Studio Sex (6 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

—Es muy buena, y bastante dura —dijo Annika espontáneamente.

Annika retrocedió cuando los ojos turbios de la mujer encontraron los suyos.

—Éstas fueron las primeras fotos —explicó Bertil Strand—. Fue una suerte que pudiera cambiar de ángulo, ¿no te parece?

Annika tragó saliva.

—¿Daniella Hermansson? —preguntó.

Foto-Pelle hizo clic en un tercer icono. Una nerviosa Daniella con Skruttis en brazos miraba aterrorizada hacia el parque.

—Buenísima —dijo Annika.

—«Pude ser yo» —dijo Foto-Pelle.

—¿Cómo sabes que fue justo eso lo que dijo? —preguntó Annika sorprendida.

—Siempre dicen lo mismo en nuestros pies de foto —respondió Pelle y suspiró.

Annika prosiguió su paseo.

Todas las puertas de la zona de dirección estaban cerradas. Hoy no había visto al director. Ahora que pensaba en ello, apenas había estado visible durante toda la semana. Los maquetadores aún no habían llegado, estos hombres que se encargaban de realizar el diseño del periódico solían entrar después de la siete de la tarde, quemados por el sol y amodorrados después de pasar toda la tarde en Rålambshovsparken. Solían comenzar la noche tomándose un litro de café cada uno, después discutían durante un rato sobre los errores que según ellos se habían cometido en el periódico del día, y luego se ponían a trabajar. Jugaban con los titulares, acortaban textos y tecleaban en susMacshasta que el periódico se imprimía a las seis de la mañana. Annika les tenía un poco de miedo. Eran vocingleros y bastante groseros, algo cínicos y con tendencia a generalizar, pero sus conocimientos y profesionalidad eran asombrosos. Muchos vivían para el periódico, trabajaban cuatro noches y libraban otras cuatro, un año tras otro. El horario se repetía durante Navidades, Pascua ymidsommar,cuatro días de trabajo, cuatro libres. Annika no comprendía cómo aguantaban.

Se encaminó hacia la desierta redacción de deportes. En una esquina había una televisión que transmitía Eurosport. Se detuvo junto a los grandes ventanales del fondo, le dio la espalda a la redacción y miró enfrente hacia el edificio de aparcamiento. Parecía como si el cemento humeara. Al situarse pegada al ventanal y mirar hacia la izquierda vislumbró la embajada rusa. Apoyó la frente contra el cristal y se sorprendió de lo frío que estaba. El sudor dejó una mancha pringosa en la ventana, intentó limpiarla con la mano. Se bebió los últimos restos del agua mineral. Sabía a lata. Regresó paseando lentamente por la redacción y, poco a poco, la embargó una intensa sensación de felicidad.

Estaba allí. Podía formar parte de todo aquello. Era una de ellos.

Todo saldrá bien, pensó. Conseguiré quedarme.

Ya eran algo más de las tres. Era hora de llamar a la policía. Al regresar a su sitio pasó por la cocina y rellenó la lata de Ramlösa con agua del grifo.

—Aún no sabemos gran cosa —dijo el comisario de turno en tono enfadado—. Llama al portavoz de prensa.

El portavoz de prensa de la policía no podía decir nada.

El centro coordinador de emergencias confirmó que se habían enviado unos coches a Kronobergsparken, pero eso ya lo sabía ella. La volvieron a informar de que recibieron la alarma de un particular a las 12.48. El informante drogata de la direccióncare ofno tenía ningún número de teléfono.

Annika exhaló un suspiro. Cogió su cuaderno y lo hojeó: la vista se detuvo en el indicativo del coche del agente de la camisa hawaiana. Pensó durante algunos segundos, luego volvió a llamar al centro coordinador de emergencias. La informaron de que el coche pertenecía a la comisaría de Norrmalm. Les telefoneó.

—Hoy lo hemos prestado —dijo el jefe de servicio después de controlar su lista.

—¿A quién? —indagó Annika y sintió que su pulso aumentaba.

—A la criminal. Ellos no tienen coches propios. Hoy ha habido un asesinato en Kungsholmen, ¿sabes?

—Sí, lo he oído. ¿Tienes más datos?

—El caso no es nuestro, Kungsholmen pertenece a Söder. Pero seguro que la brigada criminal se encarga de esto.

—El policía que utilizó el coche tenía el pelo rubio corto y una camisa hawaiana. ¿Lo conoces?

El jefe de servicio se rió.

—Seguramente era Q —respondió.

—¿Q? —repitió Annika.

—Así le llaman, comisario de la criminal. Ahora tengo otra llamada...

Annika dio las gracias, colgó y marcó de nuevo el número de la centralita.

—Busco a Q de la criminal —dijo ella.

—¿Quién? —repuso la telefonista sorprendida.

—Un comisario llamado Q que trabaja en la brigada criminal.

Oyó resollar a la telefonista. Probablemente allí hacía el mismo calor que aquí.

—Un momento...

Sonaron las señales. Annika iba a colgar cuando respondió una voz:

—Hola, ¿es la brigada criminal? —preguntó.

De nuevo un suspiro.

—Sí, es la brigada criminal ¿Qué desea?

—Busco a Q —dijo Annika.

—Soy yo.

¡Bingo!

—Solo quería disculparme —explicó Annika—. Me llamo Annika Bengtzon, fui yo quien chocó contigo hoy, arriba en Kronobergsparken.

El hombre resopló al otro lado del auricular. Algo rechinaba de fondo, sonaba como si se sentara en una silla.

—¿De qué periódico llamas?

—Kvällspressen.Trabajo como becaria estival. En realidad no sé cómo actuáis en estos casos, cómo funcionan los contactos con la prensa. En Katrineholm siempre llamo a Johansson de la brigada tres, él lo sabe todo.

—Aquí en Estocolmo se llama al portavoz de prensa —replicó Q.

—Pero ¿eres tú el responsable? —aventuró Annika.

—Sí, por el momento.¡Yes!

—¿Y por qué no un fiscal? —se apresuró a preguntar.

—No hay razón por ahora.

—Así que no tenéis ningún sospechoso —constató Annika.

El hombre del auricular no respondió.

—No eres tan tonta como quieres aparentar —dijo a continuación—. ¿Adónde quieres llegar?

—¿Quién era ella?

Él suspiró de nuevo.

—Escucha, ya te he dicho que hables con...

—Él dice que no sabe nada.

—¡Te tendrás que conformar con eso de momento!

Q comenzaba a enfadarse.

—Lo siento —dijo Annika—. No era mi intención presionarte.

—Pues lo estás haciendo. Ahora tengo muchas cosas...

—Tenía pechos de silicona —soltó Annika—. Estaba muy maquillada y lloró antes de morir. ¿Sabéis por qué?

Al otro lado del auricular, el hombre esperó en silencio. Annika contuvo la respiración.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó, y Annika oyó que estaba sorprendido.

—Digámoslo así: no llevaba mucho tiempo tirada. Se le había corrido el maquillaje, tenía carmín en las mejillas. Ahora está en el depósito de cadáveres de Solna, ¿verdad? ¿Cuándo informaréis de lo que sabéis?

—No sabía lo de los pechos de silicona —dijo él.

—Los pechos normales caen un poco hacia los lados cuando una está tumbada, las tetas de plástico permanecen rígidas. No es una operación corriente entre las chicas jóvenes. ¿Era una prostituta?

—No, en absoluto —respondió el policía y Annika oyó cómo se mordía la lengua.

—¡Así que sabéis quién es! ¿Cuándo daréis el nombre?

—Aún no estamos seguros. No está identificada.

—Pero ¿lo estará dentro de poco? ¿Y qué fue lo que la mordisqueó?

—No tengo más tiempo. Adiós.

El comisario Q colgó y, cuando el tono de la línea regresó al auricular, Annika se dio cuenta que aún no sabía cómo se llamaba.

El ministro cambió a cuarta y aceleró en el túnel de Karlberg. El calor dentro del coche era agobiante, se inclinó hacia delante y palpó el aire acondicionado. El aire acondicionado se puso en marcha con un clic y un suave zumbido. Suspiró. La carretera parecía interminable.

Por lo menos refrescará por la noche, pensó.

Se incorporó al cinturón Norte y tomó el túnel para subir a la E4. Los distintos ruidos del automóvil resonaban en la cabina, se agrandaban, rebotaban contra las ventanillas: el roce de las ruedas contra el asfalto, el zumbido del aire acondicionado, el silbido de una junta que no calzaba del todo. Puso la radio para no oírlos. El griterío de P3 llenó el vehículo. Miró el reloj digital del salpicadero: 17.53. Dentro de poco comenzaríaStudio sex,un programa de actualidad con debates y análisis.

Un me pregunto si saldré voló por su mente.

Claro que no, pensó a continuación. ¿Cómo iba a poder salir? No me han entrevistado.

Se colocó en el carril de la izquierda y adelantó a dos autocaravanas francesas. Pasó Haga norte volando y comprendió que conducía demasiado rápido. Sólo faltaría que le detuvieran, pensó y cambió de carril. Las autocaravanas llenaron el espejo retrovisor e hicieron sonar el claxon en protesta por su frenazo.

Dieron las seis y subió el volumen para escuchar la retransmisión delEko.El presidente de los Estados Unidos estaba preocupado debido a la evolución del proceso de paz en Oriente Próximo. Había invitado a las partes a mantener nuevas conversaciones en Washington la semana entrante. No se sabía si el representante palestino aceptaría la invitación. El ministro escuchó con atención, esto podía tener consecuencias en su propio trabajo.

A continuación conectaron en directo desde Gotland, donde un incendio forestal arrasaba la isla. En la costa este peligraban grandes superficies de terreno. El reportero entrevistaba a un campesino preocupado. El ministro sintió que su atención se dividía. Pasó la salida de Sollentuna, no se dio cuenta que ya había pasado Järva krog.

Ekoabandonó Gotland y regresó al reportero del estudio y a unos teletipos. Proseguía la negociación en el espinoso conflicto de los controladores aéreos, el sindicato daría una respuesta a la propuesta de los mediadores a las 19.00. Se había encontrado a una joven muerta en Kronobergsparken, en el centro de Estocolmo. El ministro prestó atención y subió el volumen. La policía guardaba silencio sobre la causa de la muerte, pero había indicios de que la mujer había sido asesinada.

Luego presentaron un especial con el anterior secretario general del partido, que había escrito un artículo de debate sobre el antiguo escándalo IB en uno de los periódicos de la mañana. El ministro se irritó. Viejo de mierda. ¿Por qué no tendría la boca cerrada en medio de la campaña electoral?

—Lo hicimos por la democracia —dijo el viejo secretario general por el altavoz—. Sin nosotros la puerta al paraíso marxista-leninista hubiera estado abierta de par en par.

A continuación siguió el pronóstico del tiempo. El anticiclón se mantendría sobre Escandinavia los próximos cinco días. El nivel de los acuíferos estaba muy por debajo de lo normal y el riesgo de incendio en el bosque era muy elevado. Continuaba la prohibición de encender fuego en todo el país. El ministro suspiró.

El reportero del estudio finalizó la transmisión al mismo tiempo que el motel de Rotebro quedaba atrás y se vislumbraba un gran centro comercial a la derecha. El ministro esperó la estruendosa guitarra eléctrica que era la sintonía del programa de actualidadStudio sex,pero para su sorpresa no sonó. En cambio, anunciaron un programa presentado por jóvenes histéricos y vocingleros. Joder, era sábado.Studio sexemitía de lunes a viernes. Apagó irritado la radio del coche. En ese mismo instante sonó su teléfono móvil. A juzgar por la señal, éste yacía en el fondo de una bolsa que había en el asiento trasero. Blasfemó en voz alta y lanzó el brazo derecho hacia atrás. Mientras el coche hacía eses sobre la línea de la carretera empujó la bolsa al suelo y alcanzó su neceser de viaje. Un Mercedes plateado último modelo hizo sonar el claxon enfurecido al adelantarlo.

—Capitalista de mierda —murmuró el ministro.

Vació la bolsita sobre el asiento del copiloto y cogió el teléfono.

—¿Sí? —respondió.

—Hola, soy Karina.

Era su secretaria de prensa.

—¿Dónde estás? —preguntó ella.

—¿Qué quieres? —contraatacó él.

—Svenska Dagbladetpregunta si la nueva crisis en Oriente Próximo pone en peligro la entrega de aviones Jas a Israel.

—Ésa es una pregunta peliaguda —respondió el ministro—. No hay ningún contrato de entrega de aviones Jas a Israel.

—La pregunta no tiene nada que ver con eso —dijo la secretaria de prensa—. La pregunta es si las negociaciones están en peligro.

—El gobierno no comenta presuntas negociaciones de presuntos compradores de material bélico o de aviones de guerra suecos. Las negociaciones suelen tener lugar generalmente con distintos interesados y no suelen conducir a grandes compras. En este caso no hay riesgo de que las entregas peligren, ya que no van a tener lugar, por lo menos que yo sepa.

La secretaria de prensa anotó en silencio.

—Okey—dijo luego—. A ver si he entendido bien: «La respuesta es no. Ninguna entrega está en peligro, ya que no hay firmado ningún contrato».

El ministro se pasó la mano por su frente cansada.

—No, no, Karina —contestó—. Yo no he dicho eso. No respondí que no a la pregunta. Esta queda sin respuesta. Al no haber ninguna entrega planeada, ninguna entrega puede estar en peligro. Un no a la pregunta significaría que la entrega se va a realizar.

Karina respiró silenciosamente en el auricular.

—Quizá deberías hablar tú mismo con el reportero —dijo ella.

¡Joder, tenía que echar a esta mujer de mierda! ¡Era una completa inútil!

—No, Karina —respondió—. Tu trabajo consiste en formular esto de forma que mi intención quede clara y la cita sea correcta. ¿Por qué crees que te pagamos un sueldo de cuarenta mil coronas al mes?

Cortó la conversación antes de que ella pudiera responder. Para estar seguro apagó el teléfono y lo lanzó dentro de la bolsa.

El silencio se hizo compacto. Lentamente, el sonido del capó empezó a retumbar en el compartimiento del coche, el silbido de las juntas, el zumbido del aire acondicionado. Irritado, se desabrochó los dos botones superiores de la camisa y volvió a encender la radio. No aguantó las bromas telefónicas de P3, así que eligió al voleo otra emisora preprogramada y salió Radio Rix. Una vieja canción surgió del altavoz, la reconoció de su juventud. Tenía un recuerdo asociado a esta melodía, pero no logró evocarlo. Alguna chica, seguramente. Resistió la tentación de apagar la radio de nuevo. Cualquier cosa era mejor que el ruido del coche.

Sería una noche larga.

El equipo de maquetadores apareció justo antes de las siete con su bullicio habitual. Su jefe, Jansson, se había detenido enfrente de Spiken, junto a su mesa. Annika y Berit habían comido fricasé en la cantina del personal, conocida como Siete Ratas.

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