Rompiendo a reír, le pasó los dedos por el pelo mientras él presionaba un beso sobre la piel delicada entre los senos.
—Dios, eres bonita, visón. Voy a besarte por todas partes la próxima vez.
—Me gusta esa canción.
—A mí también —otro beso antes de enderezarse—. Así que, todo iba según el plan. El problema es que Vincent es listo. Tiene sensores en toda el área que rodea al camión. No hay ninguna manera de llegar al camión sin avisarle.
—¿Pero estabais seguros que estaba ahí adentro?
—Le vimos salir antes…
—¿Cómo sabíais que aspecto tenía?
Una pregunta inteligente. Nada que no esperara de su compañera.
—No había necesidad. Era obvio que él era el perro alfa.
—Sigue.
Él le pasó el dedo por la piel desnuda, desabrochando unos pocos botones más por el camino. Su leopardo se alzó en la parte de delante, posesivo y oh tan hambriento.
Respirando más allá del deseo para simplemente tomar, él continuó:
—Estaba claro que no podríamos entrar en el camión ni aunque de algún modo consiguiéramos traspasar las alarmas, la cosa estaba blindada como un tanque.
Ninguna ventana, ninguna abertura visible. Entonces tiramos algo a las puertas traseras.
Ria parpadeó.
—Alta tecnología.
—Todo lo que necesitábamos era que uno de los imbéciles abriera las puertas. Tan pronto como lo hizo, disparamos tantos botes de gas lacrimógeno que no pudieron lanzarlos de vuelta.
Había terminado de desabrocharle la camisa, pero ella estaba demasiado implicada en la historia para notarlo. El gato sonrió.
—Los bastardos tuvieron que acabar saliendo finalmente. Pero los imbéciles salieron disparando, aunque no podían ver ningún objetivo.
—¿Te dispararon por casualidad? —preguntó, como si la culpa fuera suya.
—Los imbéciles me dispararon —se inclinó para besarle las cremosas curvas de los senos—. Aparte de dos disparos afortunados, fueron inútiles. Los tuvimos de rodillas en segundos.
—¿Qué les hicisteis?
Alzando la mirada, se encontró con sus ojos.
—Soy un leopardo, Ria. Protejo lo que es mío.
—Lo sé —aceptación absoluta en sus ojos, su cara.
—Fui el que derribó a Vincent, y quizá él consiguió un pequeño golpe en el proceso, pero los entregamos a todos a las fuerzas del orden.
—¿De verdad?
—Palabra de explorador —sonrió, permitiendo que el leopardo saliera a jugar—. Resulta que los Crew habían matado a dos polis a sangre fría sólo unas horas antes de nuestro ataque. Las fuerzas del orden estuvieron verdaderamente felices de aceptarlos.
—Dos pájaros de un solo tiro —murmuró—. Vincent nunca verá la luz del día y vosotros hicisteis amigos en la policía.
—Y —dijo, sabiendo que necesitaba saberlo todo—, desmontando a los Crew tan completamente, avisamos al Consejo psi de que nos vamos a quedar aquí.
Los ojos de Ria se oscurecieron.
—Os crearán problemas si creen que sois una amenaza.
—Sí.
—Es buena cosa que los gatos seáis tan duros —un susurro suave que le dijo que ella permanecería a su lado, sin importar lo que pasara.
Orgulloso de su valor, contestó:
—Dejamos que un imbécil se fuera.
—¿Por qué?
—Para que pudiera llevar un mensaje a la famiglia del norte. Cualquiera que baje, lo enviaremos de vuelta en diminutos pedazos. Y luego subiremos y haremos lo mismo con aquellos que dieron las órdenes.
—¿Lo haríais de verdad?
—¿Qué crees?
—Creo que la familia viene primero —sonrió—. Hicisteis algo más. Puedo verlo.
Él comenzó a resbalarle la camisa por los hombros.
—Tenemos algunos piratas informáticos expertos. Quizá los grandes jefes encontraron sus datos comprometidos y fotos de leopardos como salvapantallas.
El cuerpo de Ria comenzó a sacudirse cuando la camisa cayó al suelo. Su risa era contagiosa… el leopardo ronroneó en su boca mientras tomaba un beso lento y profundo. Ella le devolvió el beso con una intensidad que era pura Ria, luego deslizó la boca sobre la mandíbula y mordisqueó la oreja de Emmett. Él ya estaba acariciándole el pecho cuando ella gritó y dio un tirón hacia atrás.
Él sabía que ella estaba diciendo algo, pero no podía oírlo, todo su cuerpo estaba en agonía.
Ria cerró la boca de golpe mientras bajaba la mirada a la cara de Emmet, le tocó con los dedos un punto debajo de la oreja derecha.
—Oh, Dios —se dio cuenta de que sus orejas sangraban. El corazón casi se le paró—. ¿Emmett?
Emmett tenía los ojos vidriosos, claramente dolorido. Y aún así, le vio girar para ver lo que fuera que le había hecho gritar. Pero la pequeña araña en el cabezal ya se había ido, asustada por su estúpida reacción.
—Bien —dijo ella—. Todo está bien.
Unas contorsiones y logró ponerse la camisa. Abrochando un botón único entre los senos, se deslizó por la puerta de Emmett mitad trepando, mitad cayendo del vehículo.
Una vez fuera, le empujó por los hombros, tratando de ponerlo en el asiento del pasajero. El por fin pareció captar el mensaje y se movió, sus movimientos muy lejos de ser tan elegantes como siempre. En vez de eso, se desplomó sobre el asiento e hizo señas de escribir.
Agarrando el bolso que había dejado sobre el salpicadero, sacó el bloc diminuto y el bolígrafo que siempre llevaba. Emmett lo tomó y anotó una dirección, con el nombre Tammy encima.
—Tamsyn —asintiendo, Ria arrancó el coche. La sanadora estaba a poca distancia de la ciudad, pero si Emmett quería ir donde ella en vez de a emergencias, Ria no iba a discutir.
Fue el peor viaje que jamás había realizado. Emmett le tocó la mejilla con los nudillos diez minutos durante el viaje, pero su ternura sólo la hizo sentirse peor.
Luchando contra las lágrimas, condujo tan rápidamente como se atrevió y llegó a casa de Tamsyn poco después de la una de la mañana. Emmett salió por su propia puerta y ya estaba fuera para cuando ella le alcanzó. Se balanceó, como si hubiera perdido su centro del equilibrio.
Tirándole del brazo para que lo pusiera sobre sus hombros, ella comenzó a llevarle hacia la puerta. Se abrió antes de que alcanzaran el primer escalón. Nathan, a quien Ria había conocido durante la vigilancia de la casa de sus padres, salió, seguido por Tamsyn. La sanadora llevaba una bata estilo kimono de un vívido azul, pero fueron sus ojos lo que robaron la escena, brillantes en la oscuridad.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó, parando delante de Emmett.
Lágrimas corrían por la cara de Ria.
—Grité justo junto a su oído.
—¿Eso es todo? —levantando las manos, la sanadora las ahuecó suavemente sobre los oídos de Emmett—. No llevará mucho tiempo curarlo. Estará ultra sensible durante una semana, pero después de eso, su audición volverá a ser normal.
Ria sintió que Emmett le apretaba los hombros, los ojos ya parecían más claros.
Pero ella no respiró con tranquilidad hasta que Tamsyn apartó las manos y dijo:
—Ya está.
Emmett se giró hacia Ria.
—¿Qué fue?
—Una araña —admitió, avergonzada—. Pequeñita, diminuta.
—¿Asustada de las arañas, visón? —la atrajo a su abrazo.
—Mucho —sus ojos se encontraron con los de Tamsyn—. Gracias.
—Ningún problema —tocando suavemente la mejilla de Ria con los dedos, tomó la toalla húmeda que Nathan le tendía—. Para la sangre.
Mientras Ria aceptaba la tela suave con un murmullo de gracias, Nathan señaló la casa con la cabeza.
—Dejaré la puerta abierta por si queréis entrar.
—No —Emmett sacudió la cabeza—. Tengo que llevar a Ria a casa.
La pareja se dirigió dentro con un saludo. Estirando la mano, Ria frotó la sangre con manos cuidadosas. Emmett bajó la cabeza y le dejó hacer lo que ella necesitaba hacer. Sólo cuando su cara estuvo limpia tomó la toalla y la puso en el capó del coche.
—¿Vas a mirarme pronto?
Sacudió la cabeza.
—Lo lamento mucho, Emmett.
—Oye, no fue tan malo —le levantó el mentón, forzándola a mirarle—. Atroz, pero por lo demás no tan malo.
La culpa amenazó con aplastarla. Entonces captó el brillo en los ojos de Emmett.
—Emmett, si no te amara tanto, te mataría en este momento.
Los ojos de él brillaron entre un segundo y el siguiente.
—¿Qué has dicho?
Ahí fue cuando ella se dio cuenta de que lo había revelado todo. Con el corazón en la garganta, tragó.
—He dicho que te amo.
Emmett le acunó la mejilla en la mano, esos ojos asombrosos y salvajes se volvieron imposiblemente más salvajes.
—Dilo otra vez.
Lo hizo.
La sonrisa de Emmett fue lenta, posesiva, brillante.
—Yo también te amo, visón.
Los labios de Ria temblaron. Lanzando los brazos a su alrededor, le dejó que la cogiera y la besara hasta robarle el aliento. Algo más tarde, Emmett dijo:
—Eres mi compañera. ¿Crees que puedes manejarlo?
Era difícil hablar con el corazón estallando.
—¿Crees que puedes manejarme tú?
—Siempre que seas amable conmigo.
Y Ria supo que iba a tomarle el pelo por esto durante el resto de sus vidas. Su sonrisa casi le agrietó la cara, estaba tan encantada con la idea.
Por supuesto que Dorian coqueteó descaradamente con Ria en la ceremonia de emparejamiento. Pero Emmett no llevó a cabo su amenaza de destripar al hombre más joven. Porque Ria era suya ahora y Dorian, como cada hombre en los DarkRiver, preferiría morir antes que cruzar esa línea.
Su leopardo sonrió indulgentemente mientras el soldado rubio bailaba con su compañera haciéndola girar, luego la atrapó riéndose. Los ojos de Ria se encontraron con los de Emmett por encima del hombro de Dorian y ella le sopló un beso.
Sonriendo, Emmett decidió que había compartido a su compañera lo suficiente.
—Ve a encontrar otra pareja, Rubito.
Dorian soltó a Ria con una sonrisa dolorida.
—Pero me gusta tu visón —esquivando el golpetazo de Emmett, se alejó con una sonrisa engreída.
—¿Tu clan es siempre así? —preguntó Ria, mirándole y envolviendo los brazos en torno a su cintura.
—¿Loco?
—Eso, también. Pero tan… como la familia.
—Sí. El clan es la familia.
Un ceño le frunció las cejas.
—¿Qué hay de mis padres, la abuela, mis hermanos, Amber y Joy, serán excluidos ahora?
—También son familia —le contestó—. A veces, podrían desear no serlo.
Sonriendo, le dirigió la mirada a donde las pobres Amber y Joy estaban siendo «cuidadas». Los cambiantes no tocaban ni a la madre ni al bebé, pero era obvio que querían hacerlo. Entonces Ria advirtió la hermosa manta de bebé hecha a mano que le tendían a Amber. Su cuñada pareció aturdida… antes de que una sonrisa se arrastrara lentamente por su cara.
—Nos gustan los niños —le susurró Emmett en la oreja.
Apretándose contra él, se puso de puntillas para contestarle en un susurro.
—A mí, también.
Él la estrechó con más fuerza.
—¿Cómo te ha tomado tanto tiempo encontrarme? —preguntó.
—Estupidez —un pellizco en su oreja—. Pero ahora que te tengo, nunca voy a soltarte.
Ria sonrió y le besó el borde de la mandíbula.
—¿Quien dice que te lo permitiría?
Riéndose, Emmett la hizo girar en un círculo mareante. Ria se encontró con los ojos de su abuela en medio del primer giro. Miaoling recibía a la corte de jóvenes, pero la sonrisa fue sólo para Ria. Y Ria supo que su abuela comprendía.
Emmett era para ella. Para siempre. Sin importar el qué.
Era, pensó, mirando a los ojos convertidos en felino con alegría juguetona, perfecto.
San Franciso Gazette
1 de enero, 2073
Noticias locales
Aires Nuevos
Parece que ciertas declaraciones hechas en esta columna el año pasado fueron proféticas en extremo. Según con cada persona con la que hablamos durante nuestra investigación para la columna de hoy, el verdadero poder en San Francisco ya no permanece con nuestros representantes elegidos, sino con un grupo de cambiantes leopardo. ¿Quizás son estos gatos quiénes deberían sentarse en la administración municipal?
Lucas Hunter, el alfa de los DarkRiver, contestó lo siguiente cuando le preguntamos:
«Nosotros no tenemos el deseo de presentarnos como candidatos. Pero consideramos a San Francisco nuestra casa y nos tomamos las amenazas contra esa casa y las personas dentro de ella, muy en serio»
.
Bravo, señor Hunter. Por lo que se refiere a este periodista, los DarkRiver han demostrado su determinación y su derecho, de obtener la ciudad. San Francisco es inequívocamente una ciudad leopardo.
Fin
NALINI SINGH, ha entrado en el reducido grupo de grandes escritoras del género romántico paranormal y de urban fantasy —como Sherrilyn Kenyon, Charlaine Harris, J. R. Ward, Patricia Briggs y Christine Feehan— gracias a la serie
Psi/Cambiantes
, que inició con esta novela:
La noche del cazador
. Con esta saga y la de
El Gremio de los Cazadores
, Nalini Singh ha escalado a las listas de best sellers de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, ha ganado numerosos premios del género y, sobre todo, el favor de los lectores.
Nació en Fiji y se crió en Nueva Zelanda. Vivió en Japón durante tres años, durante los cuales aprovechó para viajar y conocer otros países asiáticos. Ha trabajado como abogada, bibliotecaria, profesora de inglés, en una fábrica de dulces y en un banco, y no necesariamente por este orden. Actualmente reside en Nueva Zelanda y se dedica exclusivamente a escribir.