Tratado de ateología (7 page)

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Authors: Michel Onfray

¿Nos reímos de las palabras del Papa sobre la condena del preservativo? Pero aún nos casamos por iglesia, para complacer a la familia y a los suegros, pretenden los hipócritas. ¿Sonreímos ante la lectura del Catecismo... si tenemos, al menos, la curiosidad de consultarlo? Pero el número de entierros civiles es ínfimo... ¿Nos burlamos de los curas y sus creencias? Pero recurrimos a ellos para las bendiciones, esas indulgencias modernas que reconcilian a los hipócritas de ambos bandos: los solicitantes transigen con sus allegados y, a la vez, los celebrantes recuperan algunos clientes...

3. HUELLAS DEL IMPERIO

Michel Foucault llamaba episteme a ese dispositivo invisible pero eficaz del discurso, de la visión de las cosas y del mundo, de la representación de lo real, que encierra, cristaliza y petrifica una época en representaciones estereotipadas. La episteme judeocristiana nombra lo que, desde las crisis de histeria de Pablo de Tarso en el camino de Damasco hasta las intervenciones globales televisadas de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro, constituye un imperio conceptual y mental difuso dentro del conjunto de engranajes de una civilización y una cultura. Dos ejemplos, entre muchos, para ilustrar mi hipótesis de la impregnación: el cuerpo y el derecho.

La carne occidental es cristiana. Incluso la de los ateos, musulmanes, deístas y agnósticos educados, criados o instruidos en la zona geográfica e ideológica judeocristiana... El cuerpo que habitamos, el esquema corporal platónico-cristiano que heredamos, la simbólica de los órganos y sus funciones jerarquizadas —la nobleza del corazón y el cerebro, la grosería de las vísceras y el sexo, neurocirujano contra proctólogo...—, la espiritualización y desmaterialización del alma, la articulación de una materia pecaminosa y un espíritu luminoso, la connotación ontológica de esas dos instancias opuestas de modo artificial, las fuerzas turbadoras de una economía libidinal moralmente captada, todo eso estructura el cuerpo a partir de dos mil años de discursos cristianos: la anatomía, la medicina, la fisiología, desde luego, pero también la filosofía, la teología y la estética contribuyen a la escultura cristiana de la carne.

La mirada que uno se dirige a sí mismo, la del médico, la del especialista en diagnóstico por imágenes, la filosofía de la salud y la enfermedad, el concepto de sufrimiento, el papel que se le otorga al dolor, por lo tanto, la relación con la farmacopea, las sustancias, las drogas, el lenguaje que usa el que cura para dirigirse al enfermo, así como también la relación de uno consigo mismo, la integración de una imagen de sí y la construcción de un ideal del yo fisiológico, anatómico y psicológico, nada de eso se construye sin los discursos mencionados. Así pues, la cirugía o la farmacología, la medicina alopática y los cuidados paliativos, la ginecología y la tanatología, el servicio de emergencias y la oncología, la psiquiatría y la clínica experimentan la ley judeocristiana sin percibir en particular de modo claro los síntomas de esa contaminación ontológica.

La pusilanimidad bioética contemporánea proviene de ese dominio invisible. Las decisiones políticas laicas al respecto corresponden poco más o menos a las posiciones que la Iglesia formula sobre esos grandes temas. No es sorprendente que la ética de la bioética siga siendo fundamentalmente judeocristiana. Aparte de la legislación del aborto y la contracepción artificial, esos dos avances hacia un cuerpo poscristiano —que he llamado, por otro lado,
cuerpo fáustico
—, la medicina occidental sigue muy de cerca las incitaciones de la Iglesia.

La
Carta al personal de la salud
del Vaticano condena la transgénesis, la experimentación con el embrión, la fecundación
in vitro
y la transferencia embrionaria, las madres portadoras, la procreación asistida médicamente para las parejas no casadas u homosexuales, el clonaje reproductivo y también el terapéutico, los cócteles analgésicos que anulan la conciencia al final de la vida, la utilización terapéutica del
cannabis,
la eutanasia. En cambio, elogia los cuidados paliativos e insiste en el
papel salutífero del dolor,
posiciones que los comités de ética, en apariencia laicos y separados falsamente de la religión, repiten a coro...

Por cierto, cuando en Occidente los que curan abordan el cuerpo enfermo, la mayoría de las veces ignoran que piensan, actúan y diagnostican a partir de su formación, que incluye la episteme cristiana. No entra en juego la conciencia, sino una serie de determinismos más profundos y antiguos que remiten a los momentos en que se elaboró el temperamento, el carácter y la conciencia. El inconsciente del terapeuta y el del paciente provienen de un mismo baño metafísico. El ateísmo exige trabajar sobre esos formateos invisibles pero que se imponen en los detalles de la vida cotidiana corporal: el análisis minucioso del cuerpo sexuado, sexual y de las relaciones correspondientes ocuparía un libro entero...

4. UNA TORTURA PROCEDENTE DEL PARAÍSO

Segundo ejemplo: el derecho. En los Palacios de Justicia de Francia, están prohibidos los símbolos religiosos ostentosos y ostensibles. No se puede dictar una resolución legal bajo un crucifijo colgado en la pared, menos aún bajo un versículo de la Tora o un sura del Corán. Tanto el código civil como el penal pretenden afirmar el derecho y la ley con independencia de la religión y de la Iglesia. Ahora bien, no hay nada en la jurisdicción francesa que contradiga esencialmente las prescripciones de la Iglesia católica, apostólica y romana. La ausencia de un crucifijo en la sala de audiencias no garantiza la autonomía de la Justicia con respecto a la religión dominante.

Los fundamentos de la lógica jurídica derivan, por lo tanto, de las primeras líneas del Génesis. De allí proviene la genealogía judía (el Pentateuco) y cristiana (la Biblia) del código civil francés. El equipo, la técnica, la lógica, la metafísica del derecho, provienen en forma directa de lo que enseña la fábula del Paraíso original: un hombre libre, por lo tanto responsable, por lo tanto quizá culpable. Puesto que está dotado de libertad, el individuo puede elegir, optar y preferir una cosa a otra en el campo de las posibilidades. Toda acción emana, pues, de la elección libre y la voluntad libre, informada y manifiesta.

El postulado del libre albedrío es indispensable para comprender cómo continúan las operaciones represivas. Pues el consumo de la fruta prohibida, la desobediencia, la falta cometida en el jardín de las delicias, son consecuencia de un acto voluntario, por lo tanto merecedor de reproches y castigo. Adán y Eva hubiesen podido no pecar, porque fueron creados libres, pero prefirieron el vicio a la virtud. De ese modo, se les pueden pedir cuentas e incluso obligarlos a pagar. Y Dios lo hace, pues los condena, a ellos y a su descendencia, al pudor, la vergüenza, el trabajo, al parto con dolor, el sufrimiento, la vejez, la sumisión de las mujeres a los hombres, la dificultad de la intersubjetividad sexuada. Desde entonces, basándose en ese esquema y conforme al principio promulgado en los primeros momentos de las Escrituras, el juez puede emular a Dios en la tierra...

Aunque el tribunal funcione sin símbolos religiosos, actúa, sin embargo, de acuerdo con esa metafísica: el violador de niños es libre, puede elegir entre la sexualidad normal con una pareja responsable y la violencia aterradora con víctimas que destruye para siempre. En su conciencia, dotada del libre albedrío que le permite optar, prefiere la violencia, ¡a pesar de que hubiese podido decidir otra cosa! De modo que el tribunal puede pedirle cuentas, escucharlo apenas, no oírlo y mandarlo a prisión por varios años, donde con toda probabilidad se dejará violar a manera de bienvenida antes de pudrirse en una celda de donde lo sacarán después de haber desatendido la enfermedad que lo aqueja...

¿Quién toleraría que un hospital encerrase en una celda a un hombre o a una mujer a quien se le ha descubierto un tumor en el cerebro —que no ha sido elegido como tampoco lo fue el tropismo paidofílico—, exponiéndolo a la violencia represiva de algunos compañeros de sala mantenidos en el salvajismo etológico de un confinamiento carcelario, antes de abandonarlo, durante casi la mitad de su vida, a la acción del cáncer, sin cura, sin cuidados ni terapias? ¿Quién? Respuesta: todos los que ponen en movimiento la máquina judicial y la hacen funcionar como una maquinaria hallada en las puertas del Jardín del Edén, sin preguntarse qué es, por qué está allí ni cómo funciona...

La máquina de la colonia penitenciaria de Kafka repercute a diario en los palacios llamados de Justicia europeos y en sus prisiones contiguas. El choque entre el libre albedrío y la elección voluntaria del Mal que legitima la responsabilidad, por lo tanto la culpabilidad, por lo tanto el castigo, presupone el funcionamiento de un pensamiento mágico que ignora lo que la obra poscristiana de Freud ilustra a través del psicoanálisis y la de otros filósofos que demuestran el poder de los determinismos inconscientes, psicológicos, culturales, sociales, familiares, etológicos, etcétera...

El cuerpo y el derecho, sobre todo cuando se piensan, se creen y se hacen pasar por laicos, surgen de la episteme judeocristiana. A lo que podríamos agregarle, para completar el inventario de los campos en cuestión, aunque éste no sea el lugar apropiado, los análisis sobre la pedagogía, la estética, la filosofía, la política —¡ah!, la sacrosanta trinidad: trabajo, familia, patria...—, y muchas otras actividades en las que podemos encontrar la impregnación religiosa bíblica. Un esfuerzo más para ser verdaderamente republicano...

5. SOBRE LA IGNORANCIA CRISTIANA

Podremos comprender que se ignore el funcionamiento de las lógicas de impregnación al hacer hincapié en el hecho de que muchas de esas determinaciones se dan en el registro inconsciente, inaccesible a los niveles de captación de la conciencia informada y lúcida. Las interferencias entre los sujetos y dicha ideología se manifiestan fuera del lenguaje, sin los signos de una reivindicación abierta. Salvo la teocracia asumida —los regímenes políticos visiblemente inspirados en alguno de los tres Libros—, la gran mayoría, incluso los practicantes, actores e individuos a los que concierne, ignora la genealogía judeocristiana de prácticas laicas la mayor parte del tiempo.

La invisibilidad del proceso sólo se refiere a su modo de difusión inconsciente. Presupone del mismo modo la incultura judeocristiana de gran parte de los interesados. Incluso entre los creyentes y practicantes a menudo desinformados, o cuya información proviene sólo del caldo ideológico impuesto por la institución y sus auxiliares. La misa dominical no se ha destacado nunca como lugar de reflexión, análisis, cultura, saber difundido e intercambiado, tampoco el catecismo, ni los rituales y liturgias de las otras religiones monoteístas.

Las mismas observaciones valen para los rezos ante el Muro de los Lamentos o las cinco reverencias diarias de los musulmanes: rezan y repiten las invocaciones. Ejercitan la memoria, aunque no la inteligencia. Para los cristianos, las prédicas de Bossuet constituyen una excepción en medio de un mar de banalidades dos veces milenarias. Y por cada Averroes o cada Avicenas —pretextos tan útiles...—, ¿cuántos imanes hipermnésicos pero hipointeligentes?

La construcción de su religión, los debates y controversias, las invitaciones a reflexionar, analizar y criticar, las confrontaciones de información contradictoria y los debates polémicos brillan por su ausencia en la comunidad, en la que triunfan más bien el psitacismo y el reciclaje de fábulas con la ayuda de una maquinaria bien aceitada que repite pero no innova, y que requiere memoria pero no inteligencia. Salmodiar, recitar y repetir no es pensar. Tampoco lo es rezar. Ni mucho menos.

Oír por enésima vez un texto de Pablo e ignorar el nombre de Gregorio Nacianceno, armar el Nacimiento todos los años y no saber qué eran las querellas fundadoras del arrianismo o el concilio sobre la iconofilia; comulgar con pan ácimo y desconocer la existencia del dogma de la infalibilidad papal; asistir a la misa de Gallo y no saber nada de la reivindicación por parte de la Iglesia de la fecha pagana del solsticio de invierno en la que se celebraba el
sol invictus;
asistir a bautismos, casamientos o sepelios de familiares ante el altar y nunca haber oído hablar de los evangelios apócrifos; inclinarse bajo el crucifijo y pasar por alto el dato de que por el crimen del que se acusó a Jesús en su proceso no se crucificaba sino que se lapidaba; y tantos otros obstáculos culturales debidos a la fetichización de los ritos y las prácticas: he aquí lo que plantea un problema para el hipotético ejercicio lúcido de la religión...

La vieja incitación del Génesis a no querer saber, a contentarse con creer y obedecer, a preferir la fe al conocimiento, a rechazar el amor a la ciencia y enaltecer la pasión por la sumisión y la obediencia, no contribuye a elevar el debate; la etimología de musulmán significa, según el diccionario Littré,
sometido
a Dios y a Mahoma; la imposibilidad de actuar hasta en el mínimo detalle de la vida cotidiana fuera de las prescripciones milimétricas de la Tora; todo ello disuade de preferir la Razón a la sumisión... Como si la religión tuviera necesidad de inocencia, incultura e ignorancia para poder expandirse y asegurar su existencia.

Por otra parte, cuando hay cultura religiosa e histórica —a menudo entre los profesionales de la religión...—, ésta pasa a formar parte de un arsenal jesuítico sin nombre. Siglos de retórica, un milenio de sofisterías teológicas, bibliotecas de minucias escolásticas, permiten la utilización del saber como un arma: el cuidado se debe menos a la argumentación honesta que a la apologética, arte que Tertuliano ejerció con brío a favor del cristianismo y que implica la sumisión de toda la historia y de todas las referencias al presupuesto ideológico del polemista. Véase la doble acepción del epíteto «jesuita»
[1]
...

¿Le haremos notar a un cristiano que después de la conversión de Constantino la Iglesia optó por los poderosos, dejando de lado a los humildes y a los pobres? Responderá: «teología de la liberación», dejando de lado al mismo tiempo la condena a dicha teología de Juan Pablo II, cabeza y guía de la Iglesia. ¿Le expondremos las pruebas de que el cristianismo paulino, es decir, el oficial, ha denigrado el cuerpo, la carne, el placer, y que desprecia a las mujeres? La misma réplica: «éxtasis místico», callando el hecho de que las manifestaciones de ese tipo han llevado al Vaticano a condenar en vida al erotómano antes de proceder a la recuperación, vía la canonización, beatificación y otras ceremonias de rehabilitación de los descarriados del pasado. ¿Le hablaremos de los genocidios de los amerindios en nombre de la muy católica religión, y de la negación del alma y de la humanidad de los indios que profesaron los devotos colonizadores? Se reirá con ganas: «Bartolomé de las Casas», olvidando al pasar que, por más defensor teórico de los indios que fuera, no por ello ese valiente cristiano dejó de alimentar las hogueras con libros escritos por los guatemaltecos, mientras tomaba recaudos para que se descubriera, sólo después de su muerte, y por testamento, que equiparaba la causa de los negros a la de los indios...

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