Ríos de Londres (46 page)

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Authors: Ben Aaronovitch

Tags: #Fantástico

Menos espantoso, pero mucho más deprimente, había sido el llegar a entender por qué había empezado todo en aquella fría noche de enero, o, mejor dicho, en el día soleado de invierno en Hampstead Heath en el que
Toby
, el perro, había mordido a Brandon Coopertown en la nariz. Era la misma semana en la que el Linbury Studio, la segunda sala de la Royal Opera House, había recuperado para la escena una obra poco conocida, titulada
El libertino casado
, que se estrenó en el teatro principal en 1761 y jamás se volvió a representar —que yo sepa— en ninguna parte del mundo. Su autor: Charles Macklin. La Royal Opera House me había permitido acceder a los datos de sus reservas de entradas —probablemente con la esperanza de que luego los dejaría en paz de una vez— y descubrí que William Skirmish y Brandon Coopertown habían asistido una misma noche a la representación. Fue la mera casualidad lo que condenó a William Skirmish y a todos los que resultaron mutilados o muertos después de él. Como os decía: deprimente.

—Si quieres hacer el bien —me había dicho Nightingale—, tienes que estudiar con mayor ahínco y aprender más rápido. Haz tu trabajo.

Me habría quedado hasta más tarde, pero seguía un horario estricto.

Nightingale estaba despierto en una habitación adyacente, despierto y ya sentado. Se había puesto a hacer el crucigrama del
Daily Telegraph
. Comentamos el caso del pene desaparecido.


Vagina dentata
—dijo Nightingale. No me sentí nada reconfortado al saber que era un caso lo bastante frecuente como para que ya se hubiera inventado un término técnico—. Podría ser oriental. Quizá había salido de Chinatown —dijo.

—No era japonesa —comenté—. La víctima lo tenía muy claro.

Nightingale me citó algunos títulos de la biblioteca para que me los leyera cuando tuviese un momento.

—Pero hoy no —dijo—. ¿Estás nervioso?

—Hay muchas cosas que pueden ir mal —dije.

—No bebas nada —aconsejó— y todo irá bien.

Mientras caminaba de regreso a la Locura, tuve mis propias sospechas acerca de la identidad de la fantasma ladrona de pollas. Nada más entrar busqué a Molly y la encontré en la cocina. Estaba cortando pepinos en rodajas.

—¿Últimamente has salido a discotecas?

Dejó de cortar rodajas y se volvió para mirarme con ojos negros y solemnes.

—¿Estás segura?

Se encogió de hombros y volvió a cortar rodajas. Llegué a la conclusión de que lo mejor sería dejar el asunto en manos de Nightingale. No hay nada como tener una cadena de mando bien definida.

—¿Es eso lo que nos llevaremos para el viaje? —pregunté—. ¿Bocadillos de pepino?

Molly me indicó los otros ingredientes: salami y salchicha de hígado.

—Ahora estás cabreada, ¿verdad?

Me dirigió una mirada lastimera y me entregó una bolsa reciclada de Sainsbury con la comida del mediodía empaquetada en su interior.

En el garaje había no menos de seis maletas amontonadas junto al Jaguar. Además, Beverley había venido con un voluminoso bolso de bandolera, que, según descubrí luego, contenía todo el estante de arriba de una peluquería de Peckham. Beverley había oído todo lo que se contaba sobre el campo y no quería correr riesgos.

—¿Por qué yo? —me preguntó mientras me veía cargar el Jaguar.

Abrí la puerta para ella y subió, se abrochó el cinturón y se puso el bolso sobre el regazo como para protegerlo.

—Porque lo dice el acuerdo —le respondí.

—A mí nadie me preguntó nada —dijo Beverley.

Entré en el coche y me aseguré de llevar un par de chocolatinas Mars y una botella de agua con gas en la guantera. Satisfecho con los suministros de emergencia, arranqué el Jaguar y salí del garaje.

Beverley se mantuvo en silencio hasta que hubimos pasado el Cruce 3 de la M4.

—Eso era el Crane —indicó.

—¿Dónde? —pregunté.

—El río Crane —dijo—. Acabamos de cruzarlo.

—¿Es una de tus hermanas?

—La última en este trecho de río —aclaró.

Pasé a la M25 en el Cruce 15 y nos dirigimos al sur. No había demasiado tráfico, lo cual era como una bendición. Un Airbus A380 nos rebasó ya a punto de tomar tierra en Heathrow. Volaba tan bajo que me pareció distinguir las caras en la doble hilera de ventanas.

—¿Cómo es que no vino a la reunión? —pregunté.

—Nunca se encuentra en el país —dijo Beverley—. Siempre vuela hacia algún sitio, y nos manda mensajes desde Bali y postales desde Río. Se fue a nadar en el Ganges, ¿sabes? —dijo Beverley. Esto último lo había dicho en tono de estupefacto reproche.

Gracias al sistema de educación de nuestro país, incluso yo sé que el Ganges es uno de los ríos más sagrados de la India, aunque, a decir verdad, no recuerdo por qué. Creo que tiene algo que ver con piras y cantos fúnebres. Lo añadí a la lista de las cosas que tenía que averiguar. Empezaba a ser una lista muy larga.

Finalmente había logrado arrancarles un burdo apaño. Tal como había escrito Brock, no se podía lograr que los
genii locorum
hiciesen algo tan simple como negociar un contrato; tenía que recurrirse a actos simbólicos. No merecía la pena proponerles un juramento de lealtad feudal, y la opción de unir ambas dinastías por medio del matrimonio habría sido demasiado cruel tanto para el Padre como para la Madre Támesis. Por ello les había propuesto que intercambiasen rehenes, una medida que crearía confianza y cimentaría las relaciones entre las dos partes del río; una solución adecuada por medieval, pensada para convencer a dos pueblos que aún creían en el derecho divino. Un acuerdo típicamente inglés, que pendería por la palabra dada y la camaradería entre dioses. Ojalá pudiera decir que conocí la práctica de intercambiar rehenes en las clases de historia que me dieron en la escuela, o mediante narraciones sobre la vida precolonial en Sierra Leona, pero la verdad es que la descubrí a los trece años cuando jugaba a Dragones y Mazmorras.

—¿Por qué tengo que ser yo? —había dicho Beverley tras enterarse.

—No puede ser Tyburn —le dije—. No puedes obligar a nadie a soportar a Tyburn como gesto de paz y buena voluntad. Y Brent es demasiado joven. —Había otras hijas, entre ellas algunos ríos de los que nunca había oído hablar, y una mujer joven y rolliza cuyo nombre oficial era Black Ditch. Pero nadie la llamaba así. Me imaginé que Mamá Támesis había pensado que Beverley era la que le haría pasar menos vergüenza entre los palurdos del campo. El rehén de la otra parte se llamaba Ash y el principal motivo por el que podía aspirar a la fama era que su río pasaba por los estudios Shepperton Film.

El intercambio tendría lugar la noche del 21 de junio, equinoccio de primavera, en Runnymede. Nuestro anfitrión iba a ser Colne Brook, Colne hijo, que era al mismo tiempo padre de Ash. Los afluentes del Támesis pueden llegar a enredarse mucho, sobre todo después de dos mil años de «mejoras». Yo sospechaba que el cerebro de la operación sería Oxley. No querría que nada quedara en manos del azar. Mis sospechas se confirmaron al encontrar una serie de señales hechas a mano junto a la carretera cuando trataba de orientarme por un trecho difícil en Hythe End. Las señales nos guiaron hasta un camino sin salida flanqueado por caravanas que terminaba en una puerta grande y en un improvisado aparcamiento para coches.

Isis nos salió al encuentro en la puerta con una cuadrilla de muchachos adolescentes vestidos con ropa de domingo. Los chicos echaron a correr con entusiasmo en torno al Jaguar y pidieron permiso para llevarnos el equipaje. Un pilluelo de cabello pajizo nos pidió un billete de cinco a cambio de vigilarnos el Jaguar. Le prometí uno de diez para estar seguro de que lo haría bien y, por supuesto, le dije que se lo pagaría cuando regresáramos.

Isis abrazó a Beverley. Esta última se había convencido, por fin, de que tenía que dejar su apretón mortal dentro del bolso con los cosméticos. Isis la acompañó por la puerta hasta los campos que se encontraban más allá. Padre Támesis tenía su «trono» cerca del priorato, a la sombra de un tejo antiguo. A su alrededor, en formación, se hallaban sus hijos y las esposas de éstos, y también sus nietos, todos ellos con chaquetas
donkey
y gloriosas patillas. Nos observaron llegar en silencio, como si Beverley hubiera sido una viuda reservada en un melodrama de Bollywood. El propio trono estaba hecho con balas de heno rectangulares, a la manera antigua. Casualmente sabía que ya no se suelen hacer balas de heno de ese tipo en las granjas británicas, envueltas con mantas para caballos con hermosos bordados. El Anciano del Río se había puesto su mejor traje para la ocasión, y se había peinado la barba y el cabello hasta hallar la medida justa de desaliño.

Seguí a Beverley y a Isis hasta que se hallaron frente al trono. Habíamos estado practicando durante todo el día anterior, pero tuvo que ser Isis quien le enseñara lo que tenía que hacer: una profunda reverencia con la cabeza inclinada. El Anciano del Río me miró a los ojos y entonces, con toda la intención, se llevó la mano al pecho y luego extendió el brazo con la palma hacia abajo. El saludo romano. Después bajó del trono, tomó las manos de Beverley entre las suyas y la hizo levantarse.

Le dio la bienvenida en un idioma que no comprendí y la besó en ambas mejillas.

De pronto, el aire se impregnó del aroma de las flores de manzana y el sudor de caballo, de Tizer
[14]
y de mangueras viejas, de carreteras polvorientas y de las risas de los niños; todo ello se hizo presente con tanta intensidad que di un paso atrás, sorprendido. Un brazo nervudo me sujetó por los hombros para impedir que me tambaleara, y Oxley me dio un manotazo en el pecho con esa camaradería que a veces te rompe las costillas.

—Ah, ¿lo has
sentido
, Peter? —preguntó—. Esto es el principio de algo, si no estoy equivocado.

—¿El principio de qué? —pregunté.

—No tengo ni idea —dijo Oxley—. Pero no me cabe ninguna duda de que se siente la llegada del verano.

Ni siquiera alcanzaba a ver a Beverley entre toda la gente del Anciano. Oxley me apartó de la muchedumbre para presentarme al otro rehén que participaba en el canje. Resultó que Ash era un joven que me sacaba media cabeza, de espaldas anchas, ojos claros, frente noble e inteligencia nula.

—¿Tienes todas tus cosas? —le pregunté.

Ash asintió y dio unos golpecitos en el macuto que llevaba en la cadera.

Isis emergió de entre la muchedumbre durante el tiempo suficiente para darme un beso fraternal en la mejilla y obligarme a prometerle que algún día la llevaría al teatro. Tal cosa era posible en el nuevo y glorioso verano. Me habría marchado en aquel mismo momento, pero los parientes de Ash necesitaron casi una hora para despedirse de él, y nos fuimos cuando ya estaba a punto de anochecer. Mientras caminaba hacia el Jaguar junto con Ash, me volví y vi que la gente de Padre Támesis había colgado faroles de viento de las ramas del antiguo tejo. Sonaban por lo menos dos violines distintos, y se oyó un repiqueteo que tan sólo podía provenir de una tabla de lavar. Se veían figuras que daban grandes zancadas y bailaban a la luz amarilla, y se oía también la música seductora y melancólica que suena únicamente en las fiestas a las que no te han invitado. Aunque no estaba seguro, me pareció ver a Beverley entre los bailarines, y sentí una punzada de dolor.

—¿Habrá bailes en Londres? —preguntó Ash. Parecía tan nervioso como antes lo había estado Beverley.

—Desde luego —le dije.

Subimos al Jaguar y tomamos la A308 y luego la M25 en dirección a mi hogar.

—¿También se bebe? —preguntó Ash. Tenía muy claras cuáles eran sus prioridades.

—¿Has estado alguna vez en Londres? —le pregunté.

—No —dijo Ash—. Nunca he estado en una ciudad. A nuestro padre no le gusta ese tipo de lugares.

—No te preocupes. Viene a ser como el campo —le dije—. Sólo que hay más gente.

A
GRADECIMIENTOS

Antes de nada, quiero dar las gracias a Andrew Cartmel por todo su apoyo. No hay amor más grande que dar el último billete de cinco libras a un colega. Sin menospreciar el esfuerzo de James, el otro Andrew, Marc, Kate y Jon. Una vez acabado el manuscrito llegaron los dos Johns (a.k.a. der Management). Jo de Gollancz y Betsy de Del Rey. Por último, me gustaría dar las gracias a todo el personal de Waterstone’s en Covent Garden, pasado y presente, por su apoyo, incluso cuando amenazaba con matarlos de aburrimiento.

BEN AARONOVITCH, ha escrito guiones para muchas series televisivas de gran éxito, como
Casualty
, la añorada
Jupiter Moon
y
Doctor Who
. Su guión para
Remembrance of the Daleks
se considera un clásico dentro de
Doctor Who
. Ha publicado varias novelas, y cuando no escribe trabaja como librero. Más información en
www.the-folly.com
.

N
OTAS

[1]
Alusión a una célebre frase del presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt, quien en cierta ocasión dijo que en política exterior había que hablar con suavidad y llevar un garrote muy grande.
<<

[2]
Alusión a William Blake (1757-1827), poeta inglés muy conocido, entre otros motivos, por sus visiones místicas.
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[3]
En inglés, «Brook» significa arroyo, riachuelo, y también puede ser un apellido. «Beverley Brook» podría ser un nombre inglés, pero, al mismo tiempo, también es el nombre de un pequeño río que efectivamente existe en Londres.
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