Todos los cuentos de los hermanos Grimm (18 page)

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Authors: Jacob & Wilhelm Grimm

Tags: #Cuento, Fantástico, Infantil y juvenil

—Lo sabréis —respondió él—, pero os lo diré cuando vuelva.

Prosiguiendo su ruta, llegó a la orilla de un ancho y profundo río, que había de cruzar. Preguntóle el barquero qué oficio tenía y cuáles eran sus conocimientos.

—Lo sé todo —respondió él.

—Siendo así, puedes hacerme un favor —prosiguió el barquero—. Dime por qué tengo que estar bogando eternamente de una a otra orilla, sin que nadie venga a relevarme.

—Lo sabrás —replicó el joven—, pero te lo diré cuando vuelva.

Cuando hubo cruzado el río, encontró la entrada del infierno. Todo estaba lleno de hollín; el diablo había salido, pero su ama se hallaba sentada en un ancho sillón.

—¿Qué quieres? —preguntó al mozo; y no parecía enfadada.

—Quisiera tres cabellos de oro de la cabeza del diablo —respondióle él—, pues sin ellos no podré conservar a mi esposa.

—Mucho pides —respondió la mujer—. Si viene el diablo y te encuentra aquí, mal lo vas a pasar. Pero me das lástima; veré de ayudarte.

Y, transformándolo en hormiga, le dijo:

—Disimúlate entre los pliegues de mi falda; aquí estarás seguro.

—Bueno —respondió él—, no está mal para empezar; pero es que, además, quisiera saber tres cosas: por qué una fuente que antes manaba vino se ha secado y no da ni siquiera agua; por qué un árbol que daba manzanas de oro no tiene ahora ni hojas, y por qué un barquero ha de estar bogando sin parar de una a otra orilla, sin que nunca lo releven.

—Son preguntas muy difíciles de contestar —dijo la vieja—, pero tú quédate aquí tranquilo y callado y presta atento oído a lo que diga el diablo cuando yo le arranque los tres cabellos de oro.

Al anochecer llegó el diablo a casa, y ya al entrar notó que el aire no era puro:

—¡Huelo, huelo a carne humana! —dijo—; aquí pasa algo extraño.

Y registró todos los rincones, buscando y rebuscando, pero no encontró nada.

El ama le increpó:

—Yo venga barrer y arreglar; pero apenas llegas tú, lo revuelves todo. Siempre tienes la carne humana pegada en las narices. ¡Siéntate y cena, vamos!

Comió y bebió y, como estaba cansado, puso la cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que lo despiojara un poco.

A los pocos minutos dormía profundamente, resoplando y roncando. Entonces, la vieja le agarró un cabello de oro y, arrancándoselo, lo puso a un lado.

—¡Uy! —gritó el diablo—, ¿qué estás haciendo?

—He tenido un mal sueño —respondió la mujer— y te he tirado de los pelos.

—¿Y qué has soñado? —preguntó el diablo.

—He soñado que una fuente de una plaza de la que manaba vino, se había secado y ni siquiera salía agua de ella. ¿Quién tiene la culpa?

—¡Oh, si lo supiesen! —contestó el diablo—. Hay un sapo debajo de una piedra de la fuente; si lo matasen volvería a manar vino.

La vieja se puso a despiojar al diablo, hasta que lo vio nuevamente dormido, y roncando de un modo que hacía vibrar los cristales de las ventanas. Arrancóle entonces el segundo cabello.

—¡Uy!, ¿qué haces? —gritó el diablo, montando en cólera.

—No lo tomes a mal —excusóse la vieja—, es que estaba soñando.

—¿Y qué has soñado ahora?

—He soñado que en un cierto reino crecía un manzano que antes producía manzanas de oro y, en cambio, ahora ni hojas echa. ¿A qué se deberá esto?

—¡Ah, si lo supiesen! —respondió el diablo—. En la raíz vive una rata que lo roe; si la matasen, el árbol volvería a dar manzanas de oro; pero si no la matan, el árbol se secará del todo. Mas déjame tranquilo con tus sueños; si vuelves a molestarme te daré un sopapo.

La mujer lo tranquilizó y siguió despiojándolo, hasta que lo vio otra vez dormido y lo oyó roncar. Cogiéndole el tercer cabello, se lo arrancó de un tirón.

El diablo se levantó de un salto, vociferando y dispuesto a arrearle a la vieja; pero ésta logró apaciguarlo por tercera vez, diciéndole:

—¿Y qué puedo hacerle, si tengo pesadillas?

—¿Qué has soñado, pues? —volvió a preguntar, lleno de curiosidad.

—He visto un barquero que se quejaba de tener que estar siempre bogando de una a otra orilla, sin que nadie vaya a relevarlo. ¿Quién tiene la culpa?

—¡Bah, el muy bobo! —respondió el diablo—. Si cuando le llegue alguien a pedirle que lo pase le pone el remo en la mano, el otro tendrá que bogar y él quedará libre.

Teniendo ya el ama los tres cabellos de oro y habiéndole sonsacado la respuesta a las tres preguntas, dejó descansar en paz al viejo ogro, que no se despertó hasta la madrugada.

Marchado que se hubo el diablo, la vieja sacó la hormiga del pliegue de su falda y devolvió al hijo de la suerte su figura humana.

—Ahí tienes los tres cabellos de oro —díjole—; y supongo que oirías lo que el diablo respondió a tus tres preguntas.

—Sí —replicó el mozo—, lo he oído y no lo olvidaré.

—Ya tienes, pues, lo que querías y puedes volverte.

Dando las gracias a la vieja por su ayuda, salió el muchacho del infierno, muy contento del éxito de su empresa. Al llegar al lugar donde estaba el barquero, pidióle éste la prometida respuesta.

—Primero pásame —dijo el muchacho—, y te diré de qué manera puedes librarte —cuando estuvieron en la orilla opuesta, le transmitió el consejo del diablo—. Al primero que venga a pedirte que lo pases, ponle el remo en la mano.

Siguió su camino y llegó a la ciudad del árbol estéril, donde salióle al encuentro el guarda a quien había prometido una respuesta. Repitióle las palabras del diablo:

—Matad la rata que roe la raíz y volverá a dar manzanas de oro.

Agradecióselo el guarda y le ofreció, en recompensa, dos asnos cargados de oro.

Finalmente, se presentó a las puertas de la otra ciudad, aquella en que se había secado la fuente, y dijo al guarda lo que oyera al diablo:

—Hay un sapo bajo una piedra de la fuente. Buscadlo y matadlo y volveréis a tener vino en abundancia.

Diole las gracias el guarda y, con ellas, otros dos asnos cargados de oro.

Al cabo, el afortunado mozo estuvo de regreso a palacio junto a su esposa, que sintió una gran alegría al verlo de nuevo, a la que contó sus aventuras.

Entregó al Rey los tres cabellos de oro del diablo, y al reparar el monarca en los cuatro asnos con sus cargas de oro, díjole muy contento:

—Ya que has cumplido todas las condiciones, puedes quedarte con mi hija. Pero, querido yerno, dime de dónde has sacado tanto oro. ¡Es un tesoro inmenso!

—He cruzado un río —respondióle el mozo— y lo he cogido en la orilla opuesta, donde hay oro en vez de arena.

—¿Y no podría yo ir a buscar un poco? —preguntó el Rey, que era muy codicioso.

—Todo el que queráis —dijo el joven—. En el río hay un barquero que os pasará, y en la otra margen podréis llenar los sacos.

El avaro rey se puso en camino sin perder tiempo, y al llegar al río hizo seña al barquero de que lo pasara. El barquero le hizo montar en la barca y, antes de llegar a la orilla opuesta, poniéndole en la mano la pértiga, saltó a tierra.

Desde aquel día, el Rey tiene que estar bogando; es el castigo por sus pecados.

—¿Y está bogando todavía?

—¡Claro que sí! Nadie ha ido a quitarle la pértiga de la mano.

El piojito y la pulguita

U
N piojito y una pulguita hacían vida en común y cocían su cerveza en una cáscara de huevo. He aquí que el piojito se cayó dentro y murió abrasado. Ante aquella desgracia, la pulguita se puso a llorar a voz en grito.

Al oírla, preguntó la puerta de la habitación:

—¿Por qué lloras, Pulguita?

—Porque Piojito se ha quemado.

Entonces se puso la puerta a rechinar. Y dijo Escobita desde el rincón:

—¿Por qué rechinas, Puertecita?

—¿Cómo quieres que no rechine?

«Piojito se ha abrasado,

Pulguita llora.»

Y la escobita se puso a barrer desesperadamente.

Llegó en esto un carrito y dijo:

—¿Por qué barres, Escobita?

—¿Cómo quieres que no barra?:

«Piojito se ha abrasado,

Pulguita llora,

Puertecita rechina.»

Entonces exclamó Carrito:

—Pues voy a correr.

Y echó a correr desesperadamente. Y dijo Estercolillo, por delante del cual pasaba:

—¿Por qué corres, Carrito?

—¿Cómo quieres que no corra?:

«Piojito se ha abrasado,

Pulguita llora,

Puertecita rechina,

Escobita barre.»

Y dijo entonces Estercolillo:

—Pues yo voy a arder desesperadamente.

Y se puso a arder en brillante llamarada.

Había junto a Estercolillo un arbolillo, que preguntó:

—¿Por qué ardes, Estercolillo?

—¿Cómo quieres que no arda?:

«Piojito se ha abrasado,

Pulguita llora,

Puertecita rechina,

Escobita barre,

Carrito corre.»

Y dijo Arbolillo:

—Pues yo me sacudiré.

Y empezó a sacudirse tan vigorosamente, que las hojas le cayeron.

Violo una muchachita que acertaba a pasar con su jarrito de agua, y dijo:

—Arbolillo, ¿por qué te sacudes?

—¿Cómo quieres que no me sacuda?

«Piojito se ha abrasado,

Pulguita llora,

Puertecita rechina,

Escobita barre,

Carrito corre,

Estercolillo arde.»

Dijo la muchachita:

—Pues yo romperé mi jarrito de agua.

Y rompió su jarrito. Y dijo entonces la fuentecita de la que manaba el agua:

—Muchachita, ¿por qué rompes tu jarrito?

—¿Cómo quieres que no lo rompa?:

«Piojito se ha abrasado,

Pulguita llora,

Puertecita rechina,

Escobita barre,

Carrito corre,

Estercolillo arde,

Arbolillo se sacude.»

—¡Ay! —exclamó la fuentecita—, entonces voy a ponerme a manar.

Y empezó a manar desesperadamente. Y todo se ahogó en su agua: la muchachita, el arbolillo, el estercolillo, el carrito, la escobita, la puertecita, la pulguita y el piojito; todos a la vez.

La doncella sin manos

A
un molinero le iban mal las cosas, y cada día era más pobre; al fin, ya no le quedaban sino el molino y un gran manzano que había detrás.

Un día se marchó al bosque a buscar leña, y he aquí que le salió al encuentro un hombre ya viejo, a quien jamás había visto, y le dijo:

—¿Por qué fatigarte partiendo leña? Yo te haré rico sólo con que me prometas lo que está detrás del molino.

«¿Qué otra cosa puede ser sino el manzano?», pensó el molinero, y aceptó la condición del desconocido. Éste le respondió con una risa burlona:

—Dentro de tres años volveré a buscar lo que es mío.

Y se marchó.

Al llegar el molinero a su casa, salió a recibirlo su mujer:

—Dime, ¿cómo es que tan de pronto nos hemos vuelto ricos? En un abrir y cerrar de ojos se han llenado todas las arcas y cajones, no sé cómo y sin que haya entrado nadie.

Respondió el molinero:

—He encontrado a un desconocido en el bosque, y me ha prometido grandes tesoros. En cambio, yo le he prometido lo que hay detrás del molino. ¡El manzano bien vale todo eso!

—¿Qué has hecho, marido? —exclamó la mujer horrorizada—. Era el diablo, y no se refería al manzano, sino a nuestra hija, que estaba detrás del molino barriendo la era.

La hija del molinero era una muchacha muy linda y piadosa; durante aquellos tres años siguió viviendo en el temor de Dios y libre de pecado. Transcurrido que hubo el plazo y llegado el día en que el maligno debía llevársela, lavóse con todo cuidado y trazó con tiza un círculo a su alrededor.

Presentóse el diablo de madrugada, pero no pudo acercársele y dijo muy colérico al molinero:

—Quita toda el agua, para que no pueda lavarse, pues de otro modo no tengo poder sobre ella.

El molinero, asustado, hizo lo que se le mandaba. A la mañana siguiente volvió el diablo, pero la muchacha había estado llorando con las manos en los ojos, por lo que estaban limpísimas. Así tampoco pudo acercársele el demonio, que dijo furioso al molinero:

—Córtale las manos, pues de otro modo no puedo llevármela.

—¡Cómo puedo cortar las manos a mi propia hija! —contestó el hombre horrorizado.

Pero el otro le dijo con tono amenazador:

—Si no lo haces, eres mío, y te llevaré a ti.

El padre, espantado, prometió obedecer y dijo a su hija:

—Hija mía, si no te corto las dos manos, se me llevará el demonio; así se lo he prometido en mi desesperación. Ayúdame en mi desgracia, y perdóname el mal que te hago.

—Padre mío —respondió ella—, haced conmigo lo que os plazca; soy vuestra hija.

Y, tendiendo las manos, se las dejó cortar.

Vino el diablo por tercera vez, pero la doncella había estado llorando tantas horas con los muñones apretados contra los ojos, que los tenía limpísimos. Entonces el diablo tuvo que renunciar; había perdido todos sus derechos sobre ella.

Dijo el molinero a la muchacha:

—Por tu causa he recibido grandes beneficios; mientras viva, todos mis cuidados serán para ti.

Pero ella le respondió:

—No puedo seguir aquí; voy a marcharme. Personas compasivas habrá que me den lo que necesite.

Se hizo atar a la espalda los brazos amputados y, al salir el sol, se puso en camino.

Anduvo todo el día, hasta que cerró la noche. Llegó entonces frente al jardín del Rey y, a la luz de la luna, vio que sus árboles estaban llenos de hermosísimos frutos; pero no podía alcanzarlos, pues el jardín estaba rodeado de agua.

Como no había cesado de caminar en todo el día, sin comer ni un solo bocado, sufría mucho de hambre y pensó: «¡Ojalá pudiera entrar a comer algunos de esos frutos! Si no me moriré de hambre». Arrodillóse e invocó a Dios, y he aquí que de pronto apareció un ángel. Éste cerró una esclusa, de manera que el foso quedó seco, y ella pudo cruzarlo a pie enjuto.

Entró entonces la muchacha en el jardín, y el ángel con ella. Vio un peral cargado de hermosas peras, todas las cuales estaban contadas. Se acercó y comió una, cogiéndola del árbol directamente con la boca para acallar el hambre, pero no más.

El jardinero la estuvo observando; pero como el ángel seguía a su lado, no se atrevió a intervenir, pensando que la muchacha era un espíritu; y así se quedó callado, sin llamar ni dirigirle la palabra.

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