Srta. Marple y 13 Problemas (19 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

“Pero yo estaba preocupada, muy preocupada, porque no veía cómo podría engañarle. Podía impedir que ocurriese algo en el balneario con sólo decir unas palabras que le demostraran mis sospechas, pero eso únicamente significaría aplazar su plan hasta más tarde. No, empecé a creer que la única política aconsejable era una más osada y, de un modo u otro, tenderle una trampa. Si consiguiera inducirle a atentar contra la vida de su esposa por algún medio escogido por mí, entonces quedaría desenmascarado y ella se vería obligada a enfrentarse con la verdad por mucho que le sorprendiera.

—Me deja usted sin habla —dijo el doctor Lloyd—. ¿Qué plan podía usted seguir?

—Hubiera encontrado alguno, no tema —replicó miss Marple—. Pero aquel hombre era demasiado listo para mí y no esperó. Pensó que yo podía sospechar y, por ello, actuó antes de que pudiera asegurarme. Sabía que yo recelaría de un accidente, así que cometió el crimen.

Un murmullo recorrió la habitación, y miss Marple asintió con los labios apretados.

—Temo haberlo expuesto con bastante brusquedad. Debo tratar de explicarles exactamente lo ocurrido. Siempre he experimentado un sentimiento de amargura al recordarlo. Siempre me he sentido como si hubiera debido evitarlo a toda costa, pero quién conoce los designios del señor. De todas formas hice lo que pude.

“Se respiraba una atmósfera extraña, como si flotara una amenaza en el aire oprimiéndonos a todos: el presentimiento de una desgracia. Para empezar, primero murió George, el jefe de porteros, que llevaba años en el balneario y conocía a todo el mundo. Cogió una neumonía complicada con bronquitis y falleció en cuatro días. Fue muy triste para todos. Y, además, cuatro días antes de Navidad. Y luego una de las doncellas, una chica muy simpática; se le infectó un dedo y murió a las veinticuatro horas.

“Yo me encontraba en el salón con miss Trollope y la anciana Mrs. Carpenter, y ésta se mostraba terriblemente pesimista.

“—Fíjense bien en lo que les digo —anunció—. Seguro que la cosa no acaba aquí. ¿Conocen el refrán?
No hay dos sin tres
. Siempre resulta cierto. Tendremos otra muerte, no me cabe la menor duda. Y no habrá que esperar mucho.
No hay dos sin tres
.

“Cuando dijo estas últimas palabras, moviendo afirmativamente la cabeza y haciendo tintinear sus agujas de punto, yo alcé la vista un momento y mis ojos se encontraron con Mr. Sanders, que permanecía de pie junto a la puerta. Por un momento le pillé desprevenido y pude leer en su rostro con la misma facilidad que en un libro abierto. Creeré hasta el fin de mis días que las palabras de Mrs. Carpenter le dieron la idea. Vi que trabajaba su cerebro. Y penetró en la estancia con su habitual sonrisa.

“—¿ Puedo hacer alguna compra de Navidad por ustedes, señoras? —preguntó—. Voy a ir ahora a Keston.

“Permaneció en nuestra compañía durante un par de minutos, riéndose y charlando, y luego se marchó. Como les digo, yo estaba preocupada y dije inmediatamente:

“—¿Dónde está Mrs. Sanders? ¿Alguien lo sabe?

“Miss Trollope dijo que había ido a jugar al
bridge
con unos amigos suyos, los Mortimer, y me tranquilicé momentáneamente, pero seguía preocupada, pues no sabía qué hacer. Media hora más tarde, subí a mi habitación y por el camino me encontré al doctor Coler, mi médico, y como quería consultarle acerca de mi reuma, lo llevé a mi habitación. Fue entonces cuando me habló (confidencialmente, según dijo) de la muerte de la pobre Mary, la doncella. El gerente no quería que se supiera y por ello me aconsejó que no se lo dijera a nadie. Desde luego yo no le dije que no hablábamos de otra cosa desde hacía una hora, cuando la pobre joven exhaló su último suspiro. Esas noticias corren en seguida y un hombre de su experiencia debía saberlo bastante bien. Pero el doctor Coler fue siempre un individuo confiado que creía lo que quería creer, y eso fue lo que me alarmó un minuto más tarde, al decirme que Sanders le había pedido que echara un vistazo a su esposa, pues últimamente no hacía bien las digestiones, etc.

“Y aquel mismo día Gladys Sanders me había dicho que había hecho maravillosamente la digestión y que estaba muy contenta.

“¿Comprenden? Todas mis sospechas volvieron a mí centuplicadas. Estaba preparando el camino... ¿para qué? El doctor Coler se marchó antes de que yo me hubiera decidido a hablarle, aunque, de haberlo hecho, no hubiera sabido qué decir. Cuando salí de la habitación, Sanders en persona bajaba del piso de arriba. Iba vestido para salir y me preguntó si quería algo de la ciudad. ¡Hice un esfuerzo terrible para contestarle amablemente! Y luego fui al vestíbulo para pedir un té. Recuerdo que eran más de las cinco y media.

“Ahora quisiera explicarles claramente lo que ocurrió a continuación. A las siete menos cuarto seguía aún en el vestíbulo cuando vi entrar a Mr. Sanders acompañado de dos caballeros. Los tres venían muy “alegres”. Mr. Sanders, dejando a sus amigos, vino hacia donde yo me encontraba sentada con miss Trollope para pedirnos consejo acerca del regalo de Navidad que pensaba hacerle a su esposa. Se trataba de un bolso de noche muy elegante.

“—Comprenderán, señoras —nos dijo—, que yo soy simplemente un rudo lobo de mar. ¿Qué entiendo yo de estas cosas? Me han dejado tres para que escoja y deseo contar con una opinión experta.

“Por supuesto, nosotras le dijimos que le ayudaríamos encantadas, y nos pidió que le acompañáramos a su habitación, ya que si los bajaba temía que su esposa pudiera llegar en cualquier momento. De modo que subimos con él. Nunca olvidaré lo que ocurrió luego, aún tiemblo al pensarlo.

“Mr. Sanders abrió la puerta de su dormitorio y encendió la luz. No sé cuál de nosotras la vio primero.

“Mrs. Sanders estaba tendida en el suelo, boca abajo, muerta.

“Yo fui la primera en llegar junto a ella. Me arrodillé y le cogí la mano para tomarle el pulso, pero era inútil, su brazo estaba frío y rígido. Junto a su cabeza había un calcetín lleno de arena, el arma con la que la habían golpeado. Miss Trollope, una criatura estúpida, gemía en la puerta con las manos en la cabeza. Sanders gritó: “Mi esposa, mi esposa”, y corrió hacia ella. Yo le impedí tocarla. Comprendan, en aquel momento estaba segura de que había sido él, y tal vez quisiera quitar u ocultar alguna cosa.

“—No hay que tocar nada —le dije—. Domínese, Mr. Sanders. Miss Trollope, haga el favor de ir a buscar al gerente.

“Yo permanecí arrodillada junto al cadáver. No quería que Sanders se quedara a solas con él. Y no obstante tuve que admitir que, si el hombre estaba fingiendo, lo hacía maravillosamente. Daba la impresión de estar completamente fuera de sí.

“El gerente no tardó en reunirse con nosotros y, tras inspeccionar rápidamente la habitación, nos hizo salir a todos y cerró la puerta con una llave que se guardó. Luego fue a telefonear a la policía. Tardaron un siglo en aparecer. Luego supimos que la línea estaba estropeada y que había tenido que enviar a un mozo al puesto de policía, y el balneario está fuera de la ciudad, junto a los páramos. Mrs. Carpenter estaba muy satisfecha de que su profecía “No hay dos sin tres” se hubiera cumplido tan rápidamente. Oí decir que Sanders paseaba por los alrededores con las manos en la cabeza, gimiendo y demostrando un gran pesar.

“Finalmente llegó la policía y subieron a la habitación con el gerente y Mr. Sanders. Más tarde enviaron a buscarme. El inspector escribía sentado ante una mesa. Era un hombre inteligente y me gustó.

“—¿Miss Marple? —preguntó.

“—Sí.

“—Tengo entendido que estaba usted presente cuando fue encontrado el cadáver de la difunta.

“Respondí que sí y pasé a contarle lo ocurrido. Creo que para el buen hombre fue un alivio encontrar a alguien que respondiera a sus preguntas con coherencia, después de haber tenido que tratar con Sanders y Emily Trollope, que estaba completamente desmoronada, es natural, la pobrecilla. Recuerdo que mi querida madre me enseñó que una señora ha de saberse dominar siempre en público, por mucho que se descomponga en privado.

—Un principio admirable —dijo sir Henry con admiración.

—Cuando hube terminado, el inspector me dijo:

“—Gracias, señora. Ahora lamento tener que pedirle que vuelva a mirar el cadáver. ¿Era ésa exactamente su posición cuando usted entró en la habitación? ¿No ha sido movido?

“Le expliqué que había impedido que lo hiciera Mr. Sanders y el inspector asintió con aire de aprobación.

“—El caballero parece muy afectado —observó.

“—Sí, lo parece —repliqué.

“No pensaba haber puesto ningún énfasis especial en el “lo parece”, pero el inspector me miró con interés.

“—¿De modo que el cadáver se encuentra exactamente igual a como estaba cuando lo encontraron? —me dijo.

“—Sí, con la excepción del sombrero —repliqué.

“El inspector me miró sorprendido.

“—¿Qué quiere usted decir? ¿El sombrero?

“Le expliqué que la pobre Gladys lo llevaba puesto, mientras que ahora estaba junto a ella. Yo supuse que había sido cosa de la policía, pero, sin embargo, el inspector lo negó rotundamente. Hasta el momento nada había sido movido o tocado, y permaneció unos instantes contemplando la figura de la difunta con expresión preocupada. Gladys iba vestida como si se dispusiera a salir: llevaba un abrigo de
tweed
rojo oscuro con cuello de piel, y el sombrero, un modelo barato de fieltro rojo, estaba caído junto a su cabeza.

“El inspector se quedó nuevamente en silencio con el entrecejo fruncido. Luego se le ocurrió una idea.

“—¿Recuerda usted por casualidad si la difunta llevaba pendientes o si solía llevarlos?

“Por suerte tengo la costumbre de ser muy observadora. Recordaba haber visto brillar una perla bajo el ala del sombrero, aunque entonces no le presté una atención especial, pero pude contestar afirmativamente a la primera pregunta.

“—Entonces concuerda. El contenido del joyero de esta señora ha sido robado, aunque no había en él gran cosa de valor según tengo entendido, y le quitaron los anillos de los dedos. El asesino debió olvidar los pendientes y regresó por ellos después de descubierto el crimen. ¡Qué sangre fría! O tal vez... —miró a su alrededor y continuó despacio—... es posible que haya estado escondido en esta habitación todo el tiempo.

“Pero yo me negué a aceptar la idea. Le expliqué que yo misma había mirado debajo de la cama y que el gerente abrió las puertas del armario, y no existía ningún otro lugar donde pudiera esconderse un hombre. Es cierto que la parte central del armario estaba cerrada con llave, pero era sólo un espacio lleno de estantes y nadie pudo haberse escondido allí.

“El inspector asintió mientras yo le iba explicando todo aquello.

“—Tiene usted razón, señora —me dijo—. En ese caso, como ya le he dicho antes, debió regresar. ¡Un asesino de tremenda sangre fría!

“—¡Pero el gerente cerró la puerta y se guardó la llave!

“—Eso no significa nada. Queda el balcón y la escalera de incendios, por ahí entró el asesino. Es bastante probable que ustedes le sorprendieran, se deslizara por la ventana y luego, al marcharse ustedes, regresara para continuar su trabajo.

“—¿Está usted seguro —le pregunté —de que era un ladrón?

“Me contestó secamente:

“—Bueno, eso parece, ¿no?

“Pero algo en su tono me tranquilizó. Comprendí que no le convencía el papel de viudo inconsolable que intentaba representar Mr. Sanders.

“Admito con toda franqueza que me encontraba bajo lo que nuestros vecinos los franceses llaman
idée fixe
. Sabía que aquel hombre, Sanders, intentaba matar a su esposa. Y no cabía desde mi punto de vista la extraña y fantástica posibilidad de una coincidencia. Estaba segura de que mi presentimiento acerca de Mr. Sanders era absolutamente justificado. Aquel hombre era un malvado. Y a pesar de que todos sus fingimientos hipócritas no habían conseguido engañarme, recuerdo haber pensado que fingía su sorpresa y aflicción maravillosamente bien. Parecían tan espontáneas, ya saben lo que quiero decir. Debo admitir que, después de mi conversación con el inspector, empecé a sentirme invadida por la duda. Porque si Sanders había sido el autor de aquel horrible crimen, yo no podía imaginar razón alguna por la que debiera haber vuelto por la escalera de incendios a llevarse los pendientes a su esposa. No hubiera sido
lógico
, y Sanders era un hombre muy sensato, por eso le consideré siempre tan peligroso.

Miss Marple contempló unos instantes a su audiencia.

—¿Ven tal vez adonde quiero ir a parar? En este caso creo que estaba tan segura que eso me cegó y el resultado me causó profunda sorpresa
ya que se probó, sin la menor duda posible, que Mr. Sanders no pudo cometer el crimen
.

Mrs. Bantry exclamó un “oh” de sorpresa y miss Marple se volvió hacia ella.

—Ya sé, querida, que no era eso lo que usted esperaba cuando empecé mi historia. Yo tampoco lo esperaba. Pero los hechos son los hechos y, si se demuestra que uno se ha equivocado, hay que ser humilde y volver a empezar de nuevo. Yo sabía que Mr. Sanders era un asesino en potencia y nunca ocurrió nada que destruyera esta opinión.

“Y ahora supongo que le gustará saber lo que ocurrió en realidad. Mrs. Sanders, como ya saben, pasó la tarde jugando al
bridge
con unos amigos, los Mortimer, a los que dejó a eso de las seis y cuarto. De la casa de sus amigos al balneario había un cuarto de hora paseando y algo menos a buen paso. Debió regresar a las seis y media. Nadie la vio entrar, de modo que debió hacerlo por la puerta lateral y subir directamente a su habitación. Allí se cambió (el traje chaqueta que llevaba para jugar al
bridge
estaba colgado en el armario) y se disponía a salir otra vez cuando la golpearon. Es muy posible que no llegara a enterarse de quién la golpeó. Tengo entendido que un calcetín relleno de arena es un arma eficiente. Eso hace pensar que su agresor debía estar escondido en la habitación, posiblemente en uno de los armarios, el que no abrió.

“Ahora pasemos a relatar los movimientos de Mr. Sanders. Salió, como ya he dicho, a eso de las cinco y media o un poco después. Realizó algunas compras en un par de tiendas y, cerca de las seis, entró en el Gran Hotel Spa, donde se reunió con dos amigos, los mismos que más tarde le acompañaron al balneario. Estuvieron jugando al billar y deduzco que también bebieron bastante whisky. Esos dos hombres (se llamaban Hitchcock y Spender) estuvieron con él desde las seis en adelante. Vinieron caminando con él hasta el balneario y sólo se separó de ellos para venir a hablar conmigo y miss Trollope, y eso, como les dije, fue cerca de las siete menos cuarto, hora en que su esposa ya debía de estar muerta.

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