Triste, solitario y final (17 page)

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Authors: Osvaldo Soriano

Tags: #Relato

Cuando entraron en Los Ángeles, la ciudad estaba tan muerta como Pompeya. En Washington Street abandonaron el coche y luego de caminar dos cuadras tomaron un taxi. Marlowe le indicó que fuera por Yucca Avenue. Cuando pasó frente a su casa, miró atentamente y ordenó al chofer que diera una vuelta a la manzana. Bajaron a dos cuadras de distancia y caminaron por la vereda opuesta a la de la casa. El detective decidió que no estaba vigilada.

—La policía está llena de estúpidos —dijo.

Entraron.

Al abrir la puerta, un silencio frío sacudió a Marlowe. Movió las llaves de la luz, pero las lámparas no se encendieron. El detective gruñó y recordó que no habían pagado la cuenta a la compañía de electricidad.

Encendió un fósforo y fue hasta la cocina. La llama casi le quemó los dedos. Encendió otro y luego un tercero y del armario sacó una vela chorreada a la que le quedaba poca vida. La prendió. Una luz lánguida llenó la habitación de sombras extrañas. Los objetos aparecían y desaparecían como si fueran una ilusión. El detective puso la vela sobre la mesa del living.

—¿Se baña usted primero? —preguntó.

—Como quiera —dijo Soriano, que se había volcado sobre un sillón.

El detective fue hasta la pequeña cocina y a tientas encendió el calefón. Volvió al living y rompió por la mitad lo que quedaba de la vela. Encendió el segundo pedazo y lo tendió a Soriano. El argentino se levantó arrastrando el cuerpo y fue al baño. Abrió la ducha, se quitó la ropa y entró en la bañadera. Dejó que el agua le corriera por el cuerpo y se quedó inmóvil largo rato. Diez minutos más tarde pensó que se estaba demorando. No escuchaba a Marlowe y supuso que se había dormido. Se secó, se vistió y salió del baño sosteniendo la vela que había pegado sobre la tapa de un frasco de desodorante. La luz pálida y fija de la otra vela aparecía como una mancha amarilla por la puerta del dormitorio. Soriano entró a la habitación y vio a su compañero que estaba sentado y tenía la cara entre las manos. La vela estaba en el suelo, como si alguien la hubiera abandonado. El argentino levantó su luz y sintió que el silencio de su amigo era una carga muy pesada para esa casa oscura, que la tragedia lo había abrazado por fin y para siempre desde ese cuerpo pequeño, suave, ahora rígido, que el detective había dejado caer sobre sus piernas. La cabeza del gato colgaba fuera de las rodillas de Marlowe y los ojos estaban abiertos, aunque no tenían color. La cola era como el contrapeso de un barrilete abandonado.

Soriano miró a su compañero un largo rato y advirtió que se diluía en la penumbra. Estaba muy quieto. Nada se movía en ese lugar. Por fin, el argentino se acercó y tocó al animal con la punta de los dedos. Luego apretó un hombro de Marlowe y se retiró del dormitorio. En los dedos llevaba todavía una sensación de hielo.

Sacó una botella de whisky y sirvió dos vasos. Dejó uno sobre la mesa y tomó el otro de un trago. Marlowe apareció en el living y encendió un cigarrillo. No había temblor en sus manos. Bebió el whisky, dejó el vaso y se llevó la vela al baño. Estuvo una hora bajo la ducha. Cuando salió, la luz entraba por las ventanas. Se había peinado, vestido y afeitado. Fue hasta la habitación de servicio, tomó una pala, la llevó al jardín y cavó un pozo de medio metro. Por la calle pasaban los camiones de los proveedores. Regresó al dormitorio y envolvió al gato en una camisa. Soriano lo seguía de cerca. Marlowe depositó el cuerpo en el hoyo, con cuidado. Sacó la pistola de un bolsillo y la puso encima del gato.

—Basta de muertes —murmuró.

Empezó a cerrar la tumba.

La claridad se colaba por las rejillas de las ventanas. Los dos hombres se habían dormido: Soriano sobre el diván y Marlowe en un sillón viejo que en uno de sus brazos tenía dos manchas de café. La luz se hizo más brillante cuando el sol dio en las ventanas. El detective se despertó dos veces, sacudido por las pesadillas. Cuando se dormía otra vez, el hilo de las historias se reiniciaba en el lugar exacto en que lo había interrumpido al despertarse, como si fuera el siguiente capítulo de una novela barata. Cuando se despertaba, apenas por unos segundos, Marlowe sentía la nariz seca y la boca pastosa, pero no lograba vencer la somnolencia para levantarse a tomar un vaso de agua. Al mediodía, el detective despertó repentinamente porque creyó que algo había saltado sobre sus piernas. No había nada. Sintió, en cambio, que un calambre empezaba a contraerle los músculos y estiró la pierna rápidamente. Cerró otra vez los ojos porque la luz que se filtraba por los postigos era demasiado fuerte para él. Con las manos palpó la ropa hasta encontrar los cigarrillos. Le quedaba uno y lo encendió. Soriano roncaba pausadamente y tenía los brazos cruzados, como si esperara algo. Marlowe se levantó y sintió que le dolían la espalda, las piernas y la cabeza. Se lavó la cara.

Encendió la cocina, llenó una cafetera hasta el borde, la puso en el fuego y esperó con los ojos fijos en la llama. Cuando el café estuvo listo sirvió dos tazas grandes y dejó una en la mesa, frente al argentino. Luego se acercó y lo sacudió de un brazo. Soriano abrió los ojos de a poco y miró a su compañero.

—¿Ya vinieron?

—Todavía no.

El periodista se levantó y fue hasta el baño. Orinó largamente, se lavó la cara y se miró al espejo. La barba le había crecido demasiado y las ojeras eran profundas. Volvió al living y tomó el café. Se sintió más despejado. Buscó un par de hojas de papel y escribió una carta breve, casi ilegible. La dobló, la puso en un sobre y anotó una dirección.

—¿No hay estampillas?

Marlowe negó con la cabeza.

—Que pague el destinatario —dijo.

Soriano salió a la calle. El sol había calentado el pavimento. Caminó hasta la segunda esquina y halló un buzón. Echó la carta. Compró dos atados de cigarrillos, encendió uno y caminó de regreso, lentamente. Se detuvo en un kiosco de diarios y revistas. Miró las tapas de los folletines pornográficos. Una muchacha negra le preguntó qué iba a llevar. Contestó "nada" en inglés y sonrió. Caminó cinco metros y regresó al kiosco. Compró un diario de la mañana. En la primera página aparecía una foto de Chaplin que sonreía luego de "la dramática, increíble aventura". Quiso leer pero no entendió. Tiró el diario en la calle. Llegó a la casa y antes de entrar miró los yuyos verdes, tan altos que ya alcanzaban las ventanas. El trozo de tierra removida estaría pronto cubierto por el pasto.

Entró. Marlowe estaba quieto, con la mirada fija en algún punto de la pared.

—Lo lograron —dijo Soriano sin expresión.

Marlowe no contestó. El argentino le alcanzó el paquete de cigarrillos. El detective lo abrió y con la colilla que tenía entre sus dedos encendió otro.

—¿Juega al ajedrez?

—Bueno.

El detective se puso de pie, buscó el tablero y sacó las piezas de una caja de cartón. Faltaba el rey blanco. Buscó en el escritorio. Encontró una bala 45 y la paró en el casillero de su rey.

—Apuesto a que le doy mate antes de que lleguen —dijo Marlowe con una sonrisa.

—Tal vez no vengan.

—Es posible. Juega usted.

—No. No tengo ganas.

—Está bien. ¿Qué le parece si me cuenta la historia de Laurel y Hardy?

—¿Todavía le interesa?

—Sí. Cuénteme lo que sepa. ¿Dónde reunió los datos?

—En las bibliotecas, en los archivos.

—¿Usted cree lo que dicen los libros?

—Antes creía. Ahora no sé. Es fácil escribir.

—Vivieron en esta ciudad. Aquí hay mucha gente que sabe de ellos. ¿Toma otro café?

—Bueno.

—Dígame, Soriano: ¿por qué se le dio por meterse con el gordo y el flaco?

—Los quiero mucho.

—¿No tenía otra cosa que hacer? Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quién es usted, qué busca aquí.

—¿Lo averiguó?

—No, pero me gustaría saberlo.

GÉNESIS Y ESCRITURA DE
TRISTE, SOLITARIO Y FINAL

"El más lejano recuerdo que yo tengo de un relato es el de mi mamá contándome historias desopilantes del Gordo y el Flaco, que ahora yo le cuento a mi hijo. Hasta me acuerdo de las imágenes de esas historias, por ejemplo, la del Gordo y el Flaco saltando un paredón al huir. Con el tiempo me he dado cuenta de que en casi todas mis novelas alguien salta paredones: porque siempre creí que en ello hay una suerte de pequeña épica; saltar un paredón significa salvarse."

Entrevista con Judith Gociol,
La Maga
, 15 de noviembre de 1995

"Desde la época que vivía en Tandil fantaseaba con la idea de escribir una obra de teatro sobre Laurel y Hardy. Tenía claro cómo terminarla: los actores y el público debían arrojarse tortas de crema a la cara. Ya en Buenos Aires, una vez que se la conté a un empresario teatral, él me dijo: 'Eso no va, Osvaldo. La gente va bien vestida a un espectáculo. Se van a ensuciar la ropa y, peor, me van a dejar la sala hecha un desastre.' Así que renuncié, a ese final y también a la obra. Hasta que una noche que íbamos caminando por Florida con un grupo de amigos, todos borrachos, uno de ellos se puso a recitar un texto en prosa tan hermoso que me impresionó.

Le pregunté de quién era. Me contestó: '¿No conocés a Raymond Chandler?' Y al día siguiente me mandó por un cadete
El largo adiós
. Así descubrí a Philip Marlowe."

Del suplemento especial de
Página/12
al año de la muerte de Soriano

"Bastante antes de escribir la novela, yo ya juntaba material sobre el Gordo y el Flaco. Vos recordarás, porque me conocés bien de aquella época, que yo les contaba en el bar, en la caminata, en el café o en la redacción. Como no tenía modelo narrativo, hablaba de esa historia y no la escribía: porque no sabía qué hacer. El descubrimiento —y desde allí se abrió para mí la puerta de la literatura— fue aquel día de 1972 en que leí
El largo adiós
. Hasta ese libro todo para mí era imposible, todo era nebulosa. Fíjate que lo único de lo que hago que sería hoy capaz de reivindicar, como gato panza arriba, son los diálogos. Que no están mal. Pero en aquel tiempo yo era incapaz de escribir un solo diálogo que fuera creíble; fue Chandler quien me abrió ese mundo. Ahí encontré la manera de contar ese material con que los abrumaba a ustedes en los bares."

Entrevista con Mempo Giardinelli,
Purocuento
, diciembre de 1988

"Esto se ha convertido en un pedazo de tierra poco habitable. Pocas cosas tienen objeto para mí: la literatura, antes que nada. Siento a veces que escribir es todo, aunque sea una mierda. No podría vivir sin hacerlo. [...] Dentro de un año tendré treinta y estoy en un callejón sin salida: periodismo o muerte. El periodismo ya no es una necesidad para mí, sino una farsa, pero es lo único que sé hacer. [...] Aunque trabajo muy lentamente, es la primera vez que tengo conciencia de estar haciendo una novela. Creo que es irreversible; este engendro saldrá pronto. [...] En breve te haré llegar el borrador que estoy terminando. Dipi [Jorge Di Paola] dice que, por la forma, será un best-seller. Yo desconfío: es un delirio de amigo."

Cartas a Félix Samoilovich en Bruselas, 1971-1972

"Desde 1971, Osvaldo nos mostraba borradores; tenía varios comienzos para el libro. Incluso durante un tiempo iba a ser simplemente una biografía del Gordo y el Flaco. Después una historia sobre Hollywood, y hasta una diatriba contra Chaplin. Es decir: él no tenía el tono, no tenía la voz narrativa. Después está esa historia de cuando su gato se le apareció en la cocina y le dio la idea de meter a Marlowe. Y digamos que, de alguna manera, ahí se le fue la duda entre lo periodístico y lo novelístico. Yo creo también que Osvaldo se había impresionado mucho con Manuel Puig, desde el año 69. Tenía una admiración y un conocimiento muy fuerte de la obra de Puig. Mezclado con lo otro que le fascinaba y nos fascinaba a todos en ese momento, que era básicamente Chandler, Hammett y Ross McDonald."

Mempo Giardinelli, en el documental
Soriano
, de Eduardo Montes Bradley

"Yo me metí en el texto como personaje para divertirme: después pensaba sacarme. Pero cuando empecé a dar a leer a los amigos y vi que funcionaba, lo fui dejando para más adelante. Hasta que un día terminé."

De una entrevista inédita con Guillermo Saccomanno

"Durante toda mi infancia y mi adolescencia, el Gordo y el Flaco fueron mis emblemas. En cambio con Chaplin me pasa que está más allá de lo humano. Y eso lo hace menos simpático. Más genial pero menos carnal. El Gordo y el Flaco son antihéroes: yo tomaría un largo café con ellos, me quedaría una noche entera charlando. Y con Marlowe también. Con Chaplin, en cambio, es muy posible que a la segunda hora empezara a contar la plata que tenía, las mujeres, el éxito."

Entrevista con Pepe Eliaschev,Radio Del Plata, 1993

"Escribí
Triste, solitario y final
después de muchas dudas y vacilaciones. Quizá nunca lo hubiera terminado si Jorge Di Paola, que lo iba leyendo a medida que yo lo escribía y sabe más que yo sobre ese libro, no me hubiera alentado y convencido de que valía la pena. Después, Marcelo Pichon Rivière lo hizo publicar en Corregidor. En ese tiempo yo tenía la obsesión de Laurel y Hardy, esos cómicos que me habían divertido tanto durante mi infancia y que habían terminado en la miseria, olvidados por la industria del cine. Por otra parte, había leído a Chandler y estaba enamorado, como todo el mundo, del personaje duro y romántico de Philip Marlowe. Quería escribir algo sobre Laurel y Hardy, pero no sabía por dónde agarrarlos, cómo entrar en la historia. No se me ocurría que tuvieran algo que ver con Marlowe. Yo tuve gatos toda mi vida, son mis hermanos, me siguen por la calle, nos comunicamos muy fácilmente, quizá porque como ellos yo vivo de noche y como ellos soy muy vago... En ese tiempo vivía en un dos ambientes en la calle Mario Bravo, solo, no tenía gato por primera vez en mi vida, y estaba muy deprimido porque no le encontraba la vuelta al tema de laurel y Hardy. Una noche estaba tirado en la cama a las tres de la mañana, en pleno verano, sintiéndome un pobre infeliz, cuando oigo en la cocina un ruido de cacerolas que se caían al suelo. Me levanto, voy a ver, despacito, y me encuentro con un enorme gato negro que había entrado por la ventana abierta y estaba parado entre las ollas. Yo sólo tenía prendida la luz del velador así que estábamos en la penumbra de la cocina y el gato me miraba fijo. Le hablé, me acerqué un poco y él saltó a la ventana, desde donde se quedó mirándome un rato, como diciendo: '¿Qué hacés, boludo, no te das cuenta de que la cosa es evidente?' Una vez que me avivé de que era el gato negro (o la gata negra, más bien) de Chandler, que venía a decirme que el único capaz de investigar la historia de Laurel y Hardy era un detective profesional como Philip Marlowe, dio un salto y se fue. Ahí nomás saqué la máquina y empecé a escribir el encuentro de Soriano y Marlowe en el cementerio de Forest Lawn. Y no paré hasta que terminé la novela. Esto puede parecer un chiste para quien no entiende el lenguaje de los gatos, para el que no sepa que son mediums —teléfonos, como dice Cortázar—, pero yo sé muy bien que si
Triste, solitario y final
existe, es gracias a aquel gato."

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