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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, Intriga

Un cadáver en los baños (35 page)

—¡Oh, mirad! —gritó Tiberio amablemente.

—Había algo enganchado en la toalla del pobre diablo —añadió Septimio, al tiempo que se agachaba para hacerse con el objeto y entregármelo de un modo excesivamente obsequioso. Todos los demás estaban pendientes de mi reacción. Un informante receloso habría creído que se trataba de una pista colocada.

Era el pincel de un pintor. Unas cerdas muy bien atadas con las puntas convenientemente recortadas para realizar trabajos delicados. Había restos de pintura azul en el mango: ¿era esmalte? También había unas letras convenientemente grabadas: LL.

El comentario por mi parte era inevitable:

—Bueno, es un curioso jeroglífico.

—¿Serán las iniciales del dueño? —inquirió Tiberio con un interés casi intelectual.

—Oye —murmuró Septimio, que se horrorizó de repente—, ¿no creerás que uno de los pintores de la obra es el responsable del asesinato, Falco?

Tuve que ocultar una sonrisa.

—No sé qué pensar. —Pero había alguien que se estaba esforzando mucho para decírmelo.

—Un arquitecto no traería consigo un pincel cuando viniera a bañarse, ¿no? —le preguntó Tiberio a Septimio.

—Ese jefe de los pintores se llama Blando —contestó su compañero—. Así que él no es LL.

—¿Sabéis? Creo que se trata de su ayudante —interrumpí. Septimio, Tiberio e incluso Alexas, cuyo papel en ese fiasco parecía ser el más contenido, se miraron unos a otros y asintieron con la cabeza, impresionados con mis poderes deductivos.

Sosteniendo el pincel en la palma de mi mano, desvié la mirada del silencioso Alexas hacia los dos trabajadores de su tío:

—Felicidades, Septimio. Parece tratarse de una pista importante y tú me has ayudado a descubrir qué significa.

Me di cuenta de lo que significaba realmente. Había alguien a quien le estaban tendiendo una trampa para incriminarlo.

Agarré la toalla y la sacudí, por si se habían depositado otras ofrendas. Negativo. Volví a colocar con cuidado el rectángulo de lino sobre los genitales del arquitecto muerto. Les hice una señal a los porteadores para que se llevaran el cuerpo.

—¡Bueno! Parece que un joven ayudante de pintor ha asesinado a Pomponio. Sólo hay una manera de asegurarse. Le pediré que sea un buen chico y confiese.

XXXIX

Era lógico que volviera sobre mis pasos por el pasillo pasando por mis habitaciones. Necesitaba calmarme. Encontré a Helena y le conté lo que había ocurrido.

—Ese pincel no estaba allí anoche. Alguien abrió los baños deliberadamente para que cualquiera pudiera entrar, no fue simplemente una negligencia de los trabajadores. Me he pasado la mañana dejándome entretener y demorar por Alexas… y creo que antes también por Éstrefo. La mitad del equipo del proyecto deben de haber estado corriendo por ahí a mis espaldas.

—¿Para causar confusión? Como montaje no es muy sutil, Marco. Si el joven pintor es inocente…

—Su inocencia no tiene nada que ver —dije.

Helena frunció los labios y sus grandes ojos se oscurecieron a causa de la preocupación:

—¿Por qué crees que lo han hecho parecer culpable? ¿Ha ofendido a alguien?

—Bueno… Bebe, coquetea, se mete en líos y le pega a la gente. —Pero a Justino todavía le caía bien a pesar de que le hubiera arreado un puñetazo—. Y además, he visto su trabajo. Es un artista sorprendentemente bueno.

—¿Envidia?

—Podría ser.

—Da la impresión de que la mitad del equipo del proyecto conspirara para dejar esa pista falsa —dijo Helena con enojo—. Así que, ¿fueron los miembros del equipo del proyecto, o algunos de ellos, los que mataron a Pomponio?

—No estoy preparado para decidir. —Se me levantó un poco el ánimo—. Pero una cosa es segura, el equipo detesta de verdad al nuevo director del proyecto.

Helena supo enseguida qué era lo que yo había decretado en la reunión de esa mañana.

—¡Ya veo! ¿Quieres tener la oportunidad de ser dogmático y autoritario?

Sonreí.

—Y además, también carezco de experiencia profesional, tal como me hicieron notar. Soy perfecto para el trabajo. ¡Con estas aptitudes podía haber sido arquitecto!

Tuve unas breves palabras con Maya. Ella tenía poco que añadir. Fuera quien fuera a quien oyó en los baños esa mañana, había pasado por delante de la cámara fría caminando con brío y había regresado a la salida después. Eso encajaba. Seguramente entraron en el caldario, dejaron allí el pincel y se largaron a la chita callando.

Entonces Maya había reflexionado sobre cómo se habría sentido si hubiese tropezado con el muerto. Confesó que a menudo merodeaba sola por la casa de baños, en las horas en que esperaba que no hubiera nadie. Por ejemplo, me dijo con aire de culpabilidad que había ido allí la noche anterior.

—¿Después de que me fuera a Novio?

—Después de cenar.

—¡Estúpida! Maya Favonia, tu madre te educó para saber que bañarse con el estómago lleno puede provocarte un corte de digestión.

—También puede proporcionarte mucho tiempo para pensar —gruñó Maya. Preferí no saber en qué estaba pensando. Explorar los elementos oscuros del alma de mi hermana tendría que esperar.

—Los desconocidos podrían suponer que conciertas citas.

—Me importa un comino lo que piense cualquiera.

—¡Nunca te ha importado! Así que anoche estuviste en la escena del crimen, Maya. Háblame de eso. Cuéntame cualquier pequeño detalle.

En esos momentos Maya estaba dispuesta a ayudar.

—Sabía que alguien había pasado por ahí antes que yo. Cuando llegué había ropa en dos de los cajones.

—¿En dos?

—Sé contar, Marco.

—¡Y también sabes ser maleducada! Describe esas prendas.

Maya había trabajado para un sastre cuando era joven.

—En una de ellas había cosas brillantes; una tela cara, metida allí de forma descuidada. Era poco habitual; tela jacquard, tal vez con seda en la trama. En otra hilera de cajones había una túnica blanca lisa, de lana, un tejido de trama común, cuidadosamente doblada, con un cinturón de hombre encima.

—¿Ese género caro estaba teñido de color marrón y turquesa? —Ella asintió con la cabeza—. Pomponio. ¿Y quién era el otro hombre? ¿Podría haber sido Cipriano, que descubrió el cuerpo? ¿Tu visita fue justo antes de que yo regresara de Noviomago?

—No, bastante más temprano.

—Antes de que se cometiera el crimen. De todas formas —recordé—, anoche Cipriano vestía de azul. ¿No viste a esos hombres en ningún momento?

—Decidí no quedarme —dijo Maya—. Supuse que estarían en las salas calientes, pero podían haberse quedado allí durante horas. —Las tres cámaras calientes estaban una detrás de otra, que era el procedimiento normal para un conjunto de salas pequeño. La gente tenía que salir por el mismo lugar por el que había entrado y encontrarse con cualquiera que viniera detrás. Una mujer sola no querría estar relajándose envuelta en una toalla diminuta cuando los hombres volvieran a pasar por allí paseando.

—¿Así que decidiste no esperar?

Maya confirmó su renuencia:

—Me muero de frío en esta provincia. No podía soportar quedarme tiritando en la sala fría, untándome con aceite para entretenerme, mientras esperaba a oír cómo se marchaban. Pensé que volvería hoy por la mañana, ¡pero también se han frustrado mis planes!

—Querida, tú sólo alégrate de no haber entrado desnuda en el último caldario con Pomponio muerto en el suelo.

—Era un hombre —dijo Maya en tono grave—. Uno que creía dirigir el mundo. Me imagino que habría podido soportarlo.

Ya me iba cuando ella añadió de improviso:

—El de la túnica blanca había colgado una bolsa en la percha para la capa.

Fue capaz de describirla con gran precisión De hecho, la describió tan bien que supe al momento de quién era la bolsa.

Mientras salía hacia la cabaña de los pintores, vi que se habían hecho estudios para incorporar el anterior palacio al nuevo diseño. Éstrefo y Magno estaban inmersos en una discusión, mientras los ayudantes del agrimensor estaban allí de pie en mansa actitud con el equipo para medir.

Parecía una versión más recargada de la escena que había visto hacía unos cuantos días. Magno, que se distinguía por su elegante atuendo y su pelo cano, montaba su elaborado
diopter
mientras el personal más joven tenía que conformarse con la básica
groma
. Algunos se encargaban de levantar unos postes marcados de seis metros de alto que ayudaban a medir el nivel, mientras que otros utilizaban con torpeza un enorme cartabón con objeto de señalar un ángulo recto para la disposición inicial de la intersección de las dos alas del nuevo palacio. Mientras se esforzaban para trabajar pegados al edificio, con la dificultad añadida que suponía su revestimiento de andamios, oí por casualidad que Magno les decía que prescindieran de la voluminosa escuadra y utilizaran simples estacas y cuerdas. Se había enderezado y se fijó en mí. Intercambiamos un frío saludo con la cabeza.

Lo primero es lo primero. Una fresca brisa me acariciaba suavemente el cabello mientras me dirigía hacia las barracas que había en el exterior del extremo oeste de la obra. Atravesé la gran plataforma, pasé a grandes zancadas por la zona llana que un día sería el fabuloso patio del jardín y escogí bien el camino a seguir sobre las zanjas cavadas de la formal ala oeste y los primeros bloques que se habían dispuesto para su magnífico estilóbato. En la obra había acción, pero parecía apagada. Oía unos martillazos provenientes del almacén donde sabía que se trabajaban y recubrían los bloques de piedra, y de otra dirección venía el ruido áspero de una sierra cortando mármol. La luz del sol, que en Britania era brillante pero no cegadora, me reconfortaba el ánimo con delicadeza.

Delante de mí, las gaviotas, que siempre escarbaban en busca de algo, revolotearon por encima de la zona boscosa donde estaban estacionadas las carretas. De nuevo me llegó el olor a humo de leña del campamento. Subí por el sendero sin hacer ruido y pasé por delante de la cabaña del mosaiquista, en la que no parecía haber actividad. Me detuve en la vivienda contigua, la de Blando y su muchacho. La puerta estaba abierta; había alguien dentro. No era Blando.

Me daba la espalda pero se encontraba ligeramente ladeado, por lo que pude ver que trabajaba en un pequeño bodegón. Era fruta fresca en un cuenco de cristal. Había creado el arreglo de manzanas y en esos instantes añadía unos delicados trazos blancos para representar las acanaladuras de un frutero traslúcido. No estaba seguro de si me había oído o no y me quedé quieto admirando la colorada redondez de la fruta madura y la exquisitez con la que estaba reproducido el objeto de cristal. El joven pintor parecía absorto.

Era un muchacho corpulento. Vi una enorme oreja, medio cubierta de un alborotado cabello oscuro que habría mejorado con un buen recorte y una sesión de peine de encrespar. Tenía la ropa cubierta de multicolores salpicaduras de pintura, aunque por lo demás se le veía bastante limpio, dado que tenía unos dieciocho años y se encontraba a mil quinientos kilómetros de su casa. Trabajaba sin cesar, con mano experta y segura. El dibujo ya estaba vivo en su cabeza y sólo necesitaba esos golpes de pincel rítmicos y esmerados para crearlo sobre el panel de madera.

Me aclaré la garganta. Él no reaccionó. Sabía que me encontraba allí.

Crucé los brazos:

—La creatividad por propio placer es un elevado ideal, pero mi consejo es que nunca malgastes esfuerzos a menos que puedas convencer a algún cliente tonto para que pague por ello.

La mayoría de los pintores se habrían dado la vuelta dispuestos a pegarme un puñetazo. Éste se limitó a emitir un gruñido. Siguió con lo que estaba haciendo. El cuenco de cristal adquirió un hilo de luz pintada que indicaba un asa.

—Los conspiradores del equipo del proyecto han determinado quién eliminó a Pomponio —dije—. Se han decidido por el sabelotodo de Estabias. Alguien ha dejado un pincel de puntear con unas iniciales incriminatorias sobre el cuerpo, justo donde era seguro que lo encontraría y gritaría «¡Vaya, mirad esto!». Así que dime, sabelotodo: ¿lo mataste?

—No, ni de coña —el artista dejó de pintar y se volvió hacia mí—. Me estaba follando a una chica de Noviomago… No era tan buena como yo imaginaba, ¡pero al menos puedo decirle a Justino que llegué primero!

Me lo quedé mirando larga y fríamente.

—Lo único bueno de esa historia es que estabas con esa perdida y no con mi cuñado.

—Más otra cosa buena —dijo con el ceño fruncido y tan indiferente como siempre—. Tú sabes que la historia es cierta, Falco.

Lo conocía, así que lo creí. Era mi sobrino Lario.

XL

Le tiré el pincel encontrado en los baños. Lo atrapó con una mano mientras con la otra todavía sujetaba uno más fino con el que había estado trabajando, así como su paleta.

—¿Es éste tu pincel de cerdas?

—LL. Ése soy yo. Lario Lolio.

—Gracias a Juno que no naciste bajo un laurel —me burlé—. Una tercera L habría sido obscena.

—Dos nombres son suficientes para mí y para Marco Antonio.

—Escucha, pez gordo, cuando hayas terminado de alinearte con los famosos, tienes que llegarte a Novio y asegurarte de que no sobornen a tu seductora Virginia para que olvide vuestra romántica coartada.

Lario puso cara de tímido:

—Se acordará. Dije que fue ella la que resultó decepcionante. No mencioné mi actuación.

Refrené mis impulsos y me limité a responderle con calma:

—Pídele a alguien con un poco de experiencia que te explique lo del placer mutuo. A propósito, ¿cómo está la querida Olia? —Olia era su mujer.

—Estaba perfectamente cuando nos separamos —dijo Lario lacónicamente.

—¿Os separasteis? ¿Es ya definitivo? ¿Había algún vástago fruto de vuestra unión, lozanos aspirantes?

—No, que yo sepa.

—Aun así, detesto ver un amor joven en decadencia.

—Ahórrate la charla familiar —me reprendió. No preguntó por Helena, aunque se habían conocido. Mientras él y Olia le aseguraban al mundo que compartirían una devoción eterna, el mundo había profetizado que los quinceañeros estaban condenados; también había decretado que yo era un canalla mujeriego destinado a abandonar a mi mujer. Suponiendo que lo consiguiera antes de que Helena me plantara primero… Lario interrumpió mis pensamientos errantes—. Necesitamos saber por qué la gente quiere incriminarme en lo de Pomponio.

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