Ritos de Madurez

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

 

El primer volumen de la trilogía
Xenogénesis
de
Octavia Butler
fue recibido con aplausos generalizados: «Una de las historias de contacto con alienígenas más innovadoras que haya aparecido en muy largo tiempo», escribía
Time Out
, que continuaba: «Cargado de ideas y poderosamente escrito, este es el tipo de libro que devuelve a uno la confianza en la ciencia ficción.»

Ritos de madurez
lleva la historia a su siguiente estadio. En
Amanecer
conocimos a los alienígenas oankali, que habían salvado a los restos de la Humanidad al precio de forjar una nueva especie, en parte humana en parte alienígena.
Ritos de madurez
es la historia de Akin, el niño mestizo de humano y oankali, y su lucha por sobrevivir y superar el miedo, lass sospechas y el odio de los humanos normales.

Octavia Butler

Ritos de Madurez

Xenogénesis II

ePUB v1.0

Zacarías
01.08.12

Título original:
Xenogenesis: II - Ritos de Madurez.

Octavia Butler, 1988

Traducción: Luís Vigil

Ilustraciones: Antoni Garcés

Editor original: Zacarias (v1.0)

ePub base v2.0

A Lynn…: ¡escribe!

I - LO
1

Recordaba mucho de su estancia en la matriz.

Mientras estaba allí, empezó a darse cuenta de los sonidos y de los sabores. No significaban nada para él, pero los recordaba. Y, cuando volvían a presentarse, se daba cuenta de que ya le eran conocidos.

Cuando algo lo tocó, supo que era algo nuevo…, una nueva experiencia. El contacto le sobresaltó al principio, luego le resultó reconfortante. Penetraba sin dolor en su piel y lo calmaba. Cuando se retiró, se sintió privado de algo, solo por primera vez. Cuando regresó, se sintió complacido…, otra sensación nueva. Cuando hubo experimentado algunos de estos abandonos y regresos, aprendió a sentir expectación.

No aprendió lo que era el dolor hasta que fue hora de que naciera…

Podía sentir y saborear los cambios que se sucedían en su derredor: el lento girar de su cuerpo; luego el repentino empujón, con la cabeza por delante; la compresión, primero en la cabeza, luego gradualmente a lo largo de todo su cuerpo. Le dolía de un modo sordo, como lejano.

Y, sin embargo, no tenía miedo. Esos cambios eran los adecuados. Y era la hora en que debían producirse. Su cuerpo estaba preparado. Era impulsado en su camino por impulsos regulares, y reconfortado, de tanto en tanto, por el contacto de su familiar compañero.

¡Se hizo la luz!

Al principio, la visión fue un destello cegador de sobresalto y dolor. No podía escapar a la luz. Se hizo más brillante y dolorosa, alcanzando el máximo cuando cesó la compresión. Ninguna parte de su cuerpo estaba libre del punzante y crudo brillo. Luego lo recordaría como calor, como quemadura.

Se enfrió bruscamente.

Algo hizo cambiar la luz. Aún podía ver, pero el ver ya no era doloroso. Su cuerpo fue frotado suavemente, mientras yacía sumergido en algo blando y confortable. No le gustaba aquel frotar. Hacía que la luz pareciese parpadear y desvanecerse, tras lo que volvía de golpe la visibilidad. Pero era la presencia familiar la que le tocaba, le sostenía. Permanecía con él, y le ayudaba a soportar sin miedo el frote.

Estaba envuelto en algo que le tocaba por todas partes, menos en el rostro. No le gustaba el tacto pesado que tenía, pero amortiguaba la luz y no le hacía daño.

Algo tocó un lado de su rostro, y se volvió, con la boca abierta, para tomarlo. Su cuerpo sabía lo que debía hacer. Chupó, y fue recompensado con alimento y con el sabor de un cuerpo que le era tan familiar como el suyo propio. Por un tiempo, incluso supuso que era el suyo…, siempre había estado con él. Podía oír voces, incluso podía distinguir sonidos individuales, aunque no comprendía ninguno de ellos. Atraían su atención, su curiosidad. También recordaría aquello, cuando fuera mayor y pudiera comprenderlos. Pero le gustaban las suaves voces, aun sin saber lo que eran.

—Es hermoso —decía una de las voces—. Parece completamente humano.

—Algunas de sus características son sólo cosméticas, Lilith. Incluso ahora, sus sentidos están más dispersos por todo su cuerpo de lo que lo están los tuyos. Es… menos humano que tus hijas.

—Supuse que así sería. Sé que tu pueblo aún está preocupado por los machos nacidos de humanas.

—Eran un problema no resuelto. Creo que ya lo hemos solucionado.

—Pero, ¿sus sentidos están bien?

—Naturalmente.

—Supongo que eso es lo único que puedo esperar. —Un suspiro—. ¿Debo darte las gracias por proporcionarle este aspecto…, por hacerlo parecer humano, para que así pueda amarlo… al menos durante un tiempo?

—Nunca antes me has dado las gracias.

—…No.

—Y creo que aún sigues amándolos, incluso cuando cambian.

—No pueden evitar ser lo que son…, lo que se han convertido. ¿Estás seguro de que todo lo demás está también bien? ¿Todas las piezas desparejas de que se compone se acoplan lo mejor que pueden?

—Nada en él es desparejo. Y es muy sano. Tendrá una larga vida, y será lo bastante fuerte como para poder soportar todo lo que deba soportar.

2

Él era Akin.

Cuando se producía este sonido, había cosas que le tocaban. Le reconfortaban o le daban comida, o lo alzaban y le enseñaban. Le era dada comprensión, cuerpo a cuerpo. Aprendió a percibirse a sí mismo como él mismo…, algo individual, definido, separado de todos los contactos y los olores, de todos los sabores, visiones y sonidos que llegaban hasta él. Era Akin.

Y, sin embargo, llegó a saber que también era parte de la gente que le tocaba…, que, dentro de ellos, podía hallar fragmentos de sí mismo. Era él mismo, y también era esos otros.

Aprendió, rápidamente, a distinguirlos por su sabor y su tacto. Le llevó más el reconocerlos por la vista y el olfato; pero, para él, el sabor y el tacto eran casi una única sensación. Ambas le habían sido familiares desde hacía mucho.

Desde su nacimiento había escuchado diferentes voces. Ahora empezó a asignar identidades a esas diferencias. Cuando, a unos pocos días de su nacimiento, había aprendido su propio nombre, y era capaz de decirlo en voz alta, los otros le enseñaron sus nombres. Los repetían cuando veían que habían conseguido su atención. Le dejaban ver sus bocas formando las palabras. Aprendió rápidamente que cada uno de ellos podía ser llamado por un grupo de dos sonidos, juntos o por separado.

Nikanj Ooan, Lilith Mamá, Ahajas Ty, Dichaan Ishliin…, y el que nunca se le acercaba, a pesar de que Nikanj Ooan le había enseñado su tacto, sabor y olor. Lilith Mamá le había enseñado una impresión visual, y él la había estudiado con todos sus sentidos: Joseph Papá.

Llamó a Joseph Papá y, en lugar de él, llegó Nikanj Ooan y le enseñó que Joseph Papá estaba muerto. Muerto. Terminado. Ido para nunca volver. Y, sin embargo, había sido parte de Akin, y Akin debía conocerlo, como conocía a sus padres vivos.

Akin tenía dos meses de edad cuando empezó a construir frases simples. No le bastaba con ser alzado en brazos y que le enseñasen.

—Va más deprisa que la mayoría de mis chicas —comentó Lilith, mientras lo colocaba contra su costado y le dejaba beber.

Podría haberle resultado difícil aprender de su piel lisa, que en nada le ayudaba, de no ser porque le resultaba tan familiar como la suya propia…, y superficialmente era como la suya propia. Nikanj Ooan le había enseñado a usar su lengua, el menos humano de sus órganos visibles, para estudiar a Lilith mientras ésta lo alimentaba. A lo largo de muchas alimentaciones, probó tanto su leche como su piel. Era una avalancha de sabores y de texturas: leche dulce, piel salada, suave en algunas partes, rugosa en otras. Se concentró en uno de los lugares suaves, enfocando toda su atención en estudiarlo, percibiéndolo en profundidad, minuciosamente. Captó las muchas células de su piel, vivas y muertas. La piel de ella le enseñó lo que significaba estar muerto. Su capa externa, muerta, contrastaba tremendamente con lo que podía percibir de la carne viva que había debajo. La lengua de él era tan larga, sensible y maleable como los tentáculos sensoriales de Ahajas y Dichaan. Lanzó un filamento de la misma al interior del tejido del pezón de ella. La primera vez que había intentado aquello le había hecho daño, y el dolor había sido canalizado hacia él a través de su lengua. El dolor había sido tan agudo y anonadante que se había retirado, llorando y gimiendo.

Se negó a dejarse reconfortar hasta que Nikanj le enseñó a sondear sin causar daño.

—Fue —había comentado Lilith— como si te clavaran una aguja ardiente y despuntada.

—No lo volverá a hacer —le había prometido Nikanj.

Akin no lo había vuelto a hacer. Y había aprendido una lección importante: que compartiría cualquier dolor que causase. Por consiguiente, era mejor no ocasionar dolor alguno. Pasarían meses antes de que supiese lo inusual que era, para un bebé, el reconocer el dolor en otra persona y el reconocerse a sí mismo como la causa de ese dolor.

Ahora percibió, a través del filamento de carne que había extendido al interior de Lilith, zonas de células vivas. Se enfocó en unas pocas de esas células, en una única célula, en partes de dicha célula, en su núcleo, en los cromosomas del interior de este núcleo, en los genes que había en los cromosomas. Investigó el ADN que constituía los genes, los nucleótidos de ese ADN. Había algo, más allá de los nucleótidos, que no acertaba a percibir…, un mundo de partículas más pequeñas cuyo límite no podía cruzar. No entendía por qué no podía dar este último paso…, si es que era el último. Le frustraba el que algo se hallase más allá de su percepción. Sólo sabía de él a través de sensaciones oscuras, intangibles. Cuando se hizo mayor llegó a pensar en aquello como en un horizonte: siempre alejándose cuando se acercaba a él.

Pasó su atención de la frustración de lo que no podía percibir a la fascinación de lo que sí podía. La carne de Lilith era mucho más excitante que la de Nikanj, Ahajas y Dichaan. Había algo equivocado en ella…, algo que no entendía. Era al mismo tiempo aterrador y seductor. Le decía que Lilith era peligrosa, a pesar de que también era esencial. Nikanj era interesante, pero no peligroso. Ahajas y Dichaan eran tan parecidos que tenía que esforzarse para percibir diferencias entre ellos. En algunos aspectos, Joseph había sido como Lilith: mortífero e impositivo. Pero no había sido tan parecido a Lilith como Ahajas lo era a Dichaan. De hecho, aunque si bien estaba claro que, al igual que Lilith, era humano y nativo de este lugar, de esta Tierra, no había sido pariente de Lilith. Ahajas y Dichaan eran hermanos, como lo eran la mayoría de los componentes masculino y femenino de los tríos matrimoniales oankali. Joseph no estaba relacionado con ella, como también era el caso de Nikanj…, pero, aunque Nikanj era un oankali, también era un ooloi, ni hombre ni mujer, un neutro. Se suponía que los ooloi no debían de ser familiares de sus cónyuges hembra y macho, para que así pudieran enfocar su atención en las diferencias genéticas de dichos cónyuges, y así poder construir sus hijos sin cometer errores peligrosos, debidos a una excesiva familiaridad y a un exceso de confianza.

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