Sin historial (25 page)

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Authors: Lissa D'Angelo

Tags: #Ciencia ficción, #Romántico, #Juvenil

—Sí que lo hubieras notado. Supongo que te debo una disculpa.

—¿Por qué?

—Permití que albergaras esperanzas, eso no está bien. No nos dañamos entre hermanas, nuestra lucha es contra los hombres, no entre pares.

—Es usted una hipócrita.

—Cuidado —su voz me congela la sangre, tan efectiva como lo sería una estaca de hielo en el centro de mi corazón—. Mírate, no llevas ni una semana en compañía de ellos y estás convertida en una salvaje.

—Y usted en una estatua de hielo.

—Si eso es lo que crees, no puedo hacerte cambiar de opinión, por ahora me aseguraré de que entiendas de una vez la diferencia.

—¿Y cómo piensa lograr eso? ¿Con polvo de Valeriana?

Ella suelta una risa horrenda que me eriza los pelos de la piel.

—No te creas tan astuta, sé muy bien que eso no se aplica a ti. Necesitaba una vía para encontrarte llegado el momento, por eso permití que te saltaras el proceso que dictaba la tradición, pero veo que los papeles se invirtieron y terminaste siendo tú quién vino en mi búsqueda. ¿No te parece maravilloso el destino?

—¿Por qué harías eso?

—¿No leíste el libro que te dio Irah?

—Algo, bueno, sólo el principio y las hojas finales, no tenía tiempo y estaba demasiado nerviosa para leer —mis palabras salen atropelladas una tras otra, probablemente porque son una puras mentiras—. A propósito ¿Cómo sabes tú lo de Irah?

—¿Lo del libro?

Ni siquiera soy capaz de asentir, estoy más allá de la confusión, todo me da vueltas y tengo frío.

—¿O lo de Irah? Mejor partamos por el principio. ¿De verdad piensas que nuestras autoridades podrían perder algo tan valioso como ese libro en cualquier lugar? Por cierto, sobre Irah, es un grandioso ilustrador. ¿Ya viste las gráficas de la tienda de juguetes?

Pestañeo aturdida, no hay coherencia en las palabras de esta mujer, está loca, como todas.

Poco a poco siento como la verdad se va abriendo paso en mi cabeza.

—Tú lo pusiste ahí apropósito, sabías que lo encontraría.

—Él quería saber.

—¿Y esperas que me crea que sólo le dejaste el libro para ayudarlo?

Una mueca extraña tira de su boca, casi parece una sonrisa, pero es demasiado apática para saber lo que es eso.

—¿Cómo podría no hacerlo?, se trataba de uno de mis hijos, claramente no el mejor —, levanta el teléfono que está sobre el escritorio y me regala una mirada calculadora antes de llevarse el auricular al oído—. Háganlo pasar —ordena y al instante, las puertas de hierro se abren.

Uno de los gatos que Irah me presentó cuando caminábamos hacia su casa desde el bosque, ingresa al salón. Su largo cabello negro y sus ojos azules son difíciles de olvidar, porque aún me resultan aterradores. Al principio permanece inmóvil, esperando aburrido hasta que repara en mí, me mira confundido, no parece entender lo que sucede.

—¿Me llamó madre?

Y así de rápido, con esas tres palabras, la única parte intacta que quedaba en mi corazón termina por demolerse.

—¿Madre? —pregunto y él levanta una ceja engreído. Sin embargo no se dirige a mí.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Aunque no fuiste capaz de encontrarla tú mismo, te la voy a dar, es un regalo no una recompensa, así que no te dejes llevar.

—¿Cuánto?

Ella niega.

—No seas mezquino, sólo tienes unas horas. Está en ti aprovecharlas hijo mío, demuéstrale lo que es un hombre de verdad.

—¿Qué hace?

Ella me da una mirada compasiva antes de responder.

—Los hombres son bestias, traté de advertirte, pero no quisiste escuchar —sus ojos azules se llenan de lágrimas—. Siempre he intentado protegerlas, mantenerlas en La Grata, apartadas de este mundo degenerado, pero supongo que no importa lo que haga, usted señorita Sonnenschein, está determinada a ver para creer, y qué mayor prueba que mi propio hijo.

Suelta un suspiro dolido y desaparece por la puerta, el tipo de cabello largo se apresura en cerrarla tras de ella. Soy capaz de oír el seguro desde mi silla—. Cuando escuché el anuncio, supe de inmediato que se trataba de ti. Imagínate mi alegría cuando vi las fotos y resultaste ser una de ellas.

—¡Virgen!

—Ya le pondremos remedio a eso —dice, con una emoción enfermiza en su tono de voz.

21:00

Abro los ojos lentamente, mi cabeza va a estallar, se siente como los efectos secundarios de una noche intensa, pero no recuerdo haber invitado gente a casa.

Me levanto de la cama y es bastante estúpido admitir que tropiezo con mi propia ropa al levantarme.

—Mierda—me siento en la cama molesto por la idiotez y preparo una bolita con la ropa, dispuesto a arrojarlo contra la pared. Pero no se trata de mi camiseta, sino de uno de mis pijamas grises.

Me dirijo al armario y me encuentro con una caja roja a medio tapar.

—¿Qué hacen tantas fotos de gatos aquí?

—¿Qué gatos? —escucho a mis espaldas, me giro sólo para encontrar el rostro de Jairo, mi compañero de cuarto y mejor amigo, apoyando la cabeza al costado de mi puerta.

—No lo sé, está lleno de fotos ahí.

—¿Quizás tuviste una noche loca?

Le doy una mirada aburrida, ambos sabemos que hace años que no salgo de “farra”. No sabría definir la fecha en realidad, no es un recuerdo claro en mi mente, sólo sé que un día me levanté y decidí que no quería jugar más.

—¿Oye desde cuándo estás tan vanidoso?

—Déjate de joder y prepara el desayuno.

—Uy, ella, la que usa bloqueador.

—¿Cuándo mierda he usado yo bloqueador?

—Cuando bajé a la cocina vi uno sobre el refrigerador, no es mío, así que sólo debe ser tuyo.

—Mierda, traje a alguien a casa.

—Puedes apostar que sí.

Jairo se va y aprovecho para revisar el buró en busca de otras cosas, un labial, un número. No lo sé, algo, no acostumbro utilizar Meretrixes, es escalofriante y sorpresivo a la vez.

—Irah —oigo a Jairo gritar desde algún lugar cerca de la cocina—, tenemos un problema.

—¿Qué pasó ahora?

—¡Ven al baño, date prisa!

—Ya voy —saco una toalla del armario y me dirijo al baño—. ¡Mierda!.

—Exacto, eso mismo estaba pensando.

Toda mi ducha está manchada con sangre, también un montón de ropa mía, ciertamente dos de esas camisetas me pertenecen, y los pantalones moteados que utilizo para mis salidas al bosque.

También hay un pantaloncillo de mezclilla, más pequeño, de mujer, un corpiño y unas pantaletas completamente teñidos de rojo.

—¿Qué mierda hice ayer?

—Te recomiendo llamar a un abogado.

Una hora después, estoy en el despacho de mi madre, con un cargo de conciencia espantoso.

—Siempre has hecho lo que quieres porque eres el menor —dice ella mientras da una mirada molesta a mi tío, él como siempre, se sienta sobre su escritorio y se lleva un puro a la boca para evitar mirarme, también yo lo haría si fueron tío y padre de un chico a la vez.

Al menos ya no lo hacen a la antigua, eso sí que debió se traumático, por no decir trágico, tirarte a tu hermana… Mierda, se necesita más que agallas para eso, se necesita estómago y un cerebro muy jodido.

Hoy en día usaban la inseminación, por supuesto, sólo la familia lo sabe, los que compartimos sangre y esos son sólo cuatro: mi madre, tío Evian, el idiota de mi hermano mayor, Aitor y yo.

—Pero esta vez es diferente, esta vez tendrás que pagar.

—Lo sé.

—Hablo en serio Irah, toda lección requiere un sacrificio.

—Repites eso tanto que lo aprendí de memoria.

—Muy bien, porque lo que voy a hacer ahora es por tu bien, para que abras los ojos de una vez y aprendas cuál es tu lugar en este mundo.

Mamá se acerca a mí y envuelve mi rostro entre sus manos, esto no está bien, no recuerdo que lo haya hecho antes, pero tampoco recuerdo un montón de otras cosas, maldita la hora en que no traje mi diario. Sé que es trampa, pero cada uno hace lo que puede para hacer de la vida, algo más tolerable.

—Soy lo que soy.

—Eres mi hijo —dice entre dientes—, de sangre.

—El bastardo querrás decir, te esmeras en mantenerlo en secreto, ni tú ni el tío Evian hablan de mí. Por cierto, estoy aquí, no sacas nada con fingir no mirarme.

—Todo tuyo —dice el holgazán, cumpliendo con su papel de zángano y dejándome a solas con la bruja.

—Y bueno, ¿qué querías mostrarme?

—Espérame un segundo.

Mamá corre hacia su escritorio y me aterra lo emocionada que está cuando levanta el auricular.

—Sí, gracias, hágalas pasar.

Me acomodo sentado en una esquina del escritorio de mamá, mientras ella se reclina en su silla. Como si de una función de teatro se tratara.

La puerta se abre y entran dos Meretrix de la mano. Y no podrían lucir más diferentes.

Una es rubia platinada, con el cabello liso y recto hasta la altura de los hombros, tiene los ojos celestes y los ángulos de su rostro la hacen lucir demasiado seria en contraste a sus ojos infantiles. Trae exactamente el mismo vestido ocre que la otra chica, quién a diferencia de la rubia, no me deja ver su cara. Qué extraño.

—Pídele que se acerque por favor.

—Señorita Sonnenschein, acérquese.

La señorita Sonnenschein no lo hace, de hecho, la señorita Sonnenschein, inclina su rostro todavía más, si sigue así quedara de boca al piso.

—Señorita Sonnenschein ¿No aprendió acaso la lección?

La señorita Sonnenschein suelta un gemido indecible antes de arrastrar los pies en mi dirección.

—Es usted muy obediente —dice mi madre y puedo apreciar el placer en su voz. Mierda, esto es malo.

—Sabes, yo no vine a esto.

—Oh, claro que sí, necesito que veas sus ojos.

—¿Por qué? —pregunto sin humor, no estoy de ánimo para sus juegos—. No es nadie para mí.

—Sólo hay tres personas capaces de recordar. ¿No querías eso acaso? ¿No recuerdas que lo deseabas más que a nada?

—Qué hay con eso.

—Sucede que metiste la nariz y el cuerpo entero en asuntos del Estado, traicionaste a tu familia, me traicionaste a mí —mamá dice esto como si se tratara de una receta, no podría ponerle menos emoción aunque se esforzara.

—Explícate por favor.

—No tengo tiempo para eso, una de ellas debe volver, la otra tiene que quedarse. Elige ahora o lo haré yo.

—¿Qué? —pregunto saltando del escritorio y observándola sin dar crédito. Enloqueció, mamá realmente enloqueció. La demencia en los genes de nuestra familia, finalmente alcanzó a uno de nosotros.

—No me metas a mí en tus asuntos, no voy a ensuciarme las manos.

—¿Qué no te meta? Fuiste tú quien nos metió a nosotros ¡La llevaste a tu casa! ¡La trajiste a la ciudad!

¿Llevarla a mi casa? Joder, sólo… ¡Joder!

«¿Me la habré tirado?», pero qué pregunta tan de mierda, seguro que lo hice, ¿por qué otra razón podría haber llevado a una chica a casa? Aún así, toda esta situación es demasiado rara.

—Pues no lo recuerdo —digo cruzándome de brazos—. ¿No es eso lo bueno de nuestra maldición? Perdemos nuestra historia, pero ¿qué diablos? da igual, mientras podamos hacer lo que queramos sin pensar en las consecuencias, mal que mal, nadie las recordará.

—Irah, estoy haciendo un esfuerzo —ella abre sus dedos y los cierra a la vez, mientras observa sus uñas Siempre hace eso cuando está cerca de su límite—. Todavía tengo que preparar la pauta para la semana.

—Sí, sí, sí… Tú y tus clases de historia. ¿Sabes lo que puedes hacer con tus pautas? Por mi puedes ir y…

Y me quedo viendo a la pequeña Meretrix que, ahora yace arrodillada frente a nosotros, no entiendo porque sigue ocultándome su rostro. Vamos, que ni siquiera llora, no de forma audible por lo menos.

Siento una clavada en el estómago cuando capto un atisbo de sus piernas, bueno, lo poco que deja a la vista el vestido, pero es lo suficiente para notar que está manchada de sangre.

—¿Qué le hiciste? —pregunto a mamá sin apartar la vista de la chica—. ¿No es una Meretrix verdad?

—Bingo, y no le hice nada malo, al contrario, fue un favor.

—Especifica el favor.

—Se la ofrendé a tu hermano.

—¡¿Qué tú hiciste qué?!

Sin poder evitarlo, camino hacia la niña. La pequeña no debe tener más de quince años. Por supuesto, retrocede como un perrito asustado cuando llego hasta donde está. ¿De qué me sorprendo? Se la pasó a Aitor, apostaría que ese pedazo de mierda ni siquiera se detuvo a meditarlo. En medio de la ira, logro escuchar los balbuceos de mi madre.

—No tuve más opción. Ella tenía ideas… erróneas sobre tu clase.

—¿Cómo de qué tipo? —pregunto, debatiéndome si cogerla en brazos será una idea buena o le hará peor.

—Bueno, ¿pero si no soy yo quién hace las preguntas? Elige Irah, hazlo ahora o lo haré yo.

Fijo mi vista en la chica rubia, pero actúa tan fría, tan normal, como si esto no la afectara en absoluto. Una fuerza desconocida me hace enfurecerme con ella, lo que no tiene sentido, ya que nunca la he visto en mi vida. Vuelvo mi vista hacia la señorita Sonnenschein y su cara sucia apenas se aprecia entre las malezas de cabello. Estiro mi mano para correrlo, pero ella aleja la cabeza con una rapidez arrolladora.

—Es sólo que no entiendo por qué tengo que hacerlo.

—Te repito, ella es la niña que durmió en tu cama anoche.

—Y qué

—Sí Irah… Toda esa sangre, todo ese hedor.

—Pero, tú dijiste…

—Yo sólo estoy contándote los hechos. Se la pasé a tu hermano porque no terminaba de entender. Los hombres iban a lastimarla, sé lo repetí muchas veces, es su naturaleza, la esencia del hombre. Si no eras tú, sería tu hermano, o cualquier otro degenerado de afuera. Ahora o más tarde, sólo era cuestión de tiempo Y bueno, hablando de tiempo, ya no tengo más, así que… ¿vas a elegir o tendré que hacerlo yo?

—Por favor —ruega la señorita Sonnenschein en un hilo de voz—. Máteme.

—Sólo porque no recuerde no significa que no sienta —me oigo decir y aunque lo he dicho yo, no le encuentro el sentido, pero ayuda a que la señorita Sonnenschein alce un poco el rostro.

—La escojo a ella —digo en voz alta.

Porque lo sé, en ese momento, mientras la veo implorar su propia muerte, soy consciente de lo obvio. Yo he dañado a esta mujer, incluso si no lo recuerdo, sé que es así y la impotencia sabe peor que la culpa. Ella sólo quería olvidar el pasado y yo…

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