Rebelde (9 page)

Read Rebelde Online

Authors: Mike Shepherd

La madre se presentó como Anita Swanson, esposa de Jim Swanson, director general de Sequim y, a juzgar por su interminable cháchara, perteneciente a alguna familia de cotorras. Envió a un criado a que despertase a Edith, que se había acostado pronto, protestando por no poder asistir a la fiesta. Mientras tanto, el capitán Thorpe permanecía ignorado, pegado a uno de los codos del traje azul claro de Jim Swanson. Al advertir que el rostro del capitán cada vez se tornaba más colorado, Kris hizo lo que más le convenía si quería evitar a la tripulación una semana, un mes o un año de lo más desagradables.

—Director general Swanson, le presento al comandante de la nave que rescató a su hija, el capitán Thorpe.

Jim Swanson se volvió para estrechar la mano del capitán, que ya la tenía extendida hacia él.

—Quiero que sepa que, como líder planetario de esta colonia, he recomendado a la señorita Longknife a la Cruz al Vuelo Distinguido. Puede que yo no sea un aficionado a los vuelos en esquife como mi cuñado Bob, aquí presente, pero quiero hacerle saber que jamás he visto a nadie hacer gala de una habilidad a los mandos de un esquife comparable a la de esta chica esta mañana. —Kris empezó a retroceder, en busca de algún lugar apropiado en el que esconderse. El señor Swanson sonaba como uno de aquellos políticos que sabían lo bastante del Ejército como para convertir la vida de aquel en quien se interesasen en un infierno—. Lo hemos visto a través de las grabaciones de seguridad que nos ha proporcionado, capitán. Contuve la respiración cuando sus esquifes iniciaron el descenso. Entonces el de esta chica cayó en barrena y hasta yo supe que estaba perdiendo masa de reacción a marchas forzadas. ¿Cuánto le quedaba en el momento del aterrizaje?

—Haré que mi oficial ejecutivo compruebe la cantidad de combustible del vehículo de asalto de la alférez Longknife —dijo el capitán, enfatizando que el esquife que había manejado Kris aquella mañana no era de competición—. La habilidad de la que hoy ha hecho gala la alférez Longknife —continuó el capitán, señalando con un gesto de su cabeza hacia Kris— se corresponde con la mejor usanza del servicio. Sin embargo, señor Swanson, no procede entregarle la Cruz al Vuelo Distinguido, ya que se trata de una insignia por méritos en el combate.

—¿Y no eran los secuestradores el adversario mejor armado al que se ha enfrentado la Marina en años? —observó el señor Swanson, seco.

—Eso parece, señor, pero se trataba de una misión de apoyo a la policía, no de un desembarco militar.

Incluso Kris, que aún estaba acostumbrándose a su puesto de subordinada, comprendió que la posición del capitán era inamovible. En cualquier caso, Kris ya había asistido antes a varios intentos fallidos por parte de su padre de conversar con militares. Y aquella charla tenía todas las trazas de seguir el mismo camino.

—Creo, capitán Thorpe, que como capitán de la nave Brisa Matutina Estival, se alegraría de que un miembro de su tripulación fuese recomendado para recibir una prestigiosa medalla por el político de más alto rango de un planeta colonial en constante desarrollo.

Oh, cielos.
Kris echó un vistazo a su alrededor en busca de algún lugar en el que esconderse. Como hija de un primer ministro, sería divertido contemplar el desenlace de aquella situación. Como una oficial menor en el centro de atención, hubiese rechazado aquel honor con gusto. La nave que se encontraba estacionada en el puerto espacial podía ser la corbeta de respuesta rápida Brisa Matutina Estival para los políticos que habían pagado por ella, pero era la corbeta de ataque rápido Tifón para el oficial que la dirigía. Kris había escuchado numerosas variantes de ambos nombres, pero no contaban. Había oído a su padre decir, después de una larga y amarga batalla por un presupuesto, que bautizaría a una nave con el nombre que hiciese falta para conseguir los votos necesarios para financiarla, y si los votos decidían que debía llamarse Koala Calentito y Mimoso, maldita sea, se ocuparía de que así fuese. El nombre que le pusiesen los oficiales de la Marina cuando tomaran posesión de ella era asunto suyo y de nadie más.

El primer ministro solo tuvo que vivir dos desafortunados incidentes para aprender a recordar la identidad de su interlocutor en todo momento y a llamar a las naves por un nombre apropiado para este.

El señor Swanson estaba a punto de pasar por una experiencia similar.

—¿Es ella? ¿Es la marine que ha venido a buscarme?

Pero el desenlace se vio pospuesto cuando una criaturita ataviada con un vestido blanco con lazos rosas entró corriendo en la sala. Kris clavó su mirada en aquellos familiares y grandes ojos azules. En aquella ocasión, no estaban enrojecidos por las lágrimas. Se había lavado la cara y tenía el aspecto angelical propio de una niña de seis años. Un osito de peluche acompañaba a Edith del brazo. Su madre se agachó para recogerla, pero la niña se dirigió hacia Kris.

Esta entregó la bebida (de la que no había probado ni gota) a Tommy y se agachó, arrugando su vestido almidonado para coger en brazos a la niña. El abrazo de Edith valía más que todas las medallas acuñadas por la Marina.

—Tienen una niña preciosa —dijo Kris a sus padres—. Fue un placer devolverla sana y salva a su cuidado. Sé que hablo por todos mis marines, incluso por toda la nave, cuando digo que fue un honor y un placer verla finalmente en sus brazos.

Sus palabras provocaron una unánime ronda de aplausos.

Alterada por aquel ruido, Edith decidió que quería que su madre la estrechase. Mientras Anita tomaba a la niña de los brazos de Kris, murmuró:

—Ojalá todas las situaciones horribles terminasen así de bien. —Entonces la madre palideció—. Eres Kristine Longknife. Perdiste a... ¡Oh, cuánto lo siento!

Kris se quedó sin respiración, como si le hubiesen asestado un rodillazo en la barriga. Era fácil vérselas con otras personas en una discusión: había acumulado mucha experiencia al respecto gracias a padre. Pero aquellas personas que creían comprender el dolor por el que había pasado le afectaban. Kris hizo acopio de toda su voluntad para poner la cara que la situación requería y asintió:

—Sí, señora. Soy Kristine Longknife. Y me alegro mucho de que el trance por el que ha pasado su familia haya terminado de un modo distinto al mío.

Anita parecía no encontrar las palabras; entonces su marido intervino.

—Creo que estamos listos para la cena. Si Edith está lista para irse a la cama, la niñera puede acostarla para que el resto sigamos discutiendo ciertos asuntos mientras cenamos.

Edith se marchó despidiéndose con exagerados ademanes, caminando marcha atrás. Kris se excusó, aduciendo que tenía que ir al servicio. Había una puerta de salida cerca del lavabo de señoras; Kris la cruzó. Fuera, el aire era tibio, pero la brisa del atardecer enfriaba los extensos terrenos de la mansión del director general. Con las manos rígidas a ambos lados, Kris se esforzó por aplacar las emociones que le desgarraban las entrañas. Era lo que decía Judith: «Conoce a los dragones que surgen de la oscuridad para abalanzarse sobre ti. Asígnales un nombre si quieres, pero sobre todo familiarízate con todos y cada uno de ellos». En algunos casos, eso era fácil, por ejemplo, en el del capitán.

Él necesitaba su nave y la autoridad que le confería. Necesitaba ejercer el control sobre su dominio. Si no hubiese escogido unirse a la Marina, sería director general, puede que a cargo de su propio negocio. Pero ¡había escogido la Marina porque en ella podía llevar a cabo tareas importantes que tenían algún sentido!

Kris también comprendía a Swanson. ¡Era un hombre de progreso! La gente lo admiraba por sus acciones. Algún día erigirían una estatua en su honor en la capital del planeta, cuando tuviese una legislación ratificada y formase parte de la Sociedad de la Humanidad.

El capitán y el director general eran personas muy importantes, y Kris había visto a su padre ocuparse de gente como ellos con inusitada facilidad, arruinando sus carreras hasta dejarlos en la estacada. Sí, Kris sabía bien que grandes hombres como aquellos podían acabar siendo muy pequeños.

Entonces, ¿por qué se encontraba en la Marina, donde Thorpe podía ordenarle que arriesgase su vida empleando un equipo muy deficiente para rescatar a la hija de Jim Swanson, ya que este no había equipado a su policía con los medios necesarios para llevar a cabo la misión?

Porque hoy he hecho lo que no pude hacer cuando tenía diez años. Hoy he salvado a Edith. Ojalá hubiese estado allí para salvar a Eddy.

Ese era el motivo. Todavía sufría la culpa del superviviente. Hiciese lo que hiciese, ella seguiría con vida mientras el niño pequeño al que, se suponía, debía cuidar seguiría muerto.

Alguien llamó a la puerta, sacando a Kris de aquella familiar autoflagelación; Tommy asomó la cabeza por el umbral.

—Supuse que te encontraría aquí. Deberías volver. Estamos a punto de organizamos por mesas y no creo que quieras protagonizar una entrada triunfal.

—Ya lo he hecho una vez. Creo que reservaré la próxima para mañana.

—De acuerdo con mis ancestros, ya van dos veces. Y sí, hasta los niños reservarían la próxima para varios mañanas.

Kris le lanzó a Tommy la sonrisa que sus palabras merecían y regresó a la sala antes de que los invitados empezasen a ocupar sus asientos, de modo que no se notase su ausencia. Kris se sentó lejos de la silla que presidía la mesa, aunque Bob, el parlanchín cuñado de la familia, se las arregló para sentarse cerca de ella, de modo que la conversación giró en torno a los esquifes. Kris descubrió que si jugaba bien sus cartas, no tenía que hablar mucho. Parecía que estar sentada con una cotorra tenía sus ventajas.

Más tarde, durante la cena, un marine entregó unos mensajes al capitán. Los oficiales permanecieron en silencio, prestando atención para tratar de descifrar qué era tan importante como para requerir la vieja formalidad de que el capitán leyese el informe en un papel; no obstante, los civiles continuaron cenando con total despreocupación. El capitán Thorpe firmó la hoja y guardó el mensaje. Los oficiales tendrían que esperar a que el capitán estuviese dispuesto a contarles de qué se trataba.

Cuando la señora Swanson se puso en pie para verter aún más halagos sobre ellos, el capitán solicitó decir unas palabras. Mientras este se ponía en pie, extrajo el mensaje de su bolsillo.

—Hemos recibido órdenes de devolver la Tifón a la base —pronunció con sequedad, abarcando toda la estancia con la mirada—. Ya que el presidente y el Senado no han llegado a una resolución sobre el presupuesto, todas las naves del escuadrón de ataque rápido 6 tendrán que permanecer inactivas durante tres meses. Los oficiales recibirán la mitad de su salario. Los reclutamientos que iban a tener lugar en noventa días se llevarán a cabo de inmediato. Lamento informar de que todas las solicitudes de realistamiento para rangos superiores han sido denegadas. Nos marcharemos mañana a las seis en punto de la mañana. —Dicho eso, el capitán se sentó.

—Es imposible —balbuceó el señor Swanson—. El Senado y el presidente estaban plenamente de acuerdo en el presupuesto destinado a la Marina. Eso fue lo que me dijeron mis contactos en la Tierra.

El capitán no se puso en pie de nuevo, pero su autoritaria voz se escuchó en toda la estancia:

—Tiene razón, señor, en lo que respecta a la información recibida. No obstante, el presupuesto precisaría una financiación que acarrearía una subida de impuestos. Para ello hace falta la aprobación del Senado. El presidente, nativo de la Tierra, lo vetó. Si bien estamos autorizados a firmar cheques con los que financiar la Marina, el tesoro carece de liquidez para pagarlos todos. Así que en vez de firmar cheques que no pueden hacerse efectivos, el departamento de la Marina tendrá que hacer una parada forzosa. —Thorpe hizo una pausa antes de añadir—: Pero alégrese de que su hija haya sido secuestrada este mes. El mes que viene, no hubiese recibido la respuesta de ninguna nave.

El señor Swanson retrocedió, como si le hubiese impactado un asteroide. El capitán no estaba completamente en lo cierto, ya que se contemplaban partidas suplementarias para casos de emergencia. De hecho, los costes de aquella respuesta se hubiesen cargado a una cuenta destinada a tal efecto, por lo que dispondrían de más dinero para cubrir las operaciones navales, pero Kris no estaba dispuesta a corregir a su capitán. Tras aquella intervención, la conversación se enfrió en toda la sala. Diez minutos después, el capitán Thorpe pidió permiso a sus huéspedes para marcharse, y los oficiales de la nave abandonaron la sala en grupo. Cuando la puerta se cerró a espaldas de Kris, la conversación de los civiles subió de volumen hasta resonar como un trueno. Podía imaginar perfectamente en torno a qué tema circulaba.

El oficial ejecutivo estaba esperando a Kris cuando esta cruzó el alcázar.

—Un momento, alférez.

Kris permaneció a su lado mientras los demás oficiales se marchaban a sus camarotes; él no dijo nada hasta que se quedaron solos.

—El capitán Thorpe la ha recomendado para recibir la medalla del Cuerpo de Marines por su esfuerzo, que hoy ha salvado vidas. Swanson ha tenido el detalle de proporcionarnos una copia del documento. —Kris asintió, pero el oficial ejecutivo no había terminado. Volvió la vista más allá del puerto, hacia las luces de la ciudad de Puerto Swanson, la ciudad más grande de Sequim—. He oído que Sequim está intentando convencer a Bastión para que financie unas nuevas minas por todo el cinturón de asteroides. Supongo que quiere ganar puntos al otorgarle una jodida medalla a la hija del primer ministro de Bastión —escupió.

—Sí, señor —fue lo único que Kris alcanzó a decir, perpleja por el odio que rezumaban las palabras del oficial ejecutivo. Se había jugado el cuello para salvar la vida de una niña, no por una medalla, pero lo único que los demás veían en ella era el hecho de que pertenecía a los Longknife. Después de despedirse, trastabilló a través de los pasillos que llevaban a su camarote, que se antojaban extraños, cerró la puerta de golpe y le asestó unos cuantos puñetazos para asegurarse de que estaba bien cerrada.

—No creo que esa puerta vaya a darle problemas a nadie, cielo —dijo una voz calmada desde la oscuridad.

Kris se volvió rápidamente: en la habitación no había nada salvo negrura.

—Luces, tenues —ordenó, intentando evitar que las emociones que le atenazaban la garganta convirtiesen su voz en una serie de chillidos. El sistema obedeció sus palabras, proyectando una débil luz sobre aquella estancia reorganizada.
Vale, estoy compartiendo
camarote
con la sobrecargo Bo.

Other books

The Corpse Bridge by Stephen Booth
Body of a Girl by Michael Gilbert
Blubber by Judy Blume
The Gilded Scarab by Anna Butler
The Demonica Compendium by Larissa Ione
Smiles to Go by Jerry Spinelli