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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (29 page)

—Bueno, suena bien —dijo el duque, que de repente se había relajado—. Bien, caballeros, he tenido mis dos minutos de pánico. Ahora decidme qué puedo hacer para ayudar, y estaré a vuestro servicio.

—Lo aprecio —dijo Cole—. Y tan pronto como hayamos decidido el curso de la acción, te haremos saber cómo puedes ayudar. —Se detuvo un momento—. ¿Señor Odom?

—¿Sí?

—Si desviamos toda la energía de la estación a sus defensas (escudos, pantallas, deflectores, lo que diantres tenga), ¿podemos reforzarlas lo suficiente como para que ganemos algo de tiempo?

Odom negó con la cabeza.

—El problema no es la falta de energía —respondió—. Sencillamente no hay manera de reforzar lo que hay aquí. —Miró al duque—. No debería haber escatimado en sus defensas.

—Nunca esperamos un ataque serio —respondió el duque—. Instalamos nuestros escudos para protegernos de la basura cósmica y de las naves fuera de control, y del ataque ocasional de algún bandido o nave pirata.

—Fue estúpido —dijo Odom—. Cualquier acorazado militar podría vaporizar la Estación Singapore en diez segundos.

—Nunca se adentran tanto en la Frontera Interior.

—Uno ha de prever lo peor que puede pasar, multiplicarlo por tres y esperar a tener suerte.

—Creo que ya lo ha entendido, señor Odom —dijo Cole.

—Una lástima que no lo entendiera unos años antes —dijo Odom, poniéndose en pie—. Volveré a la nave cuando se me necesite.

Se fue mientras el duque decía:

—¿Qué ha querido decir con ese «se»?

—Creo que ha querido decir lo que ha dicho —puntualizó Forrice.

—Quiero que tú también vuelvas a la nave, Cuatro Ojos —dijo Cole—. Ejecuta unas cuantas simulaciones, y mira si hay alguna formación ofensiva o defensiva que nos dé alguna ventaja ante una flota de treinta y cinco naves. Sabes qué clase de arsenal tiene la
Esfinge Roja
. Calcula que Csonti tiene al menos cuatro o cinco naves que están mejor armadas.

—No creo que ningún ordenador sea lo bastante listo como para dar con una formación vencedora —dijo Forrice.

—Lo sé, pero tenemos que agotar todas las posibilidades.

—¿Puedo añadir algo? —dijo Jacovic.

—Adelante.

—Si el ordenador encuentra una formación ventajosa, entonces añada la defensa de la Estación Singapore a la ecuación.

—No vamos a tener tanta suerte —dijo Forrice.

—Entonces calcula que van a intentar destruir la estación y nosotros vamos a tratar de defenderla, y nada más.

—Lo haré —dijo el molario y se levantó con sus sorprendentemente gráciles andares giratorios.

—No va a sacar nada —dijo el duque.

—Probablemente —respondió Cole—. ¿Preferirías que se quedara aquí sentado bebiendo?

—No, por supuesto que no.

—Mira —dijo Cole—. No vamos a abandonar ni vamos a huir, pero tenemos un número de opciones muy limitado, así que vamos a explorar todas y cada una de ellas.

—¿Y si no encontráis nada?

—Improvisaremos. Pero tengo que saber qué vamos a hacer en las próximas quince horas, veinte a lo sumo.

—¿Por qué? —preguntó el duque—. No es que no quiera que decidas una estrategia. Pero Csonti no estará aquí hasta al menos dentro de dos días.

—Tienes como sesenta mil residentes permanentes y probablemente al menos tantos visitantes en una estación que no está defendida adecuadamente y que va a ser atacada —explicó Cole—. Si no se nos ocurre un plan que parezca que tiene unas buenas probabilidades de victoria, casi seguro que tendremos que evacuar la estación.

—No había pensado en eso —admitió el duque.

—Por citar a mi primer oficial, si se quedan aquí, serán una presa fácil.

—Sí, supongo que necesitan al menos un día estándar para largarse de aquí —confirmó el duque—. En serio ¿crees que hay alguna posibilidad de que se nos ocurra un plan viable?

Cole se encogió de hombros.

—Nunca se sabe. A veces llegan de las fuentes más inesperadas.

Y al final resultó que tenía la solución justo ante él.

Capítulo 29

Cole se echó una breve siesta en la habitación de su hotel, después volvió a la
Teddy R
., donde buscó a Forrice, quien estaba sentado en la consola del ordenador principal, en el puente.

—¿Qué tal va? —preguntó.

—Más o menos como esperabas —respondió el molario—. La máquina ha desechado —miró el número que aparecía en la holopantalla—… más de cuatro mil formaciones.

—¿No ha aprobado ninguna?

—Si hubiera aprobado sólo una, ya no estaría aquí sentado —dijo Forrice.

—Dile que pare.

—Sí, qué importa… —dijo Forrice—. Si aún no ha encontrado una formación aceptable a estas alturas, tampoco la va a encontrar más tarde.

—Me sorprende que haya podido encontrar cuatro mil sólo para cinco naves.

—No se diferencian demasiado —dijo Forrice, poniéndose de pie.

—¿Adónde vas? —dijo Cole.

—Probablemente al comedor, o quizás haga mi último viaje a mi local favorito en la estación.

—Más tarde —dijo Cole—. Aún no has acabado.

—Pero has dicho que…

—He dicho que dejaras de buscar formaciones. Quiero que pases otra hora o dos viendo qué resultados conseguiríamos si atacamos e inhabilitamos a Csonti justo al principio.

—Lo haré si quieres, pero la nave de Csonti no es nuestro mayor problema, y lo sabes.

—Tiene la nave más grande, o eso me han dicho —respondió Cole—. En cuanto a Val, por supuesto que es nuestra enemiga más formidable, pero no puedes programar un intangible en el ordenador. ¿O sí?

—La verdad es que no —respondió el molario—. Una vez que introduzco los datos, se convierten en tangibles, tienen límites y no cambian.

—Pues descubre qué pasa si atacamos a Csonti antes de que esté dentro del alcance de la estación.

Forrice encogió sus hombros de alienígena.

—Tú eres el jefe.

La imagen de Jacovic apareció de repente en el puente.

—¡Ah, aquí está, capitán Cole! —dijo—. He estado buscándolo en el hotel y el casino.

—¿Qué pasa?

—Probablemente no nos ayudará, pero he encontrado a otro teroni en la estación y lo he convencido para que luche a nuestro lado.

—¿Qué clase de nave tiene?

—Una de clase QH —dijo Jacovic—. No es mucho, pero tiene un cañón láser de nivel 3. Podría dejar fuera de combate una o dos de las naves más pequeñas de Csonti.

—Aceptaremos toda la ayuda que podamos conseguir —dijo Cole—. Le daré las gracias más tarde. ¿Dónde está atracado?

—En el dique M, puerto 483 —respondió Jacovic.

—Diablos, eso está en el quinto pino —se quejó Cole. De repente, se quedó quieto.

—¿Se encuentra bien, capitán? —dijo Jacovic al cabo de unos segundos—. Comandante Forrice ¿está enfermo el capitán?

Forrice se levantó y se volvió hacia donde Cole estaba plantado.

—¡Idiota! —dijo Cole tan de repente que el molario, sin darse cuenta, retrocedió sobresaltado—. ¡Soy un idiota! ¡Lo tenía justo delante! ¡Cuernos, si incluso lo discutí con vosotros dos y el duque y aún así no lo veía!

Jacovic guardó silencio durante un momento.

—¡Por supuesto! —gritó al final—. Ha sido cuando mencioné la posición de la nave ¿verdad?

—Exacto —dijo Cole, tratando de controlar su excitación.

—Yo no lo entiendo —dijo Forrice—. ¿De qué estáis hablando vosotros dos?

—¡Piénsalo, Cuatro Ojos! ¿Qué acaba de decirme Jacovic sobre la nave de su amigo?

—Que tiene un láser de nivel 3

—No, me ha dicho que está en el dique M, puerto 483.

—¿Y?

—¿Por qué no está en el puerto 1?

—Porque otra nave ya está allí, obviamente.

—¿O en el puerto 200?

De repente, una amplia sonrisa se extendió en el rostro del molario.

—¡Ya lo veo!

—Ya sabemos que hemos de evacuar más de cien mil hombres y alienígenas —dijo Cole—. ¿Cuántos de ellos tienen naves?

—Te lo diré en veinte segundos —dijo Forrice, introduciendo un par de órdenes cifradas en el ordenador—. Está revisando el sistema de tráfico de la estación. —Otros cinco segundos—. Actualmente, hay 17.394 naves atracadas en la Estación Singapore.

—Diría que eso mejora nuestras probabilidades un poco ¿no os parece? —preguntó Cole con una sonrisa.

—No todas tendrán armas, y no todas las naves con armas lucharán para defender la estación —dijo Forrice.

—No las necesito a todas. Pero recuerda, miles de humanos y alienígenas viven aquí. Tienen un interés personal en defender la estación.

—Tiene sentido —admitió Forrice.

—Gracias, Jacovic —dijo Cole—. Si no hubiera encontrado a ese teroni con la nave, los tres habríamos pasado esto por alto hasta que fuera demasiado tarde. ¿Está en el casino ahora mismo?

—Sí.

—Voy para allá. Quiero que vaya a buscar al duque. Un entorno limitado como la Estación Singapore debe de tener un sistema holográfico de comunicación pública. Dígale que quiero usarlo tan pronto como llegue.

—Me encargaré de eso, capitán —dijo Jacovic, y su imagen se desvaneció.

—Creo que ya puedes dejar de jugar con tus programas —dijo Cole a Forrice—. Regresa a la estación conmigo.

—Con mucho gusto —dijo el molario.

—Te dejaré en el burdel de camino.

—El burdel puede esperar —dijo Forrice—. Quiero estar allí cuando te dirijas al… ¿cómo lo llamaría? Al populacho.

—Puedes llamarlos «la Armada de la estación» —respondió Cole—. En eso es en lo quiero que se conviertan. Vamos.

Cogieron el aeroascensor que bajaba a la escotilla principal de la dársena, después recorrieron en una cinta mecánica cuatrocientos metros hasta la estación de monorraíl. El vagón individual los recogió y los trasladó el resto de trayecto.

—¿Cómo es posible que haya hecho este viaje y pasado ante centenares de naves en el dique J cada día y no se me haya ocurrido antes? —dijo Cole—. Quiero decir, el dique J, ¡por el amor de Dios! Si hay quinientos puertos por dique y la «J» es la décima letra… Demonios ¿cómo se me ha pasado por alto?

—No son naves de combate, y no han tomado partido ni por un lado ni por el otro —dijo Forrice—. Naturalmente, todos nos limitamos a pensar en ellos como civiles.

—Es probable que la mayoría de ellos decidan comportarse como civiles —reconoció Cole—. Pero deberíamos ser capaces de reclutar a unos doscientos, que es más de lo que necesitamos. —Sonrió de nuevo—. Creo que Csonti va a encontrarse con una pequeña sorpresa cuando aparezca.

—Preferiblemente, medio año luz o así antes de que se plante aquí —respondió el molario—. No tiene sentido dejarle llegar hasta que nos tenga a tiro.

—Primero, vamos a reclutar a nuestras fuerzas —dijo Cole, mientras el vehículo los depositaba al final del dique—. Luego nos preocuparemos de cómo las desplegamos.

Se subieron a otra cinta mecánica que los llevó al centro de la estación, y después una tercera que los dejó en la puerta principal del casino. Entraron y encontraron al duque esperándolos en su mesa.

—Lo tenéis todo a punto —dijo—. ¿Desde dónde quieres hablarles?

—Cualquier sitio es adecuado.

—¿Qué te parece mi despacho?

—Creí que esta mesa era tu despacho —repuso Cole, sonriendo.

—Esta mesa es donde recibo al público —dijo el duque—. Sígueme.

—Podrías esperarme aquí —dijo Cole a Forrice—. No debería tardar mucho.

El duque condujo a Cole a la parte trasera del casino, esperó a que la puerta se irisara y les dejara pasar, luego recorrieron un breve corredor en cuyo extremo estaba el elegante despacho del duque. La puerta escaneó la retina del duque, analizó la estructura molecular del platino que comprendía la mayor parte de su cuerpo, y permitió que él y su invitado pasaran.

—El teroni me dijo que necesitabas dirigirte a toda la estación —dijo el duque, intentando contener su excitación—. Tienes un plan, ¿verdad?

—Sí, tengo un plan pensado —dijo Cole—. Lo que estoy haciendo ahora es desarrollar los detalles.

—¿Puedes decirme de qué va?

—Todos estamos dando lo mejor de nosotros. Quédate por ahí y escucha. ¿Dónde me pongo?

—Donde quieras. Las cámaras holográficas se centrarán en tu calor corporal y los sensores de movimiento te seguirán si quieres pasear mientras estás hablando.

—No va a ser un discurso tan largo.

—Dame sólo un minuto para programar las cámaras.

El duque dio una docena de órdenes al ordenador que controlaba el equipamiento de su oficina, incluyendo las cámaras; después hizo una señal a Cole.

—Empezará cuando digas.

—Residentes de la Estación Singapore, y también visitantes, tengo un importante mensaje para vosotros —dijo Cole—. Voy a daros unos pocos segundos para que acabéis vuestras conversaciones y os concentréis en lo que estoy a punto de decir. —Se detuvo, contó hasta quince y habló de nuevo—. La mayoría de vosotros no lo sabéis, pero una flota de treinta y cinco o cuarenta naves, dirigidas por el caudillo conocido como Csonti, se dirige hacia aquí para destruir la Estación Singapore. No está previsto que nos alcancen hasta, al menos, de aquí a treinta y cinco horas estándar. Aquellos que deseen evacuar la estación tendrán más de un día estándar para hacerlo. Pero hay una alternativa, una que espero que muchos de vosotros consideréis.

Se detuvo otra vez para asegurarse de que captaba su atención y que no salían todos corrriendo en busca de sus objetos de valor y sus naves.

—Estoy al mando de una antigua nave de combate de la República y otras cuatro menores, y tengo previsto quedarme y luchar. Sé que hace poco más de media hora había más de diecisiete mil naves amarradas en la Estación Singapore. Sólo con que una de cada diecisiete naves se ponga a mis órdenes, tendremos una flota de más de trescientos para plantar cara a Csonti. Si deseáis prestar vuestros servicios voluntariamente, tomaré vuestros nombres e información de contacto en El Rincón del Duque. Cualquier daño que reciban vuestras naves será costeado por el duque, si os habéis apuntado a ayudarme. No habrá compensación alguna si decidís no defender la estación.

Parecía que el duque estaba a punto de protestar, luego consideró las alternativas y guardó silencio. Cole se acercó a la cámara, para que todas las arrugas de su cara pudieran verse con claridad.

—Algunos de vosotros quizás os preguntéis por qué deberíais poneros a mis órdenes en vez de huir de los atacantes. Hay dos razones. La primera es porque deberíais confiar en mis capacidades militares. Mi nombre es Wilson Cole, he dirigido tres naves de combate de la Armada de la República, y soy el primer humano que ha ganado Cuatro Medallas al Coraje por el Servicio Espacial. La segunda razón es porque los de la Frontera Interior deberíais confiar en mí: me buscan, vivo o muerto, tanto la Federación Teroni como la República.

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