Sombras de Plata (26 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

El escriba empezó a farfullar algo, enojado, pero no se le ocurrió una respuesta apropiada. Como tampoco podía refutar el procedimiento adecuado que Hasheth había sugerido, optó por cerrar la boca, sacar la pluma del tintero del aprendiz y garabatear su marca. Luego, giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Sólo entonces se permitió Hasheth una sonrisa. ¡Aquel necio no tenía ni idea de lo que se había llevado! Para Achnib, era sólo una pieza de oro, nada más.

Muy bien, a su debido tiempo lo descubriría, para su pesar.

En la mente del joven príncipe, las líneas de la batalla habían quedado claramente esbozadas.

Foxfire mantuvo un respetuoso silencio mientras descendían el cuerpo de otro elfo al pantano, el último de los que habían recibido heridas mortales en las tierras de labranza del este, y escuchó las canciones que entonaron para marcar el regreso de otro espíritu del bosque al gran caldero de la vida. Los demás permanecieron a su lado, los supervivientes de la incursión junto con los refuerzos procedentes de Árboles Altos e incluso el volátil Tamsin, todos procurando obtener consuelo y guía de la aflicción de su cabecilla.

No obstante, Foxfire no sentía en absoluto la calma que aparentaba, ni tampoco aceptaba las muertes de su gente con resignación.

Era joven, según los criterios de su raza, pues estaba en mitad de su segundo siglo de vida, pero aun así había visto mucha muerte..., demasiada, y demasiados cambios. La vida en el mundo que había más allá de los límites del bosque les pasaba como un torbellino por delante, a una velocidad vertiginosa; los acontecimientos se sucedían con tal rapidez que los elfos no eran capaces de captarlos, y mucho menos asimilarlos. Durante el breve período de vida de Foxfire, se habían erigido reinos y habían sido derrumbados, los bosques habían sido convertidos en tierras de labranza y los asentamientos de humanos habían surgido como setas después de una tormenta de primavera.

A menudo pensaba Foxfire que los humanos eran como colibríes: revoloteaban un instante y al cabo desaparecían. De forma repentina, sin que se diesen cuenta, los elfos de Tethyr habían sido atrapados en ese ritmo y habían sido arrastrados por la oleada de su vuelo precipitado. No sabía cómo detenerlo, ni siquiera si
podía
detenerlo.

Sin embargo, Tamsin no compartía ese tipo de dudas. El joven guerrero, junto con los tres arqueros que habían sido enviados al norte, habían regresado al pantano momentos antes de que el cuerpo de su compañero fuera devuelto al bosque, y poco después de que se hubieran cantado las canciones y se completara el ritual, el elfo se acercó a Foxfire y pidió hacer su informe.

—Hice lo que dijiste —explicó con franqueza—. Todos lo hicimos..., Eldrin, Sontar, Wyndellew. Ellos acosaron a los humanos hacia el norte a golpe de flecha, asegurándose de que los sabuesos que llevaban no descubriesen su presencia, y yo, mientras, desperté a la dragona blanca y la conduje hacia los humanos. A estas alturas, debe de estar ya de regreso en su guarida, con la tripa lo suficientemente llena para pasar el resto del verano. De los guerreros que nos perseguían, habrá muerto una decena.

—Bien hecho —lo alabó Foxfire—. Si no llega a ser por vuestro esfuerzo, el Pueblo no habría llegado al terreno seguro de los pantanos.

—¡Pero podíamos haber hecho más! —estalló Tamsin—. ¿Por qué dejar que escaparan algunos? ¡Nuestra vida sería más placentera si matásemos a todo humano que osara aventurarse en el bosque!

Foxfire se quedó en silencio durante largo rato.

—No a todos —respondió al final—, porque hay humanos en el bosque que sí que hacen cosas positivas: los druidas, los guardas, incluso las mujeres cisne.

Los ojos de Tamsin resplandecieron presa de excitación mientras contemplaba a su líder e intentaba medir el significado de su titubeo.

—Pero los hombres que nos perseguían...

—No se detendrán —concluyó Foxfire con voz sombría—. Es hora de devolverles el acoso.

El joven elfo asintió, impaciente.

—¿Como hemos hecho? ¿Con partidas reducidas de arqueros?

—No. Ahora hemos descansado, y aquellos que viven están dispuestos a seguir luchando. También tenemos seis guerreros de refresco procedentes de Árboles Altos. Yo diría que es mejor atacar duro y acabar con ellos.

—Iré a investigar —se ofreció Tamsin de inmediato.

Por una vez, Foxfire no intentó apaciguar la naturaleza del joven.

—Sabes el camino; dirigirás el primer grupo. Encuentra a los humanos, meteos en el bosque y adelantadlos; luego, atacad desde el norte. Korrigash conducirá otro grupo desde el este, Eldrin llevará a sus arqueros al oeste y Wyndelleu, al sur.

—¿Y tú?

Foxfire apoyó una mano en el hombro del joven elfo.

—Yo lucharé junto a ti, o en cualquier otro frente donde me necesiten, pero el mando de la incursión por el norte será tuyo. Ahora ve y reúne a tus guerreros.

Con los ojos resplandecientes al pensar en su primera operación al mando, el joven elfo dio media vuelta y echó a correr hacia el campamento principal. Las noticias no parecieron sorprender a los demás y, en pocos minutos, el campamento desapareció como si nunca hubiese existido, dejando a los luchadores elfos dispuestos a avanzar hacia el norte y abandonar su refugio de las marismas.

Siguieron las seguras órdenes de Tamsin y estuvieron viajando todo el día y toda la noche. Poco antes del alba, alcanzaron el campamento humano, en un punto bastante cercano al lugar donde les había atacado el dragón. Según todos los indicios, los humanos no se habían dado cuenta de eso, su huida presa del pánico los había hecho avanzar en círculos y todavía habían estado merodeando sin rumbo en un intento de reunir a sus miembros desperdigados. No obstante, parecía que habían recuperado bastantes cosas porque el campamento se veía limpio y en orden, y tres centinelas hacían la guardia.

Tamsin señaló a los centinelas, luego a sí mismo, a Sontar y a la joven Ala de Halcón. Era una buena elección y así lo corroboró Foxfire con un silencioso gesto mientras los tres elfos trepaban a los árboles y se situaban en posición, aunque le dolía ver a una niña tan pequeña como Ala de Halcón entrar en combate. Sin embargo, la guerra parecía haberla elegido y ella ni siquiera parpadeaba por el peso que le había tocado cargar.

A una señal de Tamsin, los tres elfos descendieron en silencio al suelo, justo frente a los objetivos que habían elegido. Antes de que los centinelas pudiesen moverse o dar la voz de alarma, tres cuchillos de hueso les proporcionaron una muerte rápida y silenciosa. Los elfos sostuvieron los cadáveres para depositarlos suavemente en el suelo..., difícil tarea para una elfa tan menuda como Ala de Halcón, que utilizó su propio cuerpo para amortiguar el ruido del desplome del hombre. Foxfire frunció el entrecejo, pero la joven elfa salió reptando por debajo del centinela caído e hizo un ademán para indicar que todo iba bien.

Foxfire hizo un gesto de asentimiento a los cabecillas de cada grupo y los elfos se dividieron por el bosque. Él salió en pos de Tamsin para trepar a los árboles. A medida que avanzaban por la bóveda de vegetación que cubría el campamento, fue anotando mentalmente el número de personas que dormían abajo. Eran un total de treinta y cuatro humanos..., un grupo numeroso, más de lo que Foxfire había supuesto. Más, de hecho, de la cantidad que los había estado persiguiendo por el bosque, lo que significaba que, como ellos, habían conseguido hacerse con refuerzos. Las implicaciones de esa noticia no pronosticaban nada bueno para los elfos.

Aunque conocía poco a los humanos, Foxfire suponía que no poseían el don elfo de la armonía, esa proximidad mística que permitía que los elfos compartieran pensamientos y sensaciones incluso a largas distancias. La armonía era más fuerte entre gemelos; Tamsin y Tamara disfrutaban de ese lazo y también de una fuerte empatía con otros elfos, pero lo más habitual era que la armonía ocurriese entre amantes elfos que creaban entre ellos un lazo tan fuerte e intenso que les permitía mantener sus espíritus juntos durante todo el tiempo. Era el tipo de compromiso más fuerte entre elfos y rara vez se adquiría casualmente. Foxfire sabía que los humanos no podían enviar mensajes a través de la armonía; sólo podían hacerlo a través de la magia.

De repente un fuerte crujido rompió el silencio de la noche..., un sonido que helaba la sangre porque era el tintineo de metal contra metal de una trampa al cerrarse. Luego se sucedió un segundo, y un tercero, y luego un rápido y brutal chasquido, a una velocidad que se hacía imposible de contar. Los sonidos despertaron a los humanos, que se incorporaron de un brinco de sus mantas y cogieron las armas: escudos de madera, pequeños arcos, espadas y dagas.

El cuerpo de Tamsin se convulsionó en un espasmo de agonía cuando la reacción del dolor de los elfos atrapados le alcanzó telepáticamente. Foxfire alargó una mano para tranquilizarlo, y luego clavó la mirada en los ojos angustiados del joven elfo. Era evidente que Tamsin no sólo percibía el sufrimiento de los elfos, sino que se maldecía a sí mismo por ello. Si no hubiese estado tan concentrado en el acoso de su presa, habría percibido el peligro inminente.

—Cálmate —le ordenó Foxfire con voz firme—. Lo hecho, hecho está; no les ayudarás en nada compartiendo su muerte.

—¿Cómo ha sucedido eso? —preguntó Ala de Halcón con los ojos negros abiertos de par en par por el terror—. ¿Por qué no han visto las trampas?

—Los humanos tienen un hechicero —explicó Foxfire mientras ensartaba una flecha en el arco. Rozó con el codo a Tamsin, porque necesitaba de su don natural. De todos ellos, Tamsin tenía más posibilidades que ninguno de averiguar quién era su temido enemigo.

El joven guerrero sacudió la cabeza en un intento de apartar de su mente las emociones prestadas como si fueran gotas de agua. Dejó a un lado su dolor y su culpa y respiró hondo para relajarse. Luego, con gran seguridad y confianza se concentró en los hilos invisibles que lo unían con el bosque y con la red de magia que constituía su esencia.

Tamsin conocía el Tejido, como todos ellos, pero él lo vivía de una forma especial porque lo sentía en su propia sangre y recorría sus redes siempre que se sumía en el ensueño. De esa forma, percibía con rapidez y certeza el feo y profundo desgarrón en el tejido de la vida que provocaba la intervención de un hechicero humano.

—Allí —concluyó, señalando a uno de los hombres que había agazapado allí abajo..., un blanco sencillo porque era uno de los pocos humanos que no sostenía un escudo.

Foxfire apuntó con el arco que tenía preparado y soltó la flecha. La saeta salió disparada a través de las capas de hojas hacia su objetivo...

...Y estalló en llamas.

Un resplandor azul brilló en toda la longitud de la flecha y una fina columna de ceniza negra cayó al suelo a los pies del brujo.

Los demás humanos no tuvieron tanta fortuna. Los arqueros bajo las órdenes de Wyndelleu los bombardearon con súbitas andanadas de flechas; la mayoría impactaron sin causar daño en los escudos de madera, pero algunas consiguieron alcanzar su blanco. No consiguieron causarles heridas mortales, pero al menos algunos de ellos verían mermada su capacidad en la inminente batalla.

Impasible ante los gritos de sus camaradas y las flechas que estallaban en llamas y quedaban reducidas a cenizas a su alrededor, el brujo empezó a mover los dedos con rapidez en una especie de lenguaje silencioso y arcano. Concluyó el proceso juntando las dos manos y el resultado fue parecido a una tormenta de verano, una combinación entre rayos y truenos para provocar un ataque mortífero.

Un resplandor emergió de sus dedos y se esparció por el bosque; cada flecha que en aquel momento estaba en pleno vuelo relampagueó con una brillante luz blanca. Un restallido de energía crepitó en cada saeta refulgente y, siguiendo el camino invisible que había seguido hacia adelante por el aire, regresaron al arquero que las había disparado.

Foxfire contempló horrorizado cómo cinco de los suyos estallaban para quedar reducidos a cenizas.

Abrió la boca para gritar la retirada, pero el sonido de su voz se convirtió en un gorjeo ahogado cuando el mundo pareció estallar en llamas. No se trataba de calor, sino de una luz repentina y tan lacerante que resultaba igual de dolorosa.

El elfo se tapó los ojos con los puños, intentado frotárselos para borrar las punzantes chispas que danzaban y se agitaban por detrás de sus párpados. Cuando consiguió que sus ojos se adaptaran a aquel resplandor inusual, la posibilidad de ordenar la retirada se esfumó de sus pensamientos.

Los humanos habían arrastrado a los elfos prisioneros hasta el claro. Había siete, y todos seguían con vida, aunque las trampas de pie, claramente visibles ahora que habían sido levantadas del suelo, les habían infligido unas heridas terribles. Un puñado de hombres los escoltaban, apuntándolos al corazón con arcos cargados. Alrededor de ellos había un círculo de mercenarios humanos, con las espadas desenfundadas.

Uno de esos hombres blandió su arma dirigiéndose a los árboles que los cubrían y gritó unas palabras. Foxfire y Tamsin se encogieron de hombros, impotentes, pues ninguno de ellos hablaba el lenguaje de los humanos de Tethyr. Antes de que Foxfire pudiese solicitar un parlamento en lenguaje Común, el humano encontró un modo mucho más visual de hacerse entender.

Dio media vuelta y de una única y rápida estocada, hundió la espada profundamente en uno de los elfos indefensos. Luego se volvió hacia el bosque y blandió la hoja ensangrentada. El desafío era evidente, así como el precio del rechazo.

La primera en responder fue Ala de Halcón; saltó al suelo con la velocidad que le había hecho ganar su apodo y la daga reluciente en una mano. Sin titubear, todos los elfos que todavía podían luchar corrieron en pos de la valerosa niña elfa hacia el círculo de luz mágica y de muerte.

En otro extremo de Tethir, lejos del estrépito de las armas y el aroma de la muerte, Arilyn se dirigía con rapidez hacia la guarida oculta del lythari, aferrada al pellejo plateado de su amigo.

Conocía a Ganamede desde pequeña, pero nada de la experiencia que habían vivido juntos la podía haber preparado para introducirse en el mundo oculto de los lytharis. La guarida de los elfos de forma cambiante no estaba situada en una caverna subterránea, como había supuesto Arilyn, sino en un reino intermedio, un mundo invisible.

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