Tormenta (11 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Casi al anochecer entro en la biblioteca otro monje con un nuevo cargamento de libros. Llevaba el mismo hábito que sus compañeros de orden, una simple casulla con un cordel blanco, pero les aventajaba en años, y su andar parecía más pausado.

Se acercó por el pasillo central de la biblioteca. Al llegar a la mesa del visitante (la única ocupada de toda la sala) poso cuidadosamente los antiguos textos sobre la tela blanca.


Dominus vobiscum
—dijo, sonriendo.

El visitante se levantó.


Et cum spiritu tuo.

—Siéntese, por favor. Aquí tiene los otros manuscritos que había solicitado.

—Es usted muy amable.

—Es un placer. Hoy en día, por desgracia, recibimos muy pocas visitas. Parece que las comodidades se han vuelto más importantes que la ilustración.

El lector sonrió.

—O que la búsqueda de la verdad.

—Que a menudo son una sola cosa. —El monje se saco un paño de la manga y quito amorosamente el polvo a los antiguos libros—. Se llama Logan, ¿verdad? Doctor Jeremy Logan, profesor de historia medieval en Yale?

El visitante lo miró.

—Si, soy el doctor Logan, pero ahora mismo estoy en excedencia.

—Por favor, hijo mío, no se lo tome como una intromisión. Soy el padre Bronwyn, el abad del castillo de Grimwold. —El monje se sentó suspirando al otro lado de la mesa—. Es un trabajo harto fatigoso. En una abadía tan antigua, lo lógico seria que no hubiese burocracia ni rencores mezquinos, pero sucede justo lo contrario; y estamos tan alejados de todo, llevamos una vida tan sencilla y humilde, que son poquísimos los nuevos iniciados que llaman a nuestra puerta. En este momento hay menos de la mitad de monjes que hace cincuenta anos. —Volvió a suspirar—. De todos modos, mi cargo tiene sus consuelos, empezando por el de dirigir todo lo relativo a los libros y la biblioteca; ya sabe que esta ultima es nuestra más preciada posesión, por no decir la única (y que Dios perdone mi codicia).

Logan sonrió un poco.

—La consecuencia natural de todo ello es que estoy al corriente de lo que ocurre en la abadía, especialmente si se trata de personas tan bien apadrinadas como usted. Quede impresionado por la lectura de sus cartas de recomendación.

El doctor Logan inclino la cabeza.

—Inevitablemente, me fije en que además de la solicitud de consulta también había un itinerario.

—Si, fue un descuido. Estaba investigando en Oxford, Salí con ciertas prisas y la premura hizo que se me traspapelase la documentación. No tenía ninguna intención de presumir.

—Naturalmente. Tampoco lo insinuaba. Ahora bien, no pude evitar cierta sorpresa al leer los lugares que ya ha visitado durante sus vacaciones. St. Urwick's Tower, si no recuerdo mal… y Terranova, .no es cierto?

—Si, en la costa, justo al sur de Battle Harbour.

—Y su siguiente escala… La abadía de la Ira.

El doctor Logan volvió a asentir.

—La conozco de nombre. Kap Farvel, en Groenlandia. Es casi tan remota como este monasterio.

—Cuenta con una biblioteca muy antigua, y extremadamente bien surtida, sobre todo en historia local.

—No lo dudo. —El abad se inclino un poco más sobre la mesa—. Espero que sepa disculpar mi exceso de familiaridad, doctor Logan; le repito que hoy en día llegan muy pocos visitantes, y por desgracia mi capacidad para las sutilezas de la vida social esta muy atrofiada, pero lo que más me sorprende de su viaje son las fechas. En cada uno de los lugares por donde ha pasado hay bibliotecas que merecerían varias semanas de estudio, y a todas cuesta esfuerzo, tiempo y dinero llegar, pero según su itinerario hoy es su tercer día de viaje. Que busca para tener que desplazarse a tal velocidad, e invertir tanto celo y dinero en ello?

El doctor Logan miró un momento al abad y carraspeo.

—Ya le he dicho que la inclusión del itinerario entre los papeles que envié fue un descuido, padre Bronwyn.

El padre Bronwyn se apoyó en el respaldo.

—Claro, claro. Soy un viejo curioso. No era mi intención ser indiscreto. —Se quito las gafas, se las limpio con la punta de la manga de su casulla y volvió a colocárselas sobre la nariz, antes de apoyar una mano en los antiguos volúmenes de piel de becerro —. Aquí tiene los libros que ha pedido: las
Anécdotas
seglares
de Maighstir Beaton, de hacia 1448, las
Chronicles Diuer
se and
Sonderie
de Colquhoun, de cien años más tarde, y naturalmente la
Poligraphia
de Trithemius.

Pronunció el último titulo con un pequeño escalofrió.

—Gracias, padre —dijo el doctor Logan, despidiéndose con la cabeza del abad, que ya se había levantado.

Una hora después regreso el primer monje que le había ayudado y se llevó los manuscritos y los incunables, junto con otro formulario de solicitud. Solo tardó unos minutos en reaparecer con una nueva remesa de volúmenes enmohecidos, que deposito sobre la tela limpia.

El doctor Logan se los colocó delante y empezó a hojearlos con sus guantes blancos. El primero estaba en ingles medieval, el segundo en latín vulgar y el tercero era una mala traducción del dialecto ático del griego conocido como koine. Ninguno de los tres idiomas planteo grandes dificultades a Logan, que los leyó de corrido. La lectura, sin embargo, le fue sumiendo en el abatimiento. Apartó el último libro, parpadeo y se frotó los riñones. Se estaba resintiendo de los tres días de duro viaje a lugares dejados de la mano de Dios, con sus tres noches de dormir en frías habitaciones de piedra. Levantó la cabeza y miró la biblioteca, de grandes sillares, con bóveda románica y ventanas estrechas con vidrieras toscas pero encantadoras. En aquel momento se filtraba por ellas la luz del crepúsculo, que bañaba la biblioteca con un mosaico de colores. Se alojaría con los monjes, como era la costumbre. A fin de cuentas no había otro alojamiento en varios kilómetros a la redonda, ni carreteras por las que marcharse. Por la mañana se lo llevaría una barca pesquera a tierra firme. Y desde ahí? Se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que no sabía por donde continuar.

Un carraspeo rompió el silencio. Al volverse, el doctor Logan vio al abad con las manos en la espalda. El padre Bronwyn, que lo estaba observando, sonrió bondadosamente.

—¿No ha habido suerte? —preguntó en voz baja.

Logan sacudió la cabeza.

El abad se acercó.

—Me alegraría poder ayudarlo. No se que busca, pero es evidente que se trata de algo importantísimo, al menos para usted. Seré un viejo tonto y entrometido, pero se guardar los secretos que se me confían. Déjeme ayudarle. Cuénteme que busca.

Logan titubeo. Su cliente había insistido varias veces en que la discreción era esencial, pero ¿de que servía si no tenia nada sobre lo que ser discreto? Su misión le había llevado a visitar tres archivos cruciales, así como otros menos relevantes; una misión tan vaga que no era de extrañar que siguiera con las manos vacías.

Miró atentamente al abad.

—Busco testimonios locales, preferiblemente presenciales, sobre determinado hecho.

—Aja. ¿De que hecho se trata?

—No lo se.

El abad arqueó las cejas.

—¿De verdad? Eso dificulta las cosas.

—Lo único que se es que fue un hecho suficientemente importante o inhabitual para que lo consignasen en algún texto histórico, con toda probabilidad un texto histórico eclesiástico.

El abad rodeo lentamente la mesa y se sentó sin apartar la vista ni un momento de los ojos del doctor Logan.

—Un hecho inhabitual. Por ejemplo… un milagro?

—Es muy posible. —Logan vaciló—. Pero a mi juicio el milagro… Como se lo diría? Podría no tener su origen en una fuente divina.

—Su fuente, por decirlo de otra manera, podría ser demoniaca.

El doctor Logan asintió.

—Es toda la información que tiene?

—No, toda no. También tengo una localización temporal y geográfica aproximada.

—Siga, por favor.

—Debió de suceder hace unos seiscientos años. Ahí.

Levantó la mano, señalando la pared noroeste de la biblioteca.

El abad no escondió su sorpresa.

—¿En el mar?

—Si, algo visto por un pescador que se hubiera apartado mucho de la costa, o si el día era excepcionalmente despejado, algo observado desde los acantilados por algún caminante.

El abad estuvo a punto de decir algo, pero hizo una pausa como si se lo pensara.

—Las otras dos bibliotecas monásticas que ha visitado… —dijo en voz baja—, también estaban en la costa, ¿verdad? Las dos miran hacia el Atlántico, como la nuestra.

Logan se lo pensó ante de hacer un gesto casi imperceptible de asentimiento con la cabeza.

Al principio el abad no contestó. No miraba a Logan, sino a la lejanía, como si estuviera viendo algo muy remoto en el espacio o el tiempo. En la entrada de la biblioteca, un monje se puso varios libros bajo el brazo y salió sin hacer ruido. En la vieja y polvorienta habitación se hizo un profundo silencio.

Al final el padre Bronwyn se levantó.

—Espere, por favor —dijo—. Vuelvo ahora mismo.

Logan obedeció. Diez minutos después, al regresar, el abad transportaba algo con mucho cuidado entre las manos. Era un objeto rectangular envuelto en una tela negra y basta, que apartó después de haber depositado el objeto sobre la mesa. Se trataba de una caja de plomo adornada con pan de oro y plata. La abrió con una llave que llevaba al cuello.

—Usted se ha sincerado conmigo, hijo mío —dijo—. Ahora lo hare yo con usted. —Dio un golpecito a la caja—. El contenido de esta caja siempre ha sido uno de los mayores secretos del castillo de Grimwold. Al principio se consideró muy peligroso tener una relación escrita de los acontecimientos que refiere. Mas tarde, cuando crecieron el mito y la leyenda, la propia relación se hizo demasiado valiosa y polémica para ser mostrada. En su caso, sin embargo, creo que puedo hacer una excepción, aunque solo sean unos minutos, doctor Logan. —El abad deslizo lentamente la caja sobre la mesa—. Espero que no le importe que me quede mientras lo lee. No puedo perderlo de vista. Lo jure al ser nombrado abad del castillo de Grimwold.

Al principio, en vez de abrir la caja, Logan contemplo los adornos de oro y plata de la tapa. A pesar de su impaciencia, vacilaba.

—¿Debo saber algo antes de empezar? —preguntó-—. ¿Algo que quiera explicarme?

—Creo que el texto hablara por si mismo. —De pronto apareció una sonrisa en las facciones del abad, no exactamente siniestra, pero tampoco afable—. Supongo que conoce el dicho ≪Aquí hay monstruos≫, doctor Logan.

—Si.

—Aparece en los mapas antiguos, en los espacios vacios de los mares. —El abad hizo otra pausa, antes de dar un golpecito muy suave en la caja—. Léalo atentamente, doctor Logan. A mi no me gusta apostar, como no sea por la calidad del vino del hermano Frederick cada vez que se prueba una cosecha, pero apostaría a que el origen de la expresión se halla aquí dentro.

14

Cuando Crane entro en la sala de reuniones A, la menor de las dos del centro médico, vio que Michelle Bishop ya había llegado, y que tomaba notas en su ordenador portátil con un marcador de metal. La superficie brillante de la mesa de reuniones estaba tan desnuda que llamaba la atención. Las reuniones de médicos a las que estaba acostumbrado Crane siempre comportaban un alud de papeles: gráficos, informes, historiales… En aquel caso, sin embargo, lo único de papel era una carpeta fina que el propio Crane llevaba debajo del brazo. Como los soportes físicos ocupaban un espacio muy valioso, en la estación Deep Storm se mantenían los datos escrupulosamente en el ámbito digital siempre que fuera posible.

Cuando Crane se sentó, Bishop alzo la cabeza y esbozo una sonrisa. Después bajó la vista para seguir con sus anotaciones.

—¿Como sigue Waite? —preguntó el.

—He aconsejado que mañana le den el alta.

—¿En serio?

—Roger ya le ha dado el alta psicológica, y Asher ha accedido a confinarle en su habitación. Ya no tiene sentido que nos lo quedemos.

Justo en ese momento entro Roger Corbett en la sala con un café con leche en una mano, probablemente del bar, que estaba cerca. Sonrió a los dos, se sentó en una punta de la mesa y dejó el café y el portátil.

—Michelle me estaba diciendo que le ha dado el alta a Waite —dijo Crane.

Corbett asintió.

—Le he hecho un análisis completo y han salido algunos problemas de ansiedad que no aparecieron en los test de selección. También podría tener un poco de depresión no específica, pero responde bien a la medicación. Le hemos retirado los antipsicóticos sin efectos adversos. Creo que se trata de un simple trastorno emocional que debería responder bien a la terapia.

Crane frunció el entrecejo.

—No es que quiera meterme, pero hace setenta y dos horas este ≪simple trastorno emocional≫ tomo una rehén y se clavo un destornillador en el cuello.

Corbett bebió un poco de café con leche.

—Esta claro que Waite tiene algunos conflictos sin resolver, y no sabemos desde cuando los interioriza. A veces estas cosas explotan de golpe. Aquí se vive con mucho estrés. Por muy a fondo que investigues a la gente, no se pueden predecir todos los comportamientos posibles. Mi intención es seguir con sesiones diarias en su habitación y observarlo de cerca.

—Perfecto —dijo Crane.

≪Al menos así Korolis y sus matones no se pasaran el día por el centro médico≫.

Miró a Bishop.

—¿Algún caso nuevo?

La doctora consultó su portátil.

—Un técnico con colon espástico y otro con palpitaciones. También hay un empleado de mantenimiento con sintomatología no específica: insomnio y problemas de concentración.

—Ya. Gracias. —Crane les miró a los dos—. Seguimos, entonces?

—¿Seguir con que? —preguntó Bishop—. No tengo muy claro el motivo de la reunión.

Crane la miró mientras se preguntaba si aquella lucha no terminaría nunca.

—El motivo es saber con que nos enfrentamos.

Ella se apoyó en el respaldo.

—¿Ya hemos reducido los factores a uno solo?

—Si, solo hay uno. El problema es que aun no lo hemos identificado.

La doctora cruzó los brazos y miró atentamente a Crane.

—Una cuarta parte de los ocupantes de esta estación presenta síntomas de enfermedad —explico el—. No es coincidencia. Los problemas de salud no se producen aisladamente. Es verdad que al principio di por sentado que era síndrome de descompresión, y que fue un error partir de esa premisa sin conocer los datos, pero algo ocurre.

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