Studio Sex (39 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

—Entonces trabajaba como periodista —repuso Annika—. Ahora lo he dejado.

—Vaya —contestó el policía, divertido—. ¿Por qué me llamas?

—Sé dónde vive Patricia.

—¿Quién?

Ella se sintió como una imbécil.

—La compañera de piso de Josefin.

—¡Ah, ya caigo! ¿Dónde vive?

—En mi casa. Compartimos apartamento.

—Ya he oído eso antes —dijo el policía—. Ten cuidado.

—No digas tonterías —replicó Annika—. Me gustaría saber cómo va la investigación.

Él rió.

—Vaya.

—Sé que el ministro estuvo aquella noche en Tallin —dijo ella—. ¿Por qué no quiere que eso se sepa?

La risa del policía cesó.

—Eres la hostia investigando cosas. ¿Cómo lo descubriste?

—Seguro que vosotros lo sabíais desde el principio.

—Sí, claro. Sabemos muchas cosas que no filtramos a la prensa.

—¿Sabéis lo que estuvo haciendo allí?

El policía dudó un instante.

—En realidad, no. Eso no formaba parte de la investigación.

—¿No has pensado en ello? —preguntó Annika.

—No mucho —contestó el policía—. Me imagino que en una reunión política.

—¿Un viernes por la noche?

Permanecieron en silencio.

—A mí no me interesa lo que hizo el ministro —replicó el policía—. Solo me incumbe el asesino.

—¿Y no es Christer Lundgren?

—No.

—El asesinato está policialmente resuelto, ¿verdad? —inquirió Annika.

Q resopló.

—Gracias por contarme lo de Patricia. No es que la echemos de menos, pero nunca se sabe.

—¿No me puedes contar nada de la investigación? —preguntó Annika suplicando.

—Entonces deberías tener algo más que darme. Ahora tengo cosas que hacer...

Colgaron. Annika se dejó caer de espaldas sobre el sofá y cerró los ojos Tenía unas cuantas cosas en las que pensar.

—¿Tienes un momento?

Anders Schyman levantó la vista, Berit Hamrin asomaba su cabeza por la puerta.

—Claro —contestó el director y cerró el documento que tenía en la pantalla—. Pasa.

Berit cerró la puerta cuidadosamente tras de sí y se sentó en el nuevo sofá de cuero.

—¿Cómo van las cosas? —preguntó Berit.

—Más o menos —repuso Schyman—. Sabes que es difícil maniobrar con este acorazado.

Berit sonrió.

—No cambia de curso con facilidad —dijo ella—. Pero quiero que sepas que a mí me parece que haces lo correcto. Son necesarios los pasos que estás dando hacia una evaluación y una mayor toma de conciencia.

El hombre suspiró levemente.

—Está bien que alguien piense como yo —apuntó él—. Hay veces en las que creo que nadie más lo hace.

Berit se restregó las manos.

—Bueno —dijo—, he estado pensando en la situación de la redacción de sucesos. Tenemos una plaza libre después del traslado de Sjölander a nacional. ¿Se va a cubrir?

Schyman se volvió hacia la estantería y sacó un archivador, lo hojeó y meditó.

—No —repuso a continuación—. El consejo de redacción ha decidido que Sjölander se quede en la redacción de nacional, sucesos tendrá que funcionar contigo y los otros dos. El presidente desea que por el momento mantengamos un perfil discreto con los sucesos. Está conmocionado después de la crítica deStudio sex.

Berit se mordió el labio.

—Me parece que está equivocado —apuntó Berit cuidadosamente—. No creo que frenando salgamos de esta crisis. Creo que deberíamos acelerar. Reivindicarnos, trabajar de verdad pero meditando bien lo que hacemos. Por desgracia, eso es imposible con el personal con el que contamos en la actualidad.

Anders Schyman asintió.

—Estoy de acuerdo contigo. Pero, tal y como están las cosas ahora mismo, no tengo ninguna posibilidad de realizar una apuesta así. Eso implica, como bien has dicho, tanto una reestructuración como nuevos puestos de trabajo.

—Respecto a eso, tengo una proposición —apuntó Berit, y el director sonrió.

—Ya me imagino —repuso él.

Berit se impacientó.

—Annika Bengtzon es una joven muy despierta. Le da la vuelta a las cosas, piensa de una forma completamente distinta. A veces es algo impulsiva, pero eso se puede corregir. Creo que deberíamos contratarla.

El director agitó los brazos.

—Lo siento —dijo—, pero por ahora está completamente quemada como reportera de sucesos. Al presidente le da un ataque con sólo oírla nombrar. Yo estaba a su favor cuando se contrató a Carl Wennergren y esto estuvo a punto de costarme el puesto, Jansson me apoyó, pero el resto de los jefes de la redacción pensó que había que echarla dándole una patada en el culo.

—Eso fue lo que hicisteis —replicó Berit con acritud.

Schyman se encogió de hombros

—Sí —repuso él—, pero eso no la mató. Hablé con ella antes de que se marchara, estaba enfadada pero serena.

Berit se levantó.

—Estuve con ella ayer por la noche. La chica tiene algo entre manos. Está investigando algo relacionado con IB, no sé exactamente qué.

—Puede mandarnos el material como colaboradora —indicó Anders Schyman.

Berit sonrió.

—Se lo diré, si la veo.

Patricia llamó a la puerta del dormitorio de Annika.

—Perdona —dijo Patricia—, pero no hay nada en casa y hoy te toca comprar a ti.

Annika dejó el libro y levantó la mirada.

—¡Uf! No tengo un duro.

Patricia cruzó los brazos por encima del pecho.

—Entonces tendrás que conseguir un trabajo.

Annika se levantó, se dirigieron a la cocina. La nevera estaba en efecto prácticamente vacía, con sólo una lata de sardinas.

—¡Qué mierda! —exclamó Annika—. He llamado a la empresa Cherry pero no tienen nada hasta primavera.

—¿Has mirado el periódico del INEM? —preguntó Patricia.

—¿La gaceta del terror? No.

—Quizá haya algún trabajo de periodista.

—Ya no soy periodista —contestó Annika secamente, se sirvió un vaso de agua y se sentó a la mesa.

—Entonces coge el trabajo del club —dijo Patricia y se dejó caer en la silla de enfrente—. Necesitamos una crupier.

—Joder, yo no puedo trabajar en un puticlub —replicó Annika y bebió del vaso.

Patricia arqueó las cejas y miró a Annika desdeñosamente.

—¿Así que tú eres mucho más fina que Josefin y que yo? ¿Este trabajo no es bueno para ti?

Annika sintió cómo se le encendían las mejillas.

—No quería decir eso.

Patricia se inclinó hacia delante.

—Nosotras no somos putas. Ni siquiera vamos desnudas. Yo llevo un biquini rojo, es muy bonito. Tú tienes unos pechos grandes, podrías usar el de Josefin. Es azul.

Annika sintió que las mejillas se le encendían aún más.

—¿No bromeas? —preguntó.

Patricia se rió.

—No es para tanto. Pero tengo que hablar con Joachim, yo no decido nada en el club. ¿Quieres que lo haga?

Annika dudó.

Esta era la oportunidad de ver en qué trabajaba Josefin, pensó. Podré conocer a su novio y jefe. Llevaré puesto su sujetador y sus bragas.

Este último pensamiento le hizo sentir un cosquilleo en la vulva, una sensación que la llenó de excitación y vergüenza.

Asintió.

—Okey—dijo Patricia—. Si estás durmiendo cuando llegue a casa dejaré una nota en la mesa.

A continuación se marchó a trabajar.

Annika permaneció sentada a la mesa de la cocina un buen rato.

Diecinueve años, cinco meses y dos días

El conocimiento nunca está de rebajas. Las experiencias nunca se regalan. En el momento de la compra el precio siempre parece muy caro, impagable. Sin embargo, ahí estamos con nuestras tarjetas de crédito, nos identificamos y endeudamos nuestra paz de espíritu por muchos años.

Poco a poco, cuando la cuenta vuelve a estar en orden y las letras abonadas, pensamos que valió la pena. Ese es mi consuelo hoy en día, pues hoy me he decidido. He comprendido lo que tengo que hacer. He tirado de la tarjeta de plástico y he recuperado mi alma.

Ayer faltó poco. Apenas recuerdo la razón, era algo que él no encontraba y aseguraba que yo lo había tirado. No era cierto, por supuesto, y él lo sabía.

Sé lo que tengo que hacer. La espalda contra la pared. Tengo que enfrentarme a él, y sé que me resultará caro.

Pues él dice

que nunca

me dejará marchar.

Jueves, 6 de septiembre

La nota yacía plegada sobre la mesa de la cocina, el texto se componía de dos letras. «OK».

Annika se estremeció y tragó saliva, se apresuró a tirar el papel. Sven entró en la cocina, desnudo y con los pelos de punta. Annika se vio obligada a sonreír.

—Pareces un niño pequeño —dijo ella.

Él la besó ligeramente.

—¿Hay alguna pista por los alrededores?

—Ninguna pista iluminada, pero hay caminos por todo Kungsholmen, por allí se puede correr.

—Tonto el último —dijo Sven y salió corriendo hacia el recibidor para coger la ropa deportiva.

Corrieron juntos todo el camino, Sven ganó, por supuesto, pero Annika no quedó muy rezagada. Luego hicieron el amor en la ducha del edificio exterior, decididos y en silencio para que no resonase en todo el patio.

Una vez en el piso Annika preparó café.

—El entrenamiento comienza la semana que viene —anunció Sven. Annika sirvió la bebida en las tazas y se sentó en una silla frente a él.

—Me voy a quedar aquí algún tiempo —señaló ella.

Sven se revolvió en su asiento.

—He estado pensando una cosa —dijo—. ¿No te parece una tontería que tengamos cada uno un piso en Hälleforsnäs? Podríamos alquilar uno de cuatro habitaciones o comprar una casa.

Annika se levantó y abrió la nevera, estaba igual de vacía que la noche anterior.

—¿Podrías comprar algo? —preguntó ella—. Hay una tienda de Ica en la plaza.

—No escuchas lo que digo —repuso Sven.

Ella se sentó y resopló.

—Sí —dijo ella—, pero tú no me escuchas a mí. Voy a vivir aquí un tiempo.

El hombre miró fijamente su taza de café.

—¿Cuánto?

Annika respiró lentamente unos segundos.

—No lo sé —respondió ella—. Por lo menos unas semanas.

—¿Y tu trabajo?

—Estoy de baja.

Sven se inclinó sobre la mesa y posó su mano sobre la de ella.

—Te echo de menos —dijo él.

Ella soltó apresuradamente sus dedos, se levantó y sacó las latas vacías de la despensa.

—Si no compras lo tendré que hacer yo —apuntó ella.

Sven se puso de pie.

—¡Joder! Tú no escuchas lo que digo —exclamó él—. Quiero vivir contigo. Quiero casarme contigo. Quiero tener hijos.

Annika sintió cómo sus manos se hundían, observó los envases de aluminio.

—Sven —dijo ella—, no estoy preparada.

Él agitó los brazos.

—¿A qué estás esperando? Yo ya te he dicho que lo deseo.

Levantó la vista hacia él, luchó por mantener la calma.

—Sólo te estoy diciendo que primero quiero terminar un proyecto aquí. Estoy haciendo una cosa y puede tomarme algún tiempo.

Sven se acercó a ella un paso más.

—Y yo digo que quiero que vengas a casa. Ahora. Hoy.

Annika introdujo la última lata de Coca-Cola en una bolsa, los restos del fondo salpicaron el suelo.

—Ahora tú eres el sordo —dijo ella y salió de la cocina. Se vistió y bajó al supermercado de Kungsholmstorg. En realidad le disgustaba la tienda: era estrecha, desordenada y pretenciosa. El surtido estaba dominado por pequeñas y caras exquisiteces en bonitos envases, múltiples clases de ajos marinados y ningún tapón para el fregadero. El personal la miró disgustado cuando entró con la bolsa de latas y botellas de plástico. A ella le importó una mierda, el dinero que conseguía por devolver los envases llegaba para un bollo y un cartón de huevos.

El apartamento estaba en silencio y vacío cuando regresó, Sven se había marchado.

Encontró una botella de aceite y una lata de champiñones en la despensa, batió tres huevos y se hizo una buena tortilla. Miró fijamente hacia la casa del patio mientras comía, luego se tumbó en la cama con la vista en el techo.

Patricia abrió la puerta de Studio Sex con llave y clave.

—Dentro de poco tendrás una —le dijo por encima del hombro.

Annika asintió y notó su corazón acelerado. Se arrepentía tanto de lo que estaba haciendo que todo su cuerpo se lo gritaba.

Tras la puerta la oscuridad tenía un tono rojizo, una escalera de caracol conducía hacia la luz.

—Ten cuidado —anunció Patricia—. Más de un cliente ha estado a punto de matarse.

Annika se agarró al pasamanos con fuerza mientras descendía lentamente al mundo subterráneo.

El lodo pornográfico, pensó. Así es. Vergüenza y esperanza, curiosidad y asco.

A la entrada del recibidor se encontraba la mesa de la ruleta, este hallazgo la llenó de tranquilidad y seguridad. Unos cuantos sillones de cuero, una mesa redonda y a la derecha una mesita con teléfono y caja registradora.

—Esta es la entrada —informó Patricia—. Sanna se encarga de esto.

Annika dejó que la mirada vagara por las paredes blanqueadas, ligeramente sucias. El suelo de parqué estaba cubierto de alfombras orientales, copias baratas de Ikea. Del techo colgaba una lámpara roja con una bombilla de pocos vatios, la luz apenas conseguía traspasar la pantalla.

Detrás de la mesita se veían dos puertas disimuladas.

—Allí están el vestuario y la oficina —indicó Patricia señalando con un movimiento de cabeza—. Comencemos por cambiarnos. Te he lavado el biquini de Jossie.

Annika respiró hondo y espantó la sensación de excitación morbosa. Patricia entró, prendió el interruptor y la fría luz azulada del tubo fluorescente llenó la habitación.

—Esta es mi taquilla —señaló Patricia—. Tú puedes coger la número catorce.

Annika colocó su bolso tras la puerta de chapa.

—No tiene cerradura —dijo y le dio gracias a Dios por haber sacado del bolso cualquier cosa que pudiera identificarla.

—Joachim dice que no las necesitamos —informó Patricia—. Toma. Me parece que te valdrá.

La mujer le alargó un sujetador de lentejuelas azul cielo y un par de tangas minúsculos. Annika los cogió, le pareció que el tejido ardía, se dio la vuelta y se desvistió.

—Tenemos baile, bar y cabinas privadas —comunicó Patricia y sacó de su armario una bolsa de plástico con productos de maquillaje—. Yo me ocupo del bar y apenas poso. Jossie sobre todo bailaba, Joachim no la dejaba posar. Se ponía muy celoso.

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