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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (19 page)

Paciente:
No, porque entonces la piel no me molestaba demasiado y pensaba que en cuanto tuviera la oportunidad de ir a un médico aquello se arreglaría, ¿entiende?

Doctora:
¡Ah!

Paciente:
Pero no fue así.

Doctora:
¿Es católica su mujer?

Paciente:
Sí. Ella se convirtió al mismo tiempo que yo.

Doctora:
Ayer me dijo usted algo. No sé sí quiere que volvamos a hablar de ello. Yo creo que sería útil. Cuando le pregunté cómo se tomaba todo esto, usted me dio toda la escala de posibilidades que tiene un hombre... Habló de acabar con todo y pensar en el suicidio, y de por qué esto no era posible para usted. También habló de una actitud fatalista. ¿Podría repetir todo esto?

Paciente:
Bueno, dije que una vez un médico me había dicho: “Yo no podría, no sé cómo se lo tomará usted. Yo me mataría.”

Doctora:
¿Un médico dijo eso?

Paciente:
Sí. Y yo entonces dije: matarme está descartado porque soy demasiado cobarde para suicidarme. Eso elimina una posibilidad en la que no tengo que pensar. A medida que continuaba, fui librando mi mente de estorbos, para tener cada vez menos cosas en que pensar. O sea que rechacé la idea de matarme a base de eliminar la idea de la muerte. Entonces llegué a la conclusión de que, bueno, ahora estoy aquí, ahora puedo volver la cara a la pared o puedo llorar. O bien puedo intentar sacarle a la vida el poco de diversión y placer que pueda, teniendo en cuenta mi estado. Y ocurren ciertas cosas como que al estar viendo un buen programa de televisión o escuchando una conversación interesante, al cabo de unos minutos no te das cuenta del picor ni de que te encuentras incómodo. A todas estas pequeñas cosas yo las llamo gratificaciones y me imagino que si puedo reunir bastantes gratificaciones, uno de estos días todo será una gratificación y esto se extenderá hasta el infinito y todos los días serán buenos. O sea que no me preocupo demasiado. Cuando me encuentro mal, me distraigo más o menos o trato de dormir. Porque al fin y al cabo, el sueño es la mejor medicina que se ha inventado. A veces ni siquiera duermo, y me limito a estar echado tranquilamente. Uno aprende a encajar estas cosas, ¿qué remedio le queda? Puedes sacudirte, chillar, gritar y pegarte de cabeza contra la pared, pero cuando haces todo esto te sigue picando, sigues encontrándote muy mal.

Doctora:
El picor parece ser la peor parte de su enfermedad. ¿Tiene algún dolor?

Paciente:
Hasta ahora el picor ha sido lo peor, pero tengo las plantas de los pies tan llagadas que es una tortura hacerles soportar algún peso. Yo diría que, hasta ahora, el picor, la sequedad y las escamas han sido mi mayor problema. Estoy enzarzado en una guerra personal contra estas escamas. Llega a ser algo divertido. Llenas la cama de escamas y las sacudes, y generalmente salen volando toda clase de partículas. Las escamas suben y bajan como si tuvieran garras, y el esfuerzo llega a ser frenético.

Doctora:
¿Para deshacerse de ellas?

Paciente:
Para deshacerse de ellas, porque luchan contigo sin descanso. Y, cuando ya estás agotado, miras y todavía están allí. O sea que incluso pensé en un pequeño aspirador eléctrico, para mantenerme limpio. La limpieza llega a ser una obsesión, porque cuando te bañas y te cubres de bálsamo, a pesar de todo, no te sientes limpio. En seguida tienes la sensación de que necesitas otro baño. Ya te pasarías la vida entrando y saliendo del baño.

Doctora:
¿Quién le ayuda más en todo esto? En el hospital, quiero decir.

Paciente:
¿Quién me ayuda más? Yo diría que aquí todo el mundo prevé mis necesidades y me ayuda. Hacen muchas cosas que a mí ni siquiera se me habían ocurrido. Una de las chicas se fijó en que yo tenía los dedos llagados y tenía problemas para encender un cigarrillo. Oí que decía a las otras: “Cuando paséis por aquí, echad un vistazo y ved si quiere un cigarrillo.” Esto es algo inmejorable.

Doctora:
Se preocupan verdaderamente.

Paciente:
¿Sabe? Es maravilloso recordar que en todos los sitios donde he estado y en todos los momentos de mi vida, he gustado a la gente. Estoy profundamente agradecido por esto. Estoy humildemente agradecido. Nunca me he salido en mi camino, no me considero un benefactor. Pero hay bastantes personas en esta ciudad que podrían decir que les he ayudado, desde mis diferentes puestos de trabajo. Ni siquiera sé por qué, pero la gente se encontraba psicológicamente a gusto conmigo. Yo me esforzaba por ayudar a las personas a encontrarse a sí mismas. Y hay muchas personas que podrían explicar cómo las ayudé. Pero de la misma manera todos los que he conocido me han ayudado. No creo tener un solo enemigo en el mundo. Creo que no conozco a una sola persona en el mundo que me desee ningún mal. Mi compañero de habitación del colegio estuvo aquí hace un par de años. Hablamos de la época en que estábamos juntos en el colegio. Recordamos el dormitorio, cuando a cualquier hora del día alguien sugería: “Vayamos a poner patas arriba la habitación de fulano de tal.” Y venían y te sacaban materialmente de tu propio cuarto. Eran bromas limpias, rudas, pero de buena ley. Y él explicó a su hijo cómo manteníamos a raya y hacíamos frente a un montón de ellos. Los dos éramos fuertes, los dos éramos duros. Nosotros los echábamos a todos al pasillo, y nunca consiguieron poner nuestra habitación patas arriba. Con nosotros había un compañero de habitación que estaba en el equipo de corredores y corría los cien metros. Antes de que hubieran entrado cinco chicos por aquella puerta, él ya había salido y había recorrido todo el pasillo, que tenía unos setenta metros de largo. Nadie podía alcanzarle. Luego cuando se habían ido volvía, entonces juntos arreglábamos y limpiábamos la habitación, y nos íbamos todos a la cama.

Doctora:
¿Es ésta una de las gratificaciones en las que piensa?

Paciente:
Recuerdo todo esto y pienso en las tonterías que llegamos a hacer. Una noche nos reunimos irnos chicos y la habitación estaba fría. Nos preguntamos quién podría resistir más frió y naturalmente todos sabíamos que nosotros seríamos quienes resistiríamos más. Así que decidimos levantar la ventana. No había calefacción ni nada por el estilo y fuera la temperatura era de quince bajo cero. Recuerdo que yo llevaba uno de esos gorros de lana y dos pares de pijamas, una bata y dos pares de calcetines. Supongo que todos los demás hicieron lo mismo. Pero cuando nos despertamos por la mañana, todo lo que había en aquella habitación estaba congelado, sólido. Y si tocabas la pared te exponías a quedarte pegado a ella: estaba congelada. Tardamos cuatro días' en deshelar aquel dormitorio y en calentarlo. Ésta es la clase de tonterías que hacíamos, ¿sabe? A veces alguien me mira, ve una sonrisa en mi cara, y piensa: “Este tío está chiflado, se está volviendo loco.” Pero sólo es que estoy pensando en algo que me divierte. Ayer me preguntó usted qué es lo principal que pueden hacer los médicos y las enfermeras para ayudar al paciente. Depende mucho del paciente. Si estás verdaderamente enfermo, no quieres que te molesten en absoluto. Sólo quieres estar echado así y no te gusta que nadie te manosee o te tome la presión o la temperatura. Quiero decir que parece que cada vez que te pones a descansar hay alguien que quiere hacerte algo. Creo que los médicos y las enfermeras deberían molestarte lo menos posible. Porque en cuanto, verdaderamente, te encuentres mejor, ya levantarás tú mismo la cabeza y te interesarás por las cosas que pasan. Y entonces es cuando pueden entrar a verte y empezar poco a poco a animarte y a mimarte.

Doctora:
Pero, señor J„ cuando dejamos a los que están muy enfermos, ¿no se sienten más desdichados y más asustados?

Paciente:
No lo creo. No es cuestión de dejarlos solos, no quiero decir que haya que aislar a estas personas ni nada por el estilo. Sino que, tú estás allí, descansando tranquilamente, en la habitación, y viene alguien a ahuecarte las almohadas, y tú no quieres que te ahuequen las almohadas. Tienes la cabeza cómodamente apoyada. Todos tienen buena intención, por eso les sigues la corriente. Luego viene alguien más y te dice: “¿Quiere un vaso de agua?” cuando, si realmente quisieras un vaso de agua, lo pedirías. Pero te colocan el vaso de agua. Hacen esto por pura amabilidad, tratando de que estés más a gusto. Mientras que, a veces, en ciertos estados, sólo entonces si todos te ignoraran... te encontrarías mucho mejor.

Doctora:
¿Le gustaría que le dejáramos solo ahora también?

Paciente:
No, no demasiado, la semana pasada tuve...

Doctora:
Quiero decir ahora, ahora durante esta entrevista. ¿Le está cansando también?

Paciente:
¡Oh, cansándome! En realidad no tengo nada que hacer más que ir allí y descansar. Pero no veo que sea muy interesante alargarlo mucho, porque al cabo de un rato empiezas a repetirte.

Doctora:
Ayer estaba un poco preocupado por esto.

Paciente:
Sí, bueno, tenía razón para estar preocupado porque hace una semana, si me hubiera visto, ni siquiera habría pensado en hacerme una entrevista, porque al hablar dejaba las frases a la mitad, pensaba a medias. No habría sabido siquiera decir mi nombre. Pero ahora estoy muy lejos de aquello.

Capellán:
¿Qué cree que ha pasado esta última semana? ¿Otra gratificación de las suyas?

Paciente:
Bueno, las cosas van así, esto va por ciclos, ¿sabe?, como una gran rueda. Va dando vueltas, y con la nueva medicina que probaron conmigo espero que se atenúen estas diferentes sensaciones. Espero encontrarme verdaderamente bien o verdaderamente mal al principio. Ya pasé por la mala fase y ahora tendré una buena y me encontraré bastante bien, porque las cosas van así. Incluso si no tomo ninguna clase de medicina, si dejo que las cosas marchen por sí mismas.

Doctora:
O sea que ahora está entrando en una buena fase, ¿no es así?

Paciente:
Creo que sí.

Doctora:
Creo que ahora sí vamos a llevarle otra vez a su habitación.

Paciente:
Se lo agradezco.

Doctora:
Gracias a usted, señor J., por haber venido.

Paciente:
De nada.

El señor J., cuyos veinte años de enfermedad y sufrimiento le habían convertido en una especie de filósofo, muestra muchos síntomas de ira disimulada. Lo que en realidad dice en esta entrevista es: “Si he sido tan bueno, ¿por qué ha de pasarme a mí?” Describe lo rudo y fuerte que era de joven, cómo soportaba el frío y las penalidades; cómo se ocupaba de sus hijos y de su familia, cómo trabajaba duramente y nunca se dejaba tentar por los malos chicos. Después de toda esta lucha, sus hijos ya eran mayores y él esperaba tener unos cuantos años buenos para viajar, tomarse unas vacaciones, disfrutar de los frutos de su trabajo. De algún modo sabe que estas esperanzas son vanas. Ahora dedica toda su energía a mantenerse mentalmente sano, a combatir el picor, las molestias, el dolor, que tan bien describe.

Recuerda esta lucha, y elimina una a una las ideas que le pasan por la cabeza. El suicidio está “descartado”, y un retiro agradable también lo está. Su campo de posibilidades se estrecha a medida que progresa la enfermedad. Sus esperanzas y exigencias disminuyen, y finalmente ha llegado a aceptar el hecho de que tiene que vivir de una remisión a la siguiente. Cuando se encuentra muy mal, quiere que le dejen solo para intentar dormir. Cuando se encuentre mejor, hará saber a la gente que está dispuesto a vivir otra vez y se volverá más sociable. “Has de tener suerte” significa que conserva la esperanza de que venga otra remisión. También conserva la esperanza de que se encuentre algún remedio, de que surja alguna nueva medicina para aliviarle del sufrimiento.

Y conservó esta esperanza hasta el último día.

9. La familia del paciente

El padre volvía de los ritos funerarios.

Su hijo de siete años estaba de pie asomado a la ventana, con los ojos muy abiertos y un amuleto dorado colgándole del cuello, lleno de pensamientos demasiado difíciles para su edad.

Su padre le cogió en brazos y el niño preguntó:

«¿Dónde está madre? »

«En el cielo», respondió su padre, señalando el firmamento.

El niño levantó los ojos al firmamento y lo contempló largamente en silencio. Su cabecita desconcertada lanzó a la noche esta pregunta: «¿Dónde está el cielo? »

No hubo respuesta: y las estrellas parecían las lágrimas ardientes de aquella oscuridad ignorante.

Tagore,
El fugitivo
, 2
a
Parte, XXI

Cambios en la casa y efectos sobre la familia

No podemos ayudar al paciente desahuciado de un modo verdaderamente importante si no tenemos en cuenta a su familia. Ésta tiene un importante papel durante la enfermedad y sus reacciones contribuirán mucho a la respuesta que dé el paciente a su enfermedad. La enfermedad grave y la hospitalización de un padre de familia, por ejemplo, pueden provocar cambios relevantes en la casa, a los que se ha de acostumbrar la mujer. Puede sentirse amenazada por la pérdida de seguridad y por el fin de su dependencia respecto de su marido. Tendrá que hacer muchas cosas que antes hacía él y tendrá que adaptar su plan de vida a unas exigencias nuevas, extrañas y más grandes. Tal vez tenga que meterse de repente en cuestiones de negocios y en asuntos financieros que antes no tocaba en absoluto.

Si tiene que visitar a su marido en el hospital, tendrá que tomar medidas para el transporte y para el cuidado de los niños durante su ausencia. Puede que haya cambios sutiles o dramáticos en la casa y en el ambiente del hogar, ante los cuales también reaccionarán los niños, aumentando así la carga de responsabilidad de la madre. De repente, se verá enfrentada con el hecho de que es —por lo menos temporalmente— una especie de madre soltera.

Con la preocupación por su marido, y el aumento de trabajo y responsabilidad, viene además el aumento de soledad y —a menudo— el resentimiento. La ayuda que se esperaba de parientes y amigos puede no llegar o hacerlo bajo formas desconcertantes e inaceptables para la mujer. A veces se han de rechazar los consejos de las vecinas, que en vez de disminuir la carga, la aumentan. En cambio, una vecina comprensiva, que no viene para “enterarse de la última noticia” sino para aliviar a la madre de algunas de sus tareas, hacer la comida de vez en cuando o llevarse a los niños a jugar, puede ser muy de agradecer. Damos un ejemplo de esto en la entrevista de la señora S.

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