Studio Sex (8 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

Se metieron en el Saab de Bertil Strand, exactamente igual como lo hicieron la vez anterior. Annika estaba de nuevo en el asiento trasero, en el mismo lugar. Cerró la puerta suave y cuidadosamente. Cuando el fotógrafo aceleró hacia Västerbro se percató de que no la había cerrado correctamente. Rápidamente presionó el cierre, sujetó el tirador de la puerta y confió en que el conductor no notara nada.

—¿Adónde vamos? —preguntó Bertil Strand.

—A Kungsholmsgatan, por la entrada de Falck —respondió Berit.

—¿Qué crees que dirán? —inquirió Annika.

—Seguramente la habrán identificado y se lo habrán notificado a sus familiares —contestó Berit.

—Sí, bueno. Pero ¿por qué organizar una rueda de prensa?

—No tendrán ninguna pista —dijo Berit—. Necesitan la máxima atención de todos los medios de comunicación. Tienen que despertar al detective que la gente lleva dentro mientras el cadáver aún esté caliente, y nosotros somos el despertador.

Annika carraspeó. Cambió de mano para sujetar el tirador de la puerta y miró por la ventanilla. Los letreros de neón de Fridhemsplan brillaban pálidamente bajo la oblicua luz nocturna.

—Deberíamos estar en una terraza con una copa de vino —dijo Bertil Strand.

La frase quedó en el aire.

Pasaron el parque, Annika vio cómo la cinta del acordonamiento se agitaba al viento. El fotógrafo bordeó el follaje y subió hacia la entrada de Falck en lo alto de Kungsholmsgatan.

—Es una ironía —dijo Berit—. La mayor concentración de policías de Escandinavia se encuentra a sólo doscientos metros del lugar del crimen.

El complejo de metal marrón de la Brigada Criminal del Reino se alzaba a la derecha de Annika. Volvió la cabeza y miró hacia el parque a través del cristal trasero del coche. El montículo verdoso lo llenaba por completo. De pronto se sintió desfallecer, oprimida entre el edificio de chapa y el follaje oscuro. Rebuscó en su bolso y encontró un paquete de caramelos ingleses de menta. Apresuradamente, se metió dos en la boca.

—Tenemos el tiempo justo —anunció Berit.

Bertil Strand aparcó demasiado cerca del cruce, Annika se apresuró a bajar. Tenía la mano algo rígida después de haber sujetado la puerta durante todo el trayecto.

—Estás un poco pálida —dijo Berit—. ¿Te encuentras bien?

—Sí —respondió Annika. Se colgó el bolso del hombro y se encaminó hacia la entrada, masticaba frenéticamente los caramelos de menta. Había un guardia de seguridad de la empresa Falcon Security en la entrada. Mostraron sus carnés de prensa y entraron en un estrecho local ocupado en su mayor parte por fotocopiadoras. Annika miró con curiosidad a su alrededor. Tanto a derecha como a izquierda se extendían largos pasillos.

—En realidad éste es el departamento de identificación y huellas dactilares —susurró Berit.

—Sigan recto —ordenó el guardia de Falck.

Delante de ellos, en la puerta de cristal se leía «Brigada Criminal del Reino» con letras azules e invertidas. Berit tiró de ella. Entraron en otro pasillo con paredes de chapa color crema. Una decena de metros más adelante se encontraba la sala de la rueda de prensa. Bertil Strand resopló.

—Éste es el sitio más aburrido de toda Suecia para fotografiar —comentó—. No se puede disparar el flash al techo. Es marrón oscuro.

—¿Ésta es la razón de que el portavoz siempre tenga los ojos rojos? —dijo Annika esbozando una sonrisa.

El fotógrafo asintió.

La sala era bastante grande, una moqueta naranja cubría el suelo, los sillones eran marrón y beige, y había elementos textiles en azul y marrón. En primera fila se había formado un pequeño grupo de periodistas. Estaban Arne Påhlson y un reportero más delKonkurrenten,charlando con el portavoz de la policía. No se encontraba, en cambio, el comisario de la camisa hawaiana. Annika se asombró al ver que elEkohabía acudido, al igual que elFina Morgontidningenque compartía edificio con elKvällspressen.

—¿Sabes una cosa? Los asesinatos se vuelven inmediatamente algo más serios cuando hay una rueda de prensa —murmuró Berit.

En la sala hacía mucho calor, Annika volvió a sudar por todos los poros. Ya que no había comparecido ningún canal de televisión, se sentaron en la parte de delante —por lo general las filas delanteras estaban siempre ocupadas por los cables y las cámaras de televisión—. La gente delKonkurrentense sentó junto a ellos, Bertil Strand preparó sus cámaras. El portavoz de prensa carraspeó.

—Bueno, bienvenidos —comenzó, y se subió a la tarima que estaba al fondo de la sala. Bordeó el atril y se dejó caer pesadamente detrás de la mesa de conferencias, toqueteó unos papeles y golpeó el micrófono que tenía delante.

—Bueno, os hemos reunido aquí esta noche para informaros sobre la muerte ocurrida esta mañana a la hora del almuerzo en el centro de Estocolmo —anunció, y apartó sus papeles.

Annika y Berit estaban sentadas juntas y anotaban. Bertil Strand se movía en algún lugar a su izquierda y buscaba ángulos a través de los objetivos.

—Muchos de vosotros nos habéis llamado durante todo el día para recabar información sobre el caso, por eso hemos decidido convocar esta rueda de prensa espontánea —prosiguió—. Había pensado dar primero algunos datos, y luego responder a vuestras preguntas. ¿Os parece bien?

Los periodistas asintieron. El portavoz de prensa volvió a recoger sus papeles.

—El centro coordinador de emergencias recibió la notificación sobre el hallazgo del cuerpo sin vida de una mujer a las 12.48 —informó el portavoz—. Lo comunicó una persona que pasó por el lugar del suceso.

«El drogata», escribió Annika en su cuaderno.

El portavoz se detuvo un segundo y prosiguió.

—La fallecida es una mujer joven. Ha sido identificada como Hanna Josefin Liljeberg, de diecinueve años, domiciliada en Estocolmo. Los familiares ya han sido informados.

Annika sintió un fuerte ardor de estómago. Aquellos ojos turbios tenían nombre. Miró cuidadosamente a su alrededor para ver cómo reaccionaban sus colegas. Ninguno se inmutó.

—La muchacha ha sido estrangulada —continuó el portavoz—. El momento del asesinato no se ha podido establecer con exactitud, pero debió de ocurrir entre las tres y las siete de la mañana.

Dudó antes de proseguir.

—El estudio del cadáver indica que, al parecer, fue sometida a algún tipo de violencia sexual.

La imagen relampagueó en la cabeza de Annika, el pecho, los ojos, el grito. El portavoz levantó la mirada de la mesa y de sus papeles.

—Necesitamos la ayuda de la gente —dijo secamente—. No tenemos muchas pistas.

Annika miró de reojo a Berit, su compañera había tenido razón.

—Nuestra teoría preliminar es que el lugar donde se encontró el cuerpo y el lugar del crimen es el mismo. La última persona que sabemos que vio a Josefin con vida, además del asesino, es la compañera con la que compartía piso. Se separaron dentro del restaurante en el que trabajan, a las cinco de la mañana. Esto significa que podemos acortar en dos horas el tiempo en que pudo tener lugar su muerte.

Relampaguearon unos cuantos flashes, Annika supuso que eran de Bertil Strand.

—Por lo tanto —recapituló el portavoz del policía—, Hanna Josefin Liljeberg fue asesinada entre las cinco y las siete de la madrugada en el Kronobergsparken de Estocolmo. Las heridas del cuerpo indican que, seguramente, fue violada.

Su mirada vagó en torno a los asistentes a la rueda de prensa y se posó finalmente sobre Annika. Ella dio un respingo.

—Estamos interesados en hablar con todas, repito, con todas las personas que se encontraban en las cercanías de Kronobergsparken, Parkgatan, Hantverkargatan o Sankt Göransgatan entre las cinco y las siete de la mañana. La policía estudiará todos los datos que puedan ser de interés. Hemos dispuesto unos números de teléfono especiales a los que el público puede llamar. Hablarán con una telefonista o con un contestador automático. Aun cuando un hecho pueda parecer sin importancia para el testigo, quizá forme parte de un detalle importante. Por eso les rogamos a todas las personas que hayan visto algo extraño durante estas horas que nos llamen...

Guardó silencio. El polvo permanecía estático en el aire. La sequedad le quemaba la garganta a Annika.

El reportero delFina Morgontidningencarraspeó.

—¿Hay algún sospechoso? —preguntó autoritariamente.

Annika lo miró sorprendida. ¿No había entendido nada?

—No —respondió el portavoz amablemente—. Esa es la razón por la cual son tan importantes las pistas de la gente.

El reportero delFinatomó nota.

—¿Qué pruebas técnicas indican que el lugar del crimen y el lugar del hallazgo del cuerpo son el mismo? —inquirió Arne Påhlson.

—De momento no podemos decirlo —contestó el portavoz.

Los reporteros hicieron unas cuantas preguntas bastantes flojas, pero el portavoz no tenía nada más que decir. Al final el reportero delEkopreguntó si le podía entrevistar aparte. La rueda de prensa concluyó. Había durado apenas veinte minutos. Bertil Strand estaba apoyado contra una pared negra y blanca, al fondo del local.

—¿Esperamos a que elEkotermine y hablamos después con él? —interrogó Annika.

—Lo mejor será que nos separemos —respondió Berit—. Una de nosotras se queda y hace la entrevista y la otra comienza a buscar una fotografía de la chica.

Annika asintió, parecía razonable.

—Yo me daré una vuelta por la central de policía y le echaré un vistazo al registro de pasaportes —dijo Berit—. Tú puedes quedarte y hablar con Gösta.

—¿Gösta?

—Así se llama. ¿Te quedas, Bertil? Luego cogeré un taxi...

Después delEkoera el turno de Arne Påhlson. El otro reportero delKonkurrentenhabía desaparecido, Annika podía apostar a que Berit se lo encontraría en el registro de pasaportes.

Arne Påhlson se tomó su tiempo, tanto como el que había durado la rueda de prensa. A las once menos cuarto todos se habían dado por vencidos menos Annika y Bertil Strand. El portavoz estaba cansado cuando la periodista se sentó junto a él en una esquina de la sala vacía.

—¿Le parece desagradable? —preguntó Annika.

—¿Qué quieres decir?

—Ustedes ven mucho horror. ¿Cómo aguantan?

—No es para tanto. ¿Tienes alguna pregunta?

Annika pasó las hojas de su cuaderno.

—Yo vi a la muchacha arriba en el parque —dijo tranquilamente y como sin venir a cuento—. Estaba completamente desnuda, y no había ropa a su alrededor. O subió al cementerio desnuda o su ropa está en otra parte. ¿La tienen ustedes?

Fijó la mirada en el portavoz, que parpadeó sorprendido.

—No, solo las bragas —respondió—. ¡Pero no puedes escribir eso!

—¿Por qué no?

—Afecta a la investigación —contestó el portavoz rápidamente.

—¡Venga! —dijo Annika—. ¿A qué afecta?

El hombre recapacitó un momento.

—Bueno —dijo—. Sí, puedes utilizarlo, en realidad no tiene importancia.

—¿Dónde encontraron las bragas? ¿Cómo eran? ¿Cómo saben que eran suyas?

—Colgaban de un arbusto junto al cadáver, son de poliéster rosa. Han sido identificadas.

—Justo —indicó Annika—. Ha sido muy facil identificar a la última. ¿Cómo lo hicieron?

El portavoz suspiró.

—Bueno —respondió—. Como ya he dicho, la identificó la persona con la que compartía piso.

—Hombre o mujer.

—Una mujer joven, como ella.

—¿Había notificado alguien la desaparición de Josefin?

El portavoz asintió.

—Sí, esta misma compañera.

—¿Cuándo?

—No regresó a casa por la noche y, al no aparecer tampoco por el trabajo, telefoneó a la policía, a las seis y media.

—¿Así que las chicas vivían y trabajaban juntas?

—Eso parece.

Annika anotó y pensó durante unos segundos.

—¿Y el resto de la ropa? —indagó.

—No la hemos encontrado. No se encontraba en un radio de cinco manzanas alrededor del lugar del asesinato. Desgraciadamente, las papeleras de Fridhemsplan se vaciaron por la mañana, tenemos agentes buscando en el basurero.

—¿Cómo iba vestida?

El portavoz se metió la mano en el bolsillo derecho del uniforme y sacó una pequeña libreta.

—Traje negro corto —leyó—, zapatillas de deporte blancas y una chaqueta vaquera. Seguramente un bolso de la marca Roco-Baroco.

—¿No tienen una fotografía de la chica? ¿Quizá con gorra de bachiller? —inquirió Annika.

El portavoz se atusó el cabello.

—Es importante que la gente sepa cómo era —dijo él—. ¿La necesitas esta noche?

Annika asintió.

—¿Con gorra de bachiller? Veré lo que puedo hacer —respondió—. ¿Algo más?

Ella se mordió el labio.

—Algo había mordisqueado su cuerpo —dijo ella—. Una mano.

El portavoz de prensa la miró sorprendido.

—Sabes más que yo —replicó.

Annika dejó el cuaderno sobre sus rodillas.

—¿Quién ha sido? —preguntó en voz baja.

Gösta se encogió de hombros.

—No lo sabemos —respondió—. Sólo sabemos que está muerta.

—¿Qué clase de vida llevaba? ¿En qué restaurante trabajaba? ¿Tenía novio?

El portavoz se guardó la libreta de nuevo en el bolsillo.

—Intentaré conseguirte la fotografía —anunció, y se levantó.

Berit estaba enfrascada en la escritura cuando Annika y Bertil Strand regresaron a la redacción.

—Era una verdadera preciosidad —dijo Berit y señaló hacia Foto-Pelle.

Annika se encaminó directamente hacia la mesa de fotografía y miró la pequeñapolaroiden blanco y negro del registro de pasaportes. Hanna Josefin Liljeberg sonreía a la cámara. La mirada era resplandeciente y su gesto tan encantador como sólo una quinceañera que se sabe bonita puede esbozar.

—Diecinueve años —dijo Annika y sintió una punzada en el pecho.

—Sería mejor si consiguiéramos una foto de verdad —señaló Pelle Oscarsson—. Esta quedará bastante borrosa y gris si la ampliamos a una columna.

—Creo que la conseguiremos —contestó Annika mandando una súplica silenciosa a Gösta, y se fue a ver a Berit.

—¿Conoces el Dafa? —inquirió Berit.

Annika agitó negativamente la cabeza.

—Entonces iremos a la mesa de Eva-Britt —anunció Berit.

En la oficina de la secretaria de redacción había un ordenador con módem. Berit tecleó y se conectó a la Red. A través de Infotorg entró en Dafa Spar, Registro Estatal de Personas y Direcciones.

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