Rayuela (23 page)

Read Rayuela Online

Authors: Julio Cortazar

—Siempre se me derrama la mi... —dijo la Maga, deteniéndose al lado de la cama.

—Lucía —dijo Babs, acercando las dos manos a sus hombros, pero sin tocarla.

El líquido cayó sobre el cobertor, y la cuchara encima. La Maga gritó y se volcó sobre la cama, de boca y después de costado, con la cara y las manos pegadas a un muñeco indiferente y ceniciento que temblaba y se sacudía sin convicción, inútilmente maltratado y acariciado.

—Qué joder, hubiéramos tenido que prepararla —dijo Ronald—. No hay derecho, es una infamia. Todo el mundo hablando de pavadas, y esto, esto...

—No te pongás histérico —dijo Etienne, hosco—. En todo caso hacé como Ossip que no pierde la cabeza. Buscá agua colonia, si hay algo que se le parezca.

Oí al viejo de arriba, ya empezó otra vez.

—No es para menos —dijo Oliveira mirando a Babs que luchaba por arrancar a la Maga de la cama—. La noche que le estamos dando, hermano.

—Que se vaya al quinto carajo —dijo Ronald —. Salgo afuera y le rompo la cara, viejo hijo de puta. Si no respeta el dolor de los demás...

—Take it easy —dijo Oliveira—. Ahí tener tu agua colonia, tomá mi pañuelo aunque su blancura dista de ser perfecta. Bueno, habrá que ir hasta la comisaría.

—Puedo ir yo —dijo Gregorovius, que tenía el impermeable en el brazo.

—Pero claro, vos sor de la familia —dijo Oliveira.

—Si pudieras llorar —decía Babs, acariciando la frente de la Maga que había apoyado la cara en la almohada y miraba fijamente a Rocamadour—. Un pañuelo con alcohol, por favor, algo para que reaccione.

Etienne y Ronald empezaban a afanarse en torno a la cama. Los golpes se repetían rítmicamente en el cielo raso, y cada vez Ronald miraba hacia arriba y en una ocasión agitó histéricamente el puño. Oliveira había retrocedido hasta la estufa y desde ahí miraba y escuchaba. Sentía que el cansancio se le había subido a babuchas, lo tironeaba hacia abajo, le costaba respirar, moverse. Encendió otro cigarrillo, el último del paquete. Las cosas empezaban a andar un poco mejor, por lo pronto Babs había explorado un rincón del cuarto y después de fabricar una especie de cuna con dos sillas y una manta, se confabulaba con Ronald (era curioso ver sus gestos por encima de la Maga perdida en un delirio frío, en un monólogo vehemente pero seco y espasmódico), en un momento dado cubrían los ojos de la Maga con un pañuelo («si es el del agua colonia la van a dejar ciega», se dijo Oliveira), y con una rapidez extraordinaria ayudaban a que Etienne levantara a Rocamadour y lo transportara a la cuna improvisada, mientras arrancaban el cobertor de debajo de la Maga y se lo ponían por encima, hablándole en voz baja, acariciándola, haciéndole respirar el pañuelo. Gregorovius había ido hasta la puerta y se estaba allí, sin decidirse a salir, mirando furtivamente hacia la cama y después a Oliveira que le daba la espalda pero sentía que lo estaba mirando. Cuando se decidió a salir el viejo ya estaba en el rellano, armado de un bastón, y Ossip volvió a entrar de un salto. El bastón se estrelló contra la puerta. «Así podrían seguir acumulándose las cosas», se dijo Oliveira dando un paso hacia la puerta. Ronald, que había adivinado, se precipitó enfurecido mientras Babs le gritaba algo en inglés. Gregorovius quiso prevenirlo pero ya era tarde. Salieron Ronald, Ossip y Babs, seguidos de Etienne que miraba a Oliveira como si fuese el único que conservaba un poco de sentido común.

—Andá a ver que no hagan una estupidez —le dijo Oliveira—. El viejo tiene como ochenta años, y está loco.


Tous des cons!
—gritaba el viejo en el rellano—. Bande de tueurs, si vous croyez que ça va se passer comme ça! Des fripouilles, des fainéants. Tas d’enculés!

Curiosamente, no gritaba demasiado fuerte. Desde la puerta entreabierta, la voz de Etienne volvió como una carambola: «Ta gueule, pépère.» Gregorovius había agarrado por un brazo a Ronald, pero a la luz que alcanzaba a salir de la pieza Ronald se había dado cuenta de que el viejo era realmente muy viejo, y se limitaba a pasearle delante de la cara un puño cada vez menos convencido. Una o dos veces Oliveira miró hacia la cama, donde la Maga se había quedado muy quieta debajo del cobertor. Lloraba a sacudidas, con la boca metida en la almohada, exactamente en el sitio donde había estado la cabeza de Rocamadour. «Faudrait quand même laisser dormir les gens», decía el viejo. «Qu’est-ce que ça me fait, moi, un gosse qu’a claqué? C’est pas une façon d’agir, quand même, on est à Paris, pas en Amazonie.» La voz de Etienne subió tragándose la otra, convenciéndola. Oliveira se dijo que no sería tan difícil llegarse hasta la cama, agacharse para decirle unas palabras al oído a la Maga. «Pero eso yo lo haría por mí», pensó. «Ella está más allá de cualquier cosa. Soy yo el que después, dormiría mejor, aunque no sea más que una manera de decir. Yo, yo, yo. Yo dormir ;mejor después de besarla y consolarla y repetir todo lo que ya le han dicho éstos.»


Eh bien, moi, messieurs, je respecte la douleur d’une mère —dijo la voz del viejo—. Allez, bonsoir messieurs, dames.

La lluvia golpeaba a chijetazos en la ventana, París debía ser una enorme burbuja grisácea en la que poco a poco se levantaría el alba. Oliveira se acercó al rincón donde su canadiense parecía un torso de descuartizado, rezumando humedad. Se la puso despacio, mirando siempre hacia la cama como si esperara algo. Pensaba en el brazo de Berthe Trépat en su brazo, la caminata bajo el agua. «¿De qué te sirvió el verano, oh ruiseñor en la nieve?», citó irónicamente. «Apestado, che, perfectamente apestado. Y no tengo más tabaco, carajo.» Habría que ir hasta el café de Bébert, al fin y al cabo la madrugada iba a ser tan repugnante ahí como en cualquier otra parte.

—Qué viejo idiota —dijo Ronald, cerrando la puerta.

—Se volvió a su pieza —informó Etienne—. Creo que Gregorovius bajó a avisar a la policía. ¿Vos te quedás aquí?

—No, ¿para qué? No les va a gustar si encuentran tanta gente a esta hora.

Mejor sería que se quedara Babs, dos mujeres son siempre un buen argumento en estos casos. Es más íntimo, ¿entendés?

Etienne lo miró.

—Me gustaría saber por qué te tiembla tanto la boca —dijo.

—Tics nerviosos —dijo Oliveira.

—Los tics y el aire cínico no van muy bien juntos. Te acompaño, vamos.

—Vamos.

Sabía que la Maga se estaba incorporando en la cama y que lo miraba. Metiendo las manos en los bolsillos de la canadiense, fue hacia la puerta. Etienne hizo un gesto como para atajarlo, y después lo siguió. Ronald los vio salir y se encogió de hombros, rabioso. «Qué absurdo es todo esto», pensó. La idea de que todo fuera absurdo lo hizo sentirse incómodo, pero no se daba cuenta por qué. Se puso a ayudar a Babs, a ser útil, a mojar las compresas. Empezaron a golpear en el cielo raso.

(-130)

29


Tiens
—dijo Oliveira.

Gregorovius estaba pegado a la estufa, envuelto en una robe de chambre negra y leyendo. Con un clavo había sujetado una lámpara en la pared, y una pantalla de papel de diario organizaba esmeradamente la luz.

—No sabía que tenías una llave.

—Sobrevivencias —dijo Oliveira, tirando la canadiense al rincón de siempre—

. Te la dejaré ahora que sos el dueño de casa.

—Por un tiempo solamente. Aquí hace demasiado frío, y además hay que tener en cuenta al viejo de arriba. Esta mañana golpeó cinco minutos, no se sabe por qué.

—Inercia. Todo dura siempre un poco más de lo que debería. Yo, por ejemplo, subir estos pisos, sacar la llave, abrir... Huele a encerrado, aquí.

—Un frío espantoso —dijo Gregorovius—. Hubo que tener abierta la ventana cuarenta y ocho horas después de las fumigaciones.

—¿Y estuviste aquí todo el tiempo?
Caritas
. Qué tipo.

—No era por eso, tenía miedo de que alguno de la casa aprovechara para meterse en el cuarto y hacerse fuerte. Lucía me dijo una vez que la propietaria es una vieja loca, y que varios inquilinos no pagan nada desde hace años. En Budapest yo era gran lector del código civil, son cosas que se pegan.

—Total que te instalaste como un bacán. Chapeau, mon vieux. Espero que no me habrán tirado la yerba a la basura.

—Oh, no, está ahí en la mesa de luz, entre las medias. Ahora hay mucho espacio libre.

—Así parece —dijo Oliveira—. A la Maga le ha dado un ataque de orden, no se ven los discos ni las novelas. Che, pero ahora que lo pienso...

—Se llevó todo —dijo Gregorovius.

Oliveira abrió el cajón de la mesa de luz y sacó la yerba y el mate. Empezó a cebar despacio, mirando a un lado y a otro. La letra de
Mi noche triste
le bailaba en la cabeza. Calculó con los dedos. Jueves, viernes, sábado. No. Lunes, martes, miércoles. No, el martes a la noche, Berthe Trépat,
me amuraste / en lo mejor de la vida
, miércoles (una borrachera como pocas veces. N.B. no mezclar vodka y vino tinto),
dejándome el alma herida / y espina en el corazón
, jueves, viernes, Ronald en un auto prestado, visita a Guy Monod como un guante dado vuelta, litros y litros de vómitos verdes, fuera de peligro,
sabiendo que te quería / que vos eras mi alegría / mi esperanza y mi ilusión
, sábado, ¿adónde, adónde?, en alguna parte del lado de Marly-le-Roi, en total cinco días, no, seis, en total una semana más o menos, y la pieza todavía helada a pesar de la estufa. Ossip, qué tipo rana, el rey del acomodo.

—Así que se fue —dijo Oliveira, repantigándose en el sillón con la pavita al alcance de la mano.

Gregorovius asintió. Tenía el libro abierto sobre las rodillas y daba la impresión de querer (educadamente) seguir leyendo.

—Y te dejó la pieza.

—Ella sabía que yo estaba pasando por una situación delicada —dijo Gregorovius—. Mi tía abuela ha dejado de mandarme la pensión, probablemente ha fallecido. Miss Babington guarda silencio, pero dada la situación en Chipre...

Ya se sabe que siempre repercute en Malta: censura y esas cosas. Lucía me ofreció compartir el cuarto después que vos anunciaste que te ibas. Yo no sabía si aceptar, pero ella insistió.

—No encaja demasiado con su partida.

—Pero todo eso era antes.

—¿Antes de las fumigaciones?

—Exactamente.

—Te sacaste la lotería, Ossip.

—Es muy triste —dijo Gregorovius—. Todo podía haber sido tan diferente.

—No te quejés, viejo. Una pieza de cuatro por tres cincuenta, a cinco mil francos mensuales, con agua corriente...

—Yo desearía —dijo Gregorovius— que la situación quedara aclarada entre nosotros. Esta pieza...

—No es mía, dormí tranquilo. Y la Maga se ha ido.

—De todos modos...

—¿Adónde?

—Habló de Montevideo.

—No tiene plata para eso,

—Habló de Perugia.

—Querés decir de Lucca. Desde que leyó
Sparkenbroke
se muere por esas cosas. Decime bien clarito dónde está,

—No tengo la menor idea, Horacio. El viernes llenó una valija con libros y ropa, hizo montones de paquetes y después vinieron dos negros y se los llevaron. Me dijo que yo me podía quedar aquí, y como lloraba todo el tiempo no creas que era fácil hablar.

—Me dan ganas de romperte la cara —dijo Oliveira, cebando un mate.

—¿Qué culpa tengo yo?

—No es por una cuestión de culpa, che. Sos dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos metafísico. Cuando te sonreís así uno comprende que no hay nada que hacer,

—Oh, yo estoy de vuelta —dijo Gregorovius—. La mecánica del
challenge and response
queda para los burgueses. Vos sos como yo, y por eso no me vas a pegar.

No me mires así, no sé nada de Lucía. Uno de los negros va casi siempre al café Bonaparte, lo he visto. A lo mejor te informa. ¿Pero para qué la buscas, ahora?

—Explicá eso de «ahora». Gregorovius se encogió de hombros.

—Fue un velatorio muy digno —dijo—. Sobre todo después que nos sacamos de encima a la policía. Socialmente hablando, tu ausencia provocó comentarios contradictorios. El Club te defendía, pero los vecinos y el viejo de arriba...

—No me digas que el viejo vino al velorio.

—No se puede llamar velorio; nos permitieron guardar el cuerpecito hasta mediodía, y después intervino una repartición nacional. Eficaz y rápida, debo decirlo.

—Me imagino el cuadro —dijo Oliveira—. Pero no es una razón para que la Maga se mande mudar sin decir nada. Ella se, imaginaba todo el tiempo que vos estabas con Pola.

—Ça alors —dijo Oliveira.

—Ideas que se hace la gente. Ahora que nos tuteamos por culpa tuya, se me hace más difícil decirte algunas cosas. Paradoja, evidentemente, pero es así.

Probablemente porque es un tuteo completamente falso. Vos lo provocaste la otra noche.

—Muy bien se puede tutear al tipo que se ha estado acostando con tu mujer.

—Me cansé de decirte que no era cierto; ya ves que no hay ninguna razón para que nos tuteemos. Si fuera cierto que la Maga se ha ahogado yo comprendería que en el dolor del momento, mientras uno se está abrazando y consolándose... Pero no es el caso, por lo menos no parece.

—Leíste alguna cosa en el diario —dijo Oliveira.

—La filiación no corresponde para nada. Podemos seguir hablándonos de usted. Ahí está, arriba de la chimenea.

En efecto, no correspondía para nada. Oliveira miró el diario y se cebó otro mate. Lucca, Montevideo,
la guitarra en el ropero
/
para siempre está colgada
... Y cuando se mete todo en la valija y se hacen paquetes, uno puede deducir que (ojo: no toda deducción es una prueba),
nadie en ella toca nada
/
ni hace sus cuerdas sonar
. Ni hace sus cuerdas sonar.

—Bueno, ya averiguaré dónde se ha metido. No andará lejos.

—Está será siempre su casa —dijo Gregorovius—, y eso que a lo mejor Adgalle viene a pasar la primavera conmigo.

—¿Tu madrè?

— Sí. Un telegrama conmovedor, con mención del tetragrámaton. Justamente yo estaba leyendo ahora el
Sefer Yetzirab
, tratando de distinguir las influencias neoplatónicas. Adgalle es muy fuerte en cabalística; va a haber discusiones terribles.

—¿La Maga hizo alguna insinuación de que se iba a matar?

—Bueno, las mujeres, ya se sabe.

—Concretamente.

—No creo —dijo Gregorovius—. Insistía más en lo de Montevideo.

Other books

El último merovingio by Jim Hougan
Hardcore - 03 by Andy Remic
Driven by W. G. Griffiths
Moonlight on My Mind by Jennifer McQuiston
El templete de Nasse-House by Agatha Christie
Stripped Bare by Kalinda Grace
Retribution by Jambrea Jo Jones