Star Wars Episodio V El imperio contraataca (13 page)

—Se alejan —afirmó Leia.

Han explicó la táctica de los imperiales.

—Sólo intentan averiguar si pueden agitar algo —explicó a la princesa—. Estaremos a salvo si seguimos quietos.

—¿Dónde he oído esa frase con anterioridad? —preguntó Leia con aire de inocencia.

Han ignoró la ironía, y pasó al lado de la joven para regresar a su trabajo. El pasillo de la bodega era tan estrecho que le fue imposible pasar... ¿O quizás hubiese podido evitarlo? Con una mezcla de emociones, la princesa le observó unos segundos mientras Han seguía reparando su nave. Después volvió a ocuparse de su soldadura.

See-Threepio pasó por alto esa extraña conducta humana. Estaba muy ocupado tratando de comunicarse con el
Falcon
y de averiguar cuál era el fallo de la hiper transmisión. Ante el panel central de mandos, Threepio emitía silbidos y bips que no eran comunes en él. Unos segundos después el panel de mandos le respondió con silbidos.

—¿Dónde se mete Artoo en el preciso momento en que lo necesito? —suspiró el robot dorado. Le había costado trabajo interpretar la respuesta del panel de mandos. Threepio se dirigió a Han—. No sé dónde, aprendió a comunicarse su nave pero su dialecto deja mucho que desear señor, por lo que entiendo, dice que se ha polarizado el empalme de energía del eje negativo. Sospecho que tendrá que reemplazarlo.

—Claro que tendré que reemplazarlo —replicó Han y llamó a Chewbacca, que miraba desde el compartimiento del cielo raso. Murmuró—. Reemplázalo.

Advirtió que Leia había terminado la soldadura pero que tenía problemas para volver a instalar la válvula y luchaba con una palanca que no cedía. Se acercó a ella para ofrecerle ayuda pero la princesa le dio fríamente la espalda y siguió luchando con la válvula. Tranquila, Señoría, sólo quería ayudar.

Sin dejar de forcejear con la palanca, Leia preguntó suavemente:

—¿Tendrías la amabilidad de no llamarme más de ese modo?

Han se sorprendió ante el tono llano de la princesa. Esperaba una respuesta hiriente o, en el mejor de los casos, un frío silencio. Pero las palabras de Leia carecían del tono burlón al que estaba acostumbrado. ¿Acaso ella quería poner fin a la implacable batalla de sus voluntades?

—Por supuesto —respondió con ternura.

—A veces haces difíciles las cosas —agregó Leia mirándole tímidamente.

—Así es, en verdad —reconoció; pero agregó—: Usted también podría ser un poco más amable. Vamos, reconózcalo, a veces piensa que no estoy tan mal. La princesa soltó la palanca y se frotó la mano irritada.

—A veces —dijo y apenas sonrió—, quizás... en ocasiones, cuando no te comportas como un sinvergüenza.

—¿Sinvergüenza yo? —Han se echó a reír y consideró que la elección de la palabra era encantadora—. Me gusta cómo suena eso.

Sin decir más, cogió la mano de Leia y empezó a masajearla.

—Quédate quieto, para —protestó Leia.

Han no le soltó la mano y preguntó con voz muy suave:

—¿Que pare qué?

Leia se sintió acalorada, confundida, perturbada... un centenar de sensaciones a la vez. Pero su sentido de la dignidad prevaleció.

—¡Para eso! —exclamó regiamente—. Tengo las manos sucias.

Han sonrió ante una excusa tan poco convincente, pero no le soltó la mano y la miró a los ojos.

—Yo también tengo las manos sucias. ¿Qué es lo que le asusta?

—¿Asustarme? —Leia sostuvo su mirada—. Me asusta ensuciarme las manos.

—¿Y, por eso tiembla? —inquirió. Han advirtió que su proximidad y sus caricias la afectaban.

La expresión de la princesa se enterneció, después de lo cual Han le cogió la otra mano.

—Creo que le gusto porque soy un sinvergüenza —dijo—. Creo que no ha conocido suficientes sinvergüenzas en su vida —mientras hablaba acercó lentamente a la princesa hacia sí.

Leia no rechazó su delicada presión. Ahora mientras le miraba, pensó que nunca lo había visto tan guapo, pero ella seguía siendo la princesa.

—Ocurre que me gustan los hombres guapos —murmuró en voz muy baja.

—¿Y yo no lo soy? —preguntó Han burlonamente.

Chewbacca asomó la cabeza desde el compartimiento superior y vio lo que ocurría sin que repararan en su presencia.

—Sí —susurró la princesa—, pero tú...

Antes de que pudiera acabar la frase, Han Solo la abrazó y sintió que el cuerpo de la joven temblaba mientras la besaba. Pareció transcurrir una inmensidad de tiempo, parecieron compartir una eternidad cuando él le hizo inclinar delicadamente el cuerpo.

Esta vez Leia no le rechazó.

Cuando se separaron, Leia tardó unos segundos en recuperar el aliento. Intentó mantener la compostura y mostrarse algo indignada, pero le costó un esfuerzo hablar.

—Está bien, experto, yo... —empezó a decir. Se detuvo y súbitamente descubrió que le besaba y abrazaba con más vehemencia que antes.

Cuando finalmente sus labios se separaron, Han mantuvo a Leia entre su brazos mientras se miraban. Compartieron una serena emoción durante algunos momentos. Después Leia se apartó con pensamientos y sentimientos confusos. Bajó la mirada y se apartó del abrazo de Han. Poco después se volvió y salió de la cabina corriendo.

Han la observó en silencio mientras abandonaba la estancia. Después fue agudamente consciente de la presencia de un wookie muy curioso que asomaba la cabeza desde el cielo raso.

—¡Ya está bien, Chewie! —gritó—. Échame una mano con la válvula.

La bruma que una lluvia torrencial había dispersado se deslizaba por el pantano describiendo tenues remolinos. Un solitario androide R2 corría rápidamente bajo la copiosa lluvia en busca de su amo.

Los sensores de Artoo-Detoo emitían constantes impulsos a sus terminales nerviosas electrónicas. Sus sistemas auditivos reaccionaban —quizás en exceso— ante el más leve de los sonidos y enviaban información al nervioso cerebro de computadora del robot.

Esa selva sombría era demasiado húmeda para Artoo. Apuntó sus sensores ópticos hacia una pequeña y extraña casa de barro situada a orillas de un oscuro lago. Dominado por una percepción casi humana de la soledad, el robot se acercó a la ventana de la minúscula morada. Artoo anduvo con sus pies utilitarios hacia la ventana y atisbó en el interior. Abrigaba la esperanza de que nadie percibiera el ligero temblor de su cuerpo en forma de barril ni oyera su nervioso crujido electrónico.

Luke Skywalker se las había ingeniado para entrar en la casa en miniatura, donde todos los elementos guardaban perfecta proporción con su diminuto habitante. Luke estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo de tierra seca de la sala e intentaba no dar con la cabeza al techo bajo.

Delante de él había una mesa y vio algunos contenedores que albergaban algo parecido a pergaminos escritos a mano.

El ser de rostro arrugado estaba en la cocina, contigua a la sala, y preparaba una comida increíble. Desde donde estaba, Luke veía que el pequeño cocinero revolvía el contenido de ollas humeantes, picaba algo, cortaba otra cosa en tiras, lo condimentaba todo con hierbas y corría de un lado a otro para colocar bandejas en la mesa, delante del joven.

A pesar de que esa actividad bulliciosa le fascinaba, Luke se impacientaba cada vez más. En una de las frenéticas carreras de su anfitrión a la sala, Luke le recordó.

—Ya te he dicho que no tengo hambre.

—Ten paciencia —recomendó el ser mientras regresaba corriendo a la cocina humeante—. Es hora de comer.

Luke intentó ser amable.

—Escucha, huele bien y estoy seguro de que es delicioso, pero no comprendo por qué no podemos visitar ahora a Yoda.

—El jedi también come a esta hora —respondió el pequeñajo, Luke estaba impaciente por ponerse en camino.

—¿Tardaremos mucho en llegar? ¿Está muy lejos de aquí?

—No muy lejos, no muy lejos. Ten paciencia pronto lo verás, ¿Por qué quieres convertirte en un jedi?

—Supongo que por mi padre —replicó Luke mientras pensaba que en realidad nunca había conocido demasiado bien a su padre. A decir verdad, lo más profundo de la relación con su padre correspondía al sable de luz que Ben le había confiado.

Luke advirtió que los ojos del ser se mostraban curiosos en el momento en que mencionó a su padre.

—Ah, tu padre —comentó el pequeñajo y se dispuso a comer la opípara comida—. Un poderoso jedi.

—Fue un poderoso jedi.

El joven se preguntó si el pequeño se burlaba él.

—¿Cómo es posible que conozcas a mi padre? —preguntó, un poco molesto—. Ni siquiera sabes quién soy yo —miró la estrafalaria habitación y meneó la cabeza—. No sé qué hago aquí...

En ese momento notó que el pequeñajo se había apartado de él y hablaba con una esquina de la sala. Realmente ésta es la gota que colma el vaso, pensó Luke. ¡Ahora esta criatura incalificable había con el aire!

—Esto no es bueno —decía el pequeñajo irritado—. No servirá. No puedo enseñarle nada. ¡El chico no tiene paciencia!

Luke volvió la cabeza hacia donde miraba el ser.

No puedo enseñarle. No tiene paciencia. Azorado, vio que allí no había nadie. Gradualmente la realidad de la situación le resultó tan clara como las profundas arrugas del rostro del pequeñajo.

Le estaban poniendo a prueba... ¡y lo hacía el mismo Yoda ni más ni menos! Desde la esquina vacía de la sala, Luke oyó la voz sabia y delicada de Ben Kenobi que le decía a Yoda:

—Aprenderá a tener paciencia.

—Hay mucha ira en él —insistió el diminuto maestro jedi— al igual que en su padre.

—Ya hemos discutido sobre eso —le recordó Kenobi.

Luke no podía esperar un segundo más.

—Puedo ser un jedi —interrumpió. Pasar a formar parte del noble grupo que había defendido las causas de la justicia y la paz era para él más importante que cualquier otra cosa—. Estoy preparado, Ben... Ben... —el joven pronunció el nombre de su mentor invisible y miró a su alrededor con la esperanza de encontrarlo, pero sólo vio a Yoda sentado ante la mesa, frente a él.

—¿Estás listo? —inquirió el escéptico Yoda—. ¿Qué sabes tú de estar listo? He educado a los jedis durante ochocientos años. Guardaré el secreto acerca de quién puede ser iniciado.

—¿Por qué no puedo serlo yo? —pregunto Luke, que se sintió agraviado por la insinuación de Yoda.

—El hecho de convertirse en jedi exige el más profundo de los compromisos, la mente más seria —respondió Yoda seriamente.

—Puede hacerlo —dijo la voz de Ben en defensa del joven.

Yoda señaló a Luke al tiempo que miraba al invisible Kenobi.

—Hace mucho tiempo que le observo y durante toda su vida ha apartado la mirada... para mirar el horizonte, el cielo, el futuro. Nunca concentró su mente en donde estaba ni en lo que hacía.

—Aventuras, entusiasmo... —Yoda miró furioso a Luke— ¡Un jedi no anhela esas cosas!

Luke intentó defender su pasado:

—Hice caso de mis sentimientos.

—¡Eres temerario! —exclamó el maestro jedi.

—Aprenderá —afirmó la voz conciliadora de Kenobi.

—Es demasiado viejo —opinó Yoda—. Sí, es demasiado viejo y sus costumbres están demasiado arraigadas para iniciar el aprendizaje.

Luke creyó percibir un matiz más suave en la voz de Yoda. Quizá todavía existía la posibilidad de convencerle.

—He aprendido muchas cosas —dijo Luke.

Ahora no podía darse por vencido. Había ido demasiado lejos, soportado demasiado y perdido demasiado para lograrlo.

Yoda pareció mirar a través de Luke en el momento en que el joven pronunció esas palabras, como si intentará evaluar cuánto había aprendido. Se dirigió una vez más hacia el invisible Kenobi y preguntó:

—¿Acabará lo que empiece?

—Hemos llegado hasta aquí —fue la respuesta—. Él es nuestra única esperanza.

—No os defraudaré —dijo Luke—. No tengo miedo.

A decir verdad, en ese momento el joven Skywalker se sentía capaz de afrontar cualquier cosa sin miedo.

Pero Yoda no era tan optimista.

—Lo tendrás, jovencito —le advirtió. El maestro jedi se volvió lentamente para mirar a Luke y en ese momento en su rostro azul se dibujó una extraña sonrisa—. Sí, lo tendrás.

IX

En todo el universo sólo un ser era capaz de aterrorizar el sombrío espíritu de Darth Vader. El Oscuro Señor del Sith esperaba la visita de su temido amo a solas y en silencio en el interior de su cámara débilmente iluminada.

Mientras esperaba, su destructor galáctico imperial se deslizaba por un inmenso océano de estrellas. Ningún tripulante de la nave se habría atrevido a molestar a Darth Vader cuando se encontraba en su cubículo privado. Si alguien lo hubiese hecho, quizás habría percibido un ligero temblor en la estructura cubierta por una capa negra. Si alguien hubiese podido ver a través de la negra máscara respiratoria que lo cubría, tal vez habría percibido un indicio de terror en su semblante.

Pero nadie se acercó y Vader permaneció inmóvil mientras cumplía con una vigilia paciente y solitaria. Poco después, un extraño quejido electrónico rompió el silencio mortal de la estancia y una luz parpadeante relumbró en el manto del Oscuro Señor. De inmediato Vader hizo una profunda reverencia para rendir culto a su regio amo.

El visitante llegó en forma de holograma y se materializo ante Vader, y se destacó por encima de él. La figura tridimensional iba vestida con una sencilla túnica y su rostro quedaba cubierto por una enorme capucha.

Cuando el holograma del emperador habló por fin, lo hizo con voz más grave que la de Vader.

Por si la presencia del emperador no fuera terrible, el sonido de su voz hizo que un estremecimiento de terror recorriera el poderoso cuerpo de Vader.

—Siervo, puedes levantarte —ordenó el emperador.

Vader se irguió en el acto, pero no se atrevió a mirar el rostro de su amo, por lo que clavo la mirada en sus botas negras.

—Amo, ¿qué ordenas? —preguntó Vader con la solemnidad de un sacerdote que atiende a su dios.

—La Fuerza ha sufrido una grave perturbación —dijo el emperador.

—La he percibido —replicó solemnemente el Oscuro Señor.

El emperador puso de relieve el peligro:

—Nuestra situación es sumamente precaria. Tenemos un nuevo enemigo que podría provocar nuestra destrucción.

—¿Nuestra destrucción? ¿Quién?

—El hijo de Skywalker. Si no acabas con él, se convertirá en nuestra ruina.

¡Skywalker! Era una idea delirante. ¿Cómo era posible que el emperador se preocupara por ese joven insignificante?

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