Tormenta (23 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Asher volvió a intentarlo.

—Escúcheme, almirante…

—No, doctor Asher, escúcheme usted. No ha habido siempre personas dispuestas a morir por los descubrimientos y el conocimiento? No es la razón de que estemos aquí? Piense en Robert Falcon Scott, Amelia Earhart y la tripulación del
Challenger.
Todos los que estamos aquí nos jugamos la vida para forzar los limites y trabajar por una humanidad mejor.

Asher suspiró y se frotó los ojos con gesto de cansancio.

—Habría que tener en cuenta los datos empíricos.

—¿A que datos se refiere?

—La Canica Uno acababa de penetrar en el tercer nivel de la corteza, el más bajo de todos: la capa oceánica. Es coincidencia que esta anomalía se haya producido a la mayor profundidad alcanzada hasta el momento?

—Un error así no puede ser debido a la presión.

—No me refiero a la presión, sino a acercarnos a lo que hay abajo. La capa oceánica es la más delgada. Olvidemos por un momento a los muertos. ¿No le preocupa que hayan aparecido tantas enfermedades extrañas? ¿No le inquieta que hayan empezado a circular rumores y a plantearse graves cuestiones morales?

En vista de que Spartan no contestaba, Asher se levantó y empezó a pasear nervioso por la sala.

—Gracias al doctor Crane hemos dado un paso enorme.

—El doctor Crane debería ceñirse a su misión —dijo Spartan.

—Nos ha hecho dar el mayor paso hasta la fecha. Almirante, los centinelas ya no transmiten en una sola longitud de onda. Ahora transmiten varias señales en miles de longitudes de onda, probablemente millones. De hecho parece que transmiten en todas las longitudes del espectro electromagnético: ondas de radio, microondas, infrarrojos, ultravioletas… Todas las que pueda imaginar.

—Con lo cual interfieren en nuestros instrumentos y en nuestras redes inalámbricas —dijo Spartan—. Lo más probable, si es que es algo, es que se trate de una especie de bienvenida.

—Es posible, pero también podría tratarse de otra cosa.

—¿Como que?

—No lo se, pero el significado de lo que transmiten es tan importante que ocupan todas las amplitudes de banda para comunicarlo. —Asher titubeo—. Tengo la absoluta certeza de que deberíamos dejar de excavar hasta haber traducido el mensaje. Si de algo disponemos aquí es de expertos en inteligencia de la marina. Si me dejase recurrir a ellos, si pudiésemos poner nuestros esfuerzos en común, tardaríamos menos en descifrar el mensaje.

—Ahora mismo tienen otras cosas que hacer. Además, no hay pruebas de que exista algún mensaje.

Asher levantó las manos con un gesto de exasperación.

—¿Pero que cree, que transmiten los cuarenta principales de Alpha Centauri?

Siguió paseándose.

Spartan lo observo un momento.

—De acuerdo, doctor Asher, supongamos que hay mensajes. Repito que lo más probable es que nos den la bienvenida, a menos que estén transmitiendo los manuales de instrucciones de lo que nos espera abajo. ¿Que si tengo curiosidad? Mucha, pero ¿estoy dispuesto a paralizarlo todo e interrumpir el trabajo mientras usted descubre que intentan decir? No. Para empezar, usted no puede darme ninguna previsión sobre cuando descifrarían el código. ¿Verdad que no?

—Pues…

Asher enmudeció, sacudiendo airadamente la cabeza.

—Por otra parte, no importa cual sea el mensaje. Usted mismo ha señalado que ahora estamos en la capa oceánica. Nos falta como máximo una semana para llegar al Moho. Extraeremos el contenido de lo que hay abajo, sea lo que sea, y lo estudiaremos antes de que puedan hacerlo otros.

Asher abrió la boca para contestar, pero no tuvo tiempo, por que de repente el suelo vibro. El temblor pasó de suave a brusco. Varios manuales y carpetas cayeron de las estanterías. Se oyó un ruido de cristales rotos. Era una bandeja de instrumentos de laboratorio, que había resbalado de una mesa. En el pasillo se oían voces confusas. Spartan salto de la silla y corrió hacia el teléfono de Asher. Mientras marcaba un número, otro estremecimiento sacudió el Complejo.

—Aquí el almirante Spartan —dijo por el micrófono—. Determinen el origen. Si hay daños, quiero que me informen enseguida.

Se volvió para mirar a Asher. El director científico se había aferrado a la mesa de trabajo. Estaba inmóvil, con la cabeza ladeada, como si escuchase.

—Ahora solo son replicas —murmuro.

—¿Se puede saber que ha pasado, doctor Asher?

—Es el precio de trabajar en una dorsal oceánica. La ventaja es que en este punto la corteza terrestre es muy delgada, y el Moho queda a menos de ocho kilómetros de profundidad. La pega es que las dorsales oceánicas son propensas a los terremotos.

—¿Terremotos? —repitió Spartan.

—Si. Normalmente son de poca magnitud. Por algo estamos en un límite divergente. —Miró a Spartan por encima de las gafas con una mezcla de tristeza y burla—. No llego a leer el libro blanco sobre tectónica de placas y oceanografía que le envié?

El almirante no contestó. Miraba hacia algún punto más allá del hombro derecho de Asher. Después de un rato sacudió la cabeza.

—Perfecto —dijo—. Sencillamente perfecto.

31

La enfermería provisional de la cuarta planta era tan pequeña como grande el centro médico de arriba. A Crane le recordó el minúsculo dispensario del
Spectre,
donde había pasado casi un año de dura labor: todo mamparos y conductos. Y sin embargo, aun siendo tan diminuto, en aquel momento le pareció un deprimente vacio. El había previsto llenarla con los tres hombres de la Canica Uno, y ahora resultaba que los restos de la tripulación no daban ni para usar una de las bolsas rojas de residuos médicos. Habían sellado la Canica Uno con un revestimiento de plástico grueso y la habían guardado en un contenedor de baja temperatura para analizarla más tarde.

Suspiró y se volvió hacia Bishopp.

—Gracias por bajar. Lamento haberle hecho perder el tiempo.

—No diga tonterías.

—Conocía a alguno de los tres?

—Si, a Horst. Tenía problemas de apnea del sueño y pasó un par de veces por la consulta.

—Yo no he tenido la oportunidad de conocer a ninguno de ellos.

Sacudió la cabeza.

—No se fustigue, Peter, no es culpa suya.

—Ya lo se, pero me parece un desperdicio tan trágico…

Aparte de la muerte de los tres tripulantes, también le afectaba lo poco que estaba avanzando: tantas pruebas realizadas (tomografías computarizadas, resonancias magnéticas, electrocardiogramas, CBC…), y todas habían caído en saco roto. Cada nueva teoría, cada nueva y prometedora línea de investigación, desembocaba tarde o temprano en un callejón sin salida. No tenia sentido. Había cumplido todas las reglas del diagnóstico, pero la solución se obstinaba en quedar fuera de su alcance. Era como si el problema estuviera más allá de las leyes de la ciencia médica.

Cambió de postura en la silla e hizo lo posible por hablar de otro tema.

—¿Que tal arriba? Con tanto trabajo ni siquiera he consultado la evolución de sus pacientes.

—Dos casos nuevos en las ultimas veinticuatro horas, uno de nauseas muy fuertes y otro de arritmia.

—¿Le ha hecho un Holter?

—Si, en ciclos de veinticuatro horas. Aparte de eso, Loiseau, el cocinero, ha tenido otro ataque, peor que el primero.

—¿Lo ha ingresado?

Bishopp asintió.

—Y creo que nada más. De hecho el que ha tenido más trabajo es Roger.

—¿Por que?

—Han ido a verlo no se si siete u ocho personas con trastornos psiquiátricos generales.

—¿Como cuales?

—Lo habitual, problemas de concentración, lapsus de memoria, desinhibición… Según Roger son erupciones localizadas de estrés acumulado.

—Ya.

A Crane no le gustaba disentir sin conocer más datos, pero su experiencia en submarinos militares, trabajando con hombres y mujeres sometidos a una presión constante, no lo llevaba a la misma conclusión. Por otro lado, seguro que el proceso de selección de personal para el Complejo ya había descartado las personalidades problemáticas.

—Cuénteme más acerca del caso de desinhibición.

—Es uno de los bibliotecarios de la zona multimedia, un hombre retraído y tímido que anoche se peleo dos veces en Times Square. Cuando llegaron los de seguridad lo encontraron borracho, montando un escándalo y gritando palabrotas.

—Muy interesante.

—¿Por que?

—Por que hace poco uno de los pacientes de aquí abajo, de los del área restringida, manifestó cambios de personalidad muy parecidos. —Crane pensó un momento—. Parece que el número de casos psicológicos empieza a superar al de los fisiológicos.

—¿Que ocurre? —Bishopp no parecía muy convencida—¿Acaso nos estamos volviendo paulatinamente locos?

—No, pero quizá podría ser el hilo conductor que buscamos. —Vaciló—. ¿Conoce la historia de Phineas Gage?

—Suena a cuento de Hawthorne.

—Pues es un caso real. En 1848, Phineas Gage era capataz de una brigada que estaba haciendo el tendido de las vías en Vermont para una compañía ferroviaria. Parece que hubo una explosión accidental, y que se le clavo en la cabeza una barra de compactar, metálica, de más de un metro de largo, quince kilos y tres centímetros de diámetro.

Bishopp hizo una mueca.

—Que muerte más horrible…

—No, es que no murió. Hasta es posible que no quedara inconsciente, a pesar de que la barra destruyo casi todo el lóbulo frontal bilateral de su cerebro. Pudo volver a trabajar en pocos meses, pero lo importante es que ya no era el mismo. Antes del accidente, Gage era un trabajador eficiente y una persona amable, educada, ahorradora y con mucho sentido común. Después se volvió malhablado, caprichoso, impaciente, lujurioso e incapaz de ocupar puestos de responsabilidad.

—Como algunos de los primeros pacientes de resección radical.

—Exacto. Gage fue el primer paciente en el que se descubrió que existía una relación entre el lóbulo frontal humano y la personalidad.

Bishopp asintió, pensativa.

—¿Adonde quiere llegar con todo esto?

—No estoy seguro, pero empiezo a plantearme la posibilidad de que el problema al que nos enfrentamos sea neurológico. Ya ha llegado la unidad de electroencefalografía?

—Si, esta mañana. Ha sido un berenjenal. Ocupaba la mitad de la Bañera.

—Bien, debemos aprovecharla. Me gustaría tener electroencefalogramas de la media docena de casos más graves. No importa la sintomatología. Mezcle lo psicológico y lo fisiológico. —Grane se desperezo, frotándose la base de la espalda—. No me iría mal un café. Y a usted?

—Encantada. Si a usted no le molesta hacer de chico de los recados…

Bishopp, ceñuda, señaló la puerta con un movimiento del pulgar.

—Ah, si, claro… —Crane se había olvidado del marine apostado fuera de la enfermería provisional; el que, siguiendo ordenes de Spartan, había acompañado a Bishopp desde el área de libre acceso, y volvería a acompañarla cuando saliera de la sala. Se notaba que a la doctora no le complacía que le hicieran de canguro—. Vuelvo ahora mismo.

Salió de la enfermería, saludo al marine con la cabeza y se fue por el pasillo. A el ya no lo vigilaban tanto. Le provocaba una sensación un poco extraña moverse con relativa libertad por todo el Complejo. Aunque siguiera habiendo muchas zonas a las que no daba acceso su mediocre puntuación en seguridad, durante las entrevistas medicas de los últimos dos días había visto suficientes laboratorios, salas de instrumentos, despachos, camarotes y talleres para toda una vida.

Lo mismo podía decirse de las zonas de ocio. La cafetería de la cuarta planta estaba decorada de forma espartana, con pocas mesas y sillas, para una docena de personas como máximo, pero Crane había descubierto que servían un café igual de bueno que en Times Square.

Entro y fue a pedir a la barra. Después de dar las gracias a la encargada, se puso un poco de leche en su taza (Bishopp lo tomaba solo) y dio media vuelta para regresar a la enfermería, pero lo detuvo un coro de voces.

En el rincón del fondo había un grupo de hombres sentados alrededor de una mesa; un grupo bastante dispar, por que dos llevaban la bata blanca obligatoria de los técnicos del Complejo, otro un mono de operario y el ultimo un uniforme de suboficial. Al entrar, Crane no les había prestado demasiada atención, por que hablaban muy juntos y en voz baja, y había dado por supuesto que comentaban la tragedia de la Canica Uno, pero la conversación debía de haberse convertido en discusión en el poco tiempo que había tardado en pedir los cafés.

—¿Y se puede saber como lo sabes? —preguntaba uno de los científicos—. Es una oportunidad fantástica para la humanidad; el descubrimiento más importante de todos los tiempos. Es la prueba concluyente de que no estamos solos en el universo. No puedes cerrar los ojos, como si no existiera.

—Yo se lo que he visto —replico el operario—, y lo que he oído. La gente dice que no teníamos que encontrarlo.

El científico se burló.

—Como que no ≪teníamos≫?

—Si, que ha sido accidental; demasiado pronto, como si dijéramos.

—Si no lo hubiéramos encontrado nosotros, lo habrían encontrado otros —salto el suboficial—. Que prefieres, que sean los chinos los primeros que le echen el guante a esta tecnología?

—Que tecnología ni que leches? —dijo el operario, levantando otra vez la voz—. !Si aquí no hay nadie que tenga ni puta idea de que hay ahí abajo!

—Chucky, no hables tan alto, haz el favor! —dijo el segundo científico, removiendo el café de mal humor.

—Yo he trabajado con los centinelas —dijo el primer científico—, y se de que son capaces. Podría ser nuestra única oportunidad de…

—Y yo acabo de envolver lo que quedaba de la Canica Uno —replico el tal Chucky—. No había manera de reconocerla. He perdido a tres amigos, y te digo que no estamos preparados. Estamos jugando con fuego.

—Lo que le ha pasado a la Canica Uno es un horror —dijo el primer científico—, y es comprensible que te duela, pero no dejes que el dolor te impida ver lo más importante: por que estamos aquí. Nunca se ha avanzado sin riesgos. Esta claro que estos visitantes quieren ayudarnos. Tienen tanto que enseñarnos…

—¿Como narices sabes tu que quieren ensenarnos algo? —preguntó Chucky.

—Si hubieras visto lo bonitos que son los indicadores, lo increíblemente…

—¿Y que? También es bonita una pantera negra… hasta que te arranca las entrañas de un zarpazo.

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