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Authors: Albert Espinosa

Tags: #Drama, Fantástico

Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo (14 page)

Hizo una pausa. Creo que todos la necesitábamos. Aunque algo no cuadraba, porque a aquel hombre no le faltaba ninguna pierna ni ningún brazo.

De repente, él envió una imagen a mi don. Noté cómo llegaba; dudé si aceptarla, porque yo no tenía conectado el don, pero él me lo introdujo.

Fue como ver en imágenes todo lo que había contado. Vi la secuencia del Polvorín que él comentaba. Lo vi a él, ese domingo caluroso de julio yendo a misa, el tren llegando a la estación y la gran explosión que segó tantas vidas. Apreté la mano de la chica del Español contra mi pecho. Las imágenes que estaba viendo eran dolorosas: miles de piernas colgaban de los árboles, y había brazos esparcidos a kilómetros. Mucho dolor… Y lo vi a él, sin la pierna ni el brazo, tal como había dicho…

Pero el que nos hablaba en aquella plaza tenía brazos y piernas; no comprendía nada. ¿Manipulaba mis imágenes?

—Lo has visto, ¿verdad? —preguntó—. Pues vivirlo es más horrible que recordarlo. Mi vida cambió; pensé que había finalizado tal como me la había imaginado, hasta que el ejército envió presos y presas de la guerra a reconstruir el pueblo. Y la conocí. Mírala, obsérvala —dijo.

Vi su primer encuentro con una hermosa chica de pelo castaño. Era mucho más joven que él; creo que se llevaban diez o quince años. Era increíble cómo ella le observaba, cómo miraba sus muñones sin sentir pena, cómo entre ellos se creaba algo intenso. Era un recuerdo tan intenso, tan precioso, que no tuve duda de que aquél era el momento más emocionante de la vida del extraño.

—Estuvimos casados durante cincuenta años. Mi muerte… —Hizo una pausa—. Mi muerte fue muy plácida, casi ni la recuerdo, no puedo enviártela —me dijo.

Su muerte. Hablaba de su muerte como si fuera real. Pero él no estaba muerto. Creo que la chica del Español tenía tantas ganas como yo de preguntar. Pero no nos atrevíamos, sabíamos que aquello escapaba a nuestra inteligencia y nuestras preguntas tan sólo reflejarían nuestra ignorancia.

—Supongo que os habéis preguntado qué hay después de la muerte, ¿verdad? —dijo sin cambiar ni levemente el tono de la narración anterior.

Afirmamos con la cabeza, aun sabiendo que era una pregunta retórica.

—Hay… Más vida.

Mi corazón, mi respiración y mi esófago palpitaron. Aquel extraño nos estaba contando el secreto que toda persona desea conocer. Saber qué hay detrás de la vida, saber qué nos depara la muerte.

—Cuando mueres en este planeta, vas a otro… La Tierra es conocida, allí de donde yo vengo, como el planeta 2. —Sonrió al ver nuestras caras de fascinación—. Sí, como estáis imaginando hay un planeta 1, por lo que para vosotros ésta es vuestra segunda vida.

Respiré hondo, ella también lo hizo. Él no nos dio tregua.

—En el planeta 3 la vida es más gozosa que en el 2, en el 2 más que en el 1. Cada muerte te depara un planeta donde todo es más placentero, no importa la vida que lleves aquí, no tiene que ver con tu anterior vida sino con un círculo que tienes que completar. Puedes ser un ladrón en el 2 y un príncipe en el 3. Eso sí, la vida en cada planeta posterior siempre supera a la anterior en felicidad, amor y plenitud.

Justo en ese momento pensé que mentía, tenía que mentir. Planetas a donde vas a parar cuando mueres; aquello no tenía sentido, aquello era una locura.

—Hay seis planetas —añadió—. Seis vidas. A partir del cuarto planeta te dan «dones». En el cuarto te dan un don extraño con el que puedes saber cómo es emocionalmente la otra persona con tan sólo mirarla. Es como ver al instante su recuerdo más placentero y el más horrible. También ves doce sentimientos intermedios.

»En el quinto planeta te dan el “don” de saber que has vivido cuatro vidas más y conoces cómo fue tu vida en cada uno de esos planetas. Así que ya puedes elegir si quieres seguir viviendo en el quinto o directamente marcharte el sexto. Es importante poder elegir. Hay gente que como sabe que el sexto será mejor enseguida se suicida; otros desean vivir con plenitud su quinta vida.

Volvió a pararse. Movió el cuello varias veces. Yo no podía ni moverme. Por lo que entendía, yo tenía el don que dan en el cuarto planeta, pero según lo que contaba yo vivía en el segundo. No comprendía nada. Creo que él sabía lo que yo sentía; me sonrió.

—A veces, la naturaleza falla y a alguien del segundo, del primero o del tercer planeta le dan un don equivocado. A alguien de la Tierra pueden darle el don de conocer a la gente. O como me pasó a mí: que al llegar al tercer planeta supe que ya había vivido dos vidas y que aún me faltaban tres más. —Inspiró y espiró—. A veces es complicado llevar un don en la vida equivocada.

Me miró y yo también le observé.

—Añoro a la que fue mi mujer desde que morí hace muchos años, por segunda vez. Cuando desperté en aquel tercer planeta extraño, donde había planetas pentagonales y lluvia roja, supe que ella existía, porque me habían dado erróneamente el don de recordar mis vidas anteriores. Fui pasando vidas rápidamente porque deseaba volver aquí. Deseaba volver a mi segunda vida, aunque no sé por qué sabía que existiría esa posibilidad si llegaba al sexto planeta… Pero así fue. En el sexto puedes elegir entre lo desconocido o volver al planeta anterior que desees. Nadie vuelve jamás, todos se lanzan a lo desconocido, excepto yo, que sabía que ella vivía aquí, que tendría casi 109 años y que aún le gustaría venir diariamente a la plaza que más amaba en este mundo.

Me di cuenta de que mientras hablaba seguía mirando la plaza y buscando a su amada. No había dejado de echar ojeadas un solo instante. Me di cuenta de que observaba a cada persona mayor, a cada viejecita que se movía lentamente, que caminaba con dificultad. La buscaba, deseando encontrarla.

La chica del Español y yo nos miramos. No supimos qué decirle.

Os juro que yo le creía. Ella no sé qué pensaba.

—¿Qué hay tras el sexto planeta? —preguntó ella, finalmente.

Él sonrió.

—No se sabe, lo mismo que vosotros os preguntáis ahora qué hay después de esta vida. —Sonrió—. Pasan los planetas y transcurren las vidas, pero al final hay la misma incertidumbre.

No le creí, fue en lo único en lo que no le creí. Me dio la sensación de que nos había mentido y que sí sabía qué había tras el sexto planeta.

Pensé que si el resto era cierto, yo había obtenido un don equivocado y él otro. Aquello nos unía. Él buscaba a una chica; yo acababa de encontrar a una. Aquello también nos unía. Yo había perdido a mi madre y el dolor se me hacía insufrible al pensar que no la vería jamás. Él perdió a alguien especial y pasó muchas vidas para encontrarla. De repente una duda me atravesó.

—¿Por qué no esperaste a que muriese para reencontrarte con ella? Si ella moría, iría a tu vida, ¿no?

Él ni me miró.

—¿Desear su muerte para volver a estar con ella en vida? Eso jamás. —Me miró—. ¿Tú te suicidarías hoy para estar con tu madre? —Respiré hondo—. ¿Sabes que es posible? Además, en cada planeta tenemos el mismo rostro, las mismas facciones, pero nos pasamos un par de vidas sin saber que aquella persona fue básica en nuestra vida anterior.

De repente me ofreció muchos recuerdos a la vez. Recuerdos de vida de los seis planetas en los que había estado. Era increíble; su rostro, su imagen, sus facciones no cambiaban, se le veía joven, siempre eran recuerdos hasta los doce años, los trece máximo. Recuerdos de felicidad y tristeza en marcos incomparables. Planetas llenos de belleza. Recibí cientos de imágenes, sin orden, sin ningún tipo de orden. Era brutal, no sabía qué recuerdo pertenecía a cada planeta, qué emoción superaba a otra. Era un éxtasis.

—Impresionante, ¿verdad? Pues vivirlo es mejor.

Súbitamente volvió a mí la imagen que tuve de la chica del Español, aquella en la que de niña jugaba con un perro y que no coincidía con nada de su vida actual. ¿Era posible que hubiese visto la vida de ella en otro planeta anterior al que vivía? ¿Era de ese primer planeta?

Le hice la pregunta al extraño sin rodeos. Él tardó en contestarla, fue la primera ocasión en la que no respondía al instante. Eso me hizo temer.

—Prefiero no contestarte —dijo—. A no ser que me lo pidáis los dos. —En ese instante miró a la chica—. Pero creo que no debéis saber la relación que tuvisteis en la otra vida de este primer planeta.

Nos quedamos sin saber qué decir. ¿Yo ya conocía a la chica del Español? ¿Por eso tuve un recuerdo suyo de otra vida? ¿Qué relación tenía conmigo? Quizá era por eso por lo que yo sentí aquello tan intenso cuando la vi. Y quizá también lo supo el extraño cuando me vio.

—En la sala de interrogatorios dijiste que ella era importante en mi vida —dije—. Viste mis recuerdos de esta vida y de la anterior y supiste que ella estaba en mis dos vidas, ¿verdad?

Él asintió.

—¿Quién soy para él? —preguntó ella.

El extraño sonrió.

—¿En esta vida o en la anterior? ¿Cuál estás viviendo ahora? ¿Por qué deseas que interfiera? La vida que vives es la actual.

Ella no se amedrentó.

—Tú viviste por y para la segunda vida el resto de tus vidas, ¿no?

—Porque tenía esa información. Tú tienes la suerte de no tenerla, aprovecha esta vida con él, no con quien fue en el primer planeta.

Ella no dijo nada más. Yo tampoco. Nos quedamos casi veinte minutos en silencio sin saber qué preguntar ni qué creer.

Una ligera lluvia comenzó a caer. No era roja. Yo me debatía entre el temor y la pasión.

Pensar que simplemente quitándome la vida podría volver a estar con mi madre… Aquello era muy tentador para un alma dolida. Saber que aquella chica quizá había sido muy cercana a mí en otra vida era algo que me abrumaba y me producía una gran curiosidad.

Pero había que ser valiente, como siempre decía mi madre, en la vida, en el amor y en el sexo.

En el minuto veintiuno, ambos, la chica del Español y yo, no pudimos más.

—¿Quiénes somos el uno para el otro? —preguntamos al unísono.

El extraño nos miró como si supiera que aquella pregunta era un gran error y que nos arrepentiríamos siempre.

El extraño sabía lo que significaba responder a esa pregunta. Por eso le costaba contestarla.

Cuando estaba a punto de hacerlo, sintió de repente un dolor en el pecho, era una punzada terrible. Yo la sentí también.

—Se ha ido —dijo.

—¿Quién? —pregunté.

—Ella, mi esposa, acaba de morir.

Su rostro era de absoluta tristeza. De desesperación; creo que nunca he visto a nadie cuyas facciones desaparecieran de esa forma. Había perdido su rumbo, su vida, su «todo».

—¿Estás seguro? —preguntó la chica del Español.

Asintió. De repente estaba paralizado; noté que no tenía energías. No era de extrañar, si realmente había vivido o se había quitado cinco vidas para llegar aquí y ahora, por culpa de un cautiverio de tres meses, había perdido la razón de toda su existencia.

—¿Y no puedes ir al tercer planeta con ella? —volvió a preguntar la chica del Español.

—Sí, pero… —Le costaba hablar—. No recordaré nada, no tendré estos dones y no sabré quién es ella. Volveré a empezar de cero, volveré a comenzar el ciclo.

No supe qué decirle para animarle. Estaba totalmente destrozado. Le comprendía; yo me sentía igual con mi madre.

Pensé que quizá en ese tercer planeta mi madre y su mujer serían íntimas. Habrían nacido con dos días de diferencia y quizá, sin saberlo, compartirían un sentimiento al tener sus hijos dones equivocados en vidas diferentes.

—Quiero verla —dijo el extraño—. La enterrarán en Peñaranda, estoy seguro.

Se levantó y fue hacia una de las salidas de la plaza. La lluvia nos estaba calando, pero el increíble calor que hacía nos secaba instantáneamente.

Me adelanté a él. Le dirigí hacia el coche. El peruano ya nos esperaba.

Pusimos rumbo a Peñaranda. Tan sólo cuarenta kilómetros nos separaban de esa población.

No hablamos durante el trayecto. No me atrevía a preguntarle mi relación con la chica del Español; no era el momento y ahora parecía que carecía de importancia.

Pensé en la gran pregunta de mi vida. ¿Quién era mi padre? Mi madre nunca quiso respondérmela, y yo nunca la coaccioné para que me lo dijera. Aunque yo sabía que ella llevaba un diario donde lo apuntaba todo, y estaba seguro de que ese diario estaba en la maleta. Aunque quizá había dos preguntas en mi vida: ¿quién fue mi padre en la primera vida y quién en la segunda vida?

También reflexioné sobre qué pasaría si toda esta historia salía a la luz pública. Estaba seguro de que mucha gente no se la creería, pero en cambio mucha otra seguiría a pies juntillas la idea de que esta vida es sólo una de las vidas que se viven.

¿Qué pasaría con la gente que no está bien en esta vida? Gente que se siente desgraciada, que no ha conseguido sus objetivos o que está viviendo un calvario de mala salud o tristeza. ¿Se suicidarían por una posible vida mejor en un tercer planeta?

Tampoco sabía si el ser humano del segundo planeta estaba preparado para conocer toda aquella información. Agradecí que el extraño no hubiese contado nada en los interrogatorios y que aquel día se convirtiera en un día fucsia.

No sé qué estaba pensando la chica del Español, ya que sus ojos estaban casi cerrados. Reflexionaba, no había duda.

Al llegar a Peñaranda, el extraño fue guiando al peruano por las callejuelas como si hubiera vivido allí toda la vida.

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