Tormenta (13 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Al volverse, Crane vio a Renault, el jefe de cocina. Estaba cerca, con los brazos cruzados y una mirada de reproche.

—No, muy poco.

Se acercó a una estantería con un centenar o más de envases de mantequilla para elegir uno al azar, retirar la tapa de plástico y meter aproximadamente una cucharada en un tubo de ensayo pequeño.

La nevera de Central había sido una revelación. Además de lo habitual en un restaurante (pollo, ternera, huevos, hortalizas, leche y demás) también contenía ingredientes más propios de un establecimiento europeo de tres estrellas. Trufas negras y blancas, minúsculos frasquitos de vinagre balsámico a precios astronómicos, faisanes, urogallos, ocas, chorlitos, grandes latas de caviar ruso e iraní… Y todo en un espacio que no podía tener más de tres por seis metros, aprovechado hasta el último milímetro. Ante semejante opulencia Crane no había tenido más remedio que limitar las muestras a los artículos más habituales, los que con más probabilidad ingería la gente a diario, y aun así ya tenia llenas casi las doscientas probetas del kit. El proceso había durado una hora, y la paciencia de Renault estaba a punto de agotarse.

Dejó la mantequilla y pasó a la siguiente estantería, donde estaban los ingredientes básicos para la vinagreta de la casa: envejecidos vinagres franceses de vino blanco y aceite de oliva prensado en frio.

—Es español —dijo al coger una botella de aceite y mirar la etiqueta.

—El mejor —se limito a decir Renault.

—Creía que el italiano…

Los labios de Renault hicieron un ruido de desdén e impaciencia.

—C'est fouf
No hay comparación. Estas aceitunas están recogidas a mano en olivares con diez arboles por hectárea, con poco riego, abonados con estiércol de caballo…

—Estiércol de caballo —repitió Crane, asintiendo despacio.

Renault se puso muy serio.


Engrais.
El fertilizante. Todo natural, sin nada químico.

Se había tomado la presencia de Crane como una afrenta personal a la calidad de su cocina, como si Crane fuese un inspector del departamento de sanidad, no un doctor que investigaba un enigma médico.

Crane desenroscó la tapa, saco otra probeta de su kit, vertió unos centímetros cúbicos y tapo la botella. La dejó en su sitio y cogió una de otra fila.

—Muchos de estos alimentos son frescos. ¿Como evitan que se estropeen?

Renault se encogió de hombros.

—La comida es comida. Se estropea.

Crane llenó otro tubo.

—¿Entonces que hacen?

—Algunas cosas las incineran, y lo demás lo empaquetan con el resto de la basura y lo mandan arriba en la Bañera.

Crane asintió con la cabeza. Ya sabia que la Bañera era un modulo de suministro grande y no tripulado que hacia viajes diarios entre el Complejo y la base auxiliar de la superficie. Su nombre oficial era ≪modulo suministrador de inmersión profunda LF2-M≫, y era un prototipo diseñado por la Marina para llevar suministros de emergencia a submarinos inmovilizados. El nombre se debía a su forma alargada y sin gracia, que recordaba mucho una bañera gigante.

—Las nuevas provisiones también las trae la Bañera? —preguntó.

—Claro.

Otra probeta de vinagre.

—¿Quien encarga los suministros?

—Compra de Alimentos, basándose en el control de inventario y en la planificación de los menús.

—¿Y quien desplaza físicamente los suministros entre la Bañera y las cocinas?

—El jefe de inventario, bajo mi supervisión directa. Esta a punto de llegar el envió de hoy. De hecho ya deberíamos estar de camino a Recepción. —Renault frunció el entrecejo—.
Doc
teur,
si esta insinuando que…

—Yo no insinuó nada —contestó Crane, sonriendo.

Era verdad. Ya había hablado con los nutricionistas y los dietistas, y sus planes de alimentación parecían sanos y sensatos. Por mucho tiempo y esmero que hubiera invertido Crane en tomar muestras de decenas de productos de las despensas (primero del Alto y ahora de Central), no albergaba grandes esperanzas de encontrar algo dañino. Parecía poco probable que la comida estuviera contaminada, accidental o deliberadamente. Sus sospechas se centraban cada vez más en una intoxicación por metales pesados.

Los síntomas de la toxicidad de los metales pesados eran vagos y no específicos, como los que habían aparecido en todo el Complejo: fatiga crónica, trastornos gastrointestinales, pérdida de memoria a corto plazo, dolor de articulaciones, procesos mentales desordenados y un largo etcétera. Crane ya había encargado a dos miembros del equipo médico una investigación sobre el entorno laboral y de ocio de Deep Storm, por si se detectaba plomo, arsénico, mercurio, cadmio y una larga serie de metales pesados. Mientras tanto, se estaba pidiendo a todos los pacientes con síntomas que regresaran al centro médico a fin de dejar muestras de pelo, sangre y orina, para su posterior análisis. Lógicamente, la exposición no seria crónica, sino aguda. Teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaba la gente en el Complejo, era la única posibilidad.

Tapo la última probeta, la colocó en la gradilla portátil y cerro la cremallera de la bolsa de análisis con cierto grado de satisfacción. Si descubrían que la causa era una intoxicación por metales pesados, o un caso de mercurialismo, podrían usar queladores potentes como el DMPS y el DMSA como tratamiento, no solo como agente en los test. Lo que parecía inevitable era encargar las cantidades necesarias para que las trajese la Bañera, por que en la farmacia no habría bastante para tratar a todos los pacientes del Complejo.

Al dar media vuelta, vio que Renault ya se había ido. Recogió la bolsa de análisis y salió de la nevera, dejando la puerta cerrada. Renault estaba al fondo de la cocina, hablando con alguien vestido de chef. Se volvió hacia Crane, que se acercaba.

—Ya ha terminado —dijo.

No le dio entonación de pregunta.

—Si, solo me queda hacerle unas preguntas sobre el cocinero que se puso enfermo, Robert Loiseau.

Renault puso cara de incredulidad.

—¿Mas preguntas? Con todas las que me hizo la doctora…

—Serán pocas.

—Pues tendrá que acompañarnos, por que ya llegamos tarde a Recepción.

—De acuerdo.

A Crane no le importaba. De ese modo tendría la oportunidad de presenciar el traslado de los alimentos entre la Bañera y las cocinas, relajarse mentalmente y eliminarlo como posible fuente de contaminación. Le presentaron rápidamente al hombre vestido de chef (Conrad, el jefe de inventario) y a otros dos miembros del equipo de cocina que llevaban grandes contenedores de comida. Después, con Crane un poco rezagado, salieron de la cocina y empezaron a recorrer el frio pasillo que llevaba al ascensor.

Renault no paraba de hablar con el jefe de inventario sobre que les faltaban tubérculos. Cuando llegaron a la planta doce, Crane solo había conseguido deslizar una pregunta acerca de Loiseau.

—No —dijo Renault al abrirse las puertas. Salió—. No hubo señal de aviso. Ninguna.

Aunque Crane no había vuelto desde el primer día, aun se acordaba del camino hacia el Sistema de Compresión; sin embargo, Renault salió en la dirección contraria y se interno por un laberinto de pasillos estrechos.

—Aun esta en coma y no hemos podido hacerle ninguna pregunta —dijo Crane, caminando—. ¿Esta seguro de que nadie vio nada raro o que se saliera de lo habitual?

Renault reflexiono.

—Me acuerdo de que Tanner comento que Loiseau parecía un poco cansado.

—¿Tanner?

—Nuestro jefe pastelero.

—Dijo algo más?

Renault sacudió la cabeza.

—Tendrá que preguntárselo a Monsieur Tanner.

—¿Sabe si Loiseau consumía algún tipo de drogas?

—Por supuesto que no! —dijo Renault—. En mi cocina no se droga nadie.

El pasillo acababa en una compuerta grande y ovalada, vigilada por un solo marine. Encima había un letrero donde ponía:
ACCESO AL CASCO EXTERNO
. El marine los miró uno a uno, examino el formulario entregado por Renault y los dejó pasar con una señal de la cabeza.

Al otro lado de la compuerta había un pequeño pasadizo de acero iluminado con bombillas rojas dotadas de una gruesa protección. Al fondo había otra compuerta, cerrada y atrancada desde el otro lado. La primera se cerró a la espalda del grupo con un ruido metálico. Se oyó el ruido de los retractares volviendo a su sitio. Los ecos se apagaron lentamente. Mientras esperaban en la penumbra rojiza, Crane se percato de que hacia un poco de frio y humedad, y de que el aire era un poco salobre, como el de la sentina de un submarino.

Al cabo de un momento se oyó otro chirrido, esta vez por delante. La compuerta del fondo basculo. Penetraron en una sala más pequeña. La compuerta volvió a cerrarse y a atrancarse de manera automática. El frio y el olor se habían acentuado. Al fondo de la sala había otra compuerta, la tercera y mayor de todas, asegurada con unos pernos enormes y vigilada por una pareja de marines armados. En las paredes de la sala había varios carteles de peligro y listas de prohibiciones.

Esperaron en silencio a que los marines volvieran a examinar los documentos de Renault. Después uno de los dos se volvió y pulsó un botón rojo de una consola. Sonó un timbre estridente. Ambos marines dieron media vuelta a uno de los pernos, con visible esfuerzo. Acto seguido giraron entre ambos la gran rueda de la compuerta en el sentido de las agujas del reloj. Primero se oyó un ruido metálico, y después el silbido del aire al escaparse. Crane noto que se le destapaban las orejas. Los marines empujaron la compuerta hacia fuera e hicieron señas de que pasara el grupo. Los primeros en hacerlo fueron los empleados de cocina que llevaban los contenedores de comida, seguidos por Conrad y Renault. Crane los siguió con otra pregunta preparada, pero se le olvidó al cruzar la compuerta. Se había quedado de piedra, hipnotizado.

17

Estaba en el umbral de un gran abismo poco iluminado. Al menos fue su primera impresión. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, se dio cuenta de que estaba en un acceso estrecho fijado con pernos a la piel exterior del Complejo. Detrás, y a sus pies, la pared caía a pico, salpicada por una red de escalerillas; se hundía doce plantas en la oscuridad, y Crane tuvo un momento de vértigo. Se aferro inmediatamente a la baranda de acero, mientras oía vagamente que uno de los marines le decía algo.

—Salga, por favor. Esta compuerta no puede quedar abierta.

—Perdón.

Apartó rápidamente el otro pie del umbral. Los dos marines cerraron la pesada escotilla. Los cerrojos rechinaron.

Crane miró a su alrededor sin soltar la baranda. Justo delante había una pared metálica curvada, que en la penumbra apenas se veía. Era la cúpula exterior. Tenia lámparas de sodio empotradas a distancias regulares, pero grandes (de ahí la escasez de la iluminación). Al mirar hacia arriba, Crane siguió la curvatura de la cúpula hasta el punto más alto, justo encima del Complejo. Entre el techo de este ultimo y la parte inferior de la cúpula había unos tubos metálicos que supuso que serian los accesos a los batiscafos y al modulo de escape.

Su mirada bajó desde la cúpula hasta la pasarela donde se encontraban; esta se ensanchaba hasta convertirse en una suave rampa que salvaba el hondo abismo entre el Complejo y la cúpula. El resto del grupo ya la estaba cruzando en dirección a una gran plataforma fijada a la pared de la cúpula. Crane respiro hondo, soltó la baranda y empezó a seguirlos.

Fuera hacia más frio, y el olor a sentina era más pronunciado. El eco de sus pasos en la reja metálica de la pasarela se perdía en la inmensidad de aquel espacio. Se le apareció fugazmente una imagen mental de donde estaba: en el fondo del mar, caminando por un estrecho puente entre una caja metálica de doce pisos y la cúpula que la envolvía. Entre el y el lecho marino solo había el vacio. Como la imagen le ponía nervioso, intentó borrarla concentrándose en alcanzar al grupo, que casi había llegado a la plataforma.

Detrás de Renault y de los dos empleados de cocina iba Conrad. Crane se puso a su altura.

—Y yo que creía que Recepción seria un saloncito la mar de agradable —dijo—, con una tele y mesas con revistas…

Conrad se rio.

—Se tarda un poco en acostumbrarse, ¿eh?

—Si, es una manera de decirlo. No tenia ni idea de que el espacio entre el Complejo y la cúpula estuviera presurizado. Me lo imaginaba lleno de agua.

—El Complejo no esta construido para funcionar a tanta profundidad. Con esta presión no duraría ni un minuto. Nos protege la cúpula. Alguien me dijo que se complementan, como el doble casco de un submarino, o algo así.

Crane asintió con la cabeza. El concepto tenía una lógica impecable. En cierto modo si era como un submarino, con su casco interior, su casco exterior y los tanques de lastre en medio.

—He visto que el Complejo tiene unas escalerillas por fuera. ¿Se puede saber para que sirvan?

—Ya le he dicho que esto lo construyeron para aguas mucho menos profundas, donde no habría hecho falta una cúpula de protección. Creo que las escalerillas eran para los submarinistas, para moverse por los lados del Complejo cuando hubiera que hacer reparaciones y otras cosas.

Al mirar hacia atrás, Crane reparó en dos grandes tirantes en forma de tubo que salían horizontalmente de ambos lados de la cúpula y llegaban al Complejo en un punto ligeramente por encima de su centro. Comprendió que era lo que Asher había llamado radios de presión, tubos abiertos al mar que constituían otro de los muchos sistemas para compensar la enormidad de la presión. Desde aquella distancia parecían dos radios de una rueda, en efecto, aunque a Crane le recordaban más bien un espetón de asar clavado en el Complejo. Estaba bien lo de la compensación, pero a el no le gustaba tener el mar tan cerca de la caja donde vivía.

Ya habían llegado a la plataforma del final de la rampa. Tenía unos dos metros cuadrados, y estaba pegada a la pared interna de la cúpula con grandes medidas de seguridad. En un lado había una compuerta estanca de un enorme grosor, vigilada por más marines. Crane tuvo la certeza de que conducía al exterior de la cúpula, a las profundidades marinas. Seguro que era donde se acoplaría la Bañera, y por donde entrarían los suministros.

En la plataforma ya había una docena de personas esperando: técnicos con bata de laboratorio, empleados de mantenimiento con mono… La mayoría traía contenedores de diversos tamaños. Los mayores, los de mantenimiento, eran recipientes de plástico negro con ruedas, cuyo gran volumen debía de dificultar su encaje en las compuertas. Crane dedujo que contenían los residuos que se enviaban a la superficie.

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