Sepulcro

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Authors: Kate Mosse

Tags: #Histórico, Intriga

 

Octubre de 1891: Léonie Vernier, que tiene dieciseiete años, y su hermano Anatole abandonan las callles parisinas alumbradas por lámparas de gas para trasladarse al santuario del Domaine de la Cade, algunas millas al sur de la ciudad medieval de Carcasona. Pero, en los bosques que rodean a la incomunicada casa solariega, Leonie se tropieza con las ruinas de un sepulcro visigodo, y también con un misterio eterno cuyas pistas están marcadas con sangre. Una vez que Leonie empieza a levantar las capas del pasado, descubre la existencia de unas cartas del Tarot de las que se rumorea que tienen poderes sobre la vida y la muerte.

Octubre de 2007: Investigando la biografía del compositor Claude Debussy en la aparente tranquilidad de las laderas de los Pirineos, Meredith Martin también está buscando la clave para resolver su propio y complejo legado. Armada con una inolvidable pieza para piano y una fotografía color sepia, pronto se verá inmersa en la historia de un trágico amor, una chica desaparecida, un alma intranquila y los extraños eventos de una noche cataclísmica de hace más de un siglo.

Kate Mosse

Sepulcro

ePUB v1.1

Reagal
21.05.12

Título original:
Sepulchre

Autor: Kate Mosse

Fecha de publicación: 2007

Traducción: Miguel Martínez-Lage

Retoque portada: Manuel Berrocal

Editor original: Reagal (v1.0 a v1.1)

Corrección de erratas: MayenCM

SÉPULTURE
/ SEPULTURA

Si par une nuit lourde et sombre

Un bon chrétien, par charité

Derriére quelque vieux décombre

Enterre votre corps vanté,

Á Pheure oú les chastes étoiles

Ferment leurs yeux appesantis,

L'araignée y fera ses toiles,

Et la vipére ses petits;

Vous entendrez toute l'année

Sur votre tete condamnée

Les cris lamentables des loups

Et des sorciéres faméliques,

Les ébats des vieillards lubriques

Et les complots des noirs filous.

/Si en noche lóbrega y opresiva,

/un cristiano, por caridad,

/enterrase con loas vuestro cadáver

/tras unas ruinas antiguas,

/cuando los ojos de las estrellas castas

/cierran sus pesados párpados,

/allí tejerá su tela la araña

/y allí pondrá la víbora sus huevos;

/durante el año entero

/han de resonar en vuestras cabezas condenadas

/los alaridos plañideros

/de los lobos, de las brujas famélicas,

/los gemidos de los viejos lúbricos

/y los siniestros designios de los conspiradores.

Charles Baudelaire, 1857

«L'áme d'autrui est une forét obscure oú il faut marcher avec précaution».

[El alma de otro es una selva oscura en la que uno ha de adentrarse con cautela].

Claude Debussy, en una carta de 1891

«El verdadero Tarot es simbolismo; no habla otro lenguaje, no propone otros signos».

Arthur Edward Waite,
Clave pictórica del Tarot,
1910

N
OTA DE LA AUTORA SOBRE EL TAROT DE VERNIER

E
l Tarot de Vernier es una baraja imaginaria, diseñada específicamente para Sepulcro, pintada por el artista Finn Campbell-Notman y basada en la clásica baraja de Rider Waite (1910).

Los expertos no han logrado ponerse de acuerdo sobre los antiquísimos orígenes del tarot: Persia, China, el Antiguo Egipto, Turquía o la India son algunas de las posibilidades que existen, todas por derecho propio. Sin embargo, el formato de las cartas que relacionamos hoy en día con el tarot, según suele aceptarse, proviene de la Italia de mediados del siglo XV. Hay cientos de barajas, y todos los años aparecen nuevos diseños en el mercado. La más popular sigue siendo el Tarot de Marsella, con sus inconfundibles ilustraciones en intensas tonalidades, amarillo, azul y rojo, así como la Baraja Universal de Waite, de carácter más narrativo, ideada en 1916 por un ocultista inglés llamado Arthur Edward Waite, con ilustraciones de una artista norteamericana, Pamela Colman Smith. Es la baraja que emplea Solitaire en Vive y deja morir, la película de James Bond.

Quienes deseen averiguar más detalles y profundizar en el tarot tienen a su disposición infinidad de libros y de páginas web. La mejor guía en general es la de Rachel Pollack, titulada An Illustrated Guide to the Tarot, y publicada por Dorling Kindersley. El castillo de los destinos cruzados, la novela que publicó ítalo Calvino en 1973, también es una lectura esencial.

P
RELUDIO

Miércoles, 25 de marzo de 1891

E
sta historia arranca en una ciudad de huesos. En los callejones donde habitan los muertos. En el silencio de los bulevares, de los paseos, de los callejones sin salida del cementerio de Montmartre, en París, un lugar poblado por las tumbas y los ángeles de piedra y los espectros detenidos de quienes caen en el olvido antes de quedar sus cuerpos fríos en sus sepulturas.

Esta historia comienza con los vigilantes de las puertas de entrada, con los pobres y los desesperados de París, que han venido a sacar provecho de una pérdida ajena. Los mendigos boquiabiertos y los menesterosos de mirada penetrante, los fabricantes de coronas fúnebres y los vendedores de baratijas que hacen las veces de exvotos, las muchachas que improvisan flores de papel, los cocheros que aguardan ante sus caballos, ante sus coches, con la negra capota y los cristales velados.

La historia empieza con la pantomima de un entierro. En una pequeña esquela publicada en
Le Fígaro
se anunció el lugar, la fecha, la hora, aunque son pocos los que han acudido. Es un grupo muy poco numeroso, velos negros, gabanes de día, botas abrillantadas y paraguas extravagantes para guarecerse de la irracional lluvia de marzo.

Léonie, cuyo rostro llamativo queda oculto bajo el encaje negro del velo, se encuentra ante la tumba abierta junto a su hermano y su madre. De los labios del sacerdote caen los tópicos de costumbre, las consabidas palabras sobre la absolución y la vida en el más allá, que dejan fríos los corazones, intactas las emociones e inamovible la indiferencia. Con la fealdad del alzacuellos sin almidonar, con los vulgares zapatos de hebilla, con la tez grasienta, nada sabe él de las mentiras y de los hilos del engaño que han desembocado en esta parcela del cementerio en el decimoctavo
arrondissement,
en las afueras del norte de París.

Léonie tiene los ojos secos. Al igual que el sacerdote, no está al corriente de los grandes acontecimientos que se van a desarrollar en esta tarde de lluvia. Cree que ha acudido para asistir a un entierro, a ese momento con que se conmemora el final de una vida. Ha venido a rendir sus últimos respetos a la amante de su hermano, a una mujer a la que no conoció en vida. A dar apoyo moral a su hermano, abrumado por la pena.

Léonie tiene los ojos clavados en el féretro que en esos momentos desciende a la tierra mojada, al hueco en que habitan los gusanos y las arañas. Si se diera la vuelta sobre sus talones y lo hiciera deprisa, si sorprendiera ahora a Anatole sin que éste se diera cuenta, vería la expresión que se pinta en el rostro de su amado hermano y le causaría desconcierto. No es el dolor de la pérdida lo que aflora en sus ojos, sino más bien un extraño alivio.

Y como no se vuelve sobre sus talones, tampoco repara en el hombre que lleva un sombrero de copa de color gris y un chaqué, y que se guarece de la lluvia a la sombra de los cipreses, en el rincón más alejado del cementerio. Es una figura nítida, de silueta impecable: uno de esos hombres que, con sólo verlos, basta para que
une belle parisienne
se lleve la mano al cabello y alce levemente los ojos por debajo del velo que los cubre. Sus manos anchas, fuertes, envueltas en guantes de cabritilla hechos a medida, descansan con un ademán perfecto sobre la empuñadura de su bastón de caoba. Son manos con las que podría rodear del todo una fina cintura, manos con las que no le sería difícil atraer hacia sí a una amante, manos con las que sabría acariciar una pálida mejilla.

Está a la espera de no se sabe qué, con una expresión de gran intensidad en el rostro. Sus pupilas son negras cabezas de alfiler en el centro de unos ojos azul intenso.

Un recio golpe de la tierra sobre la tapa del féretro. Las palabras del sacerdote se apagan en lo más sombrío del aire.


In nomine Patri, et Filii, et Spiritus Sancti.
Amén. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Se persigna y se marcha.

Amén. Así sea.

Léonie deja caer la flor que esta misma mañana ha arrancado en el parque de Monceau, una rosa que sirva de recordatorio. El capullo traza una espiral en su caída, al precipitarse en el aire helado, un destello de blancura que cae despacio al soltarlo sus dedos, envueltos en guantes negros.

Descansen en paz los muertos. Que duerman el sueño de los justos.

Arrecia la lluvia. Pasadas las verjas del cementerio, altas, de hierro forjado, las torres y las cúpulas de París se hallan envueltas en un sudario entre perla y plata. Amortigua el sonido de los carruajes que pasan traqueteando por el bulevar de Clichy y los lejanos chirridos de los trenes que salen de la estación de Saint-Lazare.

Los dolientes se disponen a abandonar la tumba. Léonie roza el brazo de su hermano. El le da una palmadita en la mano y permanece cabizbajo. Cuando salen del cementerio, Léonie ante todo espera y desea que éste sea el fin. Espera y desea que después de los últimos, funestos meses de persecución y de tragedia, por fin llegue el momento de olvidar todo lo ocurrido.

El momento en que dejen atrás las sombras y comiencen de nuevo a vivir.

Pero en esos precisos instantes, a muchos cientos de kilómetros al sur de París, algo empieza a moverse. Despacio.

Una reacción, una conexión, una consecuencia. En los antiquísimos hayedos que hay algo más arriba de una localidad famosa por su balneario y que en su día estuvo de moda, un pueblo llamado Rennes-les-Bains, un soplo de viento despereza las hojas de las hayas. Es música que se escucha, pero es música callada.

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