Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (11 page)

—Han estará en la nave de mando conmigo... Ambos agradecemos terriblemente lo que estás haciendo. Y también estamos orgullosos.

De súbito, en el centro de la sala, Mon Mothma clamó la atención. La sala cayó en silencio. La expectación era general.

—Los informes que nos trajeron los espías de Bothan han sido confirmados —anunció la líder suprema—. El Emperador ha cometido un error crítico, estamos a tiempo de atacar.

Un gran revuelo sacudió a la reunión. Como si el mensaje de Mothma hubiera sido una válvula de presión, el aire siseó con rumores y comentarios. Ella se volvió al holograma de la Estrella de la Muerte y continuó:

—Ahora conocemos la posición exacta de la nueva estación de combate del Emperador. Los sistemas de armamento de la Estrella de la Muerte aún no son operativos, y con la flota Imperial, esparcida por la galaxia en vano intento de cazarnos, está relativamente desprotegida —Mon Mothma hizo una pausa para dar mayor efecto a su frase siguiente—. Más importante aún: sabemos que el Emperador en persona supervisa la construcción.

Una descarga de parloteos excitados erupcionó en la asamblea. Ésta era la oportunidad. La esperanza que nadie creía poder esperar. Un mazazo directo al Emperador.

Al calmarse un poco la barahúnda, Mon Mothma reanudó su discurso.

—Su viaje de inspección se realizó en el mayor de los secretos, pero él subestimó a nuestra red de espías. Muchos Bothanos han muerto para traernos esta información. —Su voz cambió rápidamente, endureciéndose de nuevo al recordar a todos cuál era el precio de esa empresa.

El Almirante Ackbar dio un paso al frente. Era un especialista en los sistemas defensivos del Imperio. Alzó su aleta y señaló en el modelo holográfico el campo de fuerza que emanaba de Endor.

—Aunque incompleta, la Estrella de la Muerte tiene un mecanismo de defensa —instruyó en el tono tranquilizador de los Calamarianos—; está protegida por un escudo de energía generado por la cercana luna de Endor, aquí situada. —Calló un largo rato: quería que la información empapara sus mentes. Cuando creyó que lo había conseguido, habló más lentamente—: Si queremos intentar cualquier ataque, hemos de desactivar el escudo. Una vez que se haya desvanecido, los cruceros crearán un arco protector, mientras los cazas vuelan dentro de la superestructura, aquí..., e intentan acertar al reactor principal —señaló una porción inacabada de la Estrella de la Muerte—..., en algún sitio por aquí dentro.

Otro murmullo recorrió la sala de los comandantes como una oleada de un mar tormentoso. Ackbar concluyó:

—El General Calrissian dirigirá el ataque de los cazas.

Han se volvió a Lando, sus dudas sustituidas por respeto.

—Buena suerte, compañero.

—Gracias —dijo Lando, simplemente.

—La vas a necesitar —recalcó Han.

El Almirante Ackbar cedió el terreno al General Madine, encargado de las operaciones de camuflaje.

—Hemos adquirido una pequeña lanzadera Imperial —anunció Madine con satisfacción—. Bajo este disfraz un comando aterrizará en la luna y desactivará el generador del escudo. El bunker de control está bien custodiado, pero un pequeño grupo podría ser capaz de penetrar sus defensas.

Estas noticias provocaron una onda general de murmuraciones. Leia se volvió a Han y habló entre dientes:

—Me pregunto a quién habrán encontrado para encargarse de esta acción.

Madine llamó en alta voz:

—General Solo, ¿tiene ya constituido su comando?

Leia alzó su rostro hacia el de Han; su sorpresa inicial se transformó en un sentimiento de jubilosa admiración. Sabía que tenía motivos para amarle, pese a su crasa insensibilidad y sus zafias fanfarronadas. Tras ello, tenía corazón.

Más aún: un cambio había sobrevenido en él desde que surgió de la carbonitización. No era ya más un solitario que estuviera en ese asunto sólo por dinero. Había perdido su costra de egoísmo y, de alguna sutil manera, llegado a ser parte de un todo. Ahora hacía en verdad algo por los demás, y ese hecho emocionaba grandemente a Leia. Madine le había llamado General, lo que significaba que Han había permitido que se le considerara miembro oficial del ejército. Una parte dentro de todo.

—Mi escuadrón está preparado, señor —respondió Solo a Madine—, pero necesito algunos comandos tripulantes para la lanzadera. —Miró interrogador a Chewbacca y habló en voz baja—: Va a ser muy duro, compadre. No quiero hablar por ti.

—Roar rooufl. —Chewie meneó su cabeza con bronco afecto y alzó su peluda zarpa.

—Ése es uno —reclamó Han,

—Aquí tienes al segundo —gritó Leia, disparando su brazo al aire. Luego, dulcemente, se dirigió a Solo—. No voy a dejar que se pierda otra vez de vista, mi General.

—¡Yo también voy contigo! —dijo una voz al fondo de la sala.

Todos giraron su cabeza para ver a Luke, en pie arriba de las escaleras. Saludos de bienvenida brotaron de todas las gargantas.

Y aunque ése no era su estilo, Han fue incapaz de ocultar su alegría: —Ya somos tres —sonrió.

Leia corrió hasta Luke y le abrazó tiernamente. De pronto sintió una especial cercanía entre los dos que atribuyó a la solemnidad del momento y a la importancia de la misión. Empero detectó un cambio en él, una esencia distinta que parecía radiar su corazón; algo que sólo ella podía advertir.

—¿Qué es, Luke? ¿Qué te sucede? —susurró. De súbito, quiso abrazarlo sin saber por qué.

—Nada. Algún día te lo contaré —murmuró cariñosamente. Sin embargo, distaba mucho de ser nada.

—De acuerdo —respondió Leia sin insistir—. Esperaré. —Se preguntaba qué podría ser lo que confería a Luke un aire distinto. Quizá era porque vestía de otro modo; probablemente sólo era eso. Ataviado de negro, parecía más viejo. Viejo, sí, eso era.

Han, Chewie, Lando, Wedge y varios otros rodearon a Luke al momento, saludándole con un coro de voces confusas.

El bloque de los reunidos se disolvió formando múltiples pequeños grupos. Era el momento del último adiós acompañado por los deseos de buena suerte.

R2 silbó melódicamente una observación a 3PO, que, de algún modo, parecía mucho menos optimista.

—No creo que «excitante» sea la palabra adecuada —respondió el dorado androide. Siendo su programa maestro el de traductor, 3PO —por supuesto— no podía dejar de preocuparse terriblemente por localizar la palabra exacta que mejor describiera la situación presente.

El Halcón Milenario descansaba en el muelle principal de embarque del Crucero Estelar Rebelde, mientras lo repostaban y suplían. Justo tras él, se asentaba la robada lanzadera Imperial, destacando como algo entre los cazas Rebeldes de Alas-X.

Chewie supervisaba las últimas remesas de provisiones para la lanzadera y calculó, de un solo vistazo, el emplazamiento idóneo para el comando de Han y Lando, de pie entre dos naves, se despedían imaginando, por lo que sabían, que sería para siempre.

—¡Te lo digo de verdad: llévatelo! —insistió Solo, indicando al Halcón—. Te traerá buena suerte. Tú sabes que es la nave más veloz de toda la galaxia.

Han trabajó en el Halcón duramente tras ganárselo a Lando. Siempre había sido rápido, pero ahora lo era mucho más. Y todas las reformas y modificaciones que efectuó sobre la nave hacían que fuera parte de él; había puesto mucho cariño y sudor en ella. Su propio espíritu. Así, dársela a Lando constituía en verdad la etapa final de la transformación de Solo; el regalo menos egoísta que jamás había dado. Y Lando supo entenderlo

—Gracias, viejo compadre: tendré buen cuidado de ella. Tú sabes que, de todos modos, siempre piloté mejor que tú. Conmigo a los mandos no tendrá ni un rasguño.

—Tengo tu palabra —dijo Solo, mirando con afecto al simpático bribón—: ni un arañazo.

—Despega, viejo pirata —intimidó Lando—. Lo próximo que me pedirás es que instale un depósito de seguridad.

—Te veré pronto, compañero —se despidió Solo.

Se separaron sin haber expresado en alta voz sus verdaderos sentimientos, tal como debía de ser entre los hombres de acción de esos tiempos. Cada uno subió la rampa de su respectiva nave.

Han entró en la cabina de pilotaje de la lanzadera imperial, donde estaba Luke afinando los instrumentos del panel trasero de navegación. Chewbacca, en el asiento del copiloto, intentaba imaginarse cómo eran los controles del Imperio. Al sentarse Han en el puesto del piloto, Chewie gruñó con mal humor, quejándose de los diseños

—Ya, ya —contestó Solo—. No creo que el Imperio los diseñase pensando en los Wookiees.

Leia, cruzando el umbral de la entrada, tomó asiento cerca de Luke.

—A todos nos entorpece el Imperio —aseveró.

—Rrrwfr —dijo Chewie, mientras pulsaba la primera secuencia de interruptores. Miró a Solo, pero Han estaba inmóvil, mirando fijamente a un punto tras las ventanas. Chewie y Leia siguieron la dirección de su mirada hasta el objetivo de tanto interés. Era el Halcón Milenario.

—¡Eh! ¿Estás despierto? —dijo Leia propinando un ligero codazo al piloto.

—Tengo una extraña sensación —musitó Han—. Como si no fuera a verla de nuevo. —Pensó en las veces que le había salvado la vida con su velocidad, o en aquellas otras en que él la había salvado con su pericia. Pensó en todo el universo que habían visto juntos, en el cobijo que ella le había proporcionado, en el modo en que la conocía tanto por fuera como por dentro. Recordó las veces que habían dormido al amparo uno del otro, flotando inmóviles, en pacífico sueño, en el negro silencio del espacio profundo.

Al oír esto, Chewbacca dio, a su vez, otra añorante ojeada al Halcón. Leia posó su mano sobre el hombro de Han. Sabía que él tenía un cariño especial por su nave y no quiso estorbar esa postrera comunión. Pero el tiempo les era cada vez más precioso.

—Vamos, Capitán —susurró Leia con apremio—. Pongamos esto en marcha.

Han volvió a la realidad.

—Bien, Okey, Chewie: averigüemos lo que es capaz de hacer esta cafetera.

Encendieron los motores de la robada lanzadera, se deslizaron fuera del muelle de embarque y se zambulleron en la noche interminable.

La construcción de la Estrella de la Muerte proseguía su ritmo. El tráfico en el área era denso debido al gran número de naves de transporte, cazas TIE y lanzaderas de servicios. Periódicamente, el Superdestructor Estelar orbitaba el área vigilando los progresos de la estación espacial desde todos los ángulos.

El puente del Superdestructor Estelar semejaba una activa colmena. Los mensajeros corrían arriba y abajo de la hilera de controladores pendientes de sus pantallas, monitorizando las entradas y salidas de vehículos a través del escudo deflector. Se enviaban y recibían claves, se impartían órdenes y se dibujaban diversos diagramas.

Eran unas operaciones que implicaban a mil veloces naves y todo había de ejecutarse con la mayor eficiencia..., hasta que el Controlador Jhoff contactó con una lanzadera del tipo Lambda que se aproximaba al escudo desde el Sector Siete.

—Lanzadera a Control, solicitamos permiso de entrada —la voz irrumpió en los auriculares de Jhoff con habitual carga de estática.

—Los tenemos ahora en pantalla —replicó a través de su intercomunicador el controlador—. Identifíquese, por favor.

—Ésta es la lanzadera
Tydirium
solicitando la desactivación del campo deflector.

—Lanzadera Tydirium, transmita el código de vuelo del pasillo del escudo.

Arriba, en la lanzadera, Han miró con preocupación a los otros y replicó por su intercomunicador:

—Comienza la transmisión.

Chewie pulsó varios interruptores del tablero que produjeron una serie de señales de alta frecuencia de transmisión.

Leia se mordió los labios, preparándose para seguir volando o luchar.

—Ahora sabremos si ese código vale el precio que pagamos por él —dijo la Princesa. Chewie gruñó nerviosamente.

Luke miraba fijamente al enorme Superdestructor Estelar que cubría todo el espacio frente a ellos. La ominosa tenebrosidad de la nave ocupaba su vista como si fuera una catarata maligna. Y no sólo su visión se hacía opaca, sino que el corazón y la mente también se le llenaban de tinieblas. Sintió cierto oscuro temor y una certeza particular.

—Vader está en esa nave —susurró.

—Sólo estás nervioso, Luke —confortó a todos Han—. Hay un montón de naves de mando. Pero, Chewie, mantén las distancias sin que parezca que queremos mantenerlas.

—¿Awroff rwergh rrfrough? —preguntó Chewie.

—No lo sé; vuela despreocupadamente —contestó Han.

—Están tardando mucho en comprobar el código de vuelo —dijo Leia con tirantez. ¿Qué pasaría si no funcionaba? La Alianza nada podría hacer si continuaba operando el escudo deflector del Imperio. Leia trató de aclarar sus ideas, concentrándose en el generador del escudo al que quería llegar e intentando echar fuera de sí los sentimientos de duda o temor que quizá estuviera proyectando a los demás.

—Estoy poniendo en peligro la misión. —Luke habló como si tuviera una resonancia especial con su hermana secreta. Sus pensamientos iban dirigidos a Vader: al padre de ambos—. No debería haber venido.

Han trató de animar el ambiente.

—Eh, ¿por qué no intentamos ser un poco más optimistas? —Se sentía asediado por la negatividad.

—Él sabe que estoy aquí —reconoció Luke mientras continuaba mirando por los ventanales a la nave de mando. Parecía aguardar, mofándose de él.

—Vamos, muchacho —dijo Han— estás imaginando cosas.

—Ararg gragh —musitó Chewie. Incluso él estaba ceñudo.

Lord Vader, de pie y silenciosamente inmóvil, miraba por una gran pantalla a la Estrella de la Muerte. Le excitaba la visión de ese monumento dedicado al Reverso Oscuro de la Fuerza. Con su mirada glacial acarició la superficie de la esfera.

Como si fuera un gigantesco ornamento flotante, centelleaba para él. Un globo mágico. Motas de luz surcaban la superficie hipnotizando al Señor Oscuro como si fuera un niño absorto en algún juguete especial. Estaba en un estado trascendente, un momento de exaltación de las percepciones. Y entonces, en medio de su silenciosa contemplación, se inmovilizó absolutamente: ni un respiro, ni un latido siquiera enturbiaban su concentración. Todos sus sentidos volcados en el éter. ¿Qué había percibido? Su espíritu inclinó la cabeza para escuchar mejor. Algún eco, alguna vibración que sólo él captaba, había pasado. No, no había pasado: se había arremolinado un instante alterando el contorno de las cosas. Ya nada era igual.

Other books

the Choirboys (1996) by Wambaugh, Joseph
White Pine by Caroline Akervik
Homestretch by Paul Volponi
Zombie Raccoons & Killer Bunnies by Martin H. Greenberg
Moscow Rules by Daniel Silva
The Weekenders by Mary Kay Andrews
The Pig Comes to Dinner by Joseph Caldwell
Be Mine Forever by Kennedy Ryan