están bebiendo la sangre causada por las espinas… y hay una abertura en el arbusto, hacia la que se me está arrastrando lentamente, que parece un primo lejano de las bocas, más desagradables, que vi en los jardines zoológicos… Hasta puedo ver algunos dientes.

Nicole podía oír el pánico en la voz de Richard. Dio otro paso en dirección de él pero, una vez más, la luciérnaga la cegó.

—¡No puedo ver en absoluto! —gritó—. ¿Richard, estás ahí todavía?

—Sí, pero no sé por cuánto tiempo más.

Oyeron el sonido de animales que se desplazaban con celeridad por el bosque, junto con un gemido muy agudo y, después, tres figuras oscuras armadas con peculiares armas rodearon a Richard. Las octoarañas atacaron al arbusto carnívoro con rociadores. En cuestión de segundos, el arbusto soltó a Richard y escondió la boca detrás de sus muchas ramas.

Richard salió a los tropezones y abrazó fuertemente a Nicole. Ambos gritaron «¡Gracias!», mientras las tres octoarañas se desvanecían en el bosque con la misma rapidez con que habían aparecido. Ni Richard ni Nicole advirtieron que las dos luciérnagas otra vez estaban revoloteando sobre sus cabezas.

Nicole examinó a Richard cuidadosamente, pero no encontró nada, salvo cortes y raspones.

—Creo que me voy a quedar en el sendero por un rato —declaró Richard, esbozando una sonrisa.

—Probablemente ésa no es una mala idea —contestó Nicole.

Conversaban sobre lo que había pasado, mientras seguían caminando a través del bosque. Richard todavía estaba perturbado.

—Las ramas que estaban cerca de mi hombro izquierdo se apartaron —contó—, y entonces apareció ese agujero que, al principio, tenía el tamaño de una pelota de béisbol, pero, a medida que la acción ondulatoria me transportaba en esa dirección, el agujero se hacía más grande. —Se estremeció—. Ahí fue cuando vi los dientecitos, ubicados todo alrededor de la circunferencia. Justo empecé a pensar en qué se sentiría al ser comido, cuando llegaron nuestras amigas, las octoarañas.

—Pero entonces, ¿qué pasa aquí? —dijo Nicole poco después. Habían salido de la región de las flores, y otra vez estaban rodeados por árboles y follaje de jungla e intermitentes ruidos de animales.

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