Read Un millón de muertos Online

Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Un millón de muertos (39 page)

El Decreto decía así: «Se nombra Jefe de Gobierno del Estado Español al Excelentísimo Señor General Don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá los poderes del nuevo Estado. Se le nombra asimismo Generalísimo de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire, y se le confiere el cargo de General Jefe de los Ejércitos de Operaciones».

El Ejército del Norte seguía al mando del general Mola y el del Sur al mando del general Queipo de Llano. Al defensor del Alcázar, general Moscardó, se le confió la División que se organizaba en Soria.

* * *

A tenor de los acontecimientos, día tras día aumentaba el número de fugitivos de la zona «roja» que entraban en la España «nacional». Ocupados Irún y San Sebastián, el paso de Dancharinea ya no tenía objeto y todo el mundo utilizaba la frontera de Hendaya, que fue abierta inmediatamente al público.

La ocupación de Guipúzcoa convirtió a muchas personas en cometas sin dirección: a todos los guipuzcoanos que huyeron a Francia o hacia Bilbao. En cambio, fijó de un modo rotundo la vida de otras muchas personas, entre las que se contaban «La Voz de Alerta» y Javier Ichaso, el hijo mutilado de don Anselmo Ichaso.

En efecto, con la ocupación de San Sebastián, don Anselmo creyó llegado el momento de dar forma oficial a sus propósitos de organizar el Servicio de Información. El servicio sería de espionaje, pero esta palabra era altisonante, y, sobre todo, delatadora. «SIFNE» fue el preferido: «Servicio de Investigación del Nordeste de España».

«La Voz de Alerta», con su gigantesca boina roja y sus polainas, recibió las órdenes oportunas. Se instalaría en San Sebastián, en un piso de alquiler módico, y se llevaría consigo a Javier Ichaso, incapacitado para volver al frente. El jefe supremo sería, por supuesto, don Anselmo, quien haría periódicos viajes a San Sebastián. «La Voz de Alerta» le representaría, y Javier sería el brazo derecho del dentista.

La primera labor que incumbía a éstos era organizar un equipo de colaboradores cuya lealtad no ofreciera duda, por lo que en su mayoría se extraerían entre los fugitivos de la zona «roja». El presupuesto sería escaso, y sin embargo era preciso que dichos colaboradores, cada cual en lo suyo, fueran hombres bien dotados. A medida que el Servicio extendiera sus palpos, se necesitarían más y más especialistas; pero, de momento, cuanto más discretamente pudiera actuarse, mejor.

—Naturalmente, hay una serie de puntos urgentes: escucha de radios, lectura de periódicos, cacheo en la frontera, descifrado, decriptación, control de puertos franceses y contraespionaje. En este papel lo encontrará usted todo señalado. Organice en seguida los enlaces con Francia y, a través de éstos, con Gerona, Barcelona y Madrid. Y no olvide, por favor, que Mola sigue valiéndose exclusivamente de planos Michelín y Guías Taride.

«La Voz de Alerta» se exaltó. Su entusiasmo era enorme y ni por un momento le pasó por la cabeza que la misión lo desbordaría. Los primeros días, cuando Navarra y todo lo que veía de ella le resultaba ajeno, se fumaba muchos pitillos mirando al horizonte; pero esto era ya historia.

Sus reflejos eran rápidos, de modo que ya antes de salir para San Sebastián le dio a don Anselmo dos nombres de posibles colaboradores: el notario Noguer, en Francia; Laura, en la zona «roja». «La Voz de Alerta» ignoraba hasta qué punto su esposa estaba ayudándole ya en Gerona. Don Anselmo asintió: «Lo dejo en sus manos».

En cuatro días efectuaron el traslado a San Sebastián. El piso que alquilaron en la calle de Alsasua era espacioso. Lástima que desde él no se viera la Concha, la bahía. Javier repitió varias ve: «Es una lástima». De Pamplona se llevaron a una joven sirvienta llamada Jesusha, muy conocida de los Ichaso. Don Anselmo Acudió a la estación a despedir a los tres y les dio consejos por riguroso turno. «Usted, mi querido dentista, un minuto antes de empezar a actuar, léase el texto de Josué, II, del Antiguo Testamento.» «Tú, hijo, no olvides que para Dios no hay héroe anónimo» «Y tú, Jesusha, mata de hambre a los señores… pero poco a poco.» Acto seguido el tren arrancó y don Anselmo, envuelto en humo, dijo para sí: «Prefiero los trenes en miniatura».

En cuanto estuvieron instalados en el piso de la calle de Alsasua —la parte delantera se destinó a oficina y la trasera a vivienda—, «La Voz de Alerta» y Javier Ichaso se sentaron en sus correspondientes sillas y leyeron el texto de Josué, II, recomendado por el padre del requeté mutilado. Decía así: «Josué, el hijo de Nun, envió dos hombres de Sittim para espiar secretamente… Ellos llegaron a la casa de una mujer, que era una cortesana llamada Rajab, y vivieron con ella».

¿Qué quiso dar a entender con ello don Anselmo Ichaso? Era fácil adivinarlo. Quería persuadirlos de que la labor a que iban a entregarse databa de los tiempos más remotos, que era más antigua que la Masonería e incluso que el Cristianismo.

—Ya lo ves, Javier —dijo el dentista—. Somos los dos hombres de Sittim, dispuestos a espiar secretamente… ¡Lástima que no hayamos encontrado aquí a la cortesana llamada Rajab!

El mutilado de la frente abombada y los ojos juntos se rió.

—Se la reclamaré a mi padre.

Salieron luego a dar una vuelta para conocer el barrio. El otoño encendía hogueras en el cielo de San Sebastián, lo mismo con el alba que al atardecer, y en la bahía el agua de pronto dejaba de ser agua y se convertía en la cobertura, en el escondite de los peces, de las algas, de los barcos hundidos y de millones de mundos que vivían en las profundidades ignotas. «La Voz de Alerta» se alegró al descubrir que había una iglesia y una pastelería muy cerca de su casa. Javier se alegró al ver que los cafés más próximos disponían de confortables sillones.

Luego pusieron manos a la obra, con éxito. En quince días la red de enlace, a través de Francia, hasta Barcelona y Madrid, empezó a tener forma. En San Juan de Luz, el agente sería un francés monárquico,
maître
del Hotel Fénix. Este enlazaría con el agente de Perpignan, que, efectivamente, sería el notario Noguer. Un ferroviario enlazaría con Laura, en Gerona, y Laura enlazaría con Barcelona, Valencia y Madrid. En el interior de la España «nacional» se establecerían grupos o células que se dedicarían al contraespionaje y a orientar a los agentes que, por necesidades del Servicio, tuvieran que cruzar las líneas y actuar en la zona «roja».

El contraespionaje era necesario porque los «rojos» se les habían anticipado y contaban ya con organización propia. Por el momento, don Anselmo Ichaso creía saber que el cabeza de dicha organización era un hombre joven llamado Dionisio. No se sabía nada más de él… «Hale —comentó “La Voz de Alerta”, acariciando una pila de carpetas azules que acababan de traerle—, a encontrar al tal Dionisio antes de que termine la guerra.»

El primer objetivo que se propusieron fue el de reproducir en fotocopia la cartografía existente en el Ministerio de la Guerra, en Madrid. Cartas militares, planos del Instituto Geográfico al 1 por 50.000, planos de costas marítimas al 1 por 20.000, planos planimétricos de las grandes ciudades «rojas», etcétera. «La Voz de Alerta» suponía que pedía la luna y no era así. Pronto el notario Noguer le comunicó que «el servicio estaba efectuándose con la mayor rapidez». «La Voz de Alerta» se tocó los lentes, la montura de oro de los lentes, y pensó que, sin duda, Laura había intervenido en aquello. La idea de la colaboración con Laura a través del espacio le agradó desde el primer momento, aunque temía que el Comité de Gerona acabara descubriendo a su mujer.

Javier Ichaso se encargó de revisar concienzudamente los periódicos que llegaban de la zona «roja», así como de escuchar las radios. Todo cuanto le llamaba la atención lo registraba en una ficha. Por supuesto, confirmando los temores del catedrático Murales, el «Buzón del Miliciano» publicado por
Solidaridad Obrera
constituyó en seguida su más directa fuente informativa con res pecto a la situación de las fuerzas en Aragón. También tomaba nota del alud de visitantes extranjeros que eran homenajeados en zona «roja».

Escuchar las radios se le hacía muy pesado, y las interferencias, los botones y la franja luminosa acababan poniéndole nervioso. «¡Maldita pierna!», blasfemaba a veces; añorando el frente.

La revisión de periódicos extranjeros y la escucha de las emisoras francesas, inglesas e italianas corrió a cargo de «La Voz de Alerta» en persona, auxiliado por el ex director de una Academia de Idiomas de Lisboa con el que establecieron contacto. Este hombre, de casi sesenta años de edad, Mouro de apellido, tenía una paciencia infinita y no regateaba una hora de servicio. Era un poco sordo, por lo que sorprendían la diligencia y la puntualidad con que captaba los mensajes radiofónicos que se ponían a su alcance. A la semana justa de comenzar el examen de la prensa extranjera, se comprobó que se podía contar con dos insuperables informadores militares: los artículos que desde Barcelona y Madrid enviaban a París los observadores franceses Armengaud y Riau Vernet. Sus comentarios sobre el frente «rojo» e incluso sobre la retaguardia eran prodigios de objetividad y de sentido común.

Faltaban descifradores y decriptadores; faltaban hombres capacitados para obstaculizar y sabotear los cargamentos de armas que, desmintiendo el escepticismo de Cosme Vila, salían de puertos franceses con destino al Levante español; faltaban aparatos de radio-emisión; faltaba experiencia, ¡faltaba dinero! Pero había buena voluntad y lo importante era no desanimarse, cuidar los reflejos y ser escrupuloso.

Don Anselmo Ichaso había pertrechado a «La Voz de Alerta» con toda suerte de documentos que garantizasen su labor, y por su cuenta había escrito además a todas y cada una de las autoridades de San Sebastián y de la frontera para que le dieran facilidades, sin inmiscuirse en su trabajo. Todo ello constituía para el dentista un arma de dos filos. Por un lado, lo halagaba; por otro, lo abrumaba de responsabilidad. Simultáneamente, recibió la inesperada visita de un alemán de medio pelo, quien llevaba conmigo un aval de don Anselmo. Este alemán se le presentó como antiguo agente de espionaje en la guerra mundial del 1914 y su charla había de hipnotizar a «La Voz de Alerta» y a Javier Ichaso, pues estribó en indicarles una serie de procedimientos y ardides, cual más taimado, para evacuar noticias y también para recibirlas. Un sistema para «penetrar» en las oficinas ministeriales y de los Estados Mayores era el soborno de las mujeres de la limpieza, cuya misión debía consistir simplemente en escamotear cada mañana, para entregarlo luego, el contenido de las papeleras. Otro sistema eficaz era el soborno de la mecanógrafa o mecanógrafas del despacho señalado como objetivo, cuya astucia debía consistir en cambiar «cada vez» el papel carbón, separando y guardando los papeles ya usados, que más tarde al trasluz podrían leerse sin dificultad. El alemán les aconsejó el reverso de los sellos de las cartas como lugar a propósito para anotar y enviar un mensaje. También solían pasar con extraña impunidad los simples periódicos doblados, con la franja mugrienta. Otro camino eran las valijas diplomáticas; los anuncios en determinados periódicos; etcétera. A su entender, lo más laborioso solía ser la obtención de noticias veraces sobre los convoyes marítimos, por la dificultad de penetrar en los muelles; el falseamiento, hecho a propósito, de los horarios y el cambio de bandera en alta mar. También los puso en guardia contra los agentes «mercenarios» que, en el momento crucial, podían pasarse al enemigo, contra los agentes charlatanes —«los españoles lo son por temperamento»— y contra los borrachos. Y aconsejó la utilización de mujeres, a ser posible no demasiado inteligentes, pero serenas, capaces de dramatizar y que llevasen un bebé en brazos.

¡Fascinante campo de acción! «Mucho cuidado —aconsejó el alemán, para terminar— con tomar lo espectacular por lo útil…» Eso les dijo, desapareciendo inmediatamente después, no sin dejarles un número de teléfono del mismo San Sebastián, al que podían llamarle en cualquier circunstancia.

«La Voz de Alerta» y Javier Ichaso tardaron un minuto en poder abrir la boca y cuando lo hicieron fue para incrustarse en ella un pitillo.

—¿Qué te parece?

—Con su permiso, me quito la boina.

«La Voz de Alerta» sonrió satisfecho… Había entrado con buen pie. «Josué, el hijo de Nun, envió dos hombres a Sittim para es piar secretamente…» «La Voz de Alerta» no había cambiado. Seguía con sus filias y con sus fobias, y pronto se pasearía por la maravillosa ciudad donostiarra con facha de almirante y alternaría con la buena sociedad, con «margaritas» y muchachas que servían en los improvisados comedores del Kursaal.

Por supuesto, le gustaba el Cantábrico porque era más fuerte que su propio espíritu. Escribió una larga carta a Pamplona, a mosén Alberto, cuya visita recibió antes del traslado, al final de la cual le decía: «Me avergüenza confesarlo, mosén, pero casi soy feliz». ¡El mismo autorreproche que mosén Alberto se hacía en el convento de las monjitas, cada vez que éstas le servían chocolate! «La Voz de Alerta», además, se convirtió sin querer en el automático «cónsul» de todos los fugitivos de Gerona y provincia que llegaban desorientados a San Sebastián. En seguida daban con él o, mejor dicho, con su boina, pues era la suya la mayor de la ciudad y todo el mundo sabía que pertenecía al «distinguido dentista catalán». A estos fugitivos los informaba a su manera… Les decía que los requetés llevaban en los frentes todo el peso de la lucha, que en Falange había mar de fondo, que muchos generales querían la monarquía, etcétera. Y desde luego, censuraba a los machos catalanes que, apenas llegados a la zona «nacional» procedentes de Lourdes, lo primero que hacían era irse con una mujer; lo segundo, empezar a sentirse «separatistas», y lo tercero, echar una mirada panorámica con el propósito de encontrar un sitio estratégico para montar un negocio o levantar una fábrica.

Sus relaciones con su secretario Javier Ichaso eran complejas. A veces miraba al muchacho, veintiún años, pensando: «Me gustaría tener un hijo de esa edad». Un hijo, por supuesto, con la Arada menos obsesiva, más elástico y con más sentido del humor. La figura de Javier, con as muletas, con los dos ángulos bordados en el antebrazo, correspondientes a las dos heridas, recordaba sin descanso que vivir era un hecho arduo, serio.

Javier Ichaso sentía por el dentista franca admiración. Comprendía que «La Voz de Alerta» había ensanchado su horizonte Mental. Javier Ichaso era víctima de su padre como Jorge lo fue del suyo, de un padre autoritario, de autoritaria barriga, absorbente, y cuyas ideas se circunscribían a Navarra, a España y al deseo de tener rey.

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