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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (17 page)

Capellán:
Es interesante, porque se lo he mencionado a la doctora R. justo cuando veníamos al seminario: no sólo usted ha experimentado el hecho de que hay personas que se acuerdan de usted, sino que además su mujer ha podido dar ánimos a personas que tenían parientes muriéndose aquí y les ha ofrecido una oración.

Paciente:
Ésta es otra cosa que iba a mencionar. Mi mujer ha cambiado bastante en este período. Se ha vuelto mucho más fuerte. Dependía mucho de mí. Yo soy —probablemente usted ya se lo figura— un individuo muy independiente y creo que he de asumir todas las responsabilidades que se me presenten. Por lo tanto, ella no ha tenido la oportunidad de hacer muchas de las cosas que hacen algunas mujeres, como encargarse del negocio de la familia, etc., y esto la ha hecho muy dependiente. Pero ha cambiado mucho. Ahora es mucho más profunda y mucho más fuerte.

Doctora:
¿Cree que sería útil que habláramos con ella un poco de todo esto, o sería demasiado para ella?

Paciente:
Oh, no creo que le disgustara nada. Ella es cristiana, sabe que el Señor es su Salvador y lo sabe desde que era niña. De hecho, cuando era niña fue objeto de una curación en un ojo. Los especialistas estaban dispuestos a mandarla al hospital, en St. Louis, para que le extirparan un ojo, porque tenía una úlcera en él. Fue curada milagrosamente y su curación hizo conocer al Señor a otras personas, entre ellas un médico. De todas maneras, es una metodista convencida, pero ése fue el elemento solidificador. Tenía unos diez años, pero la experiencia con este médico fue el elemento básico de su fe.

Doctora:
Antes de tener usted esta enfermedad, cuando era más joven, ¿tuvo algún problema grande o le pasó algo muy triste? Así podríamos ver cómo se lo tomó y comparar con su forma de tomárselo ahora.

Paciente:
No, a menudo me he mirado a mí mismo y me he preguntado cómo he podido llegar a esto. Sé que ha sido gracias a la ayuda del Señor. Porque, aparte del peligro, nunca he tenido ningún problema hondo que me afectara de ningún modo. Y, naturalmente, fui combatiente durante la Segunda Guerra Mundial. Ése fue mi primer problema grave, y la primera vez en mi vida que en realidad afronté, supe que afrontaba la muerte si hacía tal y tal cosa.

Doctora:
Creo que hemos de acabar, quizá podamos venir a verle otro día.

Paciente:
Les estoy muy agradecido.

Doctora:
Muchas gracias por venir.

Paciente:
He disfrutado mucho haciéndolo.

La señora G., esposa del doctor G., vino a visitar al paciente cuando lo estábamos llevando al lugar de la entrevista. El capellán, que la conocía de visitas anteriores, le explicó brevemente lo que estábamos haciendo. Ella se mostró interesada y la invitamos a unirse a nosotros más tarde. Mientras entrevistábamos a su marido, ella esperó en la habitación contigua, y le pedimos que entrara cuando su marido volvió a su habitación. Así que tuvo poco tiempo para reflexionar o pensar las cosas dos veces. (Generalmente tratamos de dar bastante tiempo entre la petición y la entrevista para que el entrevistado tenga una verdadera libertad de elección.)

Doctora:
La hemos cogido un poco por sorpresa. Usted venía a visitar a su marido y ahora se encuentra con una entrevista como ésta. ¿Ha hablado con el capellán y sabe de qué trata todo esto?

Sra. G.:
Más o menos.

Doctora:
¿Cómo reaccionó cuando se enteró de la grave e inesperada enfermedad de su marido?

Sra. G.:
Bueno, yo diría que al principio quedé muy afectada.

Doctora:
¿Había sido un hombre sano hasta ese verano?

Sra. G.:
Sí, eso es.

Doctora:
¿Nunca había estado muy enfermo ni se había quejado de nada?

Sra. G.:
No. Sólo se había quejado de unos pocos dolores.

Doctora:
¿Y entonces?

Sra. G.:
Fuimos al médico y alguien sugirió que se le hiciera una radiografía. Y luego le operaron. Y en realidad hasta entonces no me di cuenta de que aquello era verdaderamente grave.

Doctora:
¿Quién se lo dijo y cómo se lo dijeron?

Sra. G.:
Nuestro médico es muy amigo nuestro. Antes de entrar en el quirófano me llamó y me dijo que podía ser un tumor maligno. Y yo dije: “¡Oh, no!” Él dijo: “Sí, por eso te lo advierto.” De manera que ya estaba un poco preparada, y cuando me dijeron que era más serio no me sonó a mala noticia. “No lo hemos extirpado todo”, dijo el doctor. Ésa es la primera cosa que recuerdo. Me impresionó mucho porque yo creía que no podía llevar mucho tiempo formándose. Uno de los médicos dijo que sólo le quedaban tres o cuatro meses de vida, y, ¿cómo encajar estas cosas? Lo primero que hice fue rezar. Mientras le estaban operando, yo rezaba. Rezaba una oración muy egoísta: pedía que no fuera maligno. Naturalmente, ésta es la manera de ser del ser humano. Quieres que todo sea como a ti te gusta. Hasta que decidí aceptar la voluntad de Dios no tuve la paz que en realidad debía tener. Naturalmente, el día de la operación fue malo en cualquier caso, y aquella larga noche fue terrible. Aunque durante la noche encontré una paz que me dio valor. Entonces encontré muchos pasajes de la Biblia que me dieron fuerza. En casa tenemos un pequeño altar. Poco antes de que pasara esto, habíamos aprendido de memoria un fragmento de la Escritura y lo repetíamos muy a menudo. Está en Isaías, 33, 3, y dice: “Llámame y te responderé, y te mostraré cosas grandes y poderosas que tú no conoces”, y todos nos aprendimos eso de memoria.

Doctora:
¿Eso fue antes de enterarse de que su marido tenía esta enfermedad?

Sra. G.:
Una o dos semanas antes. E inmediatamente me acordé de eso y me puse a repetirlo. Y luego me acordé de muchas cosas del libro de Juan. “Si pedís
cualquier cosa
en mi nombre, Yo lo haré.”

Y yo quería la voluntad de Dios, pero sólo a través de esto me encontré a mí misma. Pude resistirlo porque hemos estado siempre muy unidos y teníamos un hijo. Mi chico estaba en la universidad. ¡Los estudiantes están ocupados con tantas cosas! Pero él vino y estuvimos registrando literalmente las Escrituras en busca de ayuda. ¡Rezó unas oraciones tan bonitas conmigo! Y luego la gente de nuestra iglesia ha sido muy, muy amable. Venían y me leían diferentes pasajes de la Biblia. Yo ya los había leído muchas veces, pero nunca habían significado lo que ahora significan para mí.

Capellán:
En aquellos momentos parecían captar sus sentimientos y expresarlos con las palabras justas.

Sra. G.:
Cada vez que abría la Biblia, había algo justo en aquel punto, como hablándome a mí. Llegó un momento en que pensé que quizá saliera algún bien de todo esto. Así es como lo tomaba y de ahí sacaba la fuerza para afrontarlo cada día. Mi marido tenía una gran fe, y cuando se enteró de su verdadera situación, me dijo: “¿Qué harías tú si te dijeran que te quedan de cuatro a catorce meses de vida?” Yo lo pondría todo en manos de Dios y confiaría en él. Naturalmente, yo quería que se hiciera todo lo posible en el campo médico. Nuestros médicos nos dijeron que no había nada más que hacer, y yo incluso sugerí el cobalto, o algún tipo de rayos X u otro tipo de radiación, ¿sabe? Ellos no lo sugirieron, dijeron que era un caso fatal. Y mi marido tampoco es de los que abandonan. Entonces, cuando hablé de esto con él, le dije: “Ya conoces a Dios, la única manera que tiene Dios de actuar es a través del hombre, y Él inspira a los médicos.” Y vimos un articulito, un vecino trajo una revista y lo leímos. Ni siquiera consulté a mi marido. Sencillamente me puse en contacto con el doctor de aquí, del hospital.

Doctora:
¿Hubo un artículo?

Sra. G.:
Sí, en una revista. Yo pensé: “Bueno, ahora están logrando muchos éxitos. Ya sé que no existe cura, pero están teniendo éxitos. Me pondré en contacto con él.” Escribí una carta y la envié por correo especial y él al recibió el sábado por la mañana. Su secretaria no estaba, por lo que él me llamó. Dijo: “Me ha interesado mucho su carta, lo explicaba todo muy bien, pero necesito un informe microscópico. Puede pedírselo a su médico y enviármelo igual que hizo con la carta. Usted la echó al correo ayer y la he recibido esta mañana.”

Y así lo hice. Él llamó y me dijo: “En cuanto consiga una cama, porque están reorganizando esta sección, la llamaré.” Luego dijo: “No puedo hacerle demasiadas promesas, pero desde luego no soy fatalista.” Esto me sonó realmente maravilloso. Había algo más que podíamos hacer en vez de sentarnos a esperar como nos habían dicho nuestros médicos. Luego pareció que todo se precipitaba. Vinimos en ambulancia. Y he de decir que la noche que le examinaron no pudieron darnos muchas esperanzas. Estuvimos casi tentados de dar media vuelta e irnos a casa. Y yo volví a rezar. Aquella noche salí del hospital para ir a dormir a casa de unos parientes. No sabía lo que encontraría a la mañana siguiente. Ellos nos dejaron pensar si queríamos seguir o no con aquel tratamiento. Volví a rezar otra vez y dijimos que intentaríamos todo lo posible. Creo que esta decisión fue de mi marido, no mía. Aquella mañana, cuando llegué al hospital, él ya se había decidido: “Voy a seguir con el tratamiento.” Dijeron que perdería de dieciocho a veintisiete kilos, y ya había perdido mucho peso con las dos operaciones. Verdaderamente no sabía qué hacer. No me sorprendió demasiado porque tenía la impresión de que podía ir bien. Y luego, después de empezar el tratamiento, se puso muy, muy enfermo. Pero, como he dicho, no nos prometían nada, o sea que sólo teníamos un rayo de esperanza: la posibilidad de que el tratamiento ayudara a reducir el tumor y de que el intestino quedara libre. Tenía una obstrucción intestinal parcial y esto ofrecía una posibilidad. Durante todo este proceso, tuve mis momentos de desánimo, pero hablaba con diferentes pacientes, aquí en el hospital, que habían estado muy mal. Y les animaba y les hacía ver lo negras que nos parecen las cosas muchas veces. Ésa fue mi actitud aquí. Todavía ahora la tengo. Sé que se está investigando en este campo y sé que la Escritura dice que nada es imposible para Dios.

Doctora:
Aunque acepta el destino, también tiene la esperanza de que todavía pueda ocurrir algo.

Sra. G.:
Eso es.

Doctora:
Además usted habla en primera persona del plural: nos hicieron la operación, decidimos seguir con el tratamiento... Es como si estuvieran sintonizados e hicieran todas las cosas juntos.

Sra. G.:
En realidad, si no va a ponerse bien, si ha llegado su hora, creo que es por voluntad de Dios.

Doctora:
¿Qué edad tiene su marido?

Sra. G.:
Cumplió cincuenta años el día que vinimos aquí.

Doctora:
El día que vino al hospital.

Capellán:
¿Diría usted que esta experiencia ha unido más a su familia?

Sra. G.:
Oh, sí, nos ha unido más. Y nos ha hecho sentir que dependemos de Dios. Nos creemos que somos autosuficientes, pero en momentos como éstos descubres que no lo eres mucho. He aprendido a depender, a vivir al día y a renunciar a hacer planes. Tenemos el día de hoy, pero quizá no tengamos el de mañana. Y si mi marido muere, creo que será en manos de Dios, y tal vez gracias a nuestra experiencia alguien pueda tener más confianza en Dios.

Capellán:
¿Ha tenido usted buenas relaciones con el personal? Sé que tiene una relación amistosa con otros pacientes, porque hemos hablado juntos tratando de ayudar a parientes de otros pacientes. Yo he estado allí sentado y escuchando algo de esto. Me recordó lo que dijo usted hace un rato. Que se encontró hablando a otras personas con optimismo. ¿Cómo le ha ido aquí a una persona que no es de esta ciudad? ¿Qué clase de apoyo ha recibido del personal? ¿Qué siente un miembro de la familia cuando el paciente está tan próximo a la muerte como su marido?

Sra. G.:
Bueno, como soy enfermera, he hablado bastante con las enfermeras. Encuentro que hay algunas enfermeras cristianas muy devotas que dicen que la fe en Dios es muy importante, que es muy importante luchar, no abandonarse. En conjunto, creo que he podido hablar muy bien con ellas. Han sido muy francas y sinceras, eso es lo que más me gusta. Y creo que los miembros de la familia están menos ansiosos si se les explican los hechos, aunque la esperanza sea tenue. Creo que la gente lo acepta. Y tengo una impresión verdaderamente buena del hospital, creo que cuentan con un equipo estupendo.

Capellán:
¿Diría que esto vale no sólo para usted sino, en la medida de su experiencia, para otras familias que han estado aquí?

Sra. G.:
Sí.

Capellán:
¿Quieren saber?

Sra. G.:
Sí. Muchas familias dicen: “Oh, aquí son maravillosos, y si ellos no saben lo que hacen ¿quién lo va a saber?” Ésta es la actitud que encuentro en las personas que salen a tomar el sol en los porches y hablan con diferentes visitantes. Dicen que éste es un sitio maravilloso. Y ellos lo están viviendo.

Doctora:
¿Podríamos mejorar algo?

Sra. G.:
Supongo que todo se puede mejorar. Me doy cuenta de que hay pocas enfermeras. A veces los timbres se quedan sin la respuesta que deberían tener, pero creo que esto es bastante corriente en todas partes. Es problema de escasez, pero comparado con hace treinta años, cuando yo trabajaba como enfermera, ha cambiado mucho. Pero creo que a los enfermos en estado crítico les prestan mucha atención sin necesidad de enfermeras especiales.

Doctora:
¿Tiene alguna pregunta que hacer? Señora G., ¿quién dijo a su marido la verdadera gravedad de su enfermedad?

Sra. G.:
Yo se lo dije la primera.

Doctora:
¿Cómo y cuándo se lo dijo?

Sra. G.:
Tres días después de la primera operación, se lo dije. Él dijo mientras nos dirigíamos al hospital: “Ahora, si es maligno, no guiñes el ojo.” Ésas son las palabras que usó. Yo dije: “No lo haré, pero no lo será.” Pero el tercer día, nuestro amigo médico se fue de vacaciones. Era en julio, y se lo dije. Él me miró y yo dije: “Supongo que quieres saber lo que te han hecho.” “Oh”, dijo él, “nadie me lo ha dicho.” Yo dije: “Bueno, te han quitado cuarenta y cinco centímetros del colon interior.” Él dijo: “¡¿Cuarenta y cinco centímetros?! Entonces han cogido parte de tejido sano.” No le dije el resto hasta que llegamos a casa. Y entonces, creo que unas tres semanas después de la operación, estábamos sentados en nuestra salita, solos los dos, y se lo dije: Él comentó: “Bueno, tenemos que aprovechar al máximo lo que nos queda.” Ésa fue su actitud. Luego volvió al despacho y trabajó dos meses más. Nos tomamos unas vacaciones en la universidad y nos fuimos a Estes Park. Lo pasamos realmente bien. Él incluso jugó al golf.

Doctora:
¿En Colorado?

Sra. G.:
Sí. Mi hijo nació en Colorado. Estuvimos destinados allí cuando mi marido estaba en el ejército. Nos gusta mucho el sitio y pasamos allí unas vacaciones casi cada año. Y yo estoy muy agradecida por haber podido pasar aquel tiempo juntos, porque lo disfrutamos verdaderamente. Justo una semana después de que él volviera al trabajo le empezó la obstrucción intestinal. Y el tumor que le habían operado había vuelto a crecer.

Doctora:
¿Entonces cerró el consultorio completamente?

Sra. G.:
Lo tuvo cerrado sólo cinco semanas. Luego volvió, después de la primera operación. Y lo abrió cuando volvimos de nuestras vacaciones. Sólo duró una semana. Ha trabajado dieciséis días desde que le operaron el 7 de julio.

Doctora:
¿Y ahora qué pasa con el consultorio?

Sra. G.:
Sigue aún cerrado. La chica recibe las llamadas. Todo el mundo quiere saber cuándo va a volver. O sea que nosotros... yo he puesto un anuncio para venderlo, porque nos gustaría venderlo. Pero es una mala época del año. Este mes vendrá un hombre a verlo. ¡Y mi marido ha estado tan mal! Yo no podía marcharme, cuando hay tantas cosas que atender allá donde vivimos. Pero mi hijo ha estado yendo y viniendo.

Doctora:
¿Qué está estudiando?

Sra. G.:
Ahora ha terminado. Empezó con predental, pero luego cambió, y ahora está encargándose de las cosas de casa. Ha sido un buen estudiante y, cuando su padre se puso grave, aplazó sus proyectos por unos meses. O sea que aún ha de decidir lo que quiere hacer.

Doctora:
Creo que deberíamos terminar. ¿Quiere hacer alguna pregunta señora G.?

Sra. G.:
¿Están haciendo todo esto para ver si pueden mejorar las cosas?

Doctora:
Bueno, hay una multitud de razones. La principal razón es que queremos que el paciente muy enfermo nos haga comprender lo que le pasa. Los temores y fantasías o la soledad que experimenta, y cómo podemos comprenderle y ayudarle. Cada paciente que entrevistamos aquí tiene problemas y conflictos diferentes. De vez en cuando, también nos gusta ver cómo la familia afronta la situación y cómo puede ayudar el personal.

Sra. G.:
Hay gente que me ha dicho: “No sé cómo puede usted hacer esto”. Yo sé que hay mucho de divino en la vida de una persona, y siempre he sentido de esta manera. Estudié para enfermera y siempre tuve la suerte de encontrarme con buenos cristianos. He oído y leído diferentes cosas, incluso sobre estrellas de cine. Si tienen una fe y creen en Dios, parece que tienen algo en que apoyarse. Esto es lo que pienso en realidad y creo que un matrimonio feliz está basado en eso.

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